Memoria oscura para Clara CampoamorLa victoria fue exigua pero lo logró. El 1 de octubre de 1931 las Cortes Constituyentes aprobaron el reconocimiento del voto femenino en la Constitución de la II República. La conquista fue posible gracias al empeño, al trabajo, a los principios inquebrantables, a los ideales y a la perseverancia de Clara Campoamor que no se doblegó cuando su grupo político, el Partido Radical, o su amiga y colega, Victoria Kent, le dieron la espalda y la dejaron sola en la defensa de un derecho que para ella era innegociable e inaplazable.
Ninguneada por la Historia
La memoria nunca ha sido justa. Mucho menos en España. Peor aún cuando atañe a la Historia. Clara Campoamor es uno de los más destacados ejemplos que lo confirman. Pocas mujeres, ni siquiera las que han ejercido o ejercen cargos destacados en la política española, mucho menos los hombres, le han reconocido con contundencia el papel decisivo que representó para España, para la democracia y para la consecución de los derechos civiles, especialmente de las mujeres.
Clara Campoamor era una republicana convencida. Le decían feminista. Ella lo negaba. Soy humanista, corregía. Creía en la igualdad de derechos y de oportunidades para el ciudadano. Y en esa lucha sostuvo su vida.
En estos tiempos de indignaciones manifiestas multitudinarias es más fácil ponerse en la piel de los que fueron precursores en la consecución de derechos, en la defensa de la justicia; también es posible imaginar lo agotador y frustrante que debió ser, en muchos casos, luchar casi en solitario, navegando en contra, argumentando frente al insulto y el desprecio generalizado que se expresaba en el parlamento, en los cafés, en los partidos políticos, en la prensa y seguramente en las familias.
Clara Campoamor fue pionera. Accedió a estudios medios y universitarios con más de 30 años. Cuando pudo. Fundó un bufete de abogados en 1925. Toda una osadía en la época, seguro. Eludía ajuares y buenos partidos que la desposaran. Renegaba de la femineidad cimentada en la maternidad y el matrimonio. Defendía la dignidad de las mujeres en tribunales machistas que interpretaban las leyes que escribían los hombres. Ganaba y perdía los pleitos. No se rendía. Cuando se proclamó la II República ella quería estar ahí. Dentro. Participando. Sumando. Siendo parte de una conquista de la que ella también había sido partícipe. Acción Republicana (el partido de Manuel Azaña) no le permitió ser diputada en 1931. Se fue. El Partido Radical de Alejandro Lerroux la incorporó a sus filas, considerándola un activo para el partido y la República. Y participó con todo y como ninguna. Clara Campoamor ha sido la única mujer en España miembro de una Comisión Constitucional. Recordemos que en 1978 todos los componentes fueron hombres, los denominados y homenajeados padres de la Constitución.
Por convicción
Todos los que se decían republicanos habían defendido el voto femenino en discursos y pasquines. A la hora de la verdad, cuando hubo que votarlo, muchos se echaron atrás. Los viejos prejuicios, instaurados a fuego, salieron a la luz y asustaron a la mayoría. Muchos de ellos se verbalizaron con vehemencia en las sesiones parlamentarias, incluso en boca de diputados progresistas. Algunos decían claramente que el histerismo era intrínseco a la mujer o que éstas solo eran pasión y sentimiento, alejadas por completo del espíritu crítico, la reflexión o la sensatez. Pero fue precisamente con el sentido común con el que Clara Campoamor defendió el voto femenino. Los detractores consideraban que las mujeres, analfabetas y católicas, votarían a la derecha más conservadora e incluso monárquica, generando un retroceso. Habría que darles un tiempo para que entendiesen lo que la República les ofrecía y votasen con criterio, consideraba hasta la mismísima Victoria Kent. Campoamor desmontó el argumento recordando que también entre los varones había un número considerable de analfabetos, así como también eran muchos los que profesaban con fervor la fe católica, por tanto, esos riesgos se equiparaban.
Con uñas y dientes y con todas las palabras que pudo elaboró un discurso valiente, enfrentándose a su propio partido, esperanzando a las mujeres que, en las tribunas de invitados, escuchaban cómo Clara Campoamor pretendía colocarlas en el lugar que por derecho natural les pertenecía. Con estas palabras terminó su alegato:
“es mi convicción la que habla; (…) pondría, como dije ayer, la cabeza y el corazón en el platillo de la balanza, de igual modo Breno colocó su espada, para que se inclinara en favor del voto de la mujer, y que además sigo pensando, y no por vanidad, sino por íntima convicción, que nadie como yo sirve en estos momentos a la República española”.Lo logró. Las mujeres votaron en las elecciones de 1933. Ganó la derecha y culparon al sufragio femenino. Clara Campoamor se quedó sin escaño. Y sin apoyos. La Guerra Civil la obligó al exilio, como a tantos. Murió en Suiza, en 1972, sin haber podido regresar a España.
En las elecciones de 1977, las primeras después de la Dictadura de Franco, nadie se cuestionó si la mujer podía o debía votar y cómo su elección influiría en uno u otro resultado. ¿Cuántos y cuántas recordarían a Clara en aquel momento? ¿Cuántas cuando acudimos a las urnas somos conscientes de que no siempre fue posible y que ella se empeñó hasta alcanzarlo? En esta España del siglo XXI las mujeres presiden Autonomías, son alcaldesas, ocupan numerosos escaños, presiden comisiones, debaten, opinan, enmiendan, dirigen y fundan partidos, legislan. Pensar en otra realidad sería ficción. Para que no lo fuera, Campoamor abrió camino, sola, en una hostilidad que hoy nos resulta impensable. Merece una memoria generosa. Es de justicia.