Iglesias saluda a Domènech antes de la rueda de prensa para explicar su idea de país plurinacional, el pasado 30 de octubre, ante Echenique y Montero.El 'annus horribilis' de Podemos- El republicanismo como nuevo eje político de Podemos
- Sus "bandazos", la división interna y la crisis catalana le hacen pasar del segundo puesto en las encuestas a casi empatar con el cuarto
- Pablo Iglesias ya no marca la agenda política y es el líder con peor nota entre sus votantes
Acaba un 2017 especialmente convulso y complejo para Podemos. Posiblemente el año más errático desde su fulgurante irrupción en mayo de 2014. Doce meses que han estado marcados por la fuerte división interna, las purgas de los discrepantes con Pablo Iglesias, la notoria pérdida de influencia en la agenda política y, como remate final, ha quedado atrapado y perdido dentro del laberinto de Cataluña.
Como consecuencia de todo lo anterior, el partido que lidera Pablo Iglesias se ha desplomado en intención de voto y aun más alarmantes son los índices secundarios que prevén una caída mayor en el futuro. Su fidelización de voto está en unos baremos muy bajos -sólo el 60% de sus votantes están decididos a volver a votarles- y la figura de Iglesias está peor valorada por los suyos que los otros líderes políticos entre sus fieles. Este dato es especialmente significativo porque Podemos se ha basado en gran medida en el hiperliderazgo de Iglesias. Ahora la marca Iglesias está más devaluada. Sus propios votantes le puntuaban a finales de 2016 con un 6,63 pero hoy ha caído hasta el 5,75. Lejos de sus rivales políticos, que tienen más predicamento entre los suyos (ver apoyo). En cambio, esos mismos votantes de Unidos Podemos valoran mucho más a Alberto Garzón (6,50), que no acusa tanto el desgaste como Iglesias.
Todo ello ha dado aire al PSOE que, entre la muerte y la resurrección de Pedro Sánchez, vio cómo Podemos se le ponía por delante. Hoy pocos recuerdan que los morados arrancaron el 2017 tres puntos por encima de los socialistas, según el barómetro de enero del CIS. Y lo acaban unos 5,7 puntos por debajo.
Está instalada la percepción en las calles y también en las filas de Podemos de que se han ido desconectando. Por eso, hay quien hace una lectura pesimista sobre el futuro porque los intentos de Iglesias por recuperar la iniciativa y reengancharse no están teniendo resultados. Y la crisis en Cataluña, en este sentido, ha supuesto un golpe demoledor que ha empeorado todo.
La pérdida de influencia para marcar la agenda ha sido notable. Una capacidad que precisamente definió la primera etapa de Podemos y que asombró a todos sus rivales políticos. ¿Cómo un partido sin estar en el Congreso era capaz de situar el marco y los términos de la discusión en los temas?, se preguntaban PP, PSOE y los analistas. «Antes los golpes de efecto nos duraban una semana. Hoy en cambio apenas nos duran unas horas, si llega», lamenta un dirigente del partido. Y cuando esos golpes han tenido más proyección en el tiempo, como pasó con el Tramabús, no necesariamente han sido con el resultado buscado. Cayó mal y recibió críticas desde dentro.
Siendo conscientes de que mantener la frescura en la laboriosa y árida tarea institucional es algo imposible de pedir, lo que preocupa es el «envejecimiento» prematuro de una formación que abanderaba lo nuevo y el perderse en la superficialidad.
A eso, hay que sumar el «bandazo» estratégico adoptado en el último año. Pasando a ser un partido más atrincherado en el margen izquierdo del tablero político que en un partido con vocación de mantener el eje transversal y menos ideologizado en su acción. Así, Podemos ha abrazado definitivamente un izquierdismo más cercano a IU y parte de sus temas tradicionales -la ofensiva contra el Rey es posiblemente el ejemplo más paradigmático-. Y la protesta como acción primordial.
Las encuestas sitúan el inicio del castigo a Podemos, fundamentalmente, tras el cambio de rumbo en el segundo congreso nacional del partido, el llamado Vistalegre II. Los electores parecen ser mucho menos indulgentes que los militantes con el resultado y con lo que la clara victoria de Pablo Iglesias sobre Íñigo Errejón (50,7% de los votos frente al 33,68% de quien fue su segundo) ha terminado por desencadenar. Las bases optaron por un Podemos menos transversal y más escorado a la izquierda, más apegado a las protestas que a las instituciones y más a la ofensiva contra el PSOE que colaboracionista.
La consecuencia interna fue que Errejón y sus seguidores fueron purgados por Iglesias de los principales cargos de responsabilidad -que eran muchos y de gran relevancia-. Los errejonistas se vieron apartados de la política nacional para ser arrinconados en la madrileña, donde hoy en día tienen su radio de acción. También Carolina Bescansa fue apartada, dejando la desoladora imagen de que, de los cinco fundadores de Podemos, sólo Juan Carlos Monedero permanece al lado de Iglesias ya.
Unos meses después, el CIS de abril reflejó una primera caída de dos puntos por parte de Podemos (del 21,7% al 19,7%) y el inicio de la recuperación socialista. De octubre de 2016 a octubre de 2017, Podemos ha pasado de tener una ventaja de 4,8 puntos sobre el PSOE, a mirar a su rival a 5,7 (24,2% frente a 18,5). Además, Ciudadanos, que en octubre de 2016 se encontraba a nueve puntos, el pasado octubre se colocaba a sólo un punto.