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se invierten las tornas

Mensajepor Invitado » Vie 17 Feb, 2012 4:12 pm

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Brasil endurece las condiciones de entrada al país a los turistas españoles

En reciprocidad con las que España exige a los ciudadanos brasileños. Los españoles necesitarán también una carta de invitación de un brasileño


Los turistas españoles que viajen a Brasil a partir del próximo 2 de abril deberán disponer de billete confirmado de regreso y de medios económicos suficientes para la manutención y alojamiento durante el tiempo que dure su estancia en el país sudamericano.

El Gobierno de Brasil ha adoptado estas medidas más rígidas en reciprocidad con los requisitos que España exige a los ciudadanos de este país en aplicación de las normas establecidas por la UE para acceder a los países del espacio Schengen, zona sin fronteras interiores que permite la libertad de movimientos.

Además del pasaporte, con una validez de al menos seis meses, las autoridades brasileñas de control migratorio exigirán a partir del 2 de abril el billete de avión de ida y también el de vuelta, con fecha confirmada.

También un comprobante de medios económicos suficientes para manutención por un valor mínimo de 170 reales (unos 80 euros) al día.

Para comprobar esta solvencia, será preciso presentar la tarjeta de crédito y su última factura para que se pueda verificar el límite.

En caso de alojamiento en un hotel, será preciso el documento de reserva pagada.


    Se necesitará carta de invitación

Si se trata de una casa particular, se demandará una carta de invitación de un residente en la ciudad brasileña de destino, informando del plazo de estancia del turista español.

La carta deberá estar compulsada ante un notario brasileño y acompañada de un comprobante de residencia emitido a nombre del declarante.

Como ya ocurría antes, no será necesario visado, salvo para estancias superiores a 90 días o por motivos distintos del turismo.

Las nuevas medidas han sido notificadas a los consulados brasileños en España y a las autoridades españolas.

El Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación ha actualizado su página web para informar de los nuevos requisitos de viaje a Brasil, uno de los principales destinos de los turistas españoles que van a Sudamérica.

La mayor rigidez en el cumplimiento de los requisitos de entrada se aplicará solo a turistas españoles y no a ciudadanos de países del espacio Schengen.

Un portavoz de la División de Inmigración del Ministerio de Exteriores de Brasilia justificó esta medida en el rigor con que la policía española aplica las normas de entrada en el aeropuerto de Barajas.

En el primer trimestre de 2008 el rechazo de viajeros brasileños en España provocó el malestar y la protesta de las autoridades del país sudamericano.

Para solucionar esta crisis, ambos Gobiernos acordaron desarrollar distintas fórmulas de cooperación policial para mejorar la situación de los no admitidos en los aeropuertos y resolver con agilidad los incidentes que pudieran surgir en ambas fronteras.

Esta colaboración permitió que las cifras de inadmitidos descendieran en un primer momento.

El Ministerio de Exteriores español ha informado de que el canal de interlocución que se abrió en 2008 con las autoridades brasileñas sigue abierto con el fin de "reforzar la cooperación y evitar malentendidos", han señalado a Efe fuentes de este departamento.

Exteriores subraya que existe una "excelente" relación bilateral y que Brasil es un socio prioritario para España.

Brasil organizará importantes eventos en los próximos años, como la Jornada Mundial de la Juventud (2013), el Mundial de Fútbol (2014) y los Juegos Olímpicos de 2016.

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Spot electoral PxC autonòmiques 2012

Mensajepor asquito » Mar 23 Oct, 2012 5:54 am



Aristóteles definía al demagogo como “el adulador del pueblo”

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Mensajepor Invitado » Dom 06 Oct, 2013 4:34 am

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LAMPEDUSA
NO HAY TIERRA PARA TANTO NÁUFRAGO

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El mar que devoró a 25.000

En el barco naufragado el jueves viajaban unas 440 personas procedentes en su mayoría de Eritrea, Somalia y países del África subsahariana, la mitad de las cuales eran mujeres, según confirmó el Ministerio de Interior italiano. La embarcación partió un par de días antes del puerto de Misrata, en Libia. Hasta el momento han sido rescatadas unas 155 personas, 40 de ellas menores que, salvo un caso, viajaban solos. También se han recuperado algo más de un centenar de cuerpos sin vida, incluidos varios niños. El resto, se los tragó el mar. Un mar en el que sólo en los últimos 20 años han muerto más de 25.000 personas. Según Cáritas Italia, en 2012 llegaron a las costas de Lampedusa más de 58.700 inmigrantes. Y en lo que va de año, las cifras no han descendido. Los conflictos en Siria, Egipto o Libia y la pobreza que azota a África han empujado a miles de personas a jugarse la vida en busca de un futuro mejor que a menudo no logran alcanzar. Para algunos, es la primera etapa de un viaje de la esperanza; para otros muchos, el fin del viaje.


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Los muertos sin nombre del cementerio de Lampedusa tienen un ángel de la guarda que a diario acude al campo santo a rezar por sus almas. Suya es la cruz de madera que reposa sobre una fosa común. Hasta 2007 Vincenzo Lombardo era el guardián y enterrador del camposanto de la isla. Cuando hace 20 años comenzaron a llegar los primeros cuerpos de extranjeros ahogados en el mar, fue él mismo el encargado de recogerles y darles sepultura sin que nadie se lo pidiese. Por sus manos han pasado los cuerpos de centenares de inmigrantes que perdieron la vida en su travesía hacia Italia. Aún hoy recuerda perfectamente la fecha y las circunstancias en las que murieron la mayoría de ellos. «Dios nos ha enseñado que debemos ayudar a nuestros hermanos», dice siempre que se le pregunta. «Yo he hecho sólo esto».

Apenas una esquina del pequeño cementerio de la isla siciliana, situada a escasos 100 kilómetros de Túnez, está reservada a las víctimas de la tragedia de la inmigración. Egipcios, tunecinos, subsaharianos... que cada año pierden la vida intentando alcanzar la costa a bordo de barcazas maltrechas guiadas por otros desesperados que, como ellos, venden su alma a cambio de la oportunidad de una vida mejor. Huyen del hambre, la guerra y la pobreza. Y a menudo cuando llegan a su destino, si llegan, se encuentran un futuro que no era el que esperaban. Pero son afortunados. Muchos de los que se suben a estas embarcaciones ni siquiera logran pisar tierra italiana.

El incendio este jueves de una precaria barcaza con 500 inmigrantes y que ha acabado con la muerte de cientos de personas ha provocado la indignación de la comunidad internacional y las protestas de Italia ante la UE por considerar que el país transalpino está solo ante la lucha contra la inmigración ilegal. La alcaldesa de la isla, Giuseppina Nicolini, que viene denunciando el caos de la isla desde hace años, ha disparado contra todos. «Siento un dolor profundo por la muerte de estas personas y por sus familias […] pero no puedo no expresar también la incredulidad por la miopía de Europa», denuncia Nicolini en una nota oficial. «Si las autoridades no intervienen ahora mismo, serán inevitablemente cómplices de esta absurda y vergonzosa masacre», añadió la alcaldesa, invitando al primer ministro Enrico Letta a visitar Lampedusa para «contar los muertos» con ella.

Una tragedia sin nombres ni apellidos, sólo números: los que los militares encargados de la recuperación otorgan a cada cuerpo rescatado en el mar para identificarlos. Tampoco hay nombres ni apellidos en las fosas comunes del cementerio de Cala Pisana, a escasos kilómetros del aeropuerto. En una pequeña esquina del campo santo dedicada a «los sin nombre», descansan centenares de muertos en una treintena de fosas comunes de apenas cinco metros cuadrados sobre las que reposa una cruz de madera y alguna flor de plástico gracias a la generosidad y solidaridad de los vecinos.

Sólo en la parte más antigua del cementerio se encuentran varias lápidas en las que descansan los restos de algunos inmigrantes donde sí están escritas las fechas y el lugar del naufragio en el que perdieron la vida, la edad aproximada y el sexo. Sólo una tiene un nombre. Es la de Esath Ekos, 18 años, procedente de Nigeria y fallecida a pocas millas de la isla en 2009. Viajaba a bordo de una barcaza, como tantos otros, para reunirse con su familia en Italia. Su cuerpo fue reconocido por un hermano que viajaba con ella y que sobrevivió al naufragio.

ENTIERRO EN OTROS PUEBLOS

«En 20 años de desembarcos no se ha hecho nada a pesar de que tenemos tecnologías cada vez más sofisticadas: radares, satélites, helicópteros... ¿Cómo es posible no ver una barca con 500 personas?» dice a Crónica indignado el fotógrafo y periodista Fabrizio Villa, siciliano de Catania. «Me pregunto si el problema es la falta de preparación o hay cierta voluntad en que esto pase. Recuerdo hace unos años que se interceptaban estas barcazas. Ya no. ¿Por qué?».

Tras la última tragedia, la alcaldesa se preguntaba: «¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de Lampedusa? No sabemos dónde meter a los vivos ni a los muertos». Las estructuras de la isla están colapsadas. Con apenas 25 km² de extensión y 6.300 habitantes, Lampedusa no tiene ni siquiera un hospital, el proyecto de ampliación del cementerio está en el aire, y ahora los lampedusianos apelan a la solidaridad de sus vecinos para dar una despedida digna a los difuntos del último naufragio. Muchos serán enterrados en otros pueblos de la provincia de Agrigento, en Sicilia, como ya ha sucedido en el pasado. De momento, decenas de cadáveres descansan en un hangar del aeropuerto. Quienes han sobrevivido a la tragedia serán transportados al centro de acogida de inmigrantes de la isla, en el que en la actualidad se alojan unas 1.350 personas, a pesar de que tiene capacidad para 700.

A pesar de que en los últimos años en Lampedusa se han sucedido gobiernos de distinta ideología y que los políticos han visitado la isla para hacerse la foto cuando ha habido una emergencia, en Lampedusa se cumple la frase que acuñara el último príncipe de la isla, Giuseppe Tomassi di Lampedusa, autor de El Gatopardo: «Es preciso que todo cambie para que todo siga igual».


EL MUNDO / DOMINGO / 6 / OCTUBRE / 2013

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Mensajepor Invitado » Dom 06 Oct, 2013 4:40 am

Lampedusa como metáfora


Estamos en Nochebuena de 1996 en Lampedusa, la más grande de las islas del archipiélago de las Pelagias, en el mar Mediterráneo. Se encuentra a 205 km de Sicilia y a 113 km de Túnez, siendo el territorio italiano ubicado más al sur. Según relata Melting Pot Europe, hace frío, llueve, hay mucho viento. Los habitantes de la isla preparan la cena de navidad. Hace cinco días que ningún pescador sale a la mar. Mientras tanto, en aguas internacionales, a 19 millas de Portopalo di Capopassero, Sicilia, está sucediendo el mayor naufragio de la historia europea: una embarcación con bandera libanesa trata de superar la difícil situación con una maniobra complicada y se produce la tragedia.

En medio de la lluvia, cerca de 450 migrantes clandestinos, la mayoría provenientes de Sri Lanka, fueron obligados a subir aquella barcaza inestable, sacudida por las olas. La pequeña barca, demasiado cargada, no es capaz de navegar en ese mar agitado, hay riesgo de naufragio. Se decide dar la vuelta y devolver a estas personas a Yohan, puerto de salida. Nadie sabe qué ocurrió entonces exactamente, la única certeza que tenemos es que hoy todavía hay en el fondo del mar entre 283 y 289 cuerpos, a 19 millas de Portopalo -Italia- a 108 metros de profundidad.

El 30 de diciembre de ese mismo año, 175 supervivientes son abandonados en la playas de Salónica. Cuentan a los socorristas la historia terrible que acaban de vivir cuando se dirigían a Lampedusa, pero nadie les cree. Hasta que en Junio de 2001, Salvatore Lupo, patrón de uno de los 170 barquitos pesqueros de Portopalo, encuentra en sus redes un grito imposible de ignorar: Anpalagan Ganeshu, 17 años, nacionalidad cingalesa, etnia tamil. Su documento de identidad se convierte en la prueba del naufragio fantasma.

En realidad, Salvatore Lupo no fue el primero en encontrar los cuerpos. Durante 5 años, cadáveres provenientes del naufragio eran izados en las redes de los atuneros, que “para no buscarse problemas” devolvían al mar sin informar a nadie. Lupo es un pequeño hombre robusto que ha pasado más de treinta años faenando como pescador. Pero hoy ya no puede hacerlo, sus convecinos los señalaron como traidor por haber sacado esta historia a la luz; está sólo, la comunidad a la que pertenecía no perdona su “delación”. “Cuando encontré el documento de identidad entre las redes, pensé que era el momento de acabar con el silencio”. Porque en Portopalo y en Lampedusa todos sabían lo que había ocurrido, hacía meses que emergían huesos, pequeños objetos, signos de vidas interrumpidas dramáticamente a pocos kilómetros de la tierra prometida.

Desde entonces, la costa de Sicilia y, sobre todo, Lampedusa se han convertido en uno de los principales “puntos calientes” de las políticas de control de las migraciones en Europa. Tanto por su situación geográfica que convierte a esta pequeña isla en una de las entradas por mar más cercanas, como por el laboratorio de control biopolítico en que la han convertido los gobiernos xenófobo-populistas presididos por Berlusconi. Esto se ha traducido en la instalación de campos de internamiento para migrantes en la isla, la firma de acuerdos preferentes de colaboración con los gobiernos de Gadafi en Libia y Ben Alí en Túnez.

Desde la explosión de las revueltas en Túnez, Egipto y Libia, la cantidad de personas que han llegado “ilegalmente” a Lampedusa ha aumentado notablemente. Los motivos son varios y fáciles de imaginar: relajación por parte de los ejércitos y policías de los países de origen en el control de las embarcaciones que transportan migrantes y una cantidad de gente enorme que escapa de la guerra. Pero no se trata sólo de un cambio cuantitativo: tanto la composición social de los pasajeros como las respuestas represivas por parte del gobierno de Berluskistan presentan características nuevas o, al menos, mucho más explicitas que lo que habían sido hasta ahora.

    La primera es la fusión de los conceptos “refugiado” y “migrante”, es decir, la imposibilidad de distinguir una y otra situación en la práctica. ¿En qué se diferencian un migrante que ejerce su derecho de fuga y un refugiado que escapan de un mismo conflicto armado? Igual que cuando hablamos de migrantes “sin papeles” o migrantes con permiso de residencia en realidad no hablamos de personas diferentes sino de situaciones administrativas distintas que pasa una misma persona en su periplo migratorio, la distinción entre “refugiado” y “migrante” es del todo falaz. Ahora, además, se ha demostrado que es inoperante. El derecho de asilo fue creado a mediados del siglo veinte, en un contexto geopolítico mundial que ha saltado por los aires las últimas décadas. Al contrario que cuando intentaban fomentar la fuga del telón de acero ofreciendo un estatus legal privilegiado y garantista, hoy a los gobiernos de “occidente” no les interesa hacer efectivo el derecho de asilo. Los cambios legislativos de la UE al respecto han reducido progresivamente el contenido de tal derecho, y ahora en Lampedusa podemos comprobar que su eficacia es ya nula. Se da el mismo trato que reciben los migrantes a los refugiados y se elimina de facto la posibilidad de solicitar asilo.

    La segunda cuestión importante es que la respuesta a estas llegadas masivas ha sido aún más dura que la que habitualmente sufren los migrantes sin papeles en todo Europa. No sólo estamos asistiendo impasibles a la mayor cantidad de deportaciones desde el nazismo, sino que el gobierno Italiano ha implementado una serie de mecanismos de excepción de imprevisibles consecuencias. Se han creado campos de refugiados como el de Manduria, en la región de Puglia. Se trata de un campo de concentración en el sentido literal, formado por tiendas de campaña que presenta el mismo aspecto que los que estamos acostumbrados a ver en los telediarios en Haití, Sudán o Ruanda. Se sitúan completamente al margen de la legalidad en la medida en que los confinados allí no están oficialmente privados de libertad en el régimen que establecen los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) sino que se trata de un acto administrativo sin encaje legal alguno.
Por si fuera poco, se han creado “patrullas ciudadanas” con el objetivo de “dar caza” a los migrantes que consiguen fugarse del campo, con la connivencia de la prefectura de la policía. Es decir, de rondas ciudadanas que se dedican a practicar detenciones ilegales con la aquiescencia de los gobiernos regional y nacional. Interceptan a los migrantes, los detienen, los cargan en furgonetas sin ventilación ni asientos y los devuelven al campo, en donde la policía no sólo no identifica a los secuestradores de migrantes, sino que conduce a éstos últimos de nuevo al campo. La proliferación de estos campos, limbos legales en los que el respeto a los derechos fundamentales no es siquiera un recurso retórico, acompañados de este tipo de mecanismos de represión que los mantienen, hacen que la calidad de las democracias europeas no sea ya ni una caricatura de lo que en teoría son.

Otra de las medidas puesta en marcha a raíz de estos hechos es el cierre del paso aduanero de Ventimiglia, entre Italia y Francia, para evitar que migrantes provenientes de Lampedusa viajen a Francia. O sea, la eliminación de facto del tratado de libre circulación en Europa que, obviamente, no afecta sólo a los migrantes sino a la totalidad de los ciudadanos que viajan en tren de un país al otro.

En todo caso, bienvenidas sean estas medidas si sirven para quitarnos la venda de los ojos. Ya que, algo demuestran las revoluciones de Túnez o Egipto: que hasta al mayor de los cerdos le llega tarde o temprano su San Martín y que una democracia que merezca tal nombre sólo vendrá de la rebeldía contra el mal gobierno y nunca de la mano de éste, ya tenga su sede en la orilla sur del mediterráneo o en la decadente Europa.




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