Desconexión de la realidad
ENRIC GONZÁLEZ
COMO saben ustedes, la ficción literaria basa su eficacia en algo llamado «suspensión de la incredulidad» por parte del lector. El Parlament de Cataluña no es ficticio, ni mucho menos literario, pero todo lo que se refiere a él requiere también del observador que suspenda su incredulidad y acepte una lógica más o menos marciana, más o menos catalana. Puede afirmarse, en cualquier caso, que la Generalitat tiene ya un nuevo presidente llamado Carles Puigdemont, y que el nuevo presidente promete vértigos.
Puigdemont dice que no son tiempos para cobardes. Pero tranquilidad, que todo va a ir bien para todo el mundo. Dice que la resolución parlamentaria del 9 de noviembre sobre la «desconexión» con España será una de sus guías y que la desarrollará con entusiasmo, pero que el Parlament nunca quedará fuera de la ley. Estas aseveraciones resultan aparentemente contradictorias. Pero la incredulidad lleva tiempo en suspenso y no hay problema. Puigdemont proclama que la independencia es su objetivo y, a la vez, que gobernará para todos los catalanes, incluyendo entre ellos a esos catalanes, técnicamente mayoritarios, que no desean la independencia. Lo dicho, no hay problema. Cuando un candidato a la presidencia empieza su discurso afirmando que Cataluña es «una potencia mundial» en el ámbito de la investigación científica, no caben dudas en torno al género de la obra: fantástico, muy fantástico.
El nuevo presidente no tuvo tiempo, apenas 24 horas, para preparar su discurso de investidura. Pidió disculpas por ello y en vez de leer un discurso, leyó el programa de Junts pel Sí con las añadiduras de los pactos con la CUP. Esa primera parte fue plúmbea. En la réplica a los portavoces parlamentarios estuvo, en cambio, divertido y sobrado. Quizá demasiado, tratándose de su estreno como teórico líder del procés; quizá demasiado para la tranquilidad de Artur Mas, al que este hombre, mucho más creativo que el ex presidente, puede birlarle el partido, la coalición, los desvaríos y hasta la condición de reina madre del largo y tortuoso proceso. Puigdemont, a diferencia de Mas, posee una cierta capacidad para el humor. Me refiero al humor voluntario, no a la comicidad tan extendida entre el bestiario político.
Masacró a Inés Arrimadas (Ciudadanos), respondió con condescendencia a Miquel Iceta (Socialistas), despachó con displicencia a Lluis Rabell (Catalunya Sí que es Pot) y quitó de en medio a Xavier García Albiol, un hombre de muy limitado talento oratorio. Como suele ocurrir en la narrativa posmoderna, se produjo un simpático guiño a la audiencia sobre lo absurdo del propio relato. Rabell declaró que Puigdemont era un somniatruites por creer que una Generalitat sin una mayoría social detrás y económicamente en la ruina, pendiente cada mes del traspaso de fondos desde Madrid, podría desconectar de España. Puigdemont quiso compartir el calificativo con Rabell, un hombre que dice creer que un gobierno español, el que fuera, aceptaría un referéndum pactado en Cataluña. Somniatruites todos. Atención, recordemos volver a ponernos la incredulidad cuando salgamos a la calle: el mundo real es otra cosa.