Opinión
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No fue un día feliz
Jaime Peñafiel
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El pasado jueves hizo ya dieciséis años que Letizia Ortiz Rocasolano, una joven periodista, nieta de un taxista comunista y familia republicana, tanto por parte de padre como de madre (“los Ortiz como los Rocasolano venimos de familias republicanas, es cierto) página 41 del libro “Adiós Princesa”, de su primo hermano David Rocasolano, se convertía en Princesa y diez años y un mes después en reina consorte de España.
Aunque la novia era agnóstica, la boda se celebró aquel día de hace dieciséis años, en la catedral católica de La Almudena, por la sencilla razón de que Letizia, “cuando conoció al Príncipe vio la Luz”, como le reconoció al monseñor que dirigió los cursillos prematrimoniales.
El 15 de mayor de 2004 haciía, nada menos, que 98 años que no se celebraba una boda real en Madrid, la de Alfonso XIII con Victoria Eugenia, en el templo de Los Jerónimos, el 31 de mayo de 1906.
Como nuestros lectores saben muy bien, la de don Juan Carlos con doña Sofía se celebró en Atenas, el 14 de mayo de 1962; la de la infanta Elena con Jaime Marichalar, el 19 de marzo de 1995, en Sevilla y la de la infanta Cristina con Iñaki Urdangarin, el 4 de octubre de 1997, en la catedral de Barcelona.
La de Felipe y Letizia fue una boda real en toda regla. No solo por la categoría del novio, nada menos que hijo de reyes reinantes y heredero de la Corona sino por la asistencia de 1600 invitados, entre ellos los reyes de Bélgica, Holanda, Noruega y Dinamarca así como casi todos los príncipes herederos en aquel momento, Carlos, Príncipe de Gales, en representación de su madre la reina Isabel que no suele asistir a ninguna boda por muy real que esta sea ni a ningún acontecimiento de Familias Reales, salvo el funeral por el Rey Balduino.
Todos los reyes y jefes de Estado del mundo acompañaron a lo largo de un kilómetro por el centro de Bruselas el féretro del Soberano desde el palacio Real de Bruselas donde había estado la capilla ardiente hasta la catedral de Saint Michel donde se celebraría el funeral. Todos menos Su Graciosa Majestad Británica la reina Isabel que esperaba en el interior del templo catedralicio. Y es que, hasta en un funeral, para la Soberna inglesa hay categorías.
El día de la boda de Felipe y Letizia no fue el mejor día. La lluvia impidió que la novia pudiera realizar su paseo del brazo de su padre y padrino sobre la alfombre roja, colocada desde el Palacio Real a la Catedral a todo lo largo del Patio de la Armería . Se retrasó tanto la llegada a la catedral que, en un momento dado, el rey don Juan Carlos, que nunca vio bien esta boda, grito: “¡Que la traigan ya! Y tuvieron que meter a la novia en un Rolls Royce, a su padrino y a sus damas honor mientras la lluvia arreciaba.
Tampoco lo era porque Madrid estaba todavía sumida en el dolor del atentado de Atocha con 191 muertos. Y 2,057 heridos.
A propósito de esta atentado, a los novios se les olvidó detenerse unos minutos, cuando pasaron junto a la estación de Atocha camino de la Iglesia donde, por tradición, depositarían a los pies de la Virgen, su ramo de flores.
De los 1,600 invitados, hubo ese día una princesa que se sintió muy desgraciada. Fue la princesa Carolina de Mónaco, la última en llegar a la catedral , sola y llorosa. Su marido, el inefable Ernesto de Hannover, había regresado al Hotel Ritz donde se alojaban a las seis de la madrugada y… borracho. Había estado toda la noche de juerga. Las voces de la princesa se oyeron hasta en la recepción del hotel. Y la pobre se vio obligada a acudir a la catedral de la manera que lo hizo. Sola y llorosa.
Otros dos príncipes, Víctor Manuel de Saboya y su primo Amadeo de Saboya se enzarzaron a puñetazos en plena Zarzuela adonde habían acudido junto a otras invitados más íntimos del Rey para una cena después de la boda. Ambos príncipes son de siempre pretendientes al trono de Italia. Don Juan Carlos que intentó separarlos exclamó con tristeza: “¡Nunca mas!”.
De aquel día, nadie tiene un buen recuerdo. Pienso que después de16 años y con todo lo que está pasando en el país y en la familia, Felipe y Letizia poco tuvieron que celebrar.