NO ES POR MALDAD / Pilar Eyre
"Hace cinco años de mi abdicación de la Corona y desde el año pasado he venido madurando esta idea. Es mi voluntad y deseo dejar de desarrollar actividades institucionales a partir del próximo 2 de junio”. Hace un año de esta estremecedora carta de don Juan Carlos a su hijo Felipe que se hizo pública por expreso deseo de los dos.
Parece sincera y emotiva, pero contiene varias inexactitudes: el rey no llevaba un año madurando la idea, es más, ni siquiera fue idea suya apartarse de las actividades públicas, sino que fue fruto de una dura negociación entre padre e hijo. Felipe, un mes antes de esta misiva y sin que lo supiéramos nadie, había sido informado de las cuentas opacas de su padre en Suiza y de que Leonor y él mismo figuraban como beneficiarios. Y había acudido a la desesperada a un notario para declarar que no sabía nada de estos asuntos y renunciaba a todo beneficio que pudieran derivarse.
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A partir de ahí, don Felipe vivía con el temor de que el día menos pensado Corinna y las investigaciones periodísticas en el extranjero sacaran a la luz estas irregularidades, y saliendo del notario se enfrentó a su padre y le dijo: “No nos podemos fiar de tu amante ni de los fiscales suizos ni de los periodistas... Si quieres salvar la institución, esta es la única salida que te queda. Escribe esta carta en la que decides retirarte de las actividades públicas”.
Aunque al principio el rey emérito se negó tajantemente, al final, a regañadientes y con grandes reticencias, tuvo que aceptarlo. Como tuvo que aceptar la abdicación en 2014. ¡Cuentan que los gritos entre padre e hijo se oían desde el jardín! Don Juan Carlos estaba tan enfadado que incluso se negó a ir a la proclamación de Felipe y estuvo sin hablarle muchos meses. Desde entonces, los desencuentros han sido numerosos: homenajes programados de los que de pronto dejaba de hablarse, su ausencia en ceremonias importantes...
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En el aniversario de los 40 años de la Constitución se lo quería sentar en el gallinero del Congreso y decidió no ir. ¡Estaba indignado! ¡Él, que se consideraba uno de los padres de facto de esa constitución! Y es que Felipe y sus asesores –y quizás también Letizia–, avisados de que iban a ir saliendo a la luz las tropelías de Juan Carlos, tenían que ir poniendo parches antes de la herida y acotando las cuotas de poder que aún conservaba el rey emérito.
Aunque la carta de renuncia de 2019 sirvió de poco, en marzo de este mismo año el propio don Felipe tuvo que dar un paso adelante y rematar simbólicamente a su padre, ya que habían aflorado al fin las informaciones de la existencia de esas cuentas opacas en Suiza, como él se temía. Y tuvo que explicar que un año antes “renuncié en cuanto lo supe a mi herencia y al beneficio de cualquier estructura financiera que no esté en consonancia con la legalidad”, reconociendo implícitamente que su padre había cometido hechos presuntamente delictivos. Don Juan Carlos apuntaba en el mismo documento que su hijo “no tenía conocimiento de estas actividades”, asumiendo también, en cierta manera, su culpabilidad.
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¡Cuánto no sabemos todavía! ¡Son muchos años de impunidad, contando con la complicidad tácita de muchos políticos y periodistas! Como dice Corinna en las cintas de Villarejo: “El rey es como un niño… no distingue lo legal de lo ilegal”. Aunque cada semana, gota a gota, vamos enterándonos de más anomalías económicas, y aunque los delitos en España no pueden juzgarse ya que el rey era inviolable, ¿podría hacerse en Suiza? Quizás todavía veremos a don Juan Carlos sentado en el banquillo de los acusados. ¡A los que vivimos la transición nos sangrarán los ojos ante esa imagen! Y es que los asuntos de dinero son los que menoscaban realmente la figura de un rey y, por tanto, lo que más temor producen. Así me explico que, cuando una persona próxima a don Juan Carlos le avisó de que yo estaba escribiendo ‘La soledad de la reina’, el rey le preguntó: “¿Y qué dirá?”. Su interlocutor le respondió: “Pues, barbaridades, señor, las infidelidades, las mujeres…". "Ah ¿habla de mis novias? Pues mientras hable de mis novias me es igual... No tiene importancia”.
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En este largo confinamiento, el rey vive con el temor de que le arrebaten lo último que le queda: el tratamiento de rey y los privilegios que conlleva, desde el uso del avión hasta vivir en Zarzuela y las casas de Patrimonio. Dándose la paradoja de que él, que ha sido rey durante 40 años y uno de los motores de la transición, pueda ser enterrado como un ciudadano cualquiera, mientras que su padre, que no reinó ni un solo día, reposa bajo una losa en la que pone Juan III. ¡No sabe qué va a pasar, y la incertidumbre es lo peor de todo! Se mueve por Zarzuela como alma en pena en silla de ruedas, aunque estos días está más acompañado, ya que se va reincorporando poco a poco todo el personal de la casa. No habla con su hijo, pero tampoco con esa mujer con la que se casó sin amor y a la que ha llegado a detestar profundamente. Hay una frase recurrente que te dicen los amigos de Juan Carlos: "La reina no ha sabido crear ni familia, ni hogar...". Irene, que acompaña a Sofía y que estuvo algo enamorada de Juanito hasta el punto de que los amigos de Estoril dudaban de si se iba a casar con una hermana o con la otra, tampoco le dirige la palabra. Por su cabeza, nunca ha pasado irse a vivir a ningún país caribeño. Su sueño en estos momentos es volver al mar. Como decía su padre cuando estaba ya ingresado en la clínica de Navarra, a punto de morir: "El mar... añoro el mar". Está siendo un final de tragedia griega para una vida extraordinaria.