navidad fiesta del consumo

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Mensajepor papanoel » Dom 29 Nov, 2009 11:10 pm

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El Periscopio

Ya está aquí la Navidad ¡la gran fiesta del consumo!


Uno no podría vivir sin fiestas y paréntesis lúdicos. Y la Navidad, tránsito de un año del calendario a otro –aunque en medio de una estación y un curso que no parece aportar cambios decisivos-, se celebra con fruición en todo el mundo. Fue el tema del primer texto que publiqué en mi vida, en un periódico llamado Aragón Exprés, con 16 años. Ya entonces era… la gran fiesta del consumo.

Los carteles de “Hay lotería de Navidad” nos asaltan desde el verano, apenas ha habido un semestre de pausa. A partir de Octubre podemos encontrar lazos rojos y bolas de colores, grandes cestas destinadas a regalo en los centros comerciales. Y, ahora, a finales de Noviembre, prende la iluminación: mes y medio de luces engalanando la ciudad. Cueste lo que cueste que “un día es un día”, aunque se convierta en 45 seguidos, o algo más. Ya sabéis que la gente madura suele –o solemos- decir que “antes” las Navidades comenzaban con el sorteo del 22 de Diciembre, y que en menos de tres semanas nos habíamos liquidado el evento. Los años han ampliado los plazos, han intensificado las ofertas.

Ya está aquí la Navidad. Luces blancas, de colores, serpentinas, adornos rojo y oro, rojo y plata, verde musgo, transformando absolutamente el paisaje urbano. Los arbolitos con guirnaldas, las ventas de pobres arbolitos desgajados del suelo, apretados en su agonía inapelable por cuerdas que hacen más fácil su transporte a los hogares. Los juguetes, las cajas de brillantes envoltorios, todas con lazos rojos. Los atascos históricos, el no ver avanzar el coche durante horas, el peregrinaje a un punto en el centro de la ciudad donde parecían confluir todos los caminos. Existen establecimientos de venta a lo largo y ancho, diría que a lo alto y bajo de cualquier ciudad, pero estas fiestas inducen a acudir al centro, donde hay más gente, para fundirse en el calor de las masas humanas.

Llegará enseguida, la ceremonia de bajar de los altillos o comprar el arcaico belén, tributo a la nostalgia de la niñez; la búsqueda desenfrenada de regalos, objetos inservibles muchas veces, a doble costo del habitual. El griterío de los niños en las grandes superficies, con la voz más atiplada que de costumbre. Los nervios de los papás, los nervios de las parejas, los nervios de las personas solas, el llanto de los abuelos añorando irreparables pérdidas. El bombardeo de SMS en toda la escala posible del ingenio, a mayor gloria de las compañías de telefonía móvil. Y todo ello aderezado con canturreos machacones, imparables, de cuatro notas, cuatro tópicos, sonando por todos los altavoces. La bestia continúa inapelable su estrategia: adormecer, narcotizar, debilitar a las víctimas.

Todo sigue su curso. La inevitable comida o cena de compañeros de trabajo, de amigos, de familiares lejanos, de antiguos alumnos, de socios del gimnasio, del yoga, del taller literario, de la fila en la caja del supermercado, de vecinos teóricamente bien avenidos. Unos y otros, todos, sepultando en el alcohol las rencillas que pueden haber aflorado durante el ágape. O disfrutando –que también, enhorabuena- de la compañía de seres queridos o apreciados.

Y ¡por fin! el arranque oficial aún: la lotería. Comprar afanosamente billetes, salvoconducto a la riqueza, todos cuantos nos ofrecen por si acaso les toca a otros y no a nosotros. Los voceros de la bestia nos mandarán a dormir entre esperanzas de logros. Por lo general -y es una regla de tres-, la cansina serenata de números pasará de largo una vez más. No para algunos, que cantarán en las puertas de los bares sin temor al ridículo por la limosna de una suerte repartida. Los demás se consolarán con que gozan de salud, aunque les duela la espalda, los sabañones, el estómago y el alma.

Pero es que la Navidad ¡les gusta tanto a los niños!, ¡les hace tan felices! No será a los hijos de padres separados que sufren un desgajo inolvidable al vivir las tensiones de “este año te toca a ti la nochebuena, no que me toca la nochevieja”. Y los abuelos varios que también reclaman su cuota y que suelen terminar frustrados. Pero vamos a compensarles a estos crios, y a engatusar a los vástagos de familias felices, a educar a todos, con muchos regalos. Entre costumbres propias y foráneas, estarán las criaturas –y muchos mayores- tres semanas abriendo paquetes. Saturados, estragados. También, aunque menos, sentirán cierta ausencia -paliada con la presunción de su dicha- los padres de hijos con pareja que se reparten entre familias.

Habrá que pensar en los menús de cenas y comidas. Compitiendo como en una guerra, aguardando interminables colas, nos afanaremos en comprar langostinos con boro, ostras caducas, sucedáneo de angulas, pavos, corderos y cabritos, turrones plagados de colesterol, pagando el doble o el triple de su precio. Las vísperas del evento, los supermercados parecerán –como siempre- el escenario posterior a una guerra mundial: cajas vacías tiradas por el suelo, estanterías desabastecidas, restos incompletos de lechugas, cardos y coles desmayados supervivientes del naufragio sobre cualquier mostrador, con un terrible olor a viejo en el ambiente, con los villancicos sonando sin cesar.

Inapelable, vendrá la primera noche, el primer bombardeo de sensiblería anunciada. Conjuros de felicidad y bondad flotarán en un mundo de tensiones, guerras, desmanes, crisis, e injusticias. Por un mientras dura la cena, sin preguntas al más allá o al más acá de uno mismo. El Rey nos hablará para, como siempre, no decir nada, pero sus palabras serán cuidadosamente analizadas por si esconden mensajes secretos -con lo fácil que es contar las cosas como son-. Los niños correrán vestidos de Papá Noel. Vino y cava para forzar la alegría. Refugio artificial de la soledad en muchos casos.

La chiquillería continuará disfrazada los días posteriores: de piratas, hadas, guerreros, princesas, muchas princesas; y con caretas, pitos, espumillones trenzados, confeti, gritando desaforados. Que es bueno despertar la imaginación o la añoranza de ser alguien distinto de quien se es.

Y, más allá, nos aguardan las uvas y el dejar de fumar… un par de días, los Reyes Magos, y más atascos, y más compras y más histeria colectiva. Y la “cuesta de Enero” imprevisora. Ha merecido la pena el gasto ¡lo hemos pasado tan bien! O nos hemos desgarrado tanto por nuestras carencias que no se disipan, que incomprensiblemente se acrecientan en estas entrañables fiestas.

Pues nada chicos, ¡Felices Navidades!

Rosa María Artal es periodista y escritora

http://rosamariaartal.wordpress.com

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Xmas

Mensajepor Xmas » Lun 30 Nov, 2009 12:49 am





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