Santiago Carrillo Solares (1915-2012)

Un lugar con buen talante y pluralidad democrática donde se debate lo más relevante de la política y la actualidad nacional e internacional.

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RIP

Santiago Carrillo Solares (1915-2012)

Mensajepor RIP » Mié 19 Sep, 2012 12:10 am

    Santiago Carrillo 1915-2012

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Figura clave en la Transición
La figura de Santiago Carrillo (1915-2012) no es si no la de un hombre de lucha incansable. Cada una de las etapas de su vida representó un enfrentamiento contra la represión y la violencia, contra el autoritarismo y el terrorismo. Pactó en secreto con Adolfo Suárez la legalización del PCE en los primeros delicados años de la Transición. Fue un pacto de caballeros y cada uno cumplió su palabra.


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La vida de Carrillo, ex secretario general del Partido Comunista de España (PCE), retrata la Historia contemporánea española. Participó en la guerra civil, fue una figura relevante de la oposición al franquismo y una pieza clave de la Transición. En la imagen, Felipe González, Santiago Carrillo y Ramón Tamames protestan en el primer uno de mayo tras el fin de la dictadura.


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Con el DNI falso número 1.984.157 Santiago Carrillo cruzó la frontera con la ayuda del empresario comunista Teodulfo Lagunero. No era el dirigente comunista, sino un simple ingeniero llamado Alfredo Solares Martínez, hijo de Carmen y Alfredo, nacido en la calle de Hortaleza en Madrid.




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Desde muy joven se afilió a las Juventudes Socialistas, en las que se identificó con la minoría revolucionaria. Su capacidad analítica y sus dotes de orador, aunado a la influencia socialista de su padre, le hicieron destacar rápidamente. En la imagen, su primera aparición como secretario general del PCE, en un acto clandestino del partido, aún ilegal.



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Su participación en la llamada Revolución de 1934 le llevó a la cárcel, junto a otros líderes socialistas como Largo Caballero y su mismo padre, Wenceslao Carrillo. Tras la victoria del Frente Popular, en 1936, fue puesto en libertad, pero sus ideas ya se habían radicalizado.




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Al estallar la guerra civil, se unió al Partido Comunista Español (PCE) y luchó del lado de los republicanos. Ejerció de Consejero de Orden Público durante las matanzas de Paracuellos (1936), por las que 20 años después fue responsabilizado por el franquismo. En la imagen, Carrillo junto a su antecesora al frente del PCE, Dolores Ibárruri, 'La Pasionaria'.




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Como secretario general del PCE (1960-1982), Santiago Carrillo se convirtió en una de las figuras más beligerantes de la oposición al franquismo pese a que se encontraba escondido en el extranjero. Al principio su oposición iba en sintonía con sus protectores soviéticos, pero a partir de la invasión de Checoslovaquia por la URSS, se alejó de la cúpula soviética y se identificó con el eurocomunismo. En la imagen, la peluca y material que llevaba Carrillo cuando fue detenido por la Policía en 1976, tras entrar clandestinamente a España.



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Durante la Transición, el papel de Santiago Carrillo fue fundamental para el triunfo de la reforma. En 1977, ofreció su colaboración a Adolfo Suárez a cambio del reconocimiento de su partido, hasta entonces ilegal. Su histórica legalización se produjo el 9 de abril de aquel año, en el llamado 'Sábado Santo rojo'.


Especial: La legalización del PCE




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Para conseguir la legalización del PCE, Adolfo Suárez y Santiago Carrillo mantuvieron una serie de negociaciones en secreto, con el comunista refugiado en Cannes. Para anunciar oficialmente la legalización del partido, Suárez amarró cada una de las palabras de Carrillo, pidiéndole que le llamara «anticomunista». Carrillo, por su parte, cumplió su palabra y ordenó a los suyos guardar la compostura y mantener la disciplina. En la imagen, Javier Fernández y Santiago Carrillo, miembros del PCE.




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Para que la legalización llegara a buen puerto sin dar motivos de indignación al Ejército ni al búnker franquista, Suárez pidió a Carrillo que el Partido Comunista aceptara la bandera española, que aceptara la Monarquía, que reconociera la unidad de España y que las filas comunistas mantuvieran la moderación y la calma. Carrillo accedió. En la imagen, Carrillo conversa con Suárez en el 25 aniversario de la legalización del PCE.




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Desde la legalización, Carrillo permaneció fiel a la idea de la democracia y mostró su lealtad a Suárez y al Rey durante el golpe de Estado de 1981. El 23-F, el líder comunista fue uno de los tres políticos, junto al presidente Suárez y el vicepresidente Gutiérrez Mellado, en plantarle cara a Tejero. En la imagen, Santiago Carrillo, Agustín Rodríguez Sahagún, Adolfo Suárez, Juan Carlos I, Felipe González y Manuel Fraga, en una recepción del Rey a los líderes políticos después del golpe.




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Carrillo ha vivido toda su vida fiel a sus ideales republicanos, pero admirando a la vez y reconociendo siempre públicamente el papel que el Rey jugó en la Transición española. En esta imagen aparece con Juan Carlos I, en el 25 aniversario de su proclamación como rey de España.




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Tras las negociaciones con Adolfo Suárez, Carrillo partició en los Pactos de la Moncloa, el histórico acuerdo entre todas las fuerzas políticas para lograr estabilidad económica, el paso necesario para alcanzar la estabilidad política. En la imagen, Enrique Tierno Galván, Santiago Carrillo, José María Triginer, Joan Raventós, Felipe González, Juan de Ajuriaguerra, Adolfo Suárez, Manuel Fraga, Leopoldo Calvo Sotelo y Miquel Roca.




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En las elecciones de 1977 Carrillo fue elegido diputado por Madrid, formando parte en el proceso de elaboración de la nueva Constitución de España. En la imagen, Carrillo en un mitin electoral en el polideportivo de Huerta del Rey, en 1977.




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Debido a los malos resultados electorales de 1979 y 1982, y a los enfrentamientos dentro de su partido, Carrillo dejó la secretaría general del PCE en 1982. Tres años después, fue expulsado del partido. En 1986, formó el Partido de los Trabajadores de España, que no tuvo éxito. En la imagen, Carrillo abraza a su sucesor en el PCE, Gerardo Iglesias.




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Alejado de la vida política, Carrillo se dedicó a colaborar en diferentes medios de comunicación, conferencias y tertulias, además de ser autor de varias obras como 'La memoria en retazos: recuerdos de nuestra historia más reciente' (2004) y '¿Se vive mejor en la república?' (2005). En la imagen, Carrillo al ser investido, en 2005, Doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Madrid.




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En 2010 dedicó un libro a 'Los viejos camaradas'. Y es que han sido muchos los compañeros de lucha que Santiago Carrillo vio irse antes que él. En esta imagen, abraza a la viuda del líder sindicalista Marcelino Camacho.



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Fraga y Carrillo. Carrillo y Fraga. Símbolo de las dos Españas, los políticos más longevos del panorama patrio compartían escaño en febrero de 2011 para conmemorar los 30 años del golpe de Estado del 23-F, un atentado contra la democracia que ambos vivieron desde el Congreso, sin miedo a enfrentarse a los militares. Fraga murió en enero de 2012, a los 89 años, mientras Carrillo falleció ocho meses más tarde, a los 97.



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Mantuvo cuerpo y conciencia activos hasta sus últimos días. Prueba de ello es este homenaje que recibió en septiembre de 2011 en el Palacio Vistaalegre. 20.000 delegados de CCOO se reunían para pedir un Pacto de Estado por el Empleo y reconocían con aplausos la carrera de Carrillo.



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Comprometido hasta el final, en octubre de 2011 acudía a la inauguración de un monumento que conmemoraba el 75 aniversario de la creación de las Brigadas Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid.



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Y de nuevo en el Congreso, esta vez como invitado, cuando estaba a poco más de un mes de cumplir 97 años. Asistía a la celebración del día de la Constitución en diciembre de 2011.

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elotrobarrio

Mensajepor elotrobarrio » Mié 19 Sep, 2012 1:14 am

Que descanse en paz como los pobres niños de Paracuellos.

http://www.elimparcial.es/sociedad/los- ... 64353.html

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adios camarada

Mensajepor adios camarada » Mié 19 Sep, 2012 6:03 pm



El último adiós a Carrillo

Capilla ardiente
Desfile de políticos y ciudadanos en la sede de Comisiones Obreras

Alfonso Guerra y Adolfo Suárez Illana han sido los primeros rostros conocidos en llegar al auditorio Marcelino Camacho de la sede de Comisiones Obreras, donde el cuerpo de Santiago Carrillo será velado hoy. A ellos se han unido a lo largo de la mañana una larga lista de representantes políticos y sociales, como la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáez de Santamaría, la ministra de Empleo, Fátima Báñez, el ex presidente Felipe González, José Bono, o Víctor Manuel y Ana Belén para despedir al histórico dirigente comunista, que falleció ayer a los 97 años.

La vicepresidenta del Gobierno hizo su aparición hacia las 13.40 horas para dar el pésame a la familia. "El siglo XX fue un siglo de muchas sombras y alguna luz y en este momento hay que traer a la memoria esa luz que fue la Transición. Y Santiago Carrillo participó de ella y es Historia de España, de nuestro presente y de nuestro futuro", ha destacado.

El desfile de ciudadanos y rostros de la política se ha iniciado a las 10.30, cuando se han abierto las puertas del auditorio. Un centenar de personas esperaba desde primera hora de la mañana frente a la sede de CCOO para rendir tributo al ex dirigente comunista. La frase "El capitalismo puede llegar a destruir la especie humana" preside la capilla.

Poco antes de las 10.30, el hijo del ex presidente Adolfo Suárez ha querido "dar un abrazo a la familia en nombre de mi padre" y ha destacado el papel político de Carrillo. "Todos los demócratas le deben mucho a Carrillo, más allá de las discrepancias políticas", ha destacado antes de acceder al auditorio, donde fue recibido por la mujer y los hijos del fallecido.

Guerra también ha alabado la figura del dirigente comunista y ha comparado a los políticos de la Transición con los actuales. "No es que las generaciones de ahora sean peores que las de antes, pero antes los mejores iban a la política y eso hoy no se da exactamente".

Rosa Díez se acercó pasadas las 10.30 a la sede de CCOO tras participar en la sesión de control del Congreso. La dirigente de UPyD, acompañada de Toni Cantó, señaló que Carrillo ha sido "una figura imprescindible para la Transición y la democracia, que, como todas las personas, tiene sus errores y aciertos". "Su gran acierto", ha continuado, "es que supo superar y contribuir de forma decisiva a la democracia y la convivencia".

El ex presidente de la Junta de Andalucía y ex ministro Manuel Chaves, los diputados de CiU Josep Sánchez Llibre y Pere Macías, los socialistas Elena Valenciano y Eduardo Madina, así como los representantes de IU Cayo Lara y José Luis Centella desfilaron ante el cuerpo de Carrillo y dieron el pésame a la familia. Tampoco faltaron los dirigentes sindicales Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez.

"Todos los españoles tenemos que agradecer que el PCE fuese un partido clave en la Transición. Todos los españoles de bien debemos darle las gracias a don Santiago Carrillo", ha asegurado la vicesecretaria general del PSOE.

La ex vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega apareció hacia las 11,15, así como los artistas Ana Belén, Víctor Manuel y Juan Diego, que no han hecho declaraciones. Fernández de la Vega sí las hizo para señalar que es "un día triste de despedida de uno de los referentes de la izquierda. Un hombre valiente y comprometido en la lucha contra la dictadura".

http://www.elmundo.es/elmundo/2012/09/1 ... 17479.html


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Invitado

El verdadero pasado de Carrillo

Mensajepor Invitado » Mié 19 Sep, 2012 7:13 pm



El verdadero pasado de Carrillo
Federico J. Losantos recuerda con Gabriel Albiac y José Alejandro Vara la verdadera trayectoria de Santiago Carrillo, como la matanza de Paracuellos.

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Paracuellos

Mensajepor Paracuellos » Mié 19 Sep, 2012 8:33 pm

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"Santiago Carrillo no fue el inductor de la matanza de Paracuellos"

El hispanista Ian Gibson cree que los responsables fueron "los comunistas mandados por Moscú"

El hispanista de origen irlandés Ian Gibson, que escribió el libro Paracuellos como fue, ha afirmado hoy que Santiago Carrillo era "sabedor" de la "matanza" que se había producido, "pero no su responsable principal ni su inductor", y ha destacado su "gran contribución" a la transición política.

Gibson, que ha presentado en Málaga su novela La berlina de Prim, ha señalado en rueda de prensa que "se están diciendo palabras muy fuertes sobre Carrillo y Paracuellos".

Imagen "Claro que mataron a prisioneros de la cárcel Modelo, hubo una matanza, esto es innegable, pero no creo que Carrillo fuera el responsable, creo que fueron los comunistas mandados por Moscú", ha dicho el hispanista respecto al político, que murió ayer a los 97 años.

El hispanista publicó una "larga entrevista" con Carrillo en el que éste le dijo que entonces "tenía 22 años, era consejero de Orden Público y quería poner orden en las checas ilegales, que mataban a mansalva, porque ibas con corbata y eso era suficiente para que te quitaran de en medio".

    "Mandaban los asesores rusos, que tenían métodos estalinistas, terribles y espantosos"
En aquella "situación caótica", con el Gobierno trasladado a Valencia "porque creía que iba a caer Madrid", Carrillo le dijo que hizo "lo que pudo, pero había mucha gente influyendo, y su tarea era organizar para que no hubiera asesinatos cada noche en la ribera del Manzanares e impedir que entraran las tropas fascistas en Madrid".

Para Gibson, Carrillo "sabía perfectamente cómo habían sido" los hechos en Paracuellos, pero "los que mandaban eran los asesores rusos, que tenían métodos estalinistas, terribles y espantosos". Sin embargo, también ha admitido que habló con Enrique Líster y le dijo que "Carrillo era un asesino, no sólo de fascistas, sino de su propia gente, en la línea estalinista". "Sólo puedo opinar del hombre con el que hablé y que me contó lo de Paracuellos", ha agregado el hispanista, que ha destacado la "gran contribución" de Carrillo a la Transición.

A nivel humano, ha apuntado, quedó "fascinado por su manera de ser, de estar y de hablar, su inteligencia política inmensa, su hombría de bien y su valentía con Tejero y todo eso", por lo que considera que Carrillo ha sido "un hombre absolutamente excepcional". En este sentido, ha resaltado "el talante dialogante de Carrillo" durante la transición, "fuera de lo que hubiera sido antes", y la "contribución fundamental de poder hablar con Fraga".

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Paracuellos

Mensajepor Paracuellos » Mié 19 Sep, 2012 9:02 pm

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EXTRACTO DE 'PARACUELLOS-KATYN'
Las pruebas contra Carrillo en Paracuellos

Después de décadas de debate, el ensayo de César Vidal Paracuellos-Katyn arrojó luz sobre la responsabilidad de Carrillo en la matanza de Paracuellos.

Santiago Carrillo no es el único que tuvo responsabilidad en la matanza de Paracuellos del Jarama (Madrid) en otoño de 1936 (4.200 asesinados totalmente identificados) pero la investigación histórica que realiza César Vidal en Paracuellos-Katyn (Libros Libres 2005) aporta datos esclarecedores sobre la implicación directa de Carrillo en estos horribles crímenes. En el momento de la matanza, Carrillo era responsable de seguridad de la Junta de Madrid.

Vidal explica que "ninguno de los que supieron, en noviembre de 1936 lo que estaba sucedieron" tuvieron dudas sobre "la responsabilidad ejecutora" de Carrillo en la matanza. Entre los textos que apuntan en esta dirección destaca el del nacionalista vasco Jesús de Galíndez –fue asesor de la Dirección General de Prisiones cuando el también peneuvista Manuel de Irujo fue nombrado Ministro de Justicia de la Segunda República– escribió en 1945 en sus memorias del asedio de Madrid:

    El mismo día 6 de noviembre se decide la limpieza de esta quinta columna por las nuevas autoridades que controlaban el orden público. La trágica limpieza de noviembre fue desgraciadamente histórica; no caben paliativos a la verdad. En la noche del 6 de noviembre fueron minuciosamente revisadas las fichas de unos seiscientos presos de la cárcel Modelo y, comprobada su condición de fascistas, fueron ejecutados en el pueblecito de Paracuellos del Jarama. Dos noches después otros cuatrocientos. Total 1.020. En días sucesivos la limpieza siguió hasta el 4 de diciembre. Para mí la limpieza de noviembre es el borrón más grave de la defensa de Madrid, por ser dirigida por las autoridades encargadas del orden público. (J. de Galíndez Suárez, Los vascos en el Madrid sitiado)
La responsabilidad directa de Carrillo en estos millares de crímenes fue confirmada de manera irrefutable tras la apertura de los archivos de la antigua Unión Soviética. César Vidal recoge un documento de enorme importancia escrito a mano por Gueorgui Dimitrov, líder en ese tiempo de la Internacional Comunista al servicio de Stalin. En el texto, escrito el 30 de julio de 1937, informa de la manera en que prosigue el proyecto de toma del poder del PCE en el Gobierno del Frente Popular. La referencia a las matanzas de Carrillo aparece en relación con las críticas al ministro peneuvista de Justicia, Manuel de Irujo:

    Pasemos ahora a Irujo. Es una nacionalista casco, católico. Es un buen jesuita, digno discípulo de Ignacio de Loyola (...). Se dedica especialmente a acosar y perseguir a gente humilde y a los antifascistas que el años pasado trataron con brutalidad a los presos fascistas en agosto, septiembre, octubre y noviembre. Quería detener a Carrillo, secretario general de la Juventud Socialista Unificada, porque cuando los fascistas se estaban acercando a Madrid, Carrillo, que era entonces gobernador, dio la orden de fusilar a los funcionarios fascistas detenidos. En nombre de la ley, el fascista Irujo, ministro de Justicia del gobierno republicano, ha iniciado una investigación contra los comunistas, socialistas y anarquistas que trataron con brutalidad a los presos fascistas. (...) Irujo está haciendo todo lo posible e imposible para salvar a los trotskystas y sabotear los juicios que se celebran contra ellos.
Pero, como explica César Vidal en su investigación, otro agente de Stalin, Stoyán Mínev Stepanov, delegado en España de la Komitern de 1937 a 1939, redactaba en abril de 1939 un informe sobre las causas de la derrota en España. En él también mencionaba a Carrilo de forma reveladora, al hablar de la resistencia que había plantado el PSOE tras al avance del PCE: "Provocan la persecución contra muchos comunistas (incluso también contra Carrillo) por la represión arbitraria de los fascistas en otoño de 1936". Lo que demuestra que la responsabilidad de Carrillo no sólo era conocida por el PCE y los agentes de Stalin, sino que también fue utilizada por el PSOE para frenar el avance del PCE en el seno de la guerra interna del Frente Popular.

Además de estas pruebas, ya en la época de la Transición un antiguo miliciano denominado El Estudiante que asegura que acompañó a Carrillo en sus tareas represivas, escribió una carta al ex dirigente comunista que en su momento no tuvo eco en la prensa por las ansias de reconciliación que presidían la Transición. Sí se publicó una entrevista en un diario de la época en la que se reafirmaba del contenido de la carta e, incluso, aparecía llorando en fotografías de los lugares donde , según su testimonio, Carrillo perpetró sus crímenes.

En la carta, El Estudiante dice:

    Hoy soy vecino de Aranjuez, tengo 65 años y en el año 1936 fui enterrador del cementerio de Paracuellos del Jarama. También estuve en la checa de la Escuadrilla del Amanecer, de la calle Marqués de Cubas 17 de Madrid, donde presencié los mas (sic) horrendos martirios y crímenes (sic). También estuve en el cuartel de asalto de la calle Pontones donde tú, Santiago Carrillo, mandabas realizar toda clase de martirios y ejecuciones de la checa de tu mando. Yo soy el pionero al que llamabas, el estudiante, que llevaba la correspondencia de las distintas checas a cambio de la comida que me dabais. ¿Me recuerdas ahora, Santiago Carrillo? ¿Te acuerdas cuando tú, acompañado de la miliciana Sagrario Ramírez, Santiago Escalona y Ramírez Roiz, alias el Pancho, en la carretera de Fuencarral km 5, el día 24 de agosto de 1936, siete de la mañana, asesinasteis al Duque de Veragua, que tú, Santiago Carrillo, madasteis (sic) que le quitaran el anillo de oro con piedras preciosas; y recuerdas que no se lo podian (sic) quitar y tú, Santiago Carrillo ordenastes (sic) que le coartaran el dedo; recuerdas, Santiago Carrillo, la noche que fuisteis a la checa de Fomento con tu coche Ford M-984 conducido por el comunista Juan Llascu y los chequistas Manuel Domicris, el Valiente, y el guarda de asalto José Bartolomé, y que entonces en el sotano (sic) mandastes(sic) quemar los pechos de la monja sor Felisa del Convento de las Maravillas de la calle de Bravo Murillo, y que así lo hizo el Valiente, con un cigarro puro. Esto sucedió el día 29 de agosto a las tres de la madrugada.

Información extraída del ensayo de César Vidal Paracuellos-Katyn, Libros Libres, 2005.

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naranjito

Mensajepor naranjito » Jue 20 Sep, 2012 4:33 am

Don Santiago, un patriota. :vivaspain:

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CARRILLO NO FUE EL

Mensajepor CARRILLO NO FUE EL » Jue 20 Sep, 2012 5:53 am

EL ASESINO DE PARACUELLOS. ESTOY SEGURA QUE NO LO FUE. PERO SI
FUE EL CULPABLE DE QUE FRANCO ASESINARA A SU CAMARADA COMUNISTA JULIAN GRIMAU. CARRILLO FUE 1 VIVIDOR VIVIA COMO 1 REY EL SU PALACETE EN PARIS. CARRILLO FUE 1 FALSO Y SE ADAPTO A TODO CON TAL DE VIVIR A TODO LUJO (DUQUESA ROJA) LASTIMA QUE NO HAYA INFİERNO Nİ GLORİA PARA QUE GRIMAU LE PİDA CUENTAS EN EL OTRO MUNDO Y LE PREGUNTE PORQUE CHIVATIASTE QUE YO ESTABA EN ESPANA

Y POR ULTİMO MURİO CARRİLLO EN PAZ CON DİOS YA SABEMOS QUE SE CONVİRTİO AL CATOLİCİSMO

Assia

PD perdonad que no ponga ınterrogacion. no encuentro el sıgno y escribo muy de prisa

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Nin

OPERACIÓN NIKOLAI - El secuestro y asesinato de Nin

Mensajepor Nin » Jue 20 Sep, 2012 6:15 pm




OPERACIÓN NIKOLAI

El 16 de junio de 1937, en plena guerra civil española, Andreu Nin, máximo dirigente del POUM; un partido marxista contrario a la política de Stalin, es secuestrado en Barcelona y desaparece sin dejar rastro.

Durante seis meses, un equipo de investigación de Televisió de Catalunya trabajó en los archivos de la Internacional Comunista y de la KGB en Moscú.

Era el año 1992 y por primera vez los investigadores accedieron a una documentación secreta y sellada durante 55 años.

"Operación nikolai" demuestra la conspiración, secuestro y asesinato de Nin, siguiendo el modelo de las purgas estalinistas.

El documental también descubre el lugar donde fue enterrado el líder del POUM.

    Dirección: M. Dolors Genovès
    Guión e investigación: M. Dolors Genovès y Llibert Ferri
    Realización: Ricard Belis

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Invitado

Mensajepor Invitado » Jue 20 Sep, 2012 6:32 pm




Santiago Carrillo, in memoriam: La trayectoria histórica de la traición


Ayer martes, sobre las tres de la tarde, murió Santiago Carrillo Solares mientras dormía plácidamente la siesta. Los más destacados representantes del establisment político - y también económico - han descargado todo género de elogios sobre la figura del difunto. El propio monarca tuvo la deferencia de acercarse junto a su esposa hasta el domicilio del político desaparecido para expresar sus condolencias a los familiares. ¿A qué responde la unanimidad en el dolor de los poderosos ante la desaparición de un presunto comunista? Históricamente no son estos los sentimientos que se suelen producir entre quienes detentan el poder cuando un comunista desaparece del mundo de los vivos. Vale la pena, pues, que tratemos de desentrañar la razones que provocan tan generalizada tristeza.


BREVES REFERENCIAS BIOGRÁFICAS DE SANTIAGO CARRILLO

Carrillo nació en el año 1915, por lo que el próximo mes de enero habría cumplido los 98 años de edad. Su trayectoria política se extendió prácticamente a lo largo de todo el siglo XX. Hijo de un conocido dirigente del PSOE, Wenceslao Carrillo, ingresó en las filas de las Juventudes Socialistas a finales de la década de los años 20. En 1930, con tan sólo 15 años, inició su colaboración como periodista en la publicación "El Socialista", órgano de expresión del PSOE, cubriendo la información del Parlamento de la II República. A partir de entonces Santiago Carrillo se convierte en un político profesional hasta el final de sus días.

En 1934 Carrillo es detenido por su participación en la revolución de Asturias. A la salida de prisión, en 1936, es invitado por los representantes de la Internacional Comunista en España a visitar la URSS, donde queda deslumbrado por los triunfos alcanzados por la revolución soviética. Como resultado de estos contactos, las Juventudes Socialistas y Comunistas se unifican en una sola organización, las JSU. Carrillo fue nombrado Secretario General de la recien constituida organización. En octubre de 1936, Santiago Carrillo ingresa en el Partido Comunista de España. En 1939, derrotada la república, Carrillo parte para Francia, permaneciendo en el exilio hasta 1976.

En 1960 es nombrado Secretario General del PCE. En 1976, tras morir Franco, Santiago Carrillo regresa clandestinamente a España donde es detenido y puesto en libertad unas semanas después. En noviembre de 1982, el hasta entonces Secretario General, acosado por la crisis interna del partido, abandona la dirección del PCE, que pone en manos de Gerardo Iglesias, un joven dirigente asturiano en cuya fidelidad había confiado.

Un par de años después abandona el Partido Comunista y crea el PTE (Partido de los Trabajadores de España), organización que tiene una corta vida de tan solo un par de años. A partir de la disolución de esta organización, diseñada ad hoc para estar en condiciones de poder "negociar" su inserción en el PSOE, los militantes del mismo ingresan en aluvión en el partido de Felipe González. Carrillo, en cambio, pretextando su edad se retira de la vida política activa.


CON CARRILLO ESTÁ MURIENDO TAMBIÉN LA INSTITUCIONALIDAD QUE ÉL AYUDÓ A CONSTRUIR

Santiago Carrillo departiendo animadamente con Manuel Fraga. La muerte de Santiago Carrillo viene a coincidir con el cuestionamiento socialmente generalizado del sistema político y económico a cuya construcción él prestó un inestimable servicio. Carrillo no sólo fue el protagonista teórico de la socialdemocratización de una parte del movimiento comunista internacional, sino que su figura fue decisiva a la hora de conformar en el Estado español una institucionalidad monárquica que permitiera a las clases sociales hegemónicas continuar detentando, en régimen de monopolio, el poder del que habían disfrutado durante los casi 40 años de dictadura.

El peso del prestigio que en los años de la llamada "Transición" tenía Carrillo como dirigente incuestionable del PCE fue determinante en la aceptación por parte de la militancia comunista del régimen instaurado por el heredero del Dictador. La imposición de la bandera rojigualda, la liquidación de la histórica reivindicación republicana como alternativa al sistema político franquista y el beneplácito en la implantación de una suerte de amnesia colectiva en relación con la Guerra Civil y la posterior lucha clandestina en la que perdieron la vida miles de combatientes comunistas, contaron con la explícita complicidad del personaje fallecido.

Gracias a su gestión política en el PCE, e indirectamente en el sindicato CC.OO., el movimiento obrero del estado emprendió la vía de la denominada "política de concertación", convirtiendo sus estructuras burocráticas en instituciones al servicio del poder. Los movimientos sociales creados durante la dictadura desaparecieron, o se convirtieron en apéndices partidarios sin apenas participación social. La dirección del PCE, con Carrillo a la cabeza, optó sin fisuras por la institucionalidad del sistema. A cambio, éste ofreció la garantía de blindar su existencia y la de los funcionarios de partidos y sindicatos, con subvenciones y canonjías diversas. De esa forma, progresivamente, las organizaciones que teóricamente tenían como función cuestionar al sistema político y económico dominante terminaron convirtiéndose en parte de su misma esencia y, consecuentemente, perdiendo toda representatividad social.


EL ESTABLISHMENT SE CONDUELE

Que el papel político del recién fallecido fue determinante para hacer posible el diseño de las actuales instituciones, lo comprendió claramente el Parlamento español en la tarde del pasado martes, cuando el pleno en peso, puesto en pie, homenajeó con un aplauso su memoria. Para Esteban González Pons, diputado del ultraconservador Partido Popular, Santiago Carrillo no sólo fue "uno de los protagonistas de la Transición", sino que afirmó tener la seguridad de que "la Historia recordará su contribución a la reconciliación de los españoles". El propio Mariano Rajoy calificó al finado como "un referente para la política española". Para el presidente de la Junta de Andalucía, el socialdemócrata José Antonio Griñán, "la reconciliación y el consenso hicieron posible la transición democrática: Carrillo fue su principal artífice". La diputada derechista, Rosa Díez, aseguró que “había que recordar su trabajo y esfuerzo por la concordia". Garrigues Walker, poderoso multimillonario, miembro de la Trilateral y representante de los intereses norteamericanos en España, dijo al ser entrevistado por la cadena televisiva "24 Horas" que "habría que seguir el ejemplo de las ideas de Santiago Carrillo, tanto en el terreno de la política como de la economía".


LA IZQUIERDA INSTITUCIONAL LLORA LA DESAPARICIÓN DE SU MANTRA SECRETO

Pero si los representantes institucionales de la derecha y de la socialdemocracia se deshicieron en apologías al recordar la memoria del ex comunista, los dirigentes del PCE e Izquierda Unida no se quedaron a la zaga. Gaspar Llamazares, por ejemplo, no tuvo empacho en decir que "se nos ha ido un pedacito de lo mejor de nuestra historia". Alberto Garzón, el joven diputado que la dirección de IU trata de convertir en su estrella mediática, destacó de la ideología de Santiago Carrillo - con una ignorancia digna de mejor causa - "su espíritu por superar el capitalismo". El secretario general del PCE, José Luis Centella, se atrevió a decir algo que estremecería en sus tumbas a los viejos militantes de ese Partido: que su fallecido antecesor "entregó su vida a la lucha y a la defensa del comunismo". Pero quien jugó fuerte para qué se materializara la coalición PSOE-IU en la Junta de Andalucía, fue aún más lejos cuando se aventuró a trasladar su pésame "a todos los comunistas y las comunistas de España".

Lo sorprendente de las dolidas honras fúnebres de estos destacados miembros de las actuales direcciones de IU y del PCE es que, hace tan solo un año y medio, el diario socialdemócrata "Público" destacaba en grandes titulares unas declaraciones de Carrillo en las que éste aseguraba que "El PCE está en vías de desaparición total". Y es posible que no le faltara razón en su negro augurio al viejo camaleón desaparecido, a tenor del empeño de sus actuales dirigentes en recorrer los mismos trillados senderos que hace 35 años marcara el finado tahúr del eurocomunismo. ¿O quizá hoy continúa siendo ese el objetivo subyacente?

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Invitado

Mensajepor Invitado » Jue 20 Sep, 2012 6:41 pm

Los claroscuros de una trayectoria política

Pelai Pagès
Universitat de Barcelona



[imageleft]Imagen[/imageleft]Nadie puede negar el protagonismo histórico que desde los años treinta del siglo pasado hasta la consolidación de la democracia ha tenido un personaje como Santiago Carrillo. O mejor dicho, sólo él ha sido capaz de negarlo o al menos de relativizarlo en aquellos episodios que representan claroscuros de la historia. Cuento sólo una anécdota de la que fui testigo. En octubre de 2004 coordiné el Congreso sobre la transición que se realizó en Valencia, en el marco de los Premis Octubre que cada año se organizan en la ciudad del Turia. Carrillo vino para hablar de la política del PCE durante la transición. A propuesta del organizador del evento, Eliseu Climent, una noche cenamos con él y su señora. Estábamos relativamente pocos en la mesa -seis o siete personas- y cuando a instancias de Climent surgieron a la palestra temas conflictivos, como los asesinatos de Trotski o de Nin y la represión contra el POUM, Carrillo habló de ellos con toda tranquilidad y naturalidad, como si hubiese sido mero espectador de la historia que relataba, sin implicaciones personales de ningún tipo. Dijo una frase, sin embargo, que me impactó considerablemente: "En los años treinta ningún militante comunista a quien se hubiese pedido que asesinase a Trotski se hubiese negado a hacerlo".

Ciertamente, desde su cargo de secretario general de las Juventudes Socialistas en los años treinta hasta que abandonó la secretaria general del PCE en 1982, y acabó siendo expulsado del partido en 1985, la carrera política de Carrillo ha estado teñida de acontecimientos conflictivos, acordes con una etapa dominada por la hegemonía del estalinismo en el seno del comunismo oficial y con los cargos que el propio Carrillo desempeñó a lo largo de su dilatada carrera. Sería prolijo detallar cada uno ellos. Pero desde una perspectiva de izquierdas es evidente que en el momento de hacer balance de su biografía no podemos olvidarnos de algunos de los más importantes. Y soy consciente de que lo más fácil sería culpar al estalinismo de ellos, pero es preceptivo no olvidarnos de que el estalinismo no hubiese existido sin estalinistas, y de que dentro del estalinismo no jugaba el mismo papel el militante de base que el dirigente con cargos de responsabilidad.

No quiero negar que Carrillo pasará a la historia -de hecho ya ha pasado- como el dirigente comunista que dirigió el PCE en una época crucial de la historia de España reciente, cuya contribución fue fundamental para la consolidación de la democracia: la transición que siguió a la muerte de Franco. Pero antes existió una etapa que también marcó la historia del movimiento obrero y la propia historia de España. Y el episodio de la represión contra el POUM durante la guerra civil, los asesinatos de Nin y de Trotsky y la política de calumnias que contra los movimientos comunistas heterodoxos siguió desarrollando el PCE durante muchos años forman parte también de la historia. Es cierto que el viraje "eurocomunista" que encabezó Carrillo a partir de los años 60, de acuerdo con los italianos, parecía poner un punto y aparte a esta historia, pero no deja de ser paradójico que durante los años de la transición, en pleno auge del eurocomunismo, al mismo tiempo que se defendían las virtudes de la democracia parlamentaria, -"de dictadura, ni la del proletariado" había dicho Carrillo- se seguía defendiendo la política que el PCE había seguido durante la guerra civil. Una política -quiero recordarlo- que pasaba por la defensa de la República pero también por el exterminio de los disidentes.

Tuvo que llegar el derrumbe de la Unión Soviética y la apertura de los archivos rusos para que la evidencia documental pusiera las cosas en su sitio. Algunos militantes comunistas, en este contexto, entonaron el mea culpa. Carrillo no. El documental Operación Nikolai (1992) sobre el asesinato de Nin puso las cosas en su sitio. Pero tuvo que llegar el nuevo siglo XXI, tuvieron que desarrollar sus tesis sobre la guerra civil los denominados revisionistas de derechas, para que en el seno de la izquierda se desarrollase también un revisionismo que retomaba las mismas ideas del estalinismo de los años treinta y cuarenta. Y además de leer en determinados libros de reputados historiadores justificaciones sobre la persecución del POUM y los asesinatos mencionados, Carrillo también acabó abonando las mismas ideas en algunas de sus intervenciones radiofónicas recientes. ¿Será que el estalinismo no estaba tan superado como algunos creíamos?

Existe otro episodio conflictivo: los asesinatos en Paracuellos del Jarama durante la Guerra Civil. Carrillo siempre negó su implicación, a pesar de ser Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid. Cuando en diciembre de 2010 publiqué en la revista internacional de la Guerra Civil, que dirijo, el artículo de Paul Preston sobre las matanzas de Paracuellos, en el que se volvía a hacer hincapié en el papel de Carrillo, el revuelo mediático fue enorme. Pero Carrillo siguió negándolo todo.

Sin embargo, Carrillo -paradojas de la historia- lleva años siendo uno de los defensores más acérrimos de la actual monarquía y de la figura del rey. Y en este punto no quiero obviar las renuncias que tuvo que hacer el PCE encabezado por Carrillo durante la transición: el sacrificio de la añorada República, los valores republicanos, principios básicos como el derecho a la autodeterminación de los pueblos, que habían defendido hasta la vigilia. En fin, una larga lista de aspectos que hoy, en la muerte de Santiago Carrillo, muchos olvidarán. Pero que es preceptivo recordar si queremos ser objetivos y poner en cada plato de la balanza los activos y los pasivos de una trayectoria, que indudablemente ya forma parte de la historia.

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Mensajepor Invitado » Vie 21 Sep, 2012 4:42 am

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Memorias de un comunista histórico

Santiago Carrillo, fallecido este martes, ensalzó en su autobiografía el espíritu de consenso político en que se forjó la democracia


Santiago Carrillo, histórico dirigente del Partido Comunista de España (PCE) y figura clave en la Transición, ha fallecido este martes en Madrid, según han confirmado fuentes familiares y de Izquierda Unida. El político ha muerto en su domicilio a los 97 años, mientras se echaba la siesta. La suya ha sido una biografía de suma intensidad que tiene sus picos tanto en la guerra civil como en la reorganización del PCE, pasando por su papel clave en la Transición. Ya el pasado mes de julio estuvo varios días en observación en el hospital Gregorio Marañón de Madrid por un problema de riego sanguíneo.

Su apuesta por aceptar la monarquía en un momento en el que el PCE era aún la única fuerza política con implantación real en España imprimió un giro decisivo a la evolución del país y sorprendió tanto a los promotores del franquismo sin Franco como a la desconcertada militancia comunista, volcada durante décadas de lucha clandestina en recuperar las libertades. No fue esa la única decisión polémica adoptada por Carrillo, el suyo es el perfil de un político polémico y controvertido. No sólo a través de sus actos como dirigente del PCE, que lideró hasta 1982, sino también a través de su amplia obra ensayística, que arranca en 1959 con el libro ¿Adónde va el Partido Socialista?

Entre su bibliografía destacan títulos como Eurocomunismo y Estado, Memoria de la transición: la vida política española y el PCE, Juez y parte: 15 retratos españoles, La memoria en retazos: recuerdos de nuestra historia más reciente, Dolores Ibárruri: Pasionaria, una fuerza de la naturaleza y La crispación en España. De la Guerra Civil a nuestros días, entre otros.

Pero quizá el capítulo más importante de su producción es el constituido por sus propias memorias, que vieron la luz por primera vez en 1993 para ser reeditadas en 2007 por la editorial Planeta con una nueva introducción y epílogo del autor. A continuación reproducimos un fragmento de este libro, en el que el político repasa el espíritu de consenso sobre el que se asentaron la democracia y la Constitución de 1978.


Capítulo 22
La política de consenso

La elaboración de la Constitución | Problemas en el título octavo | Un ponente invisible | Consensos entre líderes | Los poderes de la corona | Los comunistas ante la monarquía | Por una política de concentración democrática | Los pactos de la Moncloa | La CEOE se pronuncia en contra | La compostura de los debates constituyentes | Fraga me presenta en el club Siglo XXI | Mis conversaciones con Suárez | El alto sentido de responsabilidad del PCE


La ponencia constitucional, en la que nos representó Jordi Solé Tura, desempeñó un meritísimo papel en aquellas circunstancias. Pero lo cierto es que las cuestiones más problemáticas no se resol- vieron en la ponencia,sino en conversaciones entre los líderes,en las que se hicieron la mayor parte de los consensos difíciles.En el logro de esos consensos tuvo un papel importante Alfonso Guerra, buen negociador; lo tuvo también Abril Martorell. Y en ciertos temas lo tuve también yo.

Las cuestiones más problemáticas se relacionaban con el título octavo, o sea con la articulación del Estado de las autonomías; también hubo algunos,más que sobre la forma de Gobierno,so- bre las atribuciones del monarca. No fueron los únicos,pero sí los más complicados.

La admisión de la palabra «nacionalidades»,en el título octavo no fue fácil.Los diputados más derechistas se oponían invocando la unidad de España,negándose a admitir la existencia de varias naciones. Para nosotros el reconocimiento era muy importante,res- pondía a una realidad histórica que el centralismo no había logrado destruir en el curso de siglos y en definitiva facilitaba la unidad del país,dando satisfacción a vascos y catalanes. Sobre este tema y ante las dificultades surgidas en la ponencia yo tuve varias conversaciones con Suárez,que al principio no parecía muy inclinado a la admisión del término «nacionalidades». Sobre el presidente debían ejercerse presiones de todo género.Yo tuve la impresión,a todo lo largo del debate constitucional,de que en éste participaba activamente un protagonista invisible:el Ejército. No supe nunca quién transmitía al Gobierno las opiniones de éste,por donde llegaban a Suárez,pero tenía la convicción de la presencia de este factor, demasiado opresiva a veces, en el debate constitucional. Suárez me reconoció más de una vez que «un sector del Ejército» había seguido «con la escopeta apuntada» todo el período constituyente y particularmente los temas vasco y catalán.

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No sé qué otros interlocutores hablarían con Suárez del término «nacionalidades»,pero el día que la ponencia debía decidir me llamó por teléfono para decirme que los representantes de UCD apoyarían el término en el texto constitucional.

Debo decir que Suárez dio muestras de comprensión y voluntad para encauzar el proceso,con gran respeto para la opinión de las minorías y que si la Constitución de 1978 salió aprobada de forma satisfactoria, no obstante todas las presiones negativas, se debe a él en una buena parte el resultado.

El tema vasco fue uno de los más conflictivos. Lo complicaba el terrorismo de ETA,que explotado por los sectores más a la derecha, fomentaba en el país sentimientos antivascos. Afortunadamente,al frente del grupo nacionalista en el Parlamento había «un político» de gran inteligencia, Xavier Arzallus, que sin ceder de sus principios y aun absteniéndose de votar la Constitución,mantuvo una actitud fundamentalmente constructiva en todo ese período.

Otro tema en el que tuve que mediar fue en las facultades de la corona. En la ponencia parecía prosperar una fórmula dando al monarca facultades ejecutivas que ponían en cuestión el carácter parlamentario de la monarquía, facultades inexistentes en las actuales monarquías europeas. Puesto al corriente por Solé Tura me entrevisté con Suárez y le expuse las inconveniencias de la redacción que parecía prosperar. Suárez estuvo de acuerdo, telefoneó a Landelino Lavilla, que en ese momento debía ser el coordinador de los ponentes de UCD, y le dio instrucciones para modificar el contenido que de otro modo hubiera alterado el carácter de la forma de Gobierno que íbamos a decidir.

Sobre esta cuestión yo sostuve una viva discusión en el pleno de las Cortes con el diputado de UCD, Jiménez de Parga. Este había mantenido la idea de conferir a la corona facultades semejantes a las de un régimen presidencialista como el del general De Gaulle en Francia. Mi argumentación contra él se basaba en que de esta forma no tendríamos una monarquía parlamentaria,sino un régimen autocrático. Que en una república democrática el presidente durante su mandato tuviera poderes ejecutivos no representaba un peligro como si los poseía el rey. Al presidente se le podía cambiar en unas elecciones,su mandato era solamente temporal. Pero para cambiar a un monarca era necesaria una revolución. La noción de la soberanía popular era innegociable. Y el Parlamento debía ser el depositario de esa soberanía,el que podía designar o desautorizar al poder ejecutivo. Este principio quedó escrupulosamente establecido en el espíritu y la letra de la Constitución.

La cuestión de la forma de Gobierno en las Constituyentes venía predeterminada por la forma en que se había realizado la transición. Por muy republicano que se fuera no era posible desconocer que don Juan Carlos había abierto las puertas al cambio democrático, corriendo indudables riesgos. Los sectores más «ultras» le hacían responsable de haber abierto la puerta a los «rojos». Al mismo tiempo, el inestable equilibrio entre la naciente democracia y el obsoleto aparato del Estado, en el que los «ultras» eran aún muy poderosos, quien podía mantenerlo era el rey. Si en vez del rey las Constituyentes se hubieran pronunciado por un presidente de la República el equilibrio hubiera vuelto a romperse, en detrimento de las libertades democráticas.

En realidad, en las Constituyentes ningún partido era favorable a cambiar la forma de Gobierno, aunque alguno mantuviese formalmente el equívoco. En mis conversaciones con Felipe González y con Enrique Múgica era obvio que ellos, como nosotros, aceptaban la monarquía a condición de que funcionase como las de otros países europeos que de hecho eran repúblicas coronadas. Y esta obviedad se derivaba de una realidad, no de una teoría política. En teoría, el derecho de herencia no justificaba en esta época el desempeño de la jefatura del Estado; he oído esta opinión incluso en labios de un general del Ejército muy identificado con el rey. En la práctica la realidad histórica planteaba la necesidad de aceptar como muy importante el papel de don Juan Carlos, y a partir de ahí, quizá por primera vez en la historia de España, la democracia se identificaba con la monarquía, una monarquía que en su manera de estar ya no se parecía más que en el nombre a lo que había existido antes en nuestro país.

Yo encabezaba la presencia de los comunistas en la Comisión Constitucional y cuando ésta inició sus labores, en la discusión general en la que cada partido definió su visión de lo que debía ser la Carta Magna, de hecho, dejé zanjado el problema de la forma de Gobierno. Manifesté,sin ambages, nuestra aceptación de la monarquía parlamentaria y constitucional. Sin negar nuestras convicciones y nuestra historia republicana, afirmé que la izquierda debía apostar por un rey joven, que había abierto la puerta a las libertades, impidiendo de paso que la oposición de la izquierda le convirtiera en un rehén de la derecha. Afirmé que, de otro modo, buscando la república podíamos perder la democracia.

Digo que esta posición zanjaba el problema de la forma de Gobierno porque el PSOE,que había presentado un voto particular republicano y no sabía cómo retirarlo, atrapado en un cierto «izquierdismo» declarativo, tenía fácil hacerlo, después del paso que habíamos dado los comunistas, como en definitiva sucedió.

La posición que defendí entonces significaba una modificación de la que habíamos mantenido anteriormente, es decir, de la consulta popular en torno a si monarquía o república. Una campaña electoral sobre la cuestión hubiera roto profundamente la unidad de las fuerzas acordes en realizar el cambio democrático y hubiera dado a los militares «ultras» la posibilidad de un golpe de estado, con el pretexto de defender la monarquía.

Y por otra parte, en aquellas condiciones, si llegaba a realizarse el referéndum, lo hubiésemos perdido los republicanos y quisiéramos o no,la divisoria entre los españoles hubiera vuelto a re- petir las contradicciones de los años treinta.

De mantener anteriores posiciones hubiéramos llevado a cabo una batalla infructuosa y de consecuencias gravemente negativas para la democracia. Dentro del PCE nadie contestó esta modificación táctica y en la izquierda tampoco suscitó críticas significativas.


La labor de las Constituyentes se desenvolvió en un ambiente de consenso que contrastaba con la tensión circundante. Estábamos en plena crisis económica y la inflación alcanzaba proporciones alarmantes; crecía el desempleo; los conflictos sociales podían dispararse. El terrorismo de ETA que se cebaba, como por azar, en los mandos del Ejército más disciplinados y en los simples agentes de la Guardia Civil y de la policía uniformada -alguna vez también en personalidades civiles- atizaba el espíritu de revancha y las conspiraciones «ultras» que se desarrollaban en una atmósfera de facilidad. Cada vez que moría asesinado un general la propaganda «ultra» encontraba mayor eco en sectores del Ejército. Algún líder de derecha atizaba las pasiones proponiendo, de hecho, una nueva guerra en el Norte. En una manifestación la fuerza pública abofeteaba a un diputado; no era el único caso en que representantes del orden manifestaban su total falta de respeto a los parlamentarios elegidos por el pueblo. En una pequeña ciudad vasca, la Policía Armada mandada por un comandante entraba en plan de razzia. Se denunciaban casos de torturas policiales. El Gobierno apenas tenía fuerza para controlar una situación tan versátil. Era un Gobierno minoritario, débil, compuesto por UCD, al que la derecha dura acusaba de traición y la izquierda consideraba sospechoso de negligencia hacia la conspiración antidemocrática.

En esa situación,tomando en cuenta la necesidad de dar una base popular más fuerte al poder político,los comunistas planteamos la creación de un Gobierno de concentración democrática y de una política compartida por la izquierda y la derecha. En UCD, personas como Álvarez de Miranda, presidente de la Constituyente, y Satrústegui (demócrata-cristiano uno y liberal otro) hicieron declaraciones favorables a esta solución. Pero UCD no los secundó. Ignoro qué fuerzas se oponían, aunque puedo sospecharlo. Pero el obstáculo principal al Gobierno de concentración estaba en el PSOE, en su llamado proyecto autónomo, en su opción por el bipartidismo y su esperanza de hacerse con el Gobierno en las elecciones siguientes.

Estoy convencido de que en ese momento el PSOE tenía una visión poco responsable de la realidad, no era totalmente consciente de la fragilidad de los logros democráticos y prueba de ello es que en el 81, cuando se encontró con el golpe de estado, fue cuando se ofreció a formar parte del Gobierno con UCD. Hasta entonces pensaba que el semáforo estaba en verde,y no se daba cuenta que sólo estaba en ámbar y algunas veces en rojo. Recuerdo muy bien que el día 24 de febrero del 81 ,cuando ya se había firmado el «pacto del capot» y los diputados habíamos salido del hemiciclo, nos encontramos en el garaje del Congreso buscando nuestros coches ,Felipe González, Alfonso Guerra, Nicolás Redondo y yo. Felipe González decía en ese momento a sus compañeros que ha- bía que entrar en el Gobierno.

Pero el Gobierno de concentración democrática, que nosotros estábamos dispuestos a apoyar en el Parlamento, no se formó nunca. Creo que eso fue, principalmente, lo que hundió a UCD. Ésta habría podido consolidarse como el gran partido de centro derecha, semejante a algunos partidos demócrata-cristianos europeos; tales partidos habían sido hechos también desde el poder, compuestos por diversas corrientes y se habían logrado consolidar pese a importantes contradicciones internas. Pero no habían afrontado en solitario el desgaste de la transición, sino junto con los partidos de izquierda, que lo compartieron. La soledad de una UCD que ocupando totalmente el Gobierno tiene que desmontar el sistema anterior, hacer a veces importantes concesiones a la izquierda entrando en conflicto con sectores económicos, religiosos y militares condujo a que ninguna clase social concreta la considerase su representante orgánico, lo que avivó las luchas entre barones y la llevó a la descomposición.

Suárez quiso sustituir el Gobierno de concentración democrática con un gran pacto político-social y un día me convocó a la Moncloa para planteármelo. La necesidad,a defecto de un Gobierno, de un acuerdo de ese tipo, para superar la doble crisis que vivíamos, política y económica, era para mí evidente. Sin un acuerdo básico todo lo que estábamos intentando hacer podía venirse a tierra. Suárez solía repetirme, refiriéndose a la actitud de algunos dirigentes políticos, que éstos jugaban a lanzarse un frágil jarrón -la transición- y que él tenía que hacer increíbles saltos para cogerle en el aire y que no se rompiese contra el suelo. Cada vez que me lo decía yo pensaba para mí que algunos de esos saltos los estaba haciendo yo, con sólo veinte diputados, porque me importaba tanto por lo menos que al que más, que el jarrón no se hiciera pedazos.

Al hacerme la proposición, sin duda pensando que así me animaba, Suárez me dijo concretamente que si se hacía tal pacto, el Gobierno despacharía los asuntos corrientes y él, Felipe, Fraga y yo, decidiríamos sobre los problemas políticos esenciales. De hecho seríamos un supergobierno.

Mi respuesta fue que eso no sería fácil pero que lo que sí consideraba preciso, estando en el Gobierno sólo UCD, era crear un organismo entre los partidos participantes que supervisara la aplicación del pacto y que pudiese tomar decisiones conjuntas sobre el particular, que se tradujeran en medidas de Gobierno.

En varias conversaciones Suárez y yo llegamos fácilmente a un acuerdo sobre las cuestiones que el pacto debía abarcar.

Suárez no confiaba mucho en la aceptación de los socialistas y eso le preocupaba, pues eran la primera fuerza parlamentaria de oposición y los únicos que en aquel momento aspiraban a remplazarle lo más rápidamente que pudieran. Lo que hiciese Fraga podía representar potencialmente a un sector de la derecha dura; pero en el Congreso poseía muy pocos diputados. El problema era convencer a los socialistas, que con el argumento de «no dar oxígeno al Gobierno de la derecha» tendían a escaparse de todo pacto que los vinculara de algún modo a UCD.

Estoy convencido de que nuestra aceptación de las proposiciones de Suárez determinó en cierto modo la participación del PSOE en los pactos. El PSOE tampoco podía aceptar ante la opinión pública el riesgo de pasar por un partido menos responsable que el PCE; eso hubiera perjudicado sus posibilidades electorales.

Sostuve entrevistas con Felipe González sobre el asunto, cuando ya Adolfo Suárez le había puesto en conocimiento de su plan. En nuestras conversaciones Felipe y yo teníamos por costumbre empezar con un análisis de la situación política general,que unas veces iniciaba yo y otras él. Muy a menudo coincidíamos en nuestros análisis; pero luego a la hora de las soluciones siempre había matices diferenciales, lógicos por otra parte. En estas conversaciones, aun sin mucha confianza en los acuerdos, González los consideraba útiles para lograr un clima de confianza; afectaba no preocuparle que el pacto reforzase a Suárez. A su entender, ante la opinión, la parte dura la aceptaríamos «por patriotismo» y la parte buena la «arrancaríamos» nosotros. De todos modos le disgustaba la idea de presentarnos juntos, todos los partidos, implicados en una misma política. No rechazando la idea de un instrumento de control del seguimiento, que no llegaba a concretar, advertía que el PSOE no estaba de acuerdo en la creación de un órgano pluripartidista de seguimiento, según él por respeto al papel del poder ejecutivo, que hoy era Suárez, pero mañana podía ser otro. Se negaba a institucionalizar una figura de ese género.

En definitiva Felipe no se sustraía al pacto, pero dejaba al Gobierno la responsabilidad de aplicarlo. En el fondo era también lo que más convenía al Gobierno que así gozaría de una amplia libertad de movimientos para modular la aplicación e incluso eludirla si le parecía conveniente.

Formalmente la posición de Felipe podía venderse al público -y se vendió así- como más de izquierda que la nuestra, puesto que aparecía como más reticente hacia la derecha, al no querer participar en un órgano pluripartidista con ella. En el fondo, sin embargo, esto significaba renunciar a garantizar la aplicación de las partes más positivas para los trabajadores de los acuerdos, dejando la responsabilidad de ello precisamente a esa derecha.Y si ésta no cumplía, el caso se convertía en un argumento electoral para lanzárselo a la cara a UCD. Desde un punto de vista partidista la posición podía comprenderse: servía a los objetivos bipartidistas del PSOE. Desde el punto de vista del interés concreto de los trabajadores y del interés general del país, terreno en el que nos situábamos nosotros, ya no era tan comprensible.

En el mes de setiembre se celebraron en el palacio de la Moncloa las discusiones que habían de llevar a los pactos bautizados con el nombre de «Pactos de la Moncloa». Participaban por el Gobierno, junto a Suárez, Landelino Lavilla, Fuentes Quintana, Calvo Sotelo y Martín Villa, que recuerde; al frente de los delegados del PSOE, a quienes flanqueaba una representación de los socialistas catalanes, se hallaba Felipe González; por el PSP encabeza Tierno; por el PNV, Ajuriaguerra; por los catalanes de CD, Miquel Roca; por la derecha, Fraga Iribarne; por el PC, yo acompañado, si mal no recuerdo, por Tomás García, Solé Tura y Tamames. Paralelamente a los que discutíamos los temas políticos, trabajaba con Fuentes Quintana una comisión que elaboraba los aspectos económicos del pacto, que luego fueron sometidos a nuestra aprobación. La discusión fue mucho menos difícil de lo que podía esperarse de una reunión con participantes tan diversos. Quien más peros ponía a los acuerdos era Manuel Fraga. Recuerdo que hicimos algún alto para restaurarnos; en uno de ellos, habido tras una intervención bastante dura de Fraga, me acerqué a él y le dije: «Entonces, ¿qué vamos a hacer, señor Fraga, volver al monte? » Se lo decía muy sinceramente, apelando a sus sentimientos de persona. Era la segunda vez que yo hablaba con él personalmente. Pocas semanas antes, una mañana en las Cortes me preguntó Tierno: «¿Te importaría que te presentase a Manuel Fraga?» «¿Por qué no?», le contesté, y el viejo profesor hizo las presentaciones. Fraga había elogiado mi libro Eurocomunismo y Estado y habíamos cambiado algunas palabras corteses.

En esta ocasión, en el palacio de la Moncloa, tuve la impresión de que mis consideraciones habían producido en Fraga una reacción humana. Este hombre temperamental y autoritario podía tenerlas. Después del episodio, cuando reanudamos la discusión me pareció que su posición no era ya tan dura Las conversaciones de la Moncloa sirvieron también para acercar personalmente a quienes participábamos en ellas.Yo no había tratado a Landelino Lavilla, ni conocía bien sus antecedentes; sus intervenciones flexibles e inteligentes me convencieron de que aquellos «jóvenes reformistas» -como suele denominarlos Martín Villa-, aún habiéndose desarrollado bajo el franquismo, no eran fascistas y entendían bien la necesidad de desmontar jurídicamente el sistema anterior. Fuentes Quintana me produjo también una favorable impresión.Y Martín Villa del que yo tenía más información desde los tiempos en que trabajábamos para dinamitar el SEU, me pareció un hombre sinceramente comprometido con el cambio, cordial y modesto.

Durante otro descanso hubo un cruce de bromas entre él y Fraga sobre mi detención. Hablando de cómo había burlado yo a la policía en el 76, Martín Villa ironizó con Fraga: «Pero tú no conseguiste detenerle y en cambio yo lo logré.» «Sí -le contestó el líder derechista-, para ponerle en libertad a los pocos días y legalizarle. Conmigo no le hubiera ido tan bien.»

En mis intervenciones había subrayado la necesidad de que uno de los acuerdos fuera crear un organismo de seguimiento de la aplicación del pacto, con la participación del Gobierno y los partidos de oposición, como había convenido con Suárez. González consideraba suficiente el control parlamentario de acuerdo con las opiniones que ya me había expresado personalmente. Suárez no insistía ya en ese punto. El profesor Tierno Galván, por el contrario, sí insistió, hasta el final, en la necesidad del órgano de seguimiento. Pero al final no se retuvo nuestra opinión.

Con todo, los Pactos de la Moncloa fueron el programa básico de la transición democrática, el paso más importante dado por las fuerzas políticas para asegurarla. Posteriormente así ha sido reconocido. De hecho los Pactos de la Moncloa eran el acuerdo más progresista realizado en nuestro país desde los años treinta, entre fuerzas obreras y burguesas. Pocos son los que se han parado a ver que en ellos se sientan las bases de la sociedad civil de derecho, democrática, que luego se plasmaría en diversas leyes y en la Constitución y que suponen la abolición de las anteriores leyes fascistas. Hasta ese momento no había habido ningún acuerdo concreto sobre las reglas de juego de la democracia. Sólo ese contenido habría justificado la firma de los pactos.

Pero el carácter progresista de tal paso no estriba sólo en su contenido político, sino también en el económico-social: el compromiso de construir un gran número de escuelas públicas, de elevar la masa salarial del año siguiente en dos puntos por encima de la inflación, con aumentos mayores para los salarios más bajos, la voluntad de reforzar los derechos de los trabajadores en la empresa, consagrándolos en un «Estatuto de los trabajadores», la democratización y el saneamiento de la Seguridad Social y otros pasos en el mismo sentido.

La CEOE levantó en seguida la voz contra lo acordado en la Moncloa. Desde Estados Unidos su presidente en aquel entonces, el señor Ferrer Salat, ponía el grito en el cielo diciendo que en España íbamos camino de los «soviets».

Se desencadenaba una campaña de presión sobre Suárez y la UCD que tuvo ciertos resultados e influyó en que los pactos, en su parte económica, conocieran algún incumplimiento, denunciado por el grupo comunista en las Cortes.

Desde posiciones de ultraizquierda, incluso desde dentro de mi partido, se empezó también a criticar los Pactos de la Moncloa. Simultáneamente se desarrolló una especie de elitismo ácrata, en algunos medios intelectuales que se pusieron a cultivar el menosprecio al consenso, al compromiso entre fuerzas políticas desde un punto de vista «ético», en el más puro estilo pequeñoburgués, posición que encontraba cierto eco en un país donde las tradiciones anarquistas estaban relativamente próximas.

Ya hay una perspectiva, casi podríamos decir histórica, que permite valorar objetivamente los Pactos de la Moncloa y su importante papel en la transición. Se reconoce que yo desempeñé algún papel en hacerlos posibles, unas veces criticándome y otras admitiendo mi mérito. En cualquier caso, en circunstancias semejantes, volvería a hacer lo que hice entonces.

En la práctica las Constituyentes trabajaron sobre las bases que se habían trazado en los Pactos de la Moncloa.Yo había conocido otras Constituyentes, mucho más tormentosas, las de la República, donde los debates iban acompañados de duros incidentes y violentos epítetos. El contraste con las Constituyentes del 77 y 78 era notable. En éstas yo me preguntaba, a veces, si estábamos realmente en España. Habiendo presenciado sesiones en los parlamentos francés, italiano, inglés y hasta sueco, no conocía que ninguno de ellos se produjese con la corrección y la calma con que nos comportábamos los parlamentarios españoles. No recuerdo ninguna interrupción desde los escaños a los oradores, salvo algún gesto airado y silencioso. Creo que las escaramuzas más agudas las libramos Fraga y yo.Y hubo buenos parlamentarios, Gómez Llorente, Herrero de Miñón, Felipe González, Guerra, Lluch, Arzallus, Tierno. ...Incluso Suárez, que creo sufría un complejo a la hora del debate, tuvo buenas intervenciones, alguna improvisada. Yo no sé si fue el recuerdo de las violencias pasadas en la historia política de España, si fue el sentido de la responsabilidad ante los peligros que amenazaban la transición, el caso es que la seriedad y la cortesía que rodearon los debates constituyentes fueron realmente notables.

Recuerdo el día que vino el rey a inaugurar las Cortes; los comunistas acordamos que nos levantaríamos a saludar su llegada con el resto de los diputados. Huelga decir que entre nosotros nadie era monárquico, pero en el saludo reconocíamos los méritos de don Juan Carlos en la apertura del país a la democracia y su papel de jefe del Estado que la Constitución iba a sancionar. La sorpresa general fue que los socialistas permanecieron sentados, dos, aunque al fin de la sesión se pusieron de pie y aplaudieron, como todos los demás. Nunca entendí muy bien esta postura, dado que en el tema, la suerte estaba echada de antemano y más pronto o más tarde, el rey tendría que encargarles de formar Gobierno, y ellos le jurarían fidelidad. Pero lo cierto es que en esos tiempos los socialistas mostraban a veces una vena demagógica que demostraba sus dificultades para escapar a un izquierdismo juvenil.


En octubre del 77, el club Siglo XXI se abría a la nueva realidad política española y me invitaba a dar una conferencia. Como consecuencia, alguno de sus socios más connotados -entre ellos un general que luego fue jefe de la JUJEM1- se daban de baja del club. La invitación equivalía a una especie de reconocimiento del Partido Comunista por sectores sociales sólidamente instalados. Era un acontecimiento en la vida social madrileña. Lo resaltaba un hecho que sólo unos meses antes hubiera resultado insólito: me presentaba el jefe de la derecha, don Manuel Fraga, que lo hizo con palabras sumamente corteses.

Acudía un público muy variopinto: el habitual del club, entre el que había algún título nobiliario y más de un hombre de negocios; intelectuales y políticos, comprendido algún ministro y una cierta cantidad de camaradas míos, bastante impresionados por la novedosa compañía. Hubo que habilitar un gran salón, no habitual para estos actos, que estuvo abarrotado.

Yo pronuncié un discurso, preparado cuidadosamente, en el que explicaba la posición política del PCE en aquellas circunstancias y donde, además, daba cuenta de nuestros objetivos en tanto que partido. La acogida por parte del público no pudo ser más calurosa. Al terminar muchos, a quienes no conocía, vinieron a felicitarme.

La normalización de los comunistas como integrantes de la vida política democrática ganó muchos puntos. Nuestra presencia, aunque lentamente, iba asentándose.

A algunos les sorprendió que Fraga fuese mi presentador. Creo que influyó en su ánimo mi actitud hacia él en la discusión de los Pactos de la Moncloa. A pesar de su temperamento autoritario y de su pasado, Manuel Fraga era un hombre sumamente inteligente que se percataba de que el cambio democrático no excluía a priori a nadie y que su pasión por la política podía tener un espacio en el que inevitablemente teníamos que convivir, aunque en posiciones políticas opuestas.

El presidente del club en aquel momento era Antonio Burgos, coronel del Ejército, que se distinguía por su adhesión a don Juan Carlos y trataba de reorientar dicho club en la línea del constitucionalismo. A fines de año recibí invitaciones de tres universidades norteamericanas, la de Yale, la Hopkins y Harvard para hacer en ellas conferencias sobre el eurocomunismo. Era la primera vez que se invitaba a un secretario general de un Partido Comunista occidental a visitar los EE. UU.[/hide]

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ME REPUGNA LEER TODO

Mensajepor ME REPUGNA LEER TODO » Sab 22 Sep, 2012 9:27 pm

SOBRE ESE TİPAJO VİVİDOR QUE VİVİO COMO 1 REY. CARRİLLO SE FUE DE ESTE MUNDO SİN DECİR QUE HİCİERON CON EL CADAVER DE ANDRE NİN ASESİNADO POR LOS ESTALİNİSTAS Y TORTURADO HASTA QUE MURİO POR LAS HORRİBLES TORTURAS. SE DİCE QUE LO QUEMARON PARA QUE NADİE VİERA COMO FUE TORTURADO. LA VERDAD ES QUE SU CADAVER SE HA BUSCADO Y NO SE HA ENCONTRADO. POR ESO CREO EN Mİ MODESTA OPİNİON QUE NİN FUE QUEMADO. ALGUNOS HASTA TUVİERON LA DESFACHATEZ DE HACER DİNERO CON 1 LİBRO QUE CONFUNDİA EL TİTULO, BUSCANDO A NIN, SE LLAMA EL LİBRO CUANDO COMO YA DİJE EN SU MOMENTO, EL LİBRO SE DEBİO LLAMAR SIN ENCONTRAR A NİN.
Assia

PD ALGUİEN SABE SI CARRİLLO MURİO COMO 1 BUEN CATOLİCO. YA SABEMOS QUE SE CONVİRTİO AL CATOLİCİSMO Y HASTA TOMO LA COMUNİON

MENUDO PAJARO VİVİDOR FUE ESTE ESTALİNİSTA QUE CAMBİO DE CHAQUETA CADA VEZ QUE LE CONVİNO CON ESE İNVENTO DE SU EUROCOMUNİSMO

Assia

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Mensajepor Invitado » Sab 22 Sep, 2012 9:43 pm

No Assia, no hay constancia de que Carrillo se convirtiera al catolicismo ni a otra fe religiosa.


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Ni demócrata, ni digno de alabanza. Carrillo, un asesino marxista

Santiago Carrillo murió tras una vida dedicada a imponer el totalitarismo. Hoy políticos y periodistas alaban su inexistente espíritu democrático. Descanse en paz él y aprendan ellos.

Con Santiago Carrillo Solares ha muerto la última figura de primera fila de la Segunda República y de la Guerra Civil. Fundador y líder del Partido Comunista de España, protagonizó la conversión del Estado republicano en un instrumento de la Unión Soviética y se encargó en persona de la represión en la zona gubernamental durante la guerra; jamás combatió en ningún frente. Huyó de España cuando los anticomunistas se impusieron a Juan Negrín, y en la Unión Soviética obedeció las órdenes de Stalin para imponer el comunismo en España y en el mundo a través del terrorismo, la conspiración y la guerra. Sirvió a los intereses del grupo de Adolfo Suárez en la Transición, pero no fue una pieza indispensable de ésta, ni de la democracia española (por la que nunca había luchado ni trabajado más que de palabra). Sus mismos correligionarios lo expulsaron del PCE y ha terminado su vida sirviendo durante décadas de recurso propagandístico al PSOE y a la progresía española, que creó en torno a él un mito hecho de mentiras históricas. Lo peor no son éstas, sino que en pleno siglo XXI los superdemócratas oficiales de España, con gran parte del centroderecha a la cabeza, den por bueno el mito y dediquen empalagosas loas póstumas a un enemigo de la paz y asesino de masas.

http://www.elsemanaldigital.com/blog.as ... ulo=124255

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Mensajepor Invitado » Dom 23 Sep, 2012 5:05 am

Puntualizaciones sobre Paracuellos

La atribución de responsabilidades por las ejecuciones a Santiago Carrillo aumentó cuanto más se acercaba la transición. Fue la tapadera para ocultar un terror mucho más brutal, sangriento y duradero: el franquista


[imageleft]Imagen[/imageleft]Entre las numerosas necrológicas aparecidas inmediatamente tras el fallecimiento de Santiago Carrillo algunas siguen haciendo hincapié en Paracuellos. Los lectores de este periódico quizá estén interesados en conocer los resultados de nuestras investigaciones que nos permiten arrojar dudas acerca de la pervivencia del canon franquista en varias de entre ellas. Las categorizamos en tres rúbricas: contexto, chispazo para la acción y responsabilidades y supervisión.

1. A comienzos de noviembre de 1936 las columnas franquistas habían llegado a las puertas de Madrid, sembrando de cadáveres su camino. Los bombardeos causaban estragos en la población. Entre los presos en las cárceles había centenares de militares dispuestos a unirse a los rebeldes. Su liberación parecía inminente.

2. El chispazo que condujo a Paracuellos provino de uno de los agentes de la NKVD llegado a Madrid mes y medio antes. La liquidación masiva de enemigos había sido una práctica habitual en la guerra civil rusa. Aplicada al caso de una ciudad al límite, la NKVD no dudó en recomendar la misma “profilaxis”. A finales de octubre de 1936 el embajador soviético ya sugirió recuperar a los presos dispuestos a servir a la República. Como se había hecho con los oficiales zaristas para que se unieran a los bolcheviques.

3. El agregado militar, coronel/general Goriev, informó crípticamente a Moscú de la labor desarrollada por la NKVD durante el asedio de Madrid en un despacho del 5 de abril de 1937 y mencionó un nombre, el de “Alexander Orlov”. Lo envió por la vía reglamentaria a su jefe, el director del servicio de inteligencia militar. Lo descubrió en Moscú antes de 2004 Frank Schauff. Hay un borrador en el archivo histórico del PCE, en la Universidad Complutense. No conocemos a ninguno de quienes mantienen enhiesto el canon franquista que lo haya consultado. Hoy se quedaría con un palmo de narices. Falta la página con la referencia a la NKVD. Una casualidad. Se nos ha dicho que cuando un investigador ruso quiso consultar el despacho en los archivos moscovitas el legajo había sido declarado inaccesible. Otra casualidad.

4. La recomendación de la NKVD la puso en marcha Pedro Fernández Checa, secretario de Organización del PCE. Fueron militantes comunistas y anarco-sindicalistas quienes se encargaron de los aspectos operativos. Los primeros actuaron a través de los órganos de la DGS. Los segundos, que controlaban la periferia madrileña libre de asedio, aseguraron la realización. Fuera o no por igual, todos colaboraron en la liquidación de la presunta quinta columna excitados por las bravatas del general Mola acerca del potencial de sus partidarios en la capital.

5. Las primeras “sacas” se examinaron en una de las periódicas reuniones de la Junta de Defensa de Madrid. Ninguno de sus componentes pudo alegar desconocimiento sobre lo ocurrido. Dado que la presidía el general Miaja, sería difícil exonerarle de responsabilidad. También a los demás componentes. Uno de ellos, el consejero de Orden Público, Santiago Carrillo, recibió instrucciones que no se transcribieron. Como otros jóvenes socialistas, acababa de solicitar el ingreso en el PCE. Las “sacas” se paralizaron por intervención del anarquista Melchor Rodríguez. Volvieron a reanudarse después de que este quedara desautorizado por el ministro de Justicia, el expistolero cenetista García Oliver.

6. La supervisión quedó en manos no de la DGS, relegada como brazo ejecutor, sino del miembro más prominente del Buró Político que permaneció en Madrid: Fernández Checa. Uno de los policías, Ramón Torrecilla Guijarro, declaró posteriormente que solía informar a Organización sobre cómo iba la operación. Esto respondía estrictamente al modus operandi comunista. El secretario de Organización era, en los diferentes partidos comunistas nacionales, el enlace con los servicios de inteligencia soviéticos. Lógico. En la concepción comunista de la lucha contra la reacción, la NKVD era al partido lo que el partido era a las masas: su vanguardia.

7. Fernández Checa era también el responsable de una sección consustancial a toda organización de corte leninista: el aparato secreto o ilegal, compuesto de “cuadros especiales” que se activaban según el contexto en que se desenvolviera el partido. Uno de los consejeros militares en España, Mansurov (Xanti), rememoró haber trabajado con él en la capacitación de tales cuadros. Algunos se formaron in situ; otros, como Santiago Álvarez Santiago (participante en las reuniones del consejo de la DGS en noviembre de 1936 y uno de quienes engranaban con los delegados en las prisiones para seleccionar a los presos que irían camino del matadero), se instruyeron en la sección especial político-militar de la Escuela Leninista de Moscú o en su seminario político. Fue el caso de Isidoro Diégez (responsable del PC madrileño). También los de Lucio Santiago (jefe de las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia, movilizadas para las “sacas”), Andrés Urrésola (policía encargado de efectuarlas en Porlier), Agapito Escanilla (secretario del Radio Oeste del PC) o Torrecilla (miembro del consejo de la DGS y enlace con el Buró Político). El aparato se incrustó en la DGS mucho antes de noviembre. Todos se habían ya curtido en la eliminación de falangistas.

8. El nombre y doble papel de Fernández Checa no han aparecido, que sepamos, en los centenares de páginas vertidas sobre Paracuellos por los autores profranquistas. Pero su responsabilidad tanto en el chispazo inicial como en la supervisión y vigilancia de la operación es innegable. La dualidad de cadenas de mando nunca existió para quienes la ejecutaron: su lealtad no la debían a la Junta de Defensa sino exclusivamente al partido, vanguardia consciente de la lucha antifascista. El operativo fue netamente comunista. Los anarquistas más bien auxiliares.

9. Tanto desde el punto de vista profranquista, como después para autores en busca de notoriedad, siempre fue más “productivo” centrar la atribución de responsabilidades en Santiago Carrillo. Fernández Checa murió en México en 1940. La mayoría de los “cuadros especiales” fueron ejecutados en España en 1941-42. Todos quedaron amortizados como elemento arrojadizo de la publicística antirepublicana. Sorprende un tanto la absolución otorgada a Miaja. Sin duda no cabía extraer mucho capital propagandístico poniéndole en solfa. No ocurre lo mismo con Carrillo, hasta el punto de desfigurar arteramente hace poco tiempo las referencias que a él hizo Felix Schlayer, cónsul honorario de Noruega y súbdito alemán que publicó sus memorias durante el cálido régimen del maestro Goebbels. Curioso es también que el número de citas a Carrillo sea más abundante en las glosas posteriores de la Causa General que en la propia documentación del procedimiento. No tuvo un expediente propio hasta su promoción como ministro en el gobierno Giral en el exilio en 1946. Un mero repaso a la hemeroteca digital de Abc llevará al lector a la conclusión de que su nombre aparece tanto más vinculado a Paracuellos cuanto más se aproximaba la transición. Una batalla del pasado que sigue librándose en tono presentista.

10. El énfasis que continúa poniéndose sobre Paracuellos cumple dos funciones esenciales. En primer lugar, sirve para epitomizar el “terror rojo”. Paracuellos aparece como norma en lugar de lo que realmente fue, una dramática excepción que continúa presentándose como algo de lo que fue responsable el Gobierno de la República. En segundo lugar, sirve de inmejorable tapadera para ocultar la represión franquista, mucho más sangrienta y duradera. Los “mini-Paracuellos” de que están esmaltadas las regiones en que triunfó la sublevación no cuentan. Su recuerdo hay que obliterarlo con humo e incienso.

Es molesto leer, particularmente en este periódico, cómo en las cunetas y fuera de los cementerios, a veces en modernas urbanizaciones, las “fosas del olvido” tienen la desagradable ocurrencia de emerger tan pronto se excava. España es en esto un caso único, y auténticamente vergonzoso, en la Europa occidental. Paracuellos se ha convertido en la contraseña taumatúrgica para oscurecer, de forma pavloviana, un terror mucho más brutal.

Fernando Hernández Sánchez, José Luis Ledesma, Paul Preston y Ángel Viñas son contribuidores en la obra En el combate por la historia (Pasado y presente, 2012).




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