Mensajepor sultanete » Dom 12 Abr, 2009 10:40 pm
Disfunciones sexuales. Generalidades.
Hablaremos en este capítulo de los trastornos más frecuentes que afectan la relación sexual. Algunas de estas causas son físicas. Es necesario un chequeo médico, ginecológico para la mujer, y urológico o andrológico para el hombre, como primera medida ante cualquier trastorno sexual.
Si no aparece ninguna causa física, y le persona con disfunción no toma ningún medicamento o sustancia que pueda interferir la sexualidad, tendremos que buscar la causa en el llamado órgano sexual por excelencia: el cerebro.
Causas psicológicas: Fracasos de la pareja en cuanto a establecer una conducta satisfactoria para ambos.
Casi siempre son las mismas. Cualquier disensión o problema entre los miembros de la pareja tiene su reflejo en la actividad sexual. Algunas de las dificultades son propias de uno de los miembros de la pareja. Otras, son propias de los dos. Los más frecuentes son:
Ignorancia sexual.
Es debida, casi siempre, a fallos educativos. También puede ser debida a limitaciones en cuanto a inteligencia. Algunas de las ignorancias son apoteósicas. He visitado en mi consulta a una pareja de recién casados que intentaban la penetración ¡por el ombligo! (no lo lograron, gracias a Dios). Otros que, una vez introducido el pene en la vagina, esperaban respetuosamente, y en total quietud, la avenencia del orgasmo (lo que venía era la impotencia y la decepción). He tenido una chica que buscaba afanosamente su clítoris en los alrededores del ano. Y otra, a la cual su novio le dijo: “Como que soy muy religioso te penetraré por el ano, que así el pecado es sólo venial” (y el dolor mayúsculo, a las primeras de cambio). La ignorancia se puede referir a desconocimientos anatómicos y fisiológicos, a la diferente respuesta hombre - mujer que antes hemos explicado, acerca de los cambios debidos a edad (algo hemos dicho) y a los frecuentes mitos acerca de la sexualidad: orgasmo mutuo, tamaño del pene, orgasmo vaginal... también comentados en páginas anteriores.
Evitación inconsciente de una sexualidad satisfactoria.
1. Puede ser debida a ansiedades o culpas inconscientes. Las personas educadas en ambientes represivos, con exceso de prohibiciones en cuanto a sexualidad, pueden identificar el sexo como “algo sucio” durante toda su vida. Uno de mis clientes me comunicó que, en su educación, el órgano sexual femenino le fue explicado por su madre como algo “sucio, eminentemente asqueroso, maloliente”, algo así como una cloaca de la que debería huir. No fue homosexual por milagro, pero durante toda su vida tuvo graves problemas para gozar del sexo. Se casó y tuvo cinco hijos, pero jamás sintió placer junto a su esposa, a la cual quería sinceramente. En cambio, sí gozaba con prostitutas, hacia las cuales no sentía amor ni respeto, y a las que veía como “más normales” en cuanto a juguetear con las “partes sucias”. Con ellas, hacer “cosas sucias” era “normal” y no quedaba bloqueado por el respeto debido a la santa esposa.
2. Hostilidad inconsciente. Si entre la pareja existe alguna forma de hostilidad, ningún momento mejor para reflejarlo que en la cama.
a. La hostilidad puede ser debida a luchas de poder, frecuentes en parejas jóvenes (y no tan jóvenes). Cada uno intenta demostrar al otro quién manda y, más sutilmente, quien propone y quien acepta. Este tipo de juegos se expresan de forma decidida en el momento de la relación sexual. Uno (o una) puede “no tener nunca ganas”, o sentir jaquecas hacia la noche, o estar con un gran cansancio.
b. También es posible que la hostilidad sea debida a un proceso de transferencias. Un hombre educado en su infancia por una madre posesiva y castradora, puede “transferir” su hostilidad hacia la figura de su mujer. En tal caso la tratará como a una “madre bruja”, y “se vengará” de las humillaciones recibidas en la infancia, entre otras maneras, con el desprecio sexual.
c. La máxima expresión de la hostilidad es el sabotaje sexual. Por ejemplo, hacerse repulsivo para frustrar los deseos sexuales del compañero. Una señora llena de rulos, o un señor con los pies cantando, tiene muy poco atractivo sexual. Personas hay que acentúan tales características desagradables con la intención de descorazonar al oponente desde el primer minuto de juego.
d. El llamado don de la inoportunidad también va en este sentido. He aquí un clásico: una mujer que, cada vez que su marido insinúa un contacto, se acuerda de que debe levantarse para poner una lavadora. Los más exquisitos, inician la relación para pararla al poco tiempo: “Dejémoslo. No funciona.”
e. Las decepciones contractuales también son causa de hostilidad. Recordemos que, cuando hablábamos de “pactos” (Capítulo 1), concluíamos con que estos eran uno de los pilares en que se asentaba la pareja. Si uno de los miembros, o los dos, se sienten decepcionados en cuanto a los pactos (contratos no escritos), pueden manifestar su decepción a través del sabotaje sexual. No digamos si la decepción se refiere a una actividad sexual concreta. Es fácil frustrar los deseos sexuales del miembro opuesto, negándose a una determinada relación sexual (“No, con la boca no”) con la única finalidad de recalcar un rechazo o una falta de colaboración.
3. La presión y tensión, desplegada en el momento justo, cumple también esta finalidad. Se trata de “sacar un tema espinoso”, de esos que siempre se acaban en pelea, en el momento justo de iniciar una aproximación sexual.
Ansiedad sexual
La Ansiedad sexual es otra de las frecuentes causas de fracaso en cuanto a una relación placentera. Entre sus múltiples formas citaremos las siguientes:
1. Una preocupación excesiva por el rendimiento. Las preguntas que se hace uno a sí mismo en estos casos son: “¿sabré satisfacerle?”, “¿durará la erección?”, “¿llegaré a tener orgasmo?”, etcétera. Poco a poco se intensifica el temor al fracaso, que puede actuar como un auténtico bloqueo erótico. Esto es especialmente intenso en los casos de impotencia sexual masculina, en los que se desata una brutal ansiedad anticipatoria, El hombre aquejado de esta ansiedad incurre en el llamado rol del espectador, consistente en que deja de ser protagonista de su relación sexual para hacerse espectador de sí mismo: “¿podré? ¿conseguiré la erección? ¿la mantendré?”
2. Pensamientos que distraen acerca de qué está sucediendo. Este tipo de pensamientos son semejantes a los citados en el párrafo anterior, pero se refieren a problemas distintos del temor al fracaso. Ideas erróneas acerca de la pareja, por ejemplo. Pensar en el temor a un posible embarazo. Etcétera. Todo ello crea una incapacidad para disfrutar del propio momento, que, al fin y al cabo, es lo único que mantiene el goce sexual.
3. Necesidad excesiva de complacer al compañero (temor a ser rechazado). Se convierte el sexo placentero en un sexo exigente (muchas veces autoexigente). No es que el otro demande o critique, sino que uno mismo se plantea objetivos que no se siente capaz de conseguir. Pensar obsesivamente que la otra persona no disfruta de la relación, por ejemplo, encubre la idea de que uno mismo no es capaz de complacerle. Aparecen, a menudo, pensamientos de culpa en relación al compañero; preguntas angustiadas acerca del otro (“¿le estaré decepcionando? ¿se le estará cansando la mano?...)
Dificultad para comunicarse
Lo antedicho encubre, las más de las veces, el fracaso de la pareja para comunicarse abiertamente, sin sentimientos de culpa, acerca de sus deseos, sentimientos, respuestas y necesidades. ¿Cuántas parejas son capaces de intercambiar abiertamente los sentimientos y experiencias sexuales? Ello es debido a la educación constrictiva habitual en nuestra sociedad, que estimula la hipocresía sexual y oculta la realidad sexual (con lo que una gran cantidad de personas manifiestan una deletérea ignorancia acerca de dicha realidad). La pareja acaba viviendo con una gran cantidad de sobreentendidos, sin dialogar acerca de ellos. No se habla claramente acerca de lo sexual, y las críticas sexuales, por razonables y suaves que sean, se convierten en ataques despiadados (o despiertan en el otro agresivas defensas).
Causas centradas en la relación con la pareja
Hay causas que afectan a la relación específica con la pareja concreta. La más frecuente es el rechazo del compañero, bien por baja compatibilidad física o mental, bien por hostilidad recíproca. No hace mucho visité a un cliente que no se excitaba con su mujer porque, según el, “no tenía el culo lo suficientemente gordo”. Es baladí decir que, a mi cliente, le apetecían los culos gordos. Se había casado con ella porque la consideraba muy buena chica, pero jamás le había atraído sexualmente de forma significativa. Al tiempo de casarse, la excitación sexual del caprichoso marido caía bajo cero cuando avistaba el trasero, según él escurrido, de su esposa.
La incompatibilidad mental es otra causa invocable. Incluso los tribunales eclesiásticos la admiten como causa de anulación, a condición de que uno de los cónyuges carezca de una cualidad psicológica que el otro, antes de decidir el casorio, había supuesto existente y considerado como fundamental. En otras palabras, si una chica, antes de la boda, pensaba que su futuro marido era un ser generoso y desprendido, y ella consideraba que ser generoso y desprendido era cualidad fundamental para acudir al sacramento, puede invocar la carencia de generosidad y desprendimiento (o sea, que después de casarse descubrió que él era un rácano) para que su matrimonio sea declarado nulo por quienes de eso entienden.
De hecho, también las incompatibilidades físicas no advertidas, u ocultadas antes de la ceremonia nupcial, pueden ser causa de nulidad. Por ejemplo: si en el caso anterior del adorador de culos inmensos, su mujer hubiese calzado pantys rellenos de algodón para simular un mejor aditamento glúteo, el maniático podría haber invocado esta superchería para acceder a la nulidad eclesiástica. Ventajas que no tienen los descreídos que se casan solamente por lo civil.
Ni que decir tiene que si uno se siente decepcionado del otro, acerca de su carácter o de sus valores, ello es una causa de peso en cuanto a explicar inhibiciones sexuales.
Tratamientos
Hay tantos como escuelas psicológicas. Nuestra actitud, en cuanto a los problemas sexuales, es seguir las pautas clásicas de las clínicas Masters y Johnson, con las modificaciones aportadas por Helen Singer Kaplan. Son los autores más importantes acerca de terapias sexuales. Los primeros, Masters y Johnson, describieron por vez primera en la historia la realidad acerca de la fisiología sexual. A partir de sus estudios, clásicos sobre el tema, desarrollaron un método de tratamiento de la incompatibilidad sexual, realmente soberbio. La segunda, directora del Programa de Educación y Terapia Sexual del Hospital de Nueva York, supo adaptar las técnicas de Masters y Johnson al trabajo en centros ambulatorios y de orientación familiar.
Tales métodos se basan en la búsqueda rápida de un alivio en cuanto a los síntomas, a partir de la modificación de las causas inmediatas.
Ello exige, en primer lugar, detectar cuáles son las causas del problema, entre las anteriormente citadas. Las más de las veces será necesario un aprendizaje de las técnicas. sexuales adecuadas, en lo que debe intervenir la pareja al completo. La práctica sexual es monitorizada por los terapeutas, que se entrevistan con la pareja regularmente para comprobar sus avances y efectuar el análisis de las dificultades subsiguientes. Las dificultades sirven para captar aspectos que no habían sido percibidos, y para trabajar en su resolución.
Mecanismo básico de la acción terapéutica: Modificación del sistema sexual destructivo.
Se trata de regenerar la relación sexual, como una parte de la relación global dela pareja. Si las causas están en procesos psicológicos profundos, muy corrosivos si se ha dejado pasar tiempo, una primera fase del trabajo exigirá el abordaje de los aspectos psicológicos subyacentes.
El trabajo sexual, propiamente dicho, lo basamos más que nada en el establecimiento de los siguientes “instrumentos” :
1. Técnicas no exigentes. La relación sexual debe ser agradable y divertida. Cualquier exigencia la cortaremos de raíz. Ello se refiere tanto a las exigencias de uno sobre el otro, como a las autoexigencias (las de uno sobre uno mismo).
Uno de nuestros objetivos es conseguir una comunicación abierta entre los miembros de una pareja. comunicación abierta quiere decir sin agresividad, sin reservas mentales, sin sobreentendidos, sin silencios...
Para ello es vital la actitud del terapeuta o de los terapeutas. Muchas veces es interesante que los terapeutas sean dos (técnica de los coterapeutas) hombre y mujer, que puedan ser aceptados sin trabas por ambos miembros de la pareja.
2. Focalización sensorial. La focalización sensorial es una técnica de redescubrimiento de relaciones táctiles satisfactorias, en base a la no exigencia y al cariño generoso de cada uno de los miembros de la pareja con respecto al otro. Fue descrita por Masters y Johnson, más o menos en la siguiente forma:
Se dan instrucciones a la pareja, en el sentido de que uno de los miembros, pongamos el hombre, va a permanecer en forma pasiva mientras su compañera le acaricia. Echado el varón, desnudo, en cama, su compañera va a acariciarle en forma suave, tierna y cariñosa, sin buscar necesariamente la excitación sexual. Le acariciará de la cabeza a los pies, excluyendo al principio las zonas genitales. No se trata de excitarle sexualmente, sino de transmitirle afecto y cariño a través de la relación táctil. Las caricias se efectuarán con la mano, con los labios o con el cuerpo. Es importante que el sujeto “pasivo” oriente al otro acerca de qué le gusta y cómo le gusta. Se trata de ir redescubriendo los “focos sensoriales” del cuerpo, en los que la relación se va haciendo más profunda en cuanto a la intercomunicación.
Después, los papeles se invierten: la mujer va a colocarse en plan “pasivo” y el hombre realizará las caricias, también excluyendo los senos y genitales en una primera fase.
¿De qué sirve esto?
Básicamente, la focalización sensorial es una forma de relación no exigente (no se busca la excitación ni el orgasmo), que persigue simplemente la comunicación y las “buenas vibraciones” en una situación semejante a las que acontecen en las primeras fases de noviazgo en la mayor parte de las parejas (caricias, besos, sin llegar a mayores).
La focalización sensorial es una técnica multiuso, que es útil siempre que la situación sexual de la pareja ha quedado contaminada por malentendidos, frustraciones o ansiedades. Como veremos en el capítulo siguiente, su empleo es factible en la mayor parte de trastornos de la relación sexual entre parejas.
VOYEURISMO
Voyeurismo
Los “voyeurs”modernos también se han pasado a la alta tecnología. El voyeurismo, también llamado inspeccionismo, es una "perversión" consistente en buscar el placer, de forma preferente o exclusiva, a través de la visión de actividades sexuales.
Voyer" quiere decir ver, en francés. "Voyeur" quiere decir "mirón". Voyeurs hay que gustan de ver escenas reales, bien de forma ostensible, bien de forma secreta. La pornoscopia sería otra insana ocupación, estrechamente ligada al voyeurismo, de buscar el placer, de forma preferente o exclusiva, a través de la contemplación o lectura de material pornográfico (libros, grabados, cuadros, esculturas, películas, videos, etcétera. Uno de los puntos más turbios es la determinación de qué material es pornográfico, y cuál simplemente erótico. Un bujarrón voyeur, por ejemplo, puede tener suntuosas excitaciones entreviendo penes en un urinario público ("pornoscopia evacuatoria"). En cambio, poca gente en sus cabales apreciaría que tales penes, por lo general encogidos y menguados, puedan ser exhibidos como pornografía per se. Los límites, como en tantas cosas, son los de cada cual, o los que las disposiciones legales aconsejan. En siglos anteriores las gentes de posición compraban cuadros de pintores famosos, que hoy en día nos parecen de suma candidez, pero que, en la época, eran el no va mas del erotismo perverso. Hoy en día los quioscos de revistas españoles ofrecen una superabundancia de revistas sicalípticas, para delicia de los pornóscopos.
Video shops
Los videos también son numerosos. Proliferan tiendas de sex-shop donde, aparte de comprar videos, revistas, piezas de lencería y prótesis genitales, es posible acceder a cabinas donde más de sesenta canales proveen de imágenes excitantes a quienes allí se encierran, a solas con una caja de kleenex. Las películas cubren todas las perversiones no penadas por la ley. La afluencia de clientes es tal que, si en vez de echar el semen a la basura lo reciclasen, habría material diario suficiente para cubrir las necesidades de todos los bancos de semen del mundo durante varios años. La pornoscopia es una afición mayormente masculina. Las féminas agradecen más las películas e imágenes sugerentes antes que explícitas. De todas formas las señoras que se excitan con la visión de los vídeos pornográficos son tan aficionadas como sus oponentes del género masculino.
El inspeccionismo puede ser secreto, con ventanas interiores disimuladas. Hoy en día se disimulan artilugios de video. En las WEB de Internet, dedicadas a lo sexual, no faltan las apropiadas para clientes con tendencias voyeuristas. Las más de ellas fingen trabajar con cámaras ocultas, cuando, en realidad, ofrecen la exhibición de profesionales aparentemente filmadas en su intimidad. Pero algunas webs, normalmente gratuitas, están sostenidas por auténticos aficionados al voyeurismo, que se las ingenian para captar las imágenes más clandestinas y voluptuosas. Una maldad frecuente es colocar la cámara de video en un maletin, agujereado, enfocada hacia arriba. Se deja el maletín descuidadamente en el suelo, al lado de una fémina con minifalda, y se reza devotamente pidiendo que la fémina no lleve bragas, o éstas sean sucintas, transparentes, desgarradas o proclives a enrollarse sobre sí mismas, aireando los apetecidos genitales.
La visión de las ingles sorprendidas por mecanismos de video, algunos de los cuales son tan pequeños que la cámara semeja un botón, da lugar a una superespecialidad del voyeurismo cinernético, el “upskirt” (literalmente “faldas arriba”). Otra especialidad es la colocación de cámaras en cuartos de baño y aseo. Muy apreciada es la colocación del artilugio frente a la bañera o enfocando la taza del inodoro, de modo que las usuarias sean sorprendidas en actividades urinarias o defecatorias. Recordamos un caso en el que la cámara se situó en el lavabo de señoras de una discoteca de pueblo, disimulada bajo el lavamanos, y enfocada a los santos lugares.
El descubrimiento del ingenio, por parte de una usuaria, motivó que su indignado prometido suministrase una tunda de estacazos al licencioso propietario del recreativo recinto. Vemos como la tecnología sustituye a los primitivos agujeros en las paredes cuyo disimulo era comprometido. Recordamos, con especial morbo, más por lo que se imaginaba que por lo que se veía, la contemplación de su futura víctima por parte de Norman Bates, el psicopático hostelero en “Psicosis” de Hitchcock. Hay voyeurs que solamente se excitan cuando saben (o creen) que los observados no conocen su protagonismo. En otros casos, tanto da. Existe también un "inspeccionismo auditivo" que consiste en escuchar conversaciones íntimas, suspiros fornicatorios u otras formas de sonidos que excitan la fogosidad del pervertido (por ejemplo: el intrigante sonido de los somieres del piso de arriba, o las voluptuosas exclamaciones de los vecinos de la habitación contigua en un hotel).
Antecedentes literarios
El novelista Juan Marsé, en varias de sus geniales narraciones, hace referencia a un ilustre precursor. Un vagabundo inofensivo del barrio barcelonés de Gracia, que colocaba un espejito en la punta de su alpargata, y que se ofrecía, en los vestíbulos de los cines, para leer los programas a las criaditas analfabetas que libraban los jueves, y que se interesaban por los carteles exhibidos. El menesteroso se colocaba al lado de la doméstica, sin rozarla para nada, y mientras recitaba el programa (que sabía de memoria) acercaba lentamente su pie a la zona que le permitía atisbar las ansiadas intimidades. Un día fue descubierto por la policía secreta, que velaba por la castidad en las últimas filas de los cines. Recuerden que estamos hablando de los años 40, los primeros de la gloriosa época franquista. El pobrete fue apalizado in situ con tanta saña que falleció poco después. Marsé (casi tan irreverente como un servidor) rogaba a Dios porque, al menos una vez en su vida, el infortunado vidente hubiera atisbado una entrepierna olvidadiza a la hora de enfundarse las calcillas.
El infame ATS
No hace mucho un enfermero de Barcelona fue detenido por la policía, tras haber sido denunciado por colocar cámaras de video en la clínica donde prestaba sus servicios. El ATS de Barcelona, siglas que corresponden a una titulación antigua, de Auxiliar Técnico Sanitario, había colocado su cámara de video doméstico dentro de un archivador de la sala de masajes donde, las clientes del centro de adelgazamiento, se aplicaban a sí mismas las aparentemente benéficas cremas que soslayarían celulitis y adiposidades. Proliferan este tipo de centros, a los que la clientela, sobre todo femenina, acude para aliviar unos quilos de más. Podría pensarse que el ATS observador tenía querencia por las rollizas, si creyéramos que tales matronas son las consumidoras primordiales de dichos servicios.
Pero en el mismo periódico (El Mundo) en el que apareció la noticia del perverso, se publicaba también una encuesta de un colegio de farmacéuticos cuyos resultados demuestran que el 20 % de las féminas que intentan adelgazar están dentro del peso ideal, o incluso por debajo. De forma que el cameraman tenía material para escoger. Resulta curioso que, en un centro de adelgazamiento, propongan a las usuarias autoaplicarse las cremas en aras del pudor. Algo así como una especie de autoservicio. Pero, en fin, las cosas son como son y el genio que dirige este centro así lo había determinado. El malévolo ATS acompañaba a sus clientes a una salita con camilla, les facilitaba los ungüentos y les instruía a desvestirse una vez él hubiera marchado, echarse boca arriba y aplicarse con esmero los bálsamos, con especial atención a mamas, nalgas, y cara interna de los muslos.
No mencionaría la entrepierna, pero debía de pasar apuros para que no se le escapase el que debía de ser su más furtivo deseo. Luego, salía del recinto. La fémina se cerraba por dentro, e iniciaba el pertinente manoseo. La cámara, según el parte policial, se centraba en la zona más íntima de la curioseada, y abarcaba también el torso de cintura para arriba. Una de las clientes reparó, tras la friega, en un archivador de cartón con un orificio, cuyo uso propio (el del orificio) es ver si el archivador está lleno o no. Quizá adivinó un brillo perturbador tras la abertura. Abrió la caja y se encontró con la cámara de vídeo en posición de “rec” (grabar). Indignada, pero cerebral, sacó la cinta y, una vez vestida, salió del centro médico y acudió a la comisaría especializada en atención a la mujer. Allí comprobaron que la cinta recogía sus fricciones anticelulíticas y se desplazaron rápidamente a la clínica para pillar al irreverente auxiliar. Éste, al comprobar la desaparición del objeto de sus anhelos visuales, salía del consultorio a la carrera. Detenido y registrado, se le halló encima otra cinta donde se exhibían otras cuatro feligresas en maniobras autocomplacientes. El juez que instruye el caso, le dejó marchar tras tomarle declaración.
Registro policial
En la casa del presunto delincuente, también objeto de registro policial, no se hallaron más cintas de su clientela, aunque sí vídeos pornográficos de contenido zoofílico. No aclara la nota de prensa si en tales vídeos, los animales eran también embadurnados con pomadas adelgazantes antes de ser gozados por los zoófilos protagonistas. Sospecha la policía que otras posibles cintas deben de estar escondidas en algún recóndito lugar. Se barrunta que el infame videoaficionado llevaba unos tres años filmando entrepiernas y toqueteos. La policía debe investigar ahora si las cintas se usaban únicamente en el uso y disfrute del enfermero, o si eran copiadas y vendidas en el suculento mercado negro de las perversiones ilegales y prohibidas. La consecuencia más inmediata que, como médico, saco de este asunto, es la recomendación de no confiar en centros sanitarios donde se proponga que el mismo paciente se aplique las pomadas. Se empieza así, se sigue instándoles a auscultarse o tomarse ellos mismos la presión arterial, y se puede acabar encerrándoles en el quirófano para que se apañen la fimosis por sí mismos, o, lo que es peor, se hagan una trepanación en el cerebro.
Suerte que la sanidad pública no ha caído en el uso de tales argucias, las cuales contribuirían a reducir el precio del gasto sanitario, pero a costa de más de un dislate. ¿Se imaginan una alternativa lúdica consistente en repartir los papeles entre los pacientes, que acabarían diagnosticándose u operándose los unos a los otros? Los videos de tales despropósitos (grabados por ATS cinéfilos) nada tendrían que envidiar, en morbo y audiencia, a los que aparecen en programas tipo “Gran Hermano”. El perturbador enfermero de la noticia podría ser ensalzado como otros malhechores notorios con predicamento social, como el Dioni, o Mario Conde, y aparecer gustoso en revistas del corazón, o en las telebasuras, como preclaro innovador de los recursos sanitarios y de la libertad sexual. Esperemos acontecimientos. La creatividad de los voyeurs adeptos a la nueva tecnología no debe de conocer fin. Veremos lo que los tiempos nos deparan en cuanto a sistemas de espionaje aplicados a la lubricidad y al desbordamiento de la libídine.
romeu