Pasa Errejón y gritan las adolescentes
DAVID GISTAU
ANTES DE ensañarnos con la nueva política por sus devaneos narcisistas con los posados, hay que recordar que Aznar se hizo fotografiar vestido de Cid Campeador en lo alto de un promontorio, apoyado sobre un mandoble y como oteando la llegada del enemigo. Y eso que siempre tuvo cara de Superlópez.
A menudo, uno elige un disfraz en función de lo que secretamente querría ser –por eso sólo me disfrazo de Marco Vipsanio Agripa–. Aznar fantasea con el Cid y Sánchez y querría ser un primer ministro europeo votado por La Gente, de ahí la elección de los disfraces de ambos para sus respectivos posados. ¿Y Errejón? ¿Qué nos dice de cómo Errejón pretende ser visto su posado en
Esquire?
Federico dice que va de James Dean. Chupita vaquera, tupé incipiente, gafas oscuras, una expresión de malote que hace promesas chungas que el físico no puede cumplir, tal vez un peine y una latita de gel en el bolsillo trasero del pantalón. Si la referencia de Federico es
Rebeldes sin causa, debo hacerle una pequeña corrección. Porque el Errejón de Esquire no es James Dean, es decir, no es el adolescente problemático que ya ha dormido alguna vez en un calabozo y tiene un atractivo fatal que le permite quedarse con la chica, llévesela o no a un chalé en La Navata.
El Errejón de Esquire es Sal Mineo, el muchachito triste, débil y falto de cariño, víctima propicia para cualquier tipo de captación, que imita al fuerte e intenta hasta peinarse como él suplicando un puesto gregario en la pandilla y soportando burlas y humillaciones con tal de pertenecer. También podría ir vestido un poco de asesino de los Clutter en
A sangre fría o de vagabundo
beat viajando de costa a costa como polizón en los vagones de los trenes de mercancías mientras toca la armónica o el banjo. Pero todo ello en plan
It-boy, claro, con referencias para saber dónde comprar la ropa. Lo que me despista es la introducción en el posado, como escenario, de un campo de fútbol. A menos que Errejón desee ser visto como un futbolista recién aclamado por la grada que se dispone a firmar autógrafos, sueño infantil muy digno que todos hemos tenido pero para el cual no hacía falta dar tanto la tabarra con Laclau.
Lo que sí describe el posado es el infinito poder del sistema capitalista, ante cuyos cantos y tentaciones no hay revolucionario que encuentre un mástil al que atarse. Cómo absorbe el sistema capitalista a sus iracundos dinamiteros cuando éstos tienen una predisposición burguesa que los hace acabar como las
influencers ésas de Instagram en cuanto son admitidos en el
demi-monde para que entretengan a las señoras con sus ocurrencias de bolchevique peligroso. Hay que agradecer a Carmen Lomana que haya desviado hacia su salón, para apaciguarlos allí, a buena parte de los chicos que teníamos en la calle algo perdidos y que podrían haberse hecho daño mientras buscaban un Palacio de Invierno cualquiera en el que consagrarse como personajes llenos de nostalgia de lo no vivido. Entre el salón de Lomana, La Navata y el
Esquire, ya los tenemos colocados a casi todos, integrados, triunfadores y
trendies. Haber dicho desde el principio que se trataba de esto porque llegamos a creer que volverían a circular camiones hacia Paracuellos durante las labores higiénicas propias de la derrota del franquismo
lampedusiano en el contexto de una nueva Transición. Seguro que en cuanto Pablo Iglesias complete su proyecto de poder
orwelliano sobre los medios de comunicación no volverá a haber un malentendido porque los españoles nos levantaremos y desde hora temprana seremos conducidos por una voz tutelar a través de los procelosos caminos de la verdadera democracia popular. No se nos puede dejar solos.
Los nuevos ‘it-boys’. Después de predicar la austeridad y la pobreza como los profetas del cristianismo primitivo, los salvadores de almas de Podemos están definitivamente desnaturalizados por el descubrimiento de las muchas ventajas del mundo burgués. Errejón, que aún está en situación de ligar, ha sucumbido al vedetismo de los ídolos del pop con ‘personal shopper ’EL MUNDO. CRÓNICA. DOMINGO 1 DE JULIO DE 2018