CANDOMBE MURGA Y BATUCADA

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Invitado

EL GAUCHO ORIENTAL

Mensajepor Invitado » Jue 08 Sep, 2016 2:11 pm

Documental uruguayo sobre el gaucho.


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manya

Jorge Drexler - La Vida Entera (Canción para Peñarol)

Mensajepor manya » Dom 11 Sep, 2016 12:33 pm


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mincho

El "Chueco" Maciel - El robin Hood uruguayo

Mensajepor mincho » Dom 11 Sep, 2016 2:23 pm

La historia del "Chueco" Maciel

El Chueco Maciel


La Republica de Uruguay - 26 de Setiembre de 2004
La historia del "Chueco" Maciel,
"el enemigo público número uno"


Un salto a sangre y fuego
desde los prontuarios criminales
a la leyenda

Julio Nelson Maciel Rodríguez, alias el "Chueco", cayó bajo las balas policiales allá por el mes de junio de 1971. Tenía por entonces unos 20
años de edad pero casi un siglo de andanzas en las sombras, los reformatorios, los calabozos y las crónicas rojas de los diarios. "Enemigo
público número uno", el "monstruo" de turno siempre accesible, necesario, inevitable fue, sin embargo, en aquellos años en que no faltaban
tragedias cotidianas, el protagonista necesario para la sed de sangre de muchos lectores y la truculencia literaria de varios cronistas
trasnochados.


El titular en un diario de aquellos años anunciaba en primera plana con cuerpo de letra "catástrofe": "Murió en su ley. A los 20 años un balazo
en la cabeza terminó con su lamentable vida". Y como para desmentir al poeta en dos por cuatro que dijo en un tango que veinte años no
son nada, al "Chueco" le alcanzaron -y sobraron- incluso para morir en ellos y después inaugurar una leyenda.

Seguramente cada persona más o menos informada del tema, tiene su propia historia sobre "El Chueco". Sin términos medios, o asesino
irredimible o una especie de Robin Hood moderno. Difícilmente alguien logrará mantenerse equidistante entre ambos extremos.

Nació en el norte del país, en Tacuarembó, en los años en que Gardel seguía siendo francés ante el mundo y apenas unos pocos iniciados
buscaban entre los archivos locales las pruebas de su origen. Como tantos uruguayos, el muchacho cayó con su familia en un cantegril
montevideano, en un rancho de lata y piso de tierra ubicado en Pasaje "A" 4054 jurisdicción de la Seccional 17ª, exiliados todos ellos por la
desesperación del hambre y la miseria en medio de un territorio lleno de vacas gordas entre los alambrados de campos ajenos.

Sus primeras "entradas" registradas en comisarías y albergues del entonces "Consejo del niño", en el infierno del Alvarez Cortés, fueron allá por
su adolescencia, pero después sumó tantas como fugas. Seguramente a esa altura ya era una especie de "comodín" y candidato a cargar con
propias y ajenas. Sin embargo recién alcanzó el triste privilegio de las primeras planas de los diarios allá por los convulsionados años 1968 y
1969 a raíz de una serie de asaltos cometidos en el exclusivo balneario Punta del Este.

Tantas vidas como historias, tantas historias como vidas
Eran años difíciles aquellos. Costaba discernir realmente quiénes eran los agresores y quiénes los agredidos. Había dedos que señalaban con
demasiada facilidad y otros que con la misma sencillez apretaban el gatillo sin preguntar de quién se trataba.

Por los cantegriles del cinturón de miseria montevideano comenzaron a andar "las mentas" del "Chueco" Maciel quien, decían, era generoso,
intuitivo y primitivo en su realidad analfabeta. Robaba y luego llevaba el producto de sus robos para disfrutarlo con todos los vecinos de los
rancheríos. Y eso no es leyenda. Eso fue real. Más allá de que se le invente o no un razonamiento sociopolítico en sus acciones. Quizás nunca
los tuvo. Seguramente que no. El "Chueco" Maciel difícilmente supiera de teorías.

Los investigadores policiales chocaban con verdaderas murallas de silencio cada vez que trataban de penetrar lo impenetrable para averiguar su
paradero. La sociedad de la época, ajena por entonces a todo lo que no fuera la fría y terminante terminología de los informativos radiales y
los titulares de la prensa escrita, casi no sobrevivía a la angustia del "fantasma " del Chueco rondando en las sombras de todas las esquinas
dispuesto a saciar su sed de sangre en quien se le pusiera a su alcance. Todos lo veían y en todo lo que pasaba, al describir los testigos el
perfil de sus autores, era el rostro, la fisonomía que todos conocían por "oídas" del tan buscado y peligroso infanto-juvenil, la que se
mencionaba y terminaba apareciendo en los "identikits" de los dibujantes de San José y Yi.

"Asalta el banco y comparte con el cantegril,
como antes el hambre, comparte el botín..."
Como tantos otros casos parecidos fue visto en varios lugares el mismo día y a la misma hora y atacó a varias personas en el mismo instante a
varios kilómetros de distancia una de otra. Y todo aquello servía solamente para aumentar la confusión de los investigadores y comenzar a
echar los cimientos de la futura leyenda.

En un enfrentamiento a tiros con las autoridades a fines de los años sesenta tras haberse fugado del "Alvarez Cortés", hirió gravemente en el
rostro al Comisario Antonio Bar Lavieja, herida que tuvo al funcionario mucho tiempo entre la vida y la muerte, salvándose luego
milagrosamente. El Chueco mientras tanto, pasó de la minoría de edad inimputable a la mayoría responsable, entre pólvora y sangre, a salto
de mata, casi en la clandestinidad.

Mientras tanto el muchacho, que se sabía acorralado continuaba trajinando las calles, mimetizándose entre los ranchos de lata de Aparicio
Saravia, en medio de aquel mundo indescriptible en el que todos sabían todo, pero a la vez, nadie sabía nada. "Rey Mago" generoso para
muchos, simple ladrón y asesino para otros tantos, había logrado el milagro de sacarle el protagonismo a los "Tupamaros" que por esos años
eran el fenómeno sociopolítico más notorio del continente sudamericano. La pólvora, la sangre, las consignas del Mayo francés del 68 aún
andaban por las calles y había "mayos franceses" en muchas partes del mundo, en julio, en agosto, en setiembre...

El último tiroteo
El "Chueco" y dos de los suyos habían rapiñado a un guarda de Cutcsa, llevándole la recaudación del día, unos 50.000 pesos de entonces.
Quiso el destino que pasara justamente por el lugar una camioneta de patrullaje de las llamadas "Fuerzas Conjuntas", es decir un grupo de
efectivos combinados de policías y fuerzas armadas militares que actuaban bajo el régimen de "Medidas Prontas de Seguridad" impuesto por el
gobierno autoritario de Jorge Pacheco Areco tras decretar el "Estado de guerra interno".

El uniformado a cargo del móvil de patrulla al escuchar los gritos del guarda del ómnibus emprendió la persecución de los rapiñeros. El
"Chueco" al darse cuenta que los iban a alcanzar, se parapetó detrás de un árbol ordenando a sus compañeros que fugaran, indicándoles que
él se encargaría de cubrirles la huida. Y así lo hizo. Abrió fuego y los efectivos de la patrulla le respondieron con fuego graneado, no tardando
en caer abatido por varios tiros que le afectaron la zona precordial. Poco después dejó de existir en el Hospital Militar adonde lo condujeron en
la misma patrulla. Al otro día un titular del diario de la noche decía: "Ley de plomo para el Chueco". Y en el copete el cronista expresaba:
"Veinte años nomás tenía el Chueco Maciel. Pero había hecho de su vida un infernal derrotero de crimen y depredación. Fruto quizás de un
medio ambiente equívoco, sus resentimientos contra la vida y la sociedad maduraron en la promiscuidad indigna de los llamados 'Albergues de
menores' que son simples depósitos de almas extraviadas por el camino del mal".

Y agregaba el cronista: "Ha caído en su ley como suelen decir los del ambiente. Nefasta ley esa que lleva a un joven que recién empieza a
asomarse a la existencia, a hacer del delito su modus vivendi..." En los cantegriles de Aparicio Saravia esa noche lloraron hasta los más duros.
Allí nació definitivamente la leyenda que después Viglietti hizo canción. Dicen, solo dicen (nadie puede afirmar que sea cierto), que desde
hace treinta y tres años difícilmente pase mucho tiempo sin que aparezcan flores frescas en su memoria en el lugar donde descansa para
siempre, y que ya los odios que lo condenaban no son tantos. Dicen, sólo dicen, porque al fin y al cabo el "Chueco" quizás sin proponérselo
(porque era demasiado simple para ello) saltó a sangre y fuego, desde los prontuarios a la leyenda. Y le hizo bien el cambio, aparentemente.


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gritan los teros

12 segundos de oscuridad "Cabo Polonio"Uruguay

Mensajepor gritan los teros » Mié 05 Oct, 2016 8:28 pm

Un disco de Jorge Drexler me trajo hasta aquí

JUANJO CUBERO

FURIBUNDO
5 DE OCTUBRE DE 2016
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Es martes, 27 de septiembre de 2016 y Diego Bernal rebaña el tomate que cae de una rebanada demasiado tostada, mientras apura un zumo de naranja teóricamente poco concentrado. A continuación, cebará prolijo el mate, preparará el termo, se ajustará la corbata frente al espejo y, antes de irse, abrirá la ventana para comprobar si definitivamente la mañana clareó.
Diego Bernal se percatará de que al otro lado de la calle hay un operario colgado de una farola. El tipo estará instalando el enésimo cartel publicitario con el rostro de Luis Suárez. El jugador del Barcelona ha promocionado ya aerolíneas, bebidas azucaradas, una red de locales de pagos y cobranzas, equipamiento deportivo y centros auditivos. Esta vez sostiene un celular y Diego Bernal se preguntará si acaso Suárez no publicitó ya en su momento la otra empresa de telefonía móvil que opera en Uruguay.
“No tengo la certeza, pero podría ser” le contestará luego su compañero de trabajo Pablo Grimaldi cuando le plantee la cuestión “teniendo en cuenta que acá, en el paisito, las agencias de publicidad no andan sobradas de ídolos”.
Diego Bernal se dispondrá a abandonar su departamento en la calle Soriano -no excesivamente lejos de la Ciudad Vieja- pero se percatará de que la radio permanece encendida en el living. Dará media vuelta y cuando esté a punto de girar la rueda para acallarla –se trata de un aparato antiguo, pero no obsolescente- surgirá una canción.
Diego identificará al instante las notas que preceden a un texto indisoluble en su recuerdo: “El deseo sigue un pulso paralelo. Y la historia es una red y no una vía”.
Se sonreirá y dejará sonar la canción un poquito, concretamente hasta que llegue esa parte de “La vida también es aquellos mensajes (…) Clara, evidente, manda la libido. La fidelidad, brumosa palabra, con su incierta lista de gestos prohibidos muerde siempre menos de lo que ladra”.
Bernal atrancará la puerta del departamento, bajará las escaleras y caminará dos cuadras para tomar un ómnibus hasta el puerto. Allí subirá al buque en el que labura cinco días por semana.
Casi dos años antes, en la medianoche española del 23 de octubre del 2014 —jueves— Diego Bernal embarcaba en un Airbus A330 de Aerolíneas Argentinas, operado por Air Europa, con destino al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, en Buenos Aires.
Su asiento 27 A, con vistas privilegiadas al océano, carecía de compañeros de viaje, así que las previsiones de Diego eran bastante halagüeñas: podría pasarse las doce horas venideras en posición horizontal, sin rubores.
LA ESCUCHA DE 12 SEGUNDOS DE OSCURIDAD HABÍA CONFIRMADO SUS SENSACIONES A RAS DE CIELO. ESTABA OBSESIONADO CON EL DISCO
Diego Bernal trabajaba en el Museo del Greco, en Toledo, España, y entre sus obligaciones figuraba la de acompañar a las pinturas en los viajes a exposiciones temporales. Ejercer, por ejemplo, de guardaespaldas de la Vista y plano de Toledo le había permitido, entre otras cosas, bañarse en las playas de Creta, visitar la plaza Garibaldi o encallar en los cayos de Florida.
En esta ocasión, Diego debía custodiar Las lágrimas de San Pedro hasta el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires donde se había organizado una muestra que conmemoraba el IV centenario de la muerte del artista.
Cada vez se le hacía más cuesta arriba viajar sin Candela a Diego. Insistió mucho, pero a ella no le concedieron tantos días libres. “No todos tenemos trabajos tan interesantes como el tuyo” le había soltado en un tono un tanto apesadumbrado en la terminal aquella noche.
Diego maldijo no haber traído somníferos porque a pesar de que el avión había despegado en un horario muy propicio, no lograba engatusar al sueño. Se levantó infinidad de veces, recorrió el pasillo central, fue al baño, volvió a su asiento, se apretó dos güisquis, escrutó la revista de la aerolínea, diseccionó las instrucciones para los aterrizajes de emergencia, recordó aquella escena de El club de la lucha en la que Tyler Durden explica que respirar por una mascarilla le hace a uno ser más dócil y aceptar su destino; se atemorizó, creyó por un momento que el avión perdía altura, acribilló a preguntas a la tripulación, logró tranquilizarse, se propuso dormir, recolocó el manual de emergencias en el bolsillo del asiento y comprobó que allí dentro alguien había olvidado un disco: 12 segundos de oscuridad de Jorge Drexler.
Apenas conocía Diego Bernal a Jorge Drexler. Nunca le vio en directo, ni siquiera había escuchado con sosiego alguno de sus discos, pero el inoportuno insomnio acrecentó su curiosidad.
Sacó el libreto del estuche, comenzó a leer uno a uno los textos e intentó imaginar las melodías que con esas estrofas se podían trenzar.
La primera canción con la que tropezó estaba en las páginas centrales y su título aparecía en letra negra, sobre fondo blanco: El otro engranaje. Le entusiasmó ese texto escrito, según se detallaba en el libreto, en pleno vuelo Madrid · L.A.
“El deseo sigue un curso paralelo y la historia es una red y no una vía (…) Y bajo los congresos, las giras, rodajes, las ferias agrícolas y convenciones, gira inexorable el otro engranaje, la noria invisible de las transgresiones” .
Pasó un par de páginas y se apuntó en su cuaderno de viaje, donde coleccionaba garabatos, conversaciones ajenas y reflexiones personales, el desenlace de La infidelidad en la era informática.
“La obsesión desencripta lo críptico, viola lo mágico, vence a la máquina y tarde o temprano nada es secreto en los vericuetos de la informática”.
Lo que un principio pudo parecer un pasatiempo para estimular cuanto antes la caída de unos párpados impertérritos, se convirtió pronto en una apasionada lectura. También hubo desconcierto y perplejidad. Exudaban los textos una franqueza que Diego no recordaba haber leído en largo tiempo en una canción.
Continuó manoseando el libreto. “El velo semitransparente del desasosiego un día se vino a instalar entre el mundo y mis ojos. Yo estaba empeñado en no ver lo que vi, pero a veces, la vida es más compleja de lo que parece”.
La vida es más compleja de lo que parece había sido escrita en el Cabo Polonio, un lugar situado en el país más chiquito de Latinoamérica, entre los dos más grandes, a apenas 90 kilómetros de la frontera con Brasil.
NUNCA LE VIO EN DIRECTO, PERO EL INOPORTUNO INSOMNIO ACRECENTÓ SU CURIOSIDAD
Tras un escrutinio minucioso, Bernal concluyó que el Cabo constituía el corazón del disco. Allí habían sido armadas muchas de las canciones de 12 segundos de oscuridad. En otras, la inspiración había pillado a Drexler a miles de pies del suelo. De hecho, a Diego Bernal le pareció muy revelador encontrarse una composición titulada Transoceánica, escrita durante un vuelo a Los Ángeles, cuyas primeras letras decían “voy en este vuelo transoceánico oyendo tus versos melancólicos”.
En cuanto llegara a Buenos Aires Bernal necesitaba ponerle música a estos textos que ya le arrebataban.
La mañana del 25 de octubre de 2014 —sábado—, Diego Bernal entregó 100 euros a un quiosquero de la calle Florida de Buenos Aires. Los 1500 pesos argentinos que el tipo le devolvió doblados por la mitad y enrollados en una goma resultaron un cambio extraordinariamente ventajoso en comparación con el que ofrecían en la sucursal oficial del Puerto Madero. A las 12.10, y con Las lágrimas de San Pedro ya a resguardo en el Museo Nacional de Buenos Aires, Bernal tomó por vez primera el buque que parte en dos el río de la Plata. Disponía de dos días sin obligaciones laborales, así que decidió viajar hasta el Cabo Polonio. La escucha de 12 segundos de oscuridad había confirmado sus sensaciones a ras de cielo. Estaba obsesionado con el disco.
Diego Bernal disfrutó del paso de la Argentina al Uruguay, incluso hizo buenas migas con el personal del barco. Pablo Grimaldi, camarero de la cafetería de la primera planta y natural de Salto, capital del departamento uruguayo del mismo nombre, le mostraría con todo tipo de atenciones la ruta que debía seguir para arribar al Cabo.
Bernal tomaría un autobús desde la estación de Tres Cruces de Montevideo a las 7 de la mañana del 26 de octubre de 2014 —domingo—, del cual se apearía 5 horas después, en el kilómetro 264.5 de la ruta 10.
En el Cabo Polonio no hay luces encendidas, ni goteras por grifos abiertos. No hay aglomeraciones, pero sí muchos lugares comunes que pueden inspirar el poemario de un diletante. Hay gaviotas que no se apartan a tu paso, silencio, portazos, gatos asilvestrados y atardeceres y amaneceres que parecen zurcidos por Sorolla.
En el Cabo Polonio uno por fin entiende el significado de ver caer sobre sí un diluvio de estrellas.
LA FIDELIDAD, BRUMOSA PALABRA, MUERDE SIEMPRE MENOS DE LO QUE LADRA
Diego Bernal siguió las instrucciones de aquel mesero al pie de la letra. Preguntó por Yanina nada más bajarse del todoterreno en el que había llegado abriéndose paso entre dunas. Le entregó 1000 pesos uruguayos —unos 30 euros— que le permitirían hacer noche en un pequeño ranchito y esperó “porque lo mejor del Cabo está en la madrugada”. Luego pasó la tarde bebiendo y caminando. Avistó lobos marinos, charló con el farero y vio el anochecer parado frente al mar, en la playa del sur. Se resguardó del viento detrás de La Nena y La Juanita, dos embarcaciones ya ancianas, y quedó en completa oscuridad, bajo la majestuosa mirada de un faro que daba la cara cada 12 segundos. En ese momento tan idílico, vergonzoso visto seguramente para los demás, prendió otra vez Diego Bernal la música de Jorge Drexler.
“Gira el haz de luz para que se vea desde alta mar (…) La noche cerrada, apenas de abría, se volvía a cerrar”. La voz de Drexler le sonaba en el Cabo aún más vencida, al borde incluso de la lágrima en canciones como Hermana Duda. “Ojalá que tú sigas mordiendo mi lengua. Pero esta noche, hermana duda, dame una tregua”.
Tras El fuego y el combustible, el Cabo quedó en completo silencio y Bernal emprendió el camino de regreso al rancho.
Tuvo que esperar Diego Bernal el paso del faro cada 12 segundos para poner “pie detrás de pie, tras el pulso de claridad” porque no había tomado su linterna, a pesar de haber sido advertido de que deambular por el Cabo Polonio de noche era una aventura, a veces, angustiosa. Caminó un par de horas siguiendo la estela que hacía la luz del faro al pasar, haciendo un alto en el camino cuando la luz le vencía y reanudando la marcha cuando la veía venir de lejos, 12 segundos después. Pero no lo logró. No encontró su ranchito. Todos le parecían iguales. Había tomado como referencia unos andamios, pero esos andamios habían desaparecido. Paró en uno cualquiera. Se sentó en el porche, con el abrigo abrochado hasta los labios porque en el Cabo el viento pega fuerte y los portazos son tempestuosos. Esperó ver amanecer, a la intemperie. Allí cayó dormido.
Diego Bernal llegó a la terminal 4 del aeropuerto de Madrid-Barajas el día 31 de octubre –viernes- a las 6.50 hora local, con un constipado espantoso que apenas le había permitido dormir en todo el vuelo. Encendió el móvil, también su reproductor de mp3. Pulsó El otro engranaje —se había convertido en algo ya enfermizo— y un mensaje de wasap —porque “la vida también es aquellos mensajes”— interrumpió eso de “El deseo sigue un curso paralelo. Y la historia es una red y no una vía”.
Era Candela: “Cariño, al final Diego llega hoy. Nos vemos mejor mañana, ¿vale? No me escribas en todo el día, por favor. Pasaré con él la noche”.
NO ME ESCRIBAS EN TODO EL DÍA, POR FAVOR. PASARÉ CON ÉL LA NOCHE
En un primer momento, Diego no pareció entender. Candela siempre se refería a él con el término cariño, por lo que no le cabía en la cabeza que hiciera mención después a un tal Diego. Marcó su número, y cuando ella estaba a punto de contestar, de repente, comprendió todo. Colgó. Se sentó sobre la cinta a esperar las maletas y puso otra vez la música. “El deseo sigue un curso paralelo. Y la historia es una red y no una vía”. Diego no pudo evitar sonreír al escuchar esa parte de “La fidelidad, brumosa palabra, con su incierta lista de gestos prohibidos muerde siempre menos de lo que ladra”. Nunca más volvió a ver a Candela.
AUTOR
Juanjo Cubero


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amigo lindo

Uno de nosotros: Eduardo Mateo

Mensajepor amigo lindo » Mié 05 Oct, 2016 8:55 pm



borraron mushas canciones de mateo en youtube .... na ... se vuelve a poner

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mariano

CANDOMBE MURGA Y BATUCADA

Mensajepor mariano » Mié 05 Oct, 2016 9:25 pm

Si pusieras el titulo de los videos se podrian recuperar pero eso cuesta trabajo.

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titulo

CANDOMBE MURGA Y BATUCADA

Mensajepor titulo » Jue 06 Oct, 2016 8:04 pm

amigo lindo del alma ..... por eduardo mateo.


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Amigo Lindo del alma

Mensajepor Invitado » Mié 19 Oct, 2016 6:58 pm


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CANDOMBE "ROMANCE PARA UN NEGRO MILONGUERO"

Mensajepor Invitado » Mié 26 Oct, 2016 6:14 pm


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Trabajo de Hormiga - "De Amor y Guerra" - Festival Candombe Vivo

Mensajepor Invitado » Sab 29 Oct, 2016 7:00 pm


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CANDOMBE MURGA Y BATUCADA

Mensajepor Invitado » Dom 30 Oct, 2016 9:10 pm


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pasada

CANDOMBE MURGA Y BATUCADA

Mensajepor pasada » Sab 05 Nov, 2016 12:00 pm



42 años antes ................. moustruos !!!!!!!

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pasada

CANDOMBE MURGA Y BATUCADA

Mensajepor pasada » Sab 05 Nov, 2016 12:09 pm



42 años antes



moustruos

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Banda de Nash

CANDOMBE MURGA Y BATUCADA

Mensajepor Banda de Nash » Sab 05 Nov, 2016 12:17 pm

Jorge García Banegas
Banda de Nash y yo, decidimos felicitar a nuestros amigos y seguidores, con esta versión rescatada de una canción muy importante en los inicios de mi carrera musical, "Vuela a mi Galaxia". Todo se inició con una idea en el viejo piano vertical de mi casa en Montevideo, para luego, con la ayuda invalorable de mis compañeros de "Psiglo", concretar este tema que fue disco de oro y permanece en la memoria de mucha gente. Gracias especiales a Banda de Nash, gran grupo radicado en Galicia y unas felicitaciones mayúsculas para Oscar Pablo Calleriza Duran,
responsable de las mezclas de sonido y edición del video.




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