REINA SOFÍA
EN SU ADN ESTÁ AGUANTAR AL REY
El capítulo en el que sostiene que en Zarzuela nadie habla de amantes. Al contrario que Lady Di, que resistió los envites del rey, la reina ha preferido, dice el autor, seguir adelante con su marido por encima de engaños y desengaños«En marzo de 1963, Elías Bredimas, un político griego poco conocido, tomó la palabra en el Parlamento y preguntó acerca de la boda de la princesa Sofía y don Juan Carlos. Llevaban un año casados y circulaban rumores de que estaban a punto de separarse. ¿Qué iba a ocurrir con la cuantiosa dote (300.000 dólares) que les había concedido el Gobierno griego? Aquéllos fueron los primeros, aunque no los últimos, comentarios sobre la fidelidad del rey, que en aquellos años vivía bajo el estricto control de Franco.
Libre de la constante vigilancia de Franco, el rey se embarcó en una serie de amistades con otras mujeres. Hablaba todos los días con Carmen Díez de Rivera, jefa de gabinete de Adolfo Suárez, por la que se sentía fuertemente atraído. Se dice que, en una ocasión, al menos, el rey le manifestó su adoración: «Soy hombre antes de rey. Sencillamente, te adoro».
Casi todo el mundo en España se encoge de hombros cuando se le pregunta por las infidelidades: «Bueno, ya sabes, es un Borbón». En Toledo, la reina le sorprendería en compañía de Sara Montiel, aunque la actriz nunca lo ha reconocido. No era la única. Raffaella Carrá, Nadiuska, Sandra Mozarowski y Bárbara Rey, que grabó sus conversaciones con el rey.
Según el historiador Amadeo Martínez Inglés, Bárbara estuvo cobrando dinero del Gobierno hasta 1996, cuando Aznar ordenó suspender los pagos. Durante los 80 al rey le gustaba desaparecer en compañía de la decoradora Marta Gayá. Cuando en 1992 aparecieron dos reportajes sobre la relación, Felipe González denunció que se trataba de una conspiración extranjera. Se cuenta que en una cena en Mallorca, el rey le dijo a la reina que iba a saludar a sus suegros en una referencia a la familia Gayá.
Tal vez la presunta relación más tristemente célebre fue con la desaparecida princesa Diana, a quien sedujo en el palacio de Marivent. Diana habló con tres hombres sobre su experiencia con el rey: con el príncipe Carlos, con Ken Wharfe, su escolta, y conmigo, cuando trabajé con ella en
Diana: su verdadera historia, en 1991. A Diana, don Juan Carlos le parecía encantador pero demasiado sobón y atento. Cuando le mencionó a su esposo este exceso de familiaridad, Carlos le dijo que no eran más que tonterías. Confundida y perpleja mandó llamar a Ken Wharfe, su escolta, desconcertado también porque don Juan Carlos le estaba tirando los tejos. ¿Qué debía hacer ella? Diana le dijo: «Es increíblemente encantador pero -ya sabes- un poco demasiado atento. Es muy sobón. Sabes Ken, creo que el rey me desea bastante. Parece absurdo pero estoy convencida de que es así».
EL LÍO CON LADY DI Aunque Diana menospreciaba al rey por «jugar a ser un hombre del pueblo» y porque al haber nacido entre la realeza carecía de una visión exterior del mundo como la que ella tenía, se sintió halagada por sus atenciones. Cuando regresó a Inglaterra, Diana les habló inmediatamente a sus amigos sobre don Juan Carlos. «Un hombre muy libidinoso. Me sentía incómoda al estar con él en una habitación. Aunque os aseguro que no pasó NADA». Durante aquellas vacaciones, Diana se dio cuenta de que no era la única mujer que vivía una vida separada de su marido.
La reina Sofía se encontraba en una situación parecida. Aquel incidente y los acontecimientos posteriores vienen a ilustrar la diferencia generacional entre doña Sofía y Diana. Mientras que doña Sofía, que se había educado en la realeza en una época en que las mujeres aguantaban y callaban, llevaba una vida independiente y hacía la vista gorda a la conducta de su esposo, Diana pertenecía a una generación más joven de mujeres que no estaban dispuestas a sacrificar la única posibilidad de felicidad de su vida en aras del deber y la abnegación. Su valiente decisión de colaborar conmigo en su biografía, y de poner al descubierto el doble rasero que hay debajo de la imagen de cuento de hadas de su boda real, es algo que jamás se le habría pasado por la imaginación a doña Sofía.
Ella sigue adelante, todo sonrisas en público, pero derramando muchas lágrimas en privado. Como me contó una antigua cortesana de la reina: «No se hablan. Fingen hablarse en los eventos públicos. Ella ha llorado mucho por culpa de las amantes del rey. Estaba muy enamorada de él».
Doña Sofía pertenece a una generación para la cual los matrimonios dinásticos todavía eran habituales, y a una época en que se daba por descontado que un rey o un príncipe tenía por lo menos una amante.
«Todo el mundo en España justifica el proceder del rey Juan Carlos: “Es un Borbón”»
«“El rey es un hombre muy libidinoso. Me sentía incómoda con él. No hubo nada”, dijo Lady Di»
El estilo de vida de los reyes ha generado una respuesta más compleja por parte de sus hijos. Todos ellos han aceptado desde su infancia que la palabra del rey es ley, y que la persona con la que aspiren a casarse es una cuestión que afecta no sólo a la casa de Borbón, sino a la opinión pública española. Al mismo tiempo, doña Elena, doña Cristina y, sobre todo, don Felipe han torcido el gesto cuando sus padres, que siguen juntos por un profundo sentido del deber, les han dictado lo que tienen que hacer en los asuntos del corazón. Cuando el rey se va de cacería, sus hijos saben que es una excusa para pasar unos días con sus amigos y con su novia del momento.
Como me contaba una persona cercana a la corte: «Por supuesto que sus hijos se enfadan con él. Lo desaprueban, sobre todo cuando perciben la infelicidad de su madre. No obstante, desde su nacimiento les han educado en la idea de que el rey es el rey, y que es la persona más importante del mundo, no sólo para su familia, sino también para España». Lo cierto es que la reina no habla de esos asuntos con sus hijos. Sabe que es algo que el rey lleva haciendo toda su vida. El príncipe y las infantas saben que su padre no se casó con su madre por amor. Nunca ha estado enamorado de ella. Cuando los hijos de los reyes se hicieron adultos y empezaron a tomar decisiones vitales por su cuenta, ese conflicto entre responsabilidad dinástica y felicidad personal iba a llevar a la casa de Borbón por unos derroteros fascinantes e inesperados.
Muchos años después, doña Sofía les aconsejaba a sus hijos que se casaran por amor y no por obligación. El compromiso con la reina Sofía fue, según algunos, fruto de un genuino sentimiento de atracción más que de conveniencia dinástica. La fidelidad es otra cuestión. En 1961, tras pasar la noche con la condesa italiana Olginha di Robilant, don Juan Carlos le dijo que se había comprometido con una princesa real. A los 15 años, doña Sofía conoció en el Agamenón a Juan Carlos, que venía en representación de los Borbón. Ella le describiría como «simpatiquísimo y bromista». Cuando don Juan Carlos se burló de los intentos de doña Sofía de aprender judo, ella le derribó sobre la cubierta. Pero a don Juan Carlos no le faltaban admiradoras. Tenía el mundo a sus pies. Era esbelto, rubio, con ojos azules, amante de los coches deportivos y de la gran vida. Las féminas le miraban con adoración cuando salía con sus compañeros de la Academia de Zaragoza y también estaba María Gabriela de Saboya, a quien Franco y don Juan consideraban demasiado liberal, aunque su compromiso con Juanito pareciera inminente.
RESIGNACIÓN Tras la visita que Harald realizó a Grecia durante el verano de 1960, daba la impresión de que el anuncio del compromiso matrimonial entre el príncipe heredero y la princesa griega [doña Sofía] era sólo cuestión de tiempo. Fueran cuales fuesen los sentimientos de doña Sofía por el príncipe heredero, se dio cuenta de los verdaderos sentimientos de él cuando Harald se vio involucrado en un accidente de automóvil en Oslo. Aunque salió ileso, el orgullo de doña Sofía sí resultó herido al descubrir que la acompañante del príncipe no era otra que Sonia Haraldsen.
«Los hijos notan la tristeza de su madre pero les han educado en la idea de que ‘el rey es el rey’»
«Don Felipe y las infantas han torcido el gesto cuando los reyes les han aconsejado sobre amores»
Un día, Franco le dijo a don Juan Carlos: «Ya basta de aventuras», y le entregó la correspondencia interceptada entre Juanito y su novia brasileña. Aunque acudió en compañía de María Gabriela a los Juegos Olímpicos de Roma, don Juan Carlos flirteó allí con la princesa Sofía de Grecia, a quien permitió afeitarle el bigote en el cuarto de baño durante una cena en el barco del rey griego.
Doña Sofía, una mujer bastante austera, dotada del mismo núcleo de hierro que su madre, pero animada por un inteligente sentido del humor, era consciente de su elevado estatus. A diferencia de su madre, ella era taciturna, pero ambas tenían un sentido de la ambición parecido. Su futuro papel de reina estaba en su sangre y en sus genes. Era su destino. Sin embargo, la petición de matrimonio de don Juan Carlos tampoco estuvo a la altura del alto rango de doña Sofía.
Tras su breve pero intenso cortejo en Corfú -doña Sofía no fue la única que quedó impresionada por el «encantador y atractivo» español, pues su madre, la reina Federica, le describió como una persona «inteligente y amable», con unos irresistibles ojos claros y largas pestañas-, las dos familias volvieron a reunirse en Lausana, Suiza, en el mes de septiembre, para sellar el acuerdo. Durante las celebraciones, en el hotel Beau Rivage, don Juan Carlos lanzó al aire una cajita y gritó: «¡Sofi, cógelo, eh!». En la caja había un anillo de compromiso de oro con dos corazones de rubí -aunque posteriormente la reina afirmó que era una pulsera-. «Ahora nos casaremos».
La reina ha aceptado que el rey tuviera amantes como un fenómeno inevitable. Doña Sofía había demostrado valor y entereza a lo largo de los años, y su religión le aportaba solaz y consuelo.
Y fue precisamente el rey el que metafóricamente se pegó otro tiro en un pie cuando, a los pocos días, el 14 de abril de 2012, saltó la noticia de que había tenido un accidente durante una cacería de elefantes, altamente secreta y costosa, en Botsuana, donde el rey había acudido en calidad de invitado de un empresario saudí, Mohamed Eyad Kayali. En un momento en que el país estaba sufriendo una debacle económica, el padre de la nación había defraudado gravemente a su clan familiar. Cuando salió a la luz que se había llevado consigo a la mujer que todo el mundo consideraba su amante, el rey quedó en evidencia como un viejo libertino que actuaba sin tener en consideración los intereses de su país -ni a su esposa-. El escándalo fue un golpe demoledor no sólo para el prestigio del rey, para la credibilidad de su matrimonio y para su posición frente a su familia y el público, sino para el sentimiento de nación encarnado en la institución de la monarquía. Pero como me contaba una persona cercana a ella: La reina está comprometida con el rey. Está en su ADN. Le aceptaría aunque su amante estuviera en la cama con él. "En Casa Real todo el mundo la quiere mucho pero el rey es el rey".
EL MUNDO / LA OTRA CRÓNICA / SÁBADO 2 MARZO 2013