Pilar Rahola
¡He tocado teta republicana!”, se ufanaba el rey don Juan Carlos hace veinticinco años delante de sus amigos, mientras una avergonzada Pilar Rahola salía del palacio de la Zarzuela en silencio, pero llorando por dentro.
Desde Cadaqués, donde se ha encerrado para escribir su próxima novela, su voz se altera cuando me recuerda aquel episodio tan duro. “Fue durante la segunda legislatura de Aznar, y los portavoces de los partidos fuimos a presentarle al rey nuestros respetos. Ya lo conocía. Como él me trataba de tú, también le tuteaba y le llamaba Juan Carlos. Lo encajaba bien…”.
Sonríe, quizás recordando aquella Pilar llena de juventud e ilusiones (y con el pelo negro). “Se me acercó y le dije –con cierto descaro, lo reconozco–: ‘Juan Carlos, ya sabes que mi trabajo es dejarte a ti sin trabajo’. Y me contestó: ‘Y el mío es tratar de impedírtelo’. En ese momento, vi que miraba fijamente mi blusa. Llevaba en el pecho un pin republicano que me había regalado el hijo del geógrafo Pau Vila, una cabeza de Maciá sobre las cuatro barras de Catalunya, y el rey se inclinó, adelantó la mano y…”. Larga pausa. Rahola suspira: “Y me rozó la teta deliberadamente, después enderezó el pin y me dijo: ‘Lo llevabas mal puesto”.
Nos callamos, le pregunto: “¿Y tú que hiciste?”. “Me sentí muy incómoda, pero, al mismo tiempo, apabullada por el entorno, por estar frente al rey… ¡Era muy joven! ¡No supe cómo reaccionar, quizás lo hice mal, me callé y sufrí en silencio!”. Le pregunto si está hablando de acoso o abuso y, enseguida, me corta: “Claro que no, ¿cómo equiparar eso con los abusos de Plácido Domingo o el movimiento ‘Me too’? No hubo nada sexual. Fue una demostración de poder, de decir: ‘Mira, estoy aquí y soy más que tú”. ¿Tampoco fue un coqueteo? “No, fue una manifestación de fuerza… No lo comenté en el partido ni a nadie. Me dio vergüenza no haber reaccionado, ¡aunque cuando me contaron que había dicho en plan milhombres que había tocado teta republicana sí me enfadé y me dolió!”.
“¿No trató de seducirte, entonces?”, insisto. “No, pero aunque hubiera querido le hubiera sido imposible. ¡Es el hombre menos tentador del mundo, si no fuera rey nunca se hubiera comido una rosca!”. Le reprochan a Pilar que lo haya soltado ahora, cuando está enfermo y ya no es nadie, y mi amiga se alborota con razón: “Sabes que lo he contado muchas veces, pero no ha tenido repercusión…”. Le comento que estos días ha sido la reina de Twitter y ríe: “Sí, lo único que me alegra de todo esto es que yo he sido Trending Topic, e Inés Arrimadas, no”. Genio y figura.
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Camilo Sesto
Se estrenaban los años ochenta, acababa de producirse el intento de golpe de estado del 23-F y Camilo Sesto era famosísimo. Así, es comprensible que me temblaran las piernas cuando me llamó a la redacción y me dijo, “Pilar, quiero que me conozcas”. Me citó en un bar solitario de un barrio moderno y feo de Madrid, estaba sentado solo, arrebujado en un chaquetón azul marino con las solapas levantadas, joven y pálido. Me indicó una silla a su lado para que me sentara, me cogió la mano y se la llevó a la cara: “Toca”. Después me susurró al oído: “No voy maquillado”. Yo tartamudeé: “No entiendo”, y él me espetó con brusquedad: “Ya sé que decís que soy maricón, pero ni es verdad ni me importa”. Y con cierta socarronería añadió: “Si algún día me da por ahí, serás la primera en saberlo”.
Estuvimos seis horas juntos, quizás las mas intensas de mi vida profesional. Bebimos primero vino: “El golpe de Tejero me ha parecido un horror porque siempre hay lugar para las palabras antes de que empiecen a hablar las pistolas, yo no soy de derechas, aunque creo que Fraga es el mejor político que tenemos”. Después empezamos con el whisky: “Soy feminista, ves, no me importa que esta entrevista me la haga una mujer y no un hombre, o sea que carca, carca, no soy”. Picamos unas aceitunas y unas patatas bravas para poder seguir bebiendo. La noche fue cayendo a nuestro alrededor, salían los niños del colegio, pero nosotros estábamos en nuestro rincón, sin que nadie nos molestase, ¡me contó tantos secretos! “En los escolapios de Alcoy era una “voz blanca” ¡y cabreada!, porque por cantar bien me perdí muchísimos recreos, domingos y fiestas de guardar”. Llegó hasta a fingir gallos para que le dejaren escaquearse del duro trabajo de ser niño prodigio. “Quise dedicarme a la pintura, de hecho, cuando me vine a Madrid, a la pensión de la señora María en la calle de la Ventilla, para no morirme de hambre le vendía mis cuadros a un trapero de La Elipa”. Cuando hablaba de aquellos tiempos, a Camilo se le encendían los ojos. Se quitó la chaqueta porque, a pesar del frio, tenía calor, “me fui a la mili, allí aprendí inglés y eduqué mi voz, hasta el punto de que podía cantar ópera o moderno, y me decanté por lo moderno”. Le dijeron que fuera a ver a Junior, recién separado de Juan Pardo, que le produciría un disco. Se reía tanto contándomelo, que el camarero nos miraba con suspicacia desde la barra, “Junior me hacía ir todos los días a su casa para ver mis cosas y escucharme, pero entonces llegaban su primo y Rocío Dúrcal y se ponían a bailar rock and roll y ensayar pasos, y no me hacían ni puñetero caso. ¡Como un infeliz, estaba allí horas con mis carpetas bajo del brazo! Harto, me fui a su rival, Juan Pardo. ¡Y él me produjo un disco que se llamaba ‘El verano llegó’, el único fallo fue que lo sacamos en octubre y se convirtió en el mayor fracaso del año!, ¡no se vendió ni uno!”. Se limpiaba las lágrimas de risa y después despachaba con gesto aburrido, “y luego llegó el Algo de mí y todo eso…”.
“Todo esto” era el triunfo inmenso, los discos de oro, las largas giras por América… Aunque hablar de sus éxitos le hastiaba, quiso puntualizar que “todos mis impuestos los pago en España, soy el artista que más tributa a hacienda”. Pasa un ángel, apuramos el tercer whisky, o el cuarto o el quinto, yo que sé, y me miró pensativamente, “mira, Pilar, si fuera homosexual lo diría, porque para mí los maricones no son ni degenerados ni hijos de pvta, son gente normal, que enfoca la sexualidad de otra manera… pero a mí me gustan mucho las mujeres ¡mucho… demasiado!”.
Le pregunté cómo le gustaban exactamente (yo a esas alturas ya estaba totalmente enamorada): “Mayores que yo”. Se inclinó hacia mí para evitar los oídos curiosos del camarero, “mi primera experiencia sexual fue con una pvta valenciana a los dieciséis años… Se entusiasmó tanto conmigo y con mi…, que me pegó un mordisco en el hombro, me cautivó ¡dicen que entre el placer y el dolor está el gusto! Mira, todavía tengo la cicatriz”, se abrió la camisa y pude ver sobre su piel blanquísima una fina línea nacarada.
Fue tan perturbador que a duras penas pude seguir apuntando (en esa época no llevaba magnetofón). “Me aficioné a ir con prostitutas hasta que conocí a Laura Casale, una cantante italiana mayor que yo, que me enseñó todo lo que hay que saber sobre el sexo, era sensual, impetuosa, apasionada ¡estuvimos cuatro años juntos y fue mi maestra!, ¡las mujeres mayores son las que me han enseñado todo lo que sé!, ¡y sé mucho!”. Le pregunté por Lucía Bosé y me soltó un ambiguo: “La he querido mucho” y por Andrea Bronston: “Mi noviecita”. Roseta Arbex: “Mi mejor amiga”. Me miró con picardía: “Ahora puedo enseñar a las más jóvenes… Por cierto, que nunca he estado con una periodista… Aunque a mí el sexo por el sexo ya no me interesa, necesito un combinado tipo El Corte Inglés: sexo, amor, cariño y ternura”. El camarero vino a decir que tenían que cerrar y nos levantamos, entumecidos y deslumbrados por las farolas de la calle. Nos quedamos vacilando, sin saber cómo despedirnos después de haber compartido tanta intimidad y pasó un perrillo abandonado chicoleando entre nuestras piernas. Camilo se inclinó para acariciarlo y después me confesó, mientras me anudaba la bufanda alrededor del cuello: “Mira, Pilar, esto que hacemos tú y yo no tiene importancia”. Le miré interrogativamente, y me dijo aquel hombre premonitorio, ¡hace cuarenta años!: “Los héroes son los que salvan el planeta cada día, nos estamos cargando la naturaleza, ¡ayer lloré viendo cómo se mueren los animales de sed en Doñana!”. Dio un golpe con el pie en el suelo y dijo: “¿Te das cuenta de que aquí debajo hace pocos años había prados, bestias, ríos…? ¿Y qué hay ahora? ¡Cemento, cemento y cemento! ¡Contra esto tenemos que luchar!”. Y se fue calle abajo, pateando papeles y hojas secas, alto, delgado, solitario, ya convertido en leyenda.
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Miriam Sánchez
Miriam Sánchez, Lucía Lapiedra… La conocí cuando terminó ‘Supervivientes’. Me la presentó Karmele Marchante en Telecinco, llegaba de la calle, con la naricilla roja, sin maquillar, con una coleta, zapato bajo un plumífero que ocultaba sus formas voluptuosas… ¡Y me quedé sin habla, porque nunca había visto a una mujer tan guapa! Natural, simpática, me abrazó, me dijo algo amable de mis libros, llevaba un periódico y comentó la última parida de un ministro. Sin afectación, riendo, bromeando, me pareció una criatura de los bosques, Campanilla, un hada… ¡Pero en plató ya era otra! Semidesnuda, vulgarizada, con la mirada muerta, hablaba con otra voz de asuntos sórdidos que trataba con evidente hartazgo. Cuando acabamos, se fue sin despedirse, rápida, oscura, apresurada… y me pregunté a mí misma: “¿Cuánto tiempo aguantará todo esto?”.
Sí,pero...
JOSÉ ORTEGA CANO
Perdió usted a su mujer adorada y ha ido dando tumbos por la vida hasta ese accidente fatal con resultado de muerte. Al fin, ha pagado su deuda con la sociedad con años de cárcel, lapidaciones públicas y mucho dolor. Es cierto. Sí, pero…
¿Por qué ha dicho usted en el programa de Bertín: "Me dio un vahído, no me acuerdo de nada", en lugar de admitir en qué condiciones conducía? ¿No se les supone tanto valor a los toreros (yo no, que soy antitaurina) que no temen enfrentarse a nada, ni siquiera a la verdad? Si hubiera reconocido su falta, todos nos hubiéramos alegrado de su felicidad presente, porque nos pierden los arrepentimientos y los golpes en el pecho. Pero así no, Ortega, así no. No se ha ganado nuestra simpatía ni nuestra compasión, y es una pena porque quizás, a pesar de todo, se las merece.