DONALD Y MELANIA TRUMPMARIDO Y MUJER DE CARA A LA GALERÍAMelania Trump podría dar para un cuento de hadas: de Eslovenia a la Casa Blanca. O para una novela psicológica: encerrada en un apartamento de lujo con un marido que nunca ha ocultado que ella es sólo una esposa-trofeo. Su mala relación con Donald Trump, expuesta esta semana en el viaje del presidente de EEUU rechazando sus gestos de cariño es, según se mire, comedia, tragedia o un vulgar folletín.PABLO PARDODONALD TRUMP ES COMO UN cartucho de dinamita en los cimientos de Estados Unidos. A todos los niveles. Político, ideológico y, también, personal. No está claro si su legado va a ser un solar vacío, o si quedará algo para la posteridad. Por ahora, sólo se cuentan las bajas. En materia política y, también como dicen los estadounidenses, de óptica, o sea, de lo que se ve. De imagen, en definitiva. Entre estas últimas, la más destacada: que el presidente y la primera dama forman un matrimonio ejemplar.
Lo hemos visto esta semana. Primero, el lunes, en el aeropuerto Ben Gurión, en Tel Aviv. El presidente de EEUU y su esposa caminan por la alfombra roja, acompañados por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y su mujer, Sara. Trump, el que nunca espera, el que, en todo caso, se hace esperar, el que no contesta a Angela Merkel, extiende su mano izquierda hacia Melania, sin mirarla. Un segundo, dos, tres. Melania le da un manotazo y, literalmente, gira su cara, tapada por las gafas de sol, en la dirección contraria de su esposo.
Un día después, el escenario es el aeropuerto de Fiumicino, en Roma. Ambos saludan desde lo alto de la escalerilla del Air Force One, el avión del presidente de EEUU. Ahora Trump lo intenta con la mano derecha. Y Melania, de forma más discreta, mueve su mano izquierda a la cara para quitarse el pelo que le tapa las gafas de sol. El presidente, entonces, le toca el trasero. Y ambos bajan, juntos pero separados, la escalerilla.
Acaso, para Melania Trump estar en el mismo avión que Donald Trump es demasiado. La primera dama vive en Nueva York; el presidente, en Washington. Cuando él se iba, el invierno pasado, a su club de campo de Mar-a-Lago, en Palm Beach, en Florida, ella no siempre acudía con él. Prefería quedarse en Manhattan, con su círculo familiar y, en especial, con su hermana Ines, también ex modelo, dos años mayor que ella, de la que personas cercanas declaran a LOC que es “extremadamente cercana a Melania”.
LA MORAL CONYUGAL DISTRAÍDA DE DONALD
Melania Trump –nacida Melanija Knavs y en la foto con su esposo en un viaje a Arabia Saudí– es la antítesis de las otras dos esposas de Trump. La primera fue la también modelo de Europa del Este Ivana Trump, cuyo divorcio acabó en la prensa sensacionalista. Ivana desangró financieramente a Trump. Suyo es el consejo para mujeres que descubren, como ella, que su marido comete infidelidades en serie: ´´No te cojas un disgusto, cógelo todo´´. Tras ella, llegó la también modelo y reina de belleza Marla Maples, de cuyas capacidades en la cama Trump solía alardear con sus subordinados, como John O´Donnell, que fue director de uno de sus casinos en Atlantic City. Maples quería tener una relación verdadera con Trump, y, cuando éste le dijo que no, la historia fracasó. La reina de belleza debería haberse dado cuenta de eso cuando ella misma era amante de Trump. Justo al otro lado de la calle estaba otro casino, también de Trump, en el que vivía Ivana.
Ines vive en un apartamento propiedad de Trump en el mismo edificio en el que residían, hasta que se trasladaron a Washington, la hija del presidente, Ivanka, y su esposo, Jared Kushner. El rascacielos está a sólo a cuatro bloques de la Torre Trump en la que Melania sigue viviendo, sola, y, aparentemente, sin echar de menos en absoluto a su esposo. “Para Melania va a ser muy duro separarse de Ines en agosto, cuando se traslade a Washington con Barron, el niño que tiene con Donald Trump”, explican personas que conocen a la familia.
Los padres de Melania e Ines también viven en Nueva York, cortesía de Donald Trump, que quiere que su esposa esté tranquila. Y que no dé guerra. De hecho, el propio presidente declaró que la primera vez que viajó a Eslovenia a conocer a la familia de la que iba a ser su tercera esposa –y, ahora, primera dama de EEUU– “pasé como 13 minutos con ellos. Fue como ‘hola, encantado de conocerles, adiós’”.
Pero no es sólo que Melania no fuera a Mar-a-Lago siempre. Es que, cuando lo hacía, viajaba en un avión diferente del que usaba el presidente. Trump iba y venía desde Washington en el Air Force One. Su esposa, desde Nueva York, en otro aparato, eso sí, con cargo al contribuyente. La excusa oficial: Trump se iba a Palm Beach los viernes y regresaba los domingos por la noche, y eso hacía incompatible su calendario con el de Barron.
Ese hijo es el centro de la vida de Melania Trump. Barron, que cumplió 11 años el 20 de marzo, tiene necesidades especiales. No existe ningún reportaje en la prensa, porque la privacidad de las familias de los presidentes de EEUU suele ser muy estricta, y eso incluye tapar los desmadres adolescentes de las gemelas Bush o de Sasha Obama. Pero, según algunas personas contactadas por este periódico – y también de la rumorología washingtoniana– el quinto hijo de Trump podría sufrir algún problema en el espectro del autismo. Melania se dedica en cuerpo y alma a Barron, cuyas mayores aficiones son practicar el golf con su padre y hacer construcciones con Lego.
El niño es la razón oficial por la que Melania sólo se trasladará a Washington en agosto, justo cuando empiece el curso escolar de Barron. Hasta ahora, el niño – al que su madre solía dar masajes de caviar tras el baño cuando era un bebé– ha estado yendo a la escuela Grammar and Preparatory de Columbia, situada en uno de los bastiones de la izquierda exquisita neoyorquina, el Upper West Side. Es un centro privado con una matrícula de 48.000 dólares (casi 43.000 euros) y una lista de alumnos notables que arranca con Herman Melville, el autor de Moby Dick.
En Washington, la elección del centro al que Barron asistirá ha causado sorpresa. No por su calidad, que es indisputable, sino por dónde está. El Colegio Episcopaliano de St. Andrew (matrícula: 40.000 dólares) está en Potomac, en Maryland. Es una de las zonas más caras de EEUU, donde tienen mansiones una lista infinita de celebrities de todo tipo, desde la reina Noor de Jordania al dictador de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema, y el de Gambia (en el exilio) Yahya Jammeh que, literalmente, tienen casas contiguas.
Pero si hay famosos es porque Potomac está en mitad de ningún sitio. Sin tráfico se tarda tres cuartos de hora en llegar desde el centro de la ciudad. En hora punta, multiplíquese por dos –o tres– ese tiempo. Para algunos, la elección del centro docente, que tiene una amplia sección para estudiantes con problemas, es una manera de mantener a Barron lejos de los focos de la prensa. Para otros, simplemente una manera de que Melania esté entretenida. Y, sobre todo, lejos de su esposo.
Ése va a ser el problema de la primera dama en Washington: la soledad. La capital de Estados Unidos es la ciudad más demócrata del país. Es tan multicultural y tan internacional como Nueva York, pero en un espacio mucho más pequeño. Todo el mundo conoce a todo el mundo. Y nadie, absolutamente nadie, quiere a Donald Trump. Incluso los pocos republicanos de Washington se sitúan en las antípodas de Trump. Y, por asociación, de Melania. Aparte, está el carácter de la primera dama. No le gusta hablar de política, ni comentar la última noticia del Washington Post, ni presumir de que ya sabe lo que va a decir el próximo libro de memorias de tal o cual alto funcionario. Sin eso, en Washington no se puede hablar con nadie.
Así que Melania Trump corre un serio riesgo de estar muy sola, porque dependerá de una ciudad que la odia y la desprecia por su marido. Y no parece que vaya a contar con mucho apoyo en la Casa Blanca porque los cotilleos de la capital de EEUU indican que apenas se habla con Trump. En parte por las infidelidades de éste, aunque, en ese sentido, también dicen que Melania tiene sus líos extramatrimoniales. Pero el problema más grave entre ambos es porque Trump nunca la ha visto como una esposa y no ha ahorrado humillaciones hacia ella en público. Lo único que le interesó de ella fue que era guapa y salía bien en las fotos, que es muy sumisa y discreta, y que con ella tuvo todo el sexo que quiso. Que es mucho.
En sus inicios hace casi dos décadas, la relación entre Trump y Melania se centró, fundamentalmente, en el sexo. Cuando Melania conoció a Trump en los años 90, en Nueva York, él era una máquina. Y, para una mujer, salir con Trump constituía, en cierto sentido, admitir que no tenía muchas opciones. Ése era el caso de Melania, que tenía 27 años y una carrera como modelo totalmente estancada.
Así que Melania es la esposa perfecta para Trump. Es guapa. Es introvertida. Es tranquila. No chilla. No le gusta salir de noche. No es que el bótox o la cirugía plástica la hagan envarada. De hecho, Michelle Obama tiene tanto o más bótox que Melania, pero es capaz de sonreír y mostrar emociones. La cosa es que la primera dama de EEUU es como una esfinge. Ésa es la razón por la que su carrera como modelo iba al fracaso.
El panorama de Melania Trump en los próximos años en Washington es complicado. “Éstos no acaban juntos”, dice una persona cercana. Claro que nunca se sabe. El miércoles, Melania –que es católica, aunque no es practicante– y Donald se cogieron de la mano. Claro que era en la Capilla Sixtina, en el Vaticano. Pudo ser amor. O relaciones públicas, la cosa de la óptica de los estadounidenses. O, tal vez, un milagro.
LA OTRA CRÓNICA EL MUNDO SÁBADO 27 DE MAYO DE 2017