El problema de la educación

Un lugar con buen talante y pluralidad democrática donde se debate lo más relevante de la política y la actualidad nacional e internacional.

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Mensajepor Invitado » Mié 03 Sep, 2014 8:25 pm

La universidad a la que vuelve Rubalcaba

Ocupar una plaza de una especialidad que no se ha ejercido en 30 años es legal, pero indica lo poco relevantes que son los conocimientos y los méritos académicos. Estas usanzas son las que nos llevan al furgón de cola

José Luis Puerta



Todos los países que son algo en el mundo mantienen sus universidades con impuestos para que los más preparados impartan sus conocimientos e investiguen, y sus graduados puedan acceder al mercado laboral. Rubalcaba obtuvo una plaza de profesor titular, mediante idoneidad, en 1984. Época en la que, por cierto, ya estaba más preocupado por la política que por los enlaces del carbono. Lleva, pues, 30 años sin ver una poyata, por lo que cuesta aceptar que este político reúna hoy la preparación exigible a un profesor de Química en una universidad europea del siglo XXI.

Se dirá que es legal que ocupe ese puesto, para eso sacó su plaza en propiedad. Pero es esta respuesta —legalmente inapelable— la que nos lleva al busilis del asunto: tenemos una universidad en la que los conocimientos y los méritos académicos son poco relevantes frente a la antigüedad y otros privilegios y usos. Como, por otro lado, sucede en otros ámbitos de lo público. Baste recordar el reciente caso de la exconsejera de Sanidad de Extremadura, del que ha informado este diario (24/02/14). Sin entrar en juzgar si apañó o no su oposición antes de dejar la consejería, lo que resulta inaudito es que una cirujana que ha estado en puestos burocráticos durante casi siete años pueda ocupar, acto seguido, una plaza de cirugía general en un hospital. Aunque la ley lo permita, ni el primero parece el más idóneo para enseñar Química en una facultad ni la segunda para operar, por muy bueno que fuese su examen teórico. ¿Se subiría usted a un avión pilotado por alguien que lleva años sin volar pero que se ha aprendido el manual de memoria?

Como nos enseñó Ortega en La misión de la universidad, si estuviéramos ante abusos, estos tendrían “escasa importancia. Porque una de dos: o son abusos en el sentido más natural de la palabra, es decir, casos aislados..., o son tan frecuentes que... no ha lugar llamarlos abusos... sino resultado inevitable de usos que son malos”. Y tan malos son los usos de la universidad española que han convertido en algo habitual la figura del candidato oficial para las plazas en liza, costumbre que disuade a muchos de concursar; o impiden la instauración del Hausberufungsverbot (“prohibición de promocionar a los que han estudiado en casa”), tan extendida en los países anglosajones. Instrumento que no solo yugula la endogamia, sino que estimula la movilidad entre los que pretenden hacer carrera académica (la inmensa mayoría de nuestros profesores, el 90% o más, lo son en la institución donde leyeron su tesis doctoral), les ilustra sobre cómo se investiga en otros centros —no todo está en los libros— y les introduce en el circuito internacional de su especialidad. Con todo, el pecado capital de la universidad española es su legendaria inhabilidad para encontrar su misión y articularse en el contexto social y económico del país y del mundo (hoy globalizado).


    El criterio de selección de profesores colisiona con los aceptados en los países más sobresalientes

El hecho de que en nuestra universidad los criterios para la selección de profesores colisionen violentamente con los aceptados en los países más sobresalientes la ha marginado secularmente del circuito internacional del talento de la ciencia. Lo que dificulta gravemente su reconocimiento y la producción de investigaciones originales y relevantes. Además de imponer un sobreesfuerzo a aquellos grupos que, pese a esta anaerobiosis, son capaces de brillar. Aquellos que, parafraseando a Cajal, producen luz propia y no se limitan a reflejar la de otros. Aquellos que saben distinguir entre investigar y hurgar y, por lo tanto, no se encuentran entre los publicistas del tópico de que España —con menos del 1% de su PIB dedicado a la ciencia— ocupa el décimo puesto mundial en volumen de publicaciones, pero callan su limitado factor de impacto o el parvo número de patentes triádicas (las registradas conjuntamente en Europa, EE UU y Japón) que producimos, que en 2010 representó el 0,49% del total mundial, mientras que Corea se anotó el 4,4%. Esta actividad, que genera riqueza y estimula la necesaria simbiosis empresa-universidad, es otra de nuestras grandes carencias.

El reciente y macabro espectáculo del Departamento de Anatomía II de la Complutense, además de abundar en lo dicho, constituye una transgresión inaceptable del código ético que debería regimentar la universidad y un pésimo ejemplo de impunidad. Si esto hubiese sucedido en Reino Unido, Suiza o Japón, es fácil imaginar dónde estarían el rector, el decano y los anatomistas (al margen de lo que luego pudieran dictaminar los jueces), y cuál hubiese sido la reacción del claustro de profesores y los alumnos. Aquí sencillamente han hecho un mutis.

La primera que tiene que respetarse a sí misma y dar pruebas de que cree en los valores académicos y morales, que la vienen inspirando desde el medievo, es la propia comunidad universitaria. Es encomiable que profesores de prestigio y miembros de varias academias llamen la atención sobre la importancia de la universidad, la ciencia y las humanidades, o denuncien las consecuencias de unos recortes presupuestarios drásticos, súbitos y arbitrarios. Nadie cuestiona esto. Sin embargo, harían un gran servicio a sus instituciones y a ellos mismos si, superando el espíritu de cuerpo, también se pronunciaran acerca de las dañinas usanzas que las gobiernan, y las injustificables situaciones que amparan.


    No es precisamente más financiación lo que se necesita, sino atraer y premiar la excelencia

No puede sorprender que cada vez cueste más entender por qué hay que dedicar más dinero público a una universidad ahogada en una maraña de reglamentos intangibles e inusitados en todo Occidente, que la condenan sin misericordia al furgón de cola. No es precisamente más financiación lo que necesita, idea fija de los rectores y su clientelismo, sino atraer y premiar el conocimiento y la excelencia. Porque inquieta e indigna ver cómo nuestra educación sale derrotada en todas las ligas mundiales, da igual el nivel (ahí está el Informe PISA), y encima se justifique aduciendo que se emplean instrumentos “poco adecuados” para su valoración. (Otra vez, Spain is different!)

Pero sucede que países faltos de nuestra antiquísima tradición académica —como son Corea, Singapur o Arabia Saudí— tienen a alguna de sus universidades entre las 200 primeras del mundo (ranking de Shanghái, 2013). España, ni una. Aunque podemos celebrar que Brasil, México y Argentina, donde fundamos estas instituciones hace siglos, cuenten al menos con una en ese grupo. Sin entrar a explicar por qué nuestras escuelas de negocios, que no son instituciones oficiales, sobresalen en todos los rankings (The Economist, FT o Forbes).

Desde hace más de 100 años, 681 científicos han sido distinguidos con un Nobel de Medicina, Química, Física o Economía, o una Medalla Fields (el Nobel de Matemáticas). Solo un español ha conseguido tal galardón, Cajal. En cambio, Argentina ha logrado dos y medio (Houssay, Leloir y Milstein, éste tenía doble nacionalidad cuando recibió el reconocimiento); entre los egresados de la Escuela Normal Superior de París, esa isla del sistema universitario francés, se contabilizan 12 ganadores de un Nobel y 10 de una Medalla Fields (en total se han otorgado 53); por la Politécnica de Zúrich (fundada en 1885) han pasado 21 laureados y por el Caltech (fundado en 1891) otros 31. Ejemplos que sirven para recordar que el llamado efecto Mateo es implacable —“porque al que tiene se le dará más y tendrá en abundancia, pero al que no tiene se le quitará aun lo que tiene” (M:13,12)— y que, infelizmente, no pertenecemos al grupo de la abundancia.

Y la mala noticia para el final. Si alguno de esos 680 galardonados hubiera pretendido una plaza en nuestra universidad, su peculiar forma de gobernanza lo hubiera impedido. La misma que, por ejemplo, le impide al doctor Pérez, tras 30 años de experiencia política en primera fila, regresar como profesor a una facultad de Políticas o Sociología, en vez de la farsa (legal) que supone su vuelta a la de Químicas. Pero cambiar esto significaría traicionar el castizo e inspirador lema que alienta a todo el sistema educativo español: ¡defendella y no enmendalla!

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Mensajepor Wert » Vie 05 Sep, 2014 12:38 am

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José Ignacio Wert: «A los quince años el 45% del alumnado ha repetido al menos una vez. Esto supone un coste para el sistema brutal»

Ángel L. Fernández Recuero y Kiko Llaneras

José Ignacio Wert (Madrid, 1950) es licenciado en Derecho, sociólogo, políglota, profesor universitario y ministro de Educación, Cultura y Deporte. Es el ministro más tecnócrata del Gobierno y el peor valorado. Aunque lo notamos cansado —viene de una reunión importante— nos atiende con una sonrisa y se pone completamente a nuestra disposición.


Ahora que en lugar de hacer encuestas es ministro, ¿ya no tiene que hacerse pasar por pianista de un burdel? [El contexto que pide el ministro Wert, y la excusa para esta pregunta, es un artículo suyo de 2002: «No le contéis a mi madre que hago encuestas políticas. Ella cree aún que soy pianista en un burdel» N. d.R].

No llegué a hacerlo nunca, hay que contextualizar esto. El chiste se lo había tomado prestado al que era el publicista de cabecera de Mitterrand, que presidía una de las agencias más importantes de Francia en aquella época: «No le contéis a mi madre que me dedico a la publicidad; decidle que soy pianista en un burdel».


En ese artículo usted comenta que los desaciertos más importantes en las encuestas se producen en elecciones de mayor resonancia pública. Las elecciones americanas de 2012 tuvieron un ganador inesperado: Nate Silver y sus modelos estadísticos, que predecían el resultado de las elecciones basándose en las encuestas en estados clave. ¿Es aplicable este tipo de metodología a las elecciones generales de nuestro país?

No, no es aplicable. La razón tiene mucho que ver con la diferencia de sistema electoral. EE. UU. tiene un sistema mayoritario por estados. En realidad, al presidente no lo eligen directamente los ciudadanos, sino un colegio electoral, en el que cada estado, en función de su población, cuenta con con un bloque de delegados o compromisarios. Rige el principio «The winner takes all», es decir, el que gana en un estado obtiene todos los compromisarios. Hay estados rojos y Estados azules en los que, pase lo que pase, van a votar republicano o demócrata, y hay «switch States», estados que pueden cambiar. El número de estos varía, oscila entre un tercio y la mitad de los estados. En el resto no hace falta hacer encuestas.

Y, limitadamente, pasa esto en España. Realmente aquí, si uno quisiera ser muy eficiente en el empleo de los recursos, y en un panorama partidario más o menos estable, habría unas veinticuatro provincias españolas donde no sería necesario hacer encuestas. En todas las que son de menos de cinco diputados tiene que darse una situación muy excepcional para que el reparto no sea 2/1 en las de 3, y 2/2 en las de 4 y 3/2 en las de 5. Es decir, en las provincias donde se eligen cinco diputados o menos, el coste relativo para un tercer partido de entrar en reparto es muy elevado. Ahora, en una situación tan fluida como la que hay, probablemente, si a mí me asignaran la tarea de hacer la muestra más eficiente posible, y eso incluyera la posibilidad de dejar de hacer encuestas en algunas provincias, no sé si me atrevería.

leer la entrevista completa

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Mensajepor Invitado » Jue 20 Nov, 2014 5:00 pm

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Un teniente general pide la vuelta de la mili por "la pérdida de valores de los jóvenes"

Rafael Comas, jefe de la antigua Capitanía General de Valencia, afirma que sería una buena medida para enseñarles educación o solidaridad y recuerda que "no hace mucho que Noruega ha establecido el servicio militar obligatorio para mujeres


El teniente general jefe del Cuartel General Terrestre de Alta Disponibilidad, Rafael Comas, ha abogado este miércoles por reimplantar el servicio militar obligatorio en España, que fue suspendido en el año 2001, cuando gobernaba José María Aznar. "Yo particularmente creo que sí, pero los partidos políticos deben llevarlo a votación", ha dicho.

Así se ha pronunciado el teniente general Comas en un Desayuno Informativo del Fórum Europa Tribuna Mediterránea, que se ha celebrado en Valencia, al ser preguntado por el alcalde de Algemesí, Vicent Ramón García (PP), por si considera que, ante la pérdida de valores de los jóvenes, sería conveniente "que existan un par de mesecitos de servicio militar para formar a personas" en valores como educación, solidaridad y formación.

http://www.publico.es/politica/557327/u ... os-jovenes

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Mensajepor Invitado » Lun 24 Nov, 2014 12:07 am

¿Una casta universitaria?

El problema no es la crisis, sino la falta de innovación, respeto, mérito y transparencia en un funcionamiento que está viciado

Gemma Galdon Clavell


Se habla bastante de la grave situación de la I+D en España. De los recortes, la fuga de cerebros, de los miles de investigadores e investigadoras que después de años de formación, esfuerzo y trayectorias brillantes se ven obligados a hacer las maletas e irse. Menos se habla, no obstante, de los que se quedan. De los afortunados que consiguen seguir viviendo de su pasión investigadora y docente… ¿Afortunados?

No tanto. Las prácticas laborales de la universidad española son un secreto a voces: profesores asociados con sueldos de menos de 300 euros al mes, sistemas de colas por encima del mérito para asignar nuevos puestos (gana el paciente y el obediente) y un sistema orientado a que los de abajo hagan el trabajo de los de arriba. Prácticas, además, que se perpetúan en la impunidad más absoluta: la universidad convierte a sus víctimas en cómplices de su propia situación. Un sistema de palos concretos y zanahorias abstractas que parece servir solo para la gloria y estabilidad de unos pocos a costa del trabajo e invisibilidad de muchos y muchas.

Lo preocupante es que muchas de estas dinámicas preceden a la austeridad. Y pueden por lo tanto sobrevivirla si no se abordan como un problema estructural. Esta misma semana investigadores e investigadoras del CSIC publicaban una propuesta de ideas para la reforma de la ciencia en España que iba más allá de los recortes para poner sobre la mesa un diagnóstico centrado en la necesidad de modernización, transparencia, gestión eficiente y autonomía de gobierno. En el documento se habla de burocracia, control político y falta de evaluación e incentivos. En el caso de las muchas universidades, a esos problemas podemos añadirle el de un opaco entramado de intereses público-privados estructurados alrededor de fundaciones universitarias.

Pero entonces, si la falta de dinero no basta para explicar la crisis actual de nuestras instituciones de enseñanza superior, ¿de qué mal estamos muriendo? Morimos, en primera instancia, de una dualidad injusta e insostenible entre el personal estable y el no estable. La universidad española a menudo perpetúa innecesariamente una gerontocracia que equipara capacidad a acumulación de años. En un momento en el que muchas convocatorias europeas de financiación quieren promover a investigadores jóvenes, en España es habitual que éstos deban renunciar a la autoría de proyectos o publicaciones en favor de personas con más antigüedad por una absurda norma no escrita. La combinación de vasallajes, inercias y miedo invisibiliza a menudo el trabajo de la generación más formada de este país y nos impide reconocer, aprovechar y promover su trabajo.

Morimos también de rigidez. Los departamentos universitarios parecen a veces reinos de taifas, más preocupados por defender sus fortines que por avanzar el conocimiento, formar al alumnado de forma innovadora o responder a los retos sociales actuales. Los muros que hemos levantado entre disciplinas dificultan la innovación y la experimentación en las nuevas fronteras del conocimiento. Cualquier persona que intente salir de su cajita disciplinar choca con un muro de dificultades (incomprensión, exclusión, soledad), sin que ninguno de los actores implicados (desde los jefes de departamento o facultad a los rectores y responsables políticos) parezca tener incentivos, poder o voluntad para cambiarlo. Los equilibrios y conflictos del reino de taifas drenan gran parte de la energía que debería orientarse a repensar el papel de la ciencia, la universidad y el conocimiento en el siglo XXI.

Morimos, también, víctimas de una estructura que parece incapaz de autoregenerarse. La universidad parece hoy el ejemplo paradigmático de la tragedia de los comunes: como es de todos, no es de nadie. Cada califa gestiona su pequeño rincón del reino, e intenta preservarlo del mundo exterior. Sin visión estratégica, sin rendición de cuentas, sin evaluación ni control, la máquina universitaria se oxida y cronifica el sálvese quien pueda. Y mientras se hunde este Titanic, la única música que se oye habla de un problema de financiación. Mientras se profundiza el abismo entre los que trabajan y los que firman el trabajo de otros, se hacen rimas con palabras vacías como excelencia y mérito.

Si el régimen del 78 ha creado en el ámbito político una casta más preocupada por atender sus intereses particulares que por representar a las mayorías, en la universidad el cortoplacismo, la autopreservación y la dualidad han creado una estructura autoreferencial, ineficiente e injusta que bloquea el potencial de un país joven y formado. El problema de la universidad, pues, no es la crisis. Lo que falta no es dinero, y menos en un país que debe emprender un replanteamiento de su modelo productivo y su estructura formativa. Lo que falta es respeto, mérito, capacidad de innovación y luz y taquígrafos sobre unos métodos y procesos que están viciados. El debate es importante porque no nos jugamos solo las condiciones de trabajo actuales de unos cuantos investigadores. Nos jugamos el sistema de producción y reproducción del conocimiento en la formación superior. Nos jugamos el tejido productivo e intelectual del futuro. Nos jugamos, en realidad, el futuro.

Gemma Galdon Clavell es doctora en Políticas Públicas

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Mensajepor Invitado » Mar 02 Dic, 2014 12:10 am


Escribir a mano es del siglo pasado


Finlandia anuncia que abandona la enseñanza de la caligrafía en los colegios, y la sustituirá, empezando en 2016, por el aprendizaje de la mecanografía y el uso del teclado. La caligrafía se define oficialmente como una habilidad anticuada, cuyo aprendizaje ya no aporta especialmente nada desde un punto de vista práctico al desarrollo de la persona, una habilidad que puede ser más encuadrada dentro de la curiosidad histórica.

El movimiento, sin duda, va a ser calificado por muchos como muy agresivo. ¿Es adecuado que los niños dejen de escribir a mano, en un entorno en el que ya prácticamente solo lo hacen cuando ejercitan dicha habilidad? Un examen detallado de la vida cotidiana de un niño en nuestros días revela claramente que escriben de manera constante en teclados de todo tipo, físicos o virtuales, en ordenadores o en smartphones, pero únicamente recurren a la escritura a mano cuando les es específicamente solicitado… para conseguir que aprendan a escribir a mano.

Con el paso del tiempo, a medida que esos niños se van haciendo mayores, la necesidad de escribir a mano va disminuyendo todavía más. Yo llevo un bolígrafo en mi bolsillo por puro romanticismo y para firmar algo de vez en cuando, pero la realidad es que me pasan días y días sin utilizarlo.

En mi paso por la universidad, mi forma de tomar apuntes era muy apreciada por muchos de mis compañeros, porque tendía a apuntar prácticamente todo, con una letra nada bonita, pero razonablemente inteligible. Un paseo por la biblioteca de la universidad me permitía ver mis apuntes fotocopiados incluso por personas que no conocía, y subrayados en todos los colores imaginables. Terminada la universidad, dejé de escribir a mano. Hoy me costaría muchísimo tomar más de unas líneas: cuando lo he intentado, me ha resultado incomodísimo. Para cualquier tarea de escritura que implique un mínimo de creatividad, escribir a mano es completamente implanteable: mi forma de escribir actual recurre tanto a la vuelta atrás, a la sustitución o al replanteamiento de la estructura de lo que quiero expresar, que un modelo en el que cada pensamiento se plasme de manera irreversible en un papel resulta, además de arcaico, directamente absurdo. Si tengo que tomar unas notas en una reunión, lo último en lo que pienso es en utilizar un papel y un lápiz: lo primero que se me ocurre es sacar mi smartphone, y arrancar Evernote. En mi labor como profesor, me limito a escribir algunas palabras aisladas en una pizarra en la que añoro un teclado y un ratón, y cada vez que lo hago – por lo general, muy pocas – mis alumnos entienden perfectamente por qué no me gusta hacerlo. Mi visión en este tema es completamente radical: de la misma manera que llevo años abogando por la desaparición total y absoluta del papel y si tuviese una empresa apostaría por prohibirlo, vería bien que la escritura a mano pasase a ser considerada algo del pasado.

Escribir a mano resulta decididamente poco práctico y cada vez menos habitual, firmar es un método de autenticación débil y absurdo, y el bolígrafo o la pluma son cada vez más un artefacto menos práctico. ¿Estamos preparados como sociedad para anunciar el fin de la escritura a mano, o surgirán legiones de nostálgicos planteándose cuestiones como el romanticismo, la preservación de un bien cultural – como si la escritura cuneiforme fuese una habilidad remotamente interesante para alguien – o como el qué vamos a hacer es ese cada vez más improbable y absurdo momento en el que no tengamos acceso a un smartphone o a un teclado?

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Mensajepor Invitado » Lun 05 Ene, 2015 3:00 am

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En memoria de Carla

En cuatro meses de tareas socioeducativas no se cura la chulería ni el desprecio por el dolor del otro

Elvira Lindo


A las víctimas hay que individualizarlas. Ponerles un rostro, una edad, una familia, un barrio, algunas inquietudes, unos cuantos sueños, una debilidad visible o escondida. Los activistas sociales lo saben desde hace tiempo, tanto como para presentar cualquier campaña que pretenda provocar empatía en el ciudadano con un rostro concreto, un nombre y una edad. Carla, por ejemplo. Una chica de 14 años que estudiaba en un colegio, el Santo Ángel de la Guarda, y con una madre que ahora conocemos, Monserrat. Carla se suicidó arrojándose por un acantilado de su ciudad, Gijón, enferma de desesperación por el acoso y la burla a la que le sometían algunas compañeras de clase. Se mofaban de su físico y de su supuesta condición sexual. Las dos chicas que lideraron las vejaciones a las que la adolescente fue sometida el año antes de que se quitara la vida han sido condenadas a cuatro meses de tareas socioeducativas para mejorar su empatía con el prójimo, en particular, con los seres más débiles. ¿Es suficiente? Si es esa la única medida, no, desde luego que no. En cuatro meses no se cura la chulería ni el desprecio por el dolor del otro. Cuatro meses no son nada si no se exige también a los padres de las autoras del delito que recapaciten sobre los valores que jamás se inculcaron en casa y por la poca atención que prestaron a la personalidad oscura y diabólica que iba haciéndose presente en sus hijas. Cuatro meses pasan volando y son estériles si la dirección del colegio en el que tuvo lugar la pesadilla que llevó a Carla a precipitarse al vacío no asume su culpa y emprende un debate para reflexionar sobre una responsabilidad que también debería recaer en un claustro que ignoró o no dio importancia al padecimiento de una de sus alumnas.

Cosas de niñas. Así se resume en más ocasiones de las que pensamos y sabemos la persecución, la burla, el escarnio que ocurren secretamente en los centros escolares. La mayoría de las veces nadie se entera del padecimiento de un niño o de una adolescente. Los chavales no suelen contar demasiado en casa porque viven el acoso al que están sometidos con culpabilidad y vergüenza. Ese silencio permite que los chulos o las chulas actúen impunemente, divirtiéndose con el sufrimiento de la criatura acorralada; por lo demás, el resto de la clase, por un temor comprensible a ser también estigmatizados, suelen callar o colaborar vagamente. Cada cierto tiempo, el horror del acoso escolar se hace visible en la prensa porque la víctima, viéndose sin capacidad para acabar con su angustia, pone fin a su vida. Es así de crudo: sabemos de la víctima por su suicidio. A Carla le daba terror ir al instituto, pero al temor que le producía el encuentro con sus torturadoras había que añadir uno de nuevo cuño: la angustia que le provocaba el comprobar cómo se burlaban de ella a través de las redes, es decir, como divulgaban en el ciberespacio la mofa para tenerla paralizada en un terror sin escapatoria. Ni en su propio dormitorio estaba a salvo la pobre desdichada de sus torturadores, ya sabemos que las injurias en Internet tienen la peculiaridad de colarse por cualquier resquicio. Esta es una historia más común de lo que parece y no se trata solamente de un delito juvenil ni que sufran en exclusiva los adolescentes. La justicia va más lenta que la tecnología y castigar al que delinque en la red, aunque es posible y cada vez más frecuente, tarda un tiempo que a la víctima se le representa como insoportable. Imagino que el castigo al bulling cibernético, agazapada la identidad del malhechor en el cobarde anonimato, acabará precisando de un mecanismo exprés para ser penalizado, dada la rapidez con que en el medio se difunden las injurias.

Parece que en estas fechas hay una voluntad colectiva de concordia, que las rivalidades pierden fuste y nuestras columnas se engalanan con buenos propósitos. Tal vez deba ser así, conviene y es saludable que sea así, que el pensamiento se mantenga en suspenso unos días antes de volver a la carga, a la bronca, a la opinión, a la arena. Pero me ha resultado inevitable, después de ver en el periódico esta semana el rostro de Montserrat Magnien, la madre de Carla, pensar que para ella no habrá Nochevieja ni Año Nuevo, que desde el 11 de abril de 2013 el tiempo avanza en una densidad amorfa, sin conceder tregua alguna ni consuelo, empecinada como está su mente en un solo propósito: que se haga justicia. Y he querido que el primer artículo de este año que acabamos de inaugurar esté dedicado a ella, a esta madre que sólo va a encontrar razones para vivir litigando a fin de que su caso, el caso de su hija Carla, se convierta en paradigmático, y que su muerte no haya sido en vano, que nos enseñe a atajar la crueldad cuando brota: desde la casa, la escuela, la justicia, que entendamos la necesidad de enseñar a quienes no tienen demasiadas luces, a los resentidos, a los duros de corazón a sufrir con el dolor ajeno. Y si es que la naturaleza no les ha dado la capacidad de comprender el sufrimiento del prójimo que sea la justicia quien ponga freno a su tara. Quería que mi artículo tuviera un rostro, el de Montserrat, y enviarle desde aquí un abrazo para que no se sienta, como seguro que se sentirá, tan sola.

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Mensajepor Invitado » Dom 08 Mar, 2015 7:50 pm

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Los jesuitas eliminan las asignaturas, exámenes y horarios de sus colegios en Cataluña

El proyecto, que ha comenzado en 5º de Primaria y 1º de ESO, transforma las aulas en grandes ágoras para trabajar en equipo

Los colegios de jesuitas de Cataluña, en los que estudian más de 13.000 alumnos, han comenzado a implantar un nuevo modelo de enseñanza que ha eliminado asignaturas, exámenes y horarios y ha transformado las aulas en espacios de trabajo donde los niños adquieren los conocimientos haciendo proyectos conjuntos.

Los jesuitas, que en Cataluña cuentan con ocho colegios, han diseñado un nuevo modelo pedagógico en el que han desaparecido las clases magistrales, los pupitres, los deberes y las aulas tradicionales, en un proyecto que ha comenzado en quinto de primaria y primero de ESO en tres de sus escuelas y que se irá ampliando al resto.

«Con el actual modelo de enseñanza tradicional, los alumnos se están aburriendo y están desconectando del sistema, sobre todo a partir de sexto de primaria», ha explicado el director general de la Fundación Jesuitas Educación (FJE) de Cataluña, Xavier Aragay.

El nuevo modelo incluye la creación de una nueva etapa intermedia entre la Primaria y la Secundaria, que la conforman los cursos 5º y 6º de Primaria y 1º y 2º de ESO.

Para llevar a cabo el proyecto, que lleva por nombre «Horizonte 2020», los jesuitas han derribado las paredes de sus aulas y las han transformado en grandes espacios para trabajar en equipo, unas ágoras en las que hay sofás, gradas, mucha luz, colores, mesas dispuestas para trabajar en grupo y acceso a las nuevas tecnologías.

En los tres colegios que están experimentando esta novedad han juntado las dos clases de 30 alumnos en una sola de 60, pero, en vez de un profesor por cada 30, tienen tres profesores para 60. Los tres profesores acompañan todo el día a los alumnos y tutorizan los proyectos en los que trabajan, a través de los cuales adquieren las competencias básicas marcadas en el currículo.

«No hay asignaturas, ni horarios, al patio se sale cuando los alumnos deciden que están cansados», ha explicado Aragay, que, en los seis primeros meses de experimentación, ya ha constatado que «el método funciona» y ha reanimado a los estudiantes.


Un cambio «radical»

«Transformar la educación es posible», ha remarcado el director general, que reconoce que el cambio es «radical» y que dos de cada tres de los 1.500 profesores de sus escuelas ha estado a favor.

Imagen Según Aragay, «en la escuela es donde más se habla de trabajo en equipo y donde menos se practica», cosa que se soluciona con este método, «que también palía unos currículos excesivos que nunca se imparten completos».

Antes de implementarlo, los jesuitas recogieron 56.000 ideas de alumnos, padres y madres y profesores para mejorar la educación.

«Educar no es sólo transmitir conocimientos», ha señalado el director general adjunto de la FJE, Josep Menéndez.

El proyecto impulsa «las inteligencias múltiples y sacar todo el potencial» de los alumnos y que hagan las actividades de aprendizaje según sus capacidades.

«Hemos transformado la educación para que el alumno sea el protagonista, para que haya verdadero trabajo en equipo y los estudiantes descubran cuál es su proyecto vital, qué quieren hacer en la vida y enseñarles a reflexionar, porque van a vivir en una época que les va a desconcertar», ha argumentado Aragay.


Proyectos en lugar de asignaturas

Los alumnos comienzan la jornada con 20 minutos de introspección y reflexión para plantearse los retos de la jornada y finalizan con otros 20 minutos de discusión sobre si han conseguido los objetivos.

Las asignaturas han sido sustituidas por proyectos. «Por ejemplo, si hacemos un proyecto sobre el imperio romano, pues aprendemos arte, historia, latín, religión y geografía», ha detallado Menéndez, y si hay que aprender raíces cuadradas para llevar a cabo otro proyecto, los alumnos pueden acudir a las unidades didácticas.

«Aprenden mucho mejor si ven que lo que aprenden tiene una aplicación práctica», ha defendido Aragay.

Los proyectos, en los que también se implican padres y madres, se realizan un 33 % en catalán, un 33 % en castellano y un 33 % en inglés.

Aunque no hay asignaturas, para cumplir con lo establecido legalmente también ponen notas, pero puntúan primero las competencias de cada alumno y luego, mediante un algoritmo, las transforman en notas por materias para que consten en el expediente.

Según Aragay, en los seis meses de experiencia han encontrado casos de alumnos que «antes se inventaban que tenían fiebre para no acudir a clase y ahora quieren venir aunque tengan fiebre».

Con esta nueva pedagogía, que también aplican a los más pequeños de P3 y P4, «en vez de mirar el BOE o el DOGC, miramos la cara de los niños y les ayudamos a desarrollar su proyecto vital, a descubrir sus talentos, a encontrar sentido a lo que hacen, a lo que quieren conseguir, a saber interpretar, a reflexionar, a cuestionar. Junto con la familia e internet, intentamos construir personas».

http://www.educacionjesuitas.es/noticia ... pedagogico



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Mensajepor Invitado » Mar 07 Abr, 2015 4:19 am

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¿El sí de las niñas?

Lucía Losada


En 1940, Pablo Picasso visitó las recién descubiertas cuevas de Lascaux en la Dordoña francesa. Allí contempló pasmado la interpretación que nuestros prehistóricos antepasados habían hecho de diversos animales –ciervos, caballos y toros, entre otros- y se dio cuenta de que, en realidad, no eran tan diferentes de los que habían protagonizado, apenas tres años antes, su inmortal Guernica. De modo que Picasso, perplejo, no tuvo más remedio que concluir que “nous n’avons rien inventé”. Vamos, que no hemos inventado nada.

Y a veces eso es exactamente lo que parece, pues entre quienes creen que tienen potestad sobre úteros ajenos y los que quieren devolver los conciertos a los colegios que promueven la educación separada por sexos, una ya no sabe si está en 2014 o en los años 50.

Aunque cueste creerlo en pleno siglo XXI, el debate sobre la educación separada por sexos ha vuelto a la palestra. Dicen los defensores de la educación diferenciada (pues así prefieren llamarla) que aquí nadie ha dicho nada de segregación, faltaría más, ya que su objetivo no es, en ningún caso, dar un trato inferior a uno de los dos sexos y eso es, en teoría, lo que implicaría el término “segregar”. Dice además el ministro Wert -de cuyo nombre no querría acordarme- que este modelo es sobre todo “una opción de libertad”. Siempre a vueltas con el lenguaje para acabar con las manos llenas de palabras y, tal vez, vacías de contenido. Hemos de suponer que todo es cuestión de matices.

Evidentemente, lo que no se puede negar es que el desarrollo de niños y niñas va a ritmos distintos: unos somos de diésel y otros de gasolina (si se me permite la analogía) y la pubertad es una época muy mala. También es cierto que algunos estudios, no exentos de polémica y críticas, avalan hasta cierto punto la eficacia de la escuela diferenciada sobre la escuela mixta, ya que obtiene una ligera (y digo ligera) ventaja en cuanto a resultados [1]. ¿Justifica esto años de extrañamiento con respecto al otro sexo? Los del otro bando creen que no y les preocupa -con razón- que la educación en igualdad y el desarrollo psicosocial del niño sean eliminados tan alegremente de la ecuación [2]. Arguyen que si se preconiza la igualdad, si ésta se dice defender desde la Constitución y a través de la ley, no es de recibo educar a los niños por separado, criarlos en planetas distintos, ajenos y extraños. Vamos, que si el mundo, el supermercado, el cine, el pueblo de tu tía o la clase de yoga son por igual espacios para hombres y mujeres, ¿qué sentido tiene que los niños vivan en una realidad paralela, sesgada, de 9:00 a 14:00 y de septiembre a junio? ¿Es eso menos traumático que sacar medio punto menos en matemáticas?


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Pero de aquellos polvos vienen estos lodos, porque la coeducación no tiene precisamente una larga historia en España. Si alguno de los que nos lee vivió durante la Segunda República y no era un niño de teta, tal vez recuerde que durante un breve período de tiempo la educación de niños y niñas en un espacio común fue uno de los objetivos del gobierno republicano. Y si no sois tan mayores igual lo habéis visto en La lengua de las mariposas, que me parece que no la han puesto nunca en la tele. Nunca. De verdad. Y como hoy es 14 de abril y a lo mejor estáis aquí precisamente para leer un artículo que no verse sobre el aniversario de la Segunda República… ¡sí, vamos a hablar de la Segunda República!

En serio, no es que yo quiera, pero esto viene por contrato. A los historiadores y a los cineastas nos obligan a tratar los temas de la Segunda República y/o de la Guerra Civil al menos una vez al año. Si no lo hacemos el resto del gremio nos mira por encima del hombro y cuchichean a nuestra espalda. Y no nos incluyen en el amigo invisible por Navidad. El caso es que, como mi especialidad es la Historia Contemporánea y la enseñanza, creo que puedo afirmar, sin recibir a cambio demasiadas cejas arqueadas, que la educación fue una absoluta prioridad durante la Segunda República [3], cuando se construyeron hasta 16.000 escuelas [4], se crearon unas 7.000 plazas de maestros nacionales (ríase usted de las oposiciones de hoy en día), se luchó para sacar la religión de las aulas y se normalizó la coeducación.

Esta práctica ya era la norma y siguió siéndolo (incluso tras la Guerra Civil) en los núcleos de población demasiado pequeños para tener dos maestros -uno para cada sexo- y sobre todo durante la primera infancia. Tampoco creamos que esto era la panacea de la coeducación, pues el día a día de la España de la época no permitió que esta práctica se extendiera de manera efectiva en tan poco tiempo, salvo en estas escuelitas rurales de las que hablamos y en unas pocas más en las que seguramente eran todos unos hippies. Algo más de éxito tuvo la medida en la educación secundaria, pero tampoco es que a los niños les diera mucho tiempo a disfrutar de verse por primera vez las caras con el sexo opuesto [5].


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“Niños, vosotros haced como que pasáis de mí, pero que no se note que lo hacéis de verdad”.


Obviamente esto no podía durar, que así se nos pervierte la infancia y tal. La guerra y la dictadura acabaron de un plumazo con el sueño de la educación republicana gratuita, igualitaria, mixta y laica, características éstas dos últimas consideradas inmorales y altamente perniciosas para la niñez y la juventud por las jerarquías eclesiásticas, que habían llevado francamente mal que el Estado moderno (y republicano) les arrebatara lo que creían una de sus legítimas competencias, la educación. Pues la Iglesia, desde el comienzo de la historia de la educación organizada en Europa, se había arrogado esta función como propia y veía la escuela como una extensión más de su labor evangelizadora y de intromisión en la vida privada de sus feligreses, frente a un Estado en pañales que durante mucho tiempo no vio utilidad alguna en la educación de las masas, como tampoco se lo vio a los servicios sociales en general. Y como fuera que el Estado se desentendía, las escuelas de la Iglesia eran la única alternativa viable para todos aquellos que no podían permitirse otra cosa, que eran la mayoría.

De todos modos, no hay nada nuevo bajo el sol, porque ya en la encíclica Divini illius Magistri, fechada en 1929, el papa Pío XI afirmaba que “es derecho inalienable de la Iglesia, y a la vez deber suyo indispensable, vigilar sobre todo la educación de sus hijos, los fieles, en cualquier institución, pública o privada, no sólo en lo referente a la enseñanza religiosa allí dada, sino también en toda otra disciplina y disposición en cuanto se refieren a la religión moral”. Es decir, que la Iglesia es la primera fuerza externa que puede inmiscuirse cuanto desee en la tarea del educador -cuando no es directamente la educadora-, seguida por la familia y, por último, por el Estado, y sólo en los casos que no afecten a los dos primeros interesados.

Siendo que lo que decía la Iglesia iba a misa (iba a misa, ¿lo pilláis?), uno de los primeros envites oficiales contra la coeducación vino de la mano de Tomás Domínguez Arévalo, a la sazón ministro de Justicia del primer gobierno de la dictadura constituido en Burgos, quien tuvo que hacerse cargo de la cartera de Educación durante un breve período de tiempo en 1939 [6]. En mayo de ese año, Domínguez consideraba imprescindible la supresión del sistema de educación mixto “por antipedagógico y antieducativo”, de forma que “la educación de los niños y las niñas responda a los principios de la sana moral y esté de acuerdo en todo con los postulados de nuestra gloriosa tradición”.

Y volvemos a la Divini illius Magistri, que sobre la coeducación hacía un bonito apunte. Según la encíclica, la educación mixta está basada “en una deplorable confusión de ideas que trueca la legítima sociedad humana en una promiscuidad e igualdad niveladora”, porque “el Creador ha ordenado y dispuesto la convivencia perfecta de los sexos solamente en la unidad del matrimonio y gradualmente separada en la familia y en la sociedad. Además no hay en la naturaleza misma, que los hace diversos en el organismo, en las inclinaciones y en las aptitudes ningún motivo para que pueda o deba haber promiscuidad y mucho menos igualdad de formación para ambos sexos. […] Por lo mismo, debe mantenerse y fomentarse en la formación educativa con la necesaria distinción y correspondiente separación”. Pues eso, que de compartir aula a tocarse y acabar en el infierno hay sólo un paso, un “¿me dejas el boli rojo, Mari Pili?”. Y de igualdad de formación menos aún, no vaya a ser que nos salgan las niñas con aspiraciones.


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-Seño, ¿qué podría ser yo de mayor?
-¡Uy, un montón de cosas! Maestra… hasta que te cases. Enfermera… hasta que te cases (con un médico). Secretaria… hasta que te cases (probablemente con tu jefe). Y monja hasta que te mueras. ¿He dicho ya maestra?



Visto lo visto, ¿en qué encíclica creéis que se basa gran parte de la Ley de Educación Primaria de 1945? ¿No lo adivináis? ¿Seguro? ¡Ay, qué años de extraordinaria placidez y qué escasas ganas de matar!

Tampoco creáis, sin embargo, que el tema de la educación separada por sexos es algo que preocupara sólo a la Iglesia, sino que estaba enraizado en lo más profundo de una sociedad que no estaba preparada para un cambio que desde nuestra óptica parece bastante baladí. De ahí que, como decíamos, la Ley de 1945 sólo contemplara la existencia de escuelas mixtas en casos excepcionales, en los núcleos de población que no contaran con más de treinta niños de edades comprendidas entre los 6 y los 12 años.

Y así serían las cosas hasta que la Ley General de Educación de 1970 levantara el veto a la educación mixta, que se extendió sin prisa pero sin pausa, primero en la educación secundaria y después en la primaria. Así, y aunque con bastante retraso con respecto a los países de nuestro entorno, la década de los 70 sería la que nos viera dar el salto definitivo de la niñez a la madurez en más de un sentido. Compartir patio de recreo y clases con el otro sexo no era más que un paso en ese largo camino, pero uno importante, al fin y al cabo. Y sinceramente, si me preguntan, no me apetece nada retroceder ni un poco.




    [1] La mayor parte de estos estudios proceden de países como EE.UU. o el Reino Unido. En España no serían muy concluyentes, ya que la educación separada por sexos supone en la actualidad un porcentaje ínfimo. Además, la estadística ofrecería una visión sesgada de la sociedad, al tratarse de colegios mayoritariamente católicos y de un nivel social particularmente elevado, como también lo son la mayoría de los colegios estadounidenses y británicos examinados. Son estas razones, la denodada parcialidad, las que hacen que dichos estudios sean puestos en duda continuamente.

    [2] Una de las abanderadas de la coeducación en España es la socióloga Marina Subirats Martori. Para más información, aquí os dejo un bonito e interactivo esquema y un artículo. Para que luego digáis que aquí no regalamos nada.

    [3] Sí, también durante el segundo bienio. Si la educación no hubiera sido una prioridad, el gobierno radical-cedista no se hubiera dado tanta prisa en arremeter contra casi todo lo legislado durante el bienio socialista y el gobierno provisional.

    [4] En realidad el plan inicial era construir unas 27.000 escuelas, que hacían falta si tenemos en cuenta que la monarquía había dejado a casi dos millones de niños sin escolarizar. Pensemos, de todos modos, que el concepto “escuela” es diferente al actual: en la actualidad es un edificio o complejo de edificios con multitud de servicios, pero en los años 30 una escuela podía ser simplemente un aula, las cuatro paredes y el techo de una escuelita rural, por ejemplo.

    [5] No os voy a poner deberes, pero si queréis saber más sobre la educación durante la Segunda República no creo que tengáis problemas en encontrar uno o dos de los miles de libros que hay sobre el tema. Sin ir más lejos, el cuarto tomo de la Historia de la Educación en España está dedicado enterito a la Segunda República y a la Guerra Civil, ¡y en sólo 500 páginas! Si luego me lo vais a agradecer, pillines.

    [6] Su predecesor, Pedro Sainz Rodríguez, fue el primer ministro de Educación del franquismo. Aceptó el cargo un poco a regañadientes, definiéndose en varias ocasiones como un político “por accidente” e intentando convencer a propios y extraños de que la guerra era su único obstáculo para dejar el cargo. Lo curioso del caso es que cumplió su promesa y presentó su renuncia apenas diez días después del fin de la guerra, dejando al Ministerio de Educación en bragas.

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Mensajepor Invitado » Sab 13 Jun, 2015 2:52 am



Qué opinan los jóvenes sobre el instituto. Analizamos sus inquietudes y perspectivas de futuro.

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Mensajepor Invitado » Vie 14 Ago, 2015 1:02 am

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Un experimento desvela qué pasa cuando un colegio europeo imita la educación china

Un documental emitido por la BBC parte de un peculiar punto de partida: ¿qué pasaría si varios profesores chinos viajasen a Inglaterra para impartir sus clases como suelen hacerlo en su país?

La educación china está cada vez más de moda, sobre todo gracias a los espectaculares resultados que los colegios de Shanghái obtienen en los exámenes Pisa. En Occidente, sobre todo en España, nos gusta pensar que tienen la clave para mejorar el rendimiento educativo de los más pequeños, y recurrimos a los valores de esfuerzo, respeto al profesor y excelencia que preconizan para explicar por qué la permisividad hacia el alumno y la rebaja de los estándares ha dado al traste con la educación española.

Intentando averiguar qué ocurriría si un país occidental implantase los principios del sistema educativo chino en sus aulas, la BBC ha desarrollado un particular experimento y ha trasladado a cinco profesores chinos a la Bohunt School en Liphook (Hampshire) para que impartan clase a 50 niños de noveno curso (entre 14 y 15 años) durante cuatro semanas. En este período, los estudiantes se vieron obligados a llevar un uniforme especial, entraban al colegio a las siete de la mañana para pasar 12 horas en el aula (con dos pausas al día) y recibieron la misma formación que al otro lado del mundo. Los resultados, que pueden verse en el recién estrenado documental Are Our Kids Yough Enough? Chinese school, an experiment, han sido desastrosos.


Condenados al fracaso

No pasa mucho tiempo hasta que el conflicto empieza a surgir en el aula. Las clases planteadas por dos de los profesores, la señora Yang, profesora de ciencia, y el señor Zou, profesor de matemáticas, son lecciones magistrales. Ambos escriben en la pizarra la teoría, y los estudiantes deben tomar notas rápidamente para estudiar por su propia cuenta. Muy pronto, los alumnos del colegio inglés pierden el interés en lo que les están explicando, así que empiezan a hablar entre sí y a molestar.

    Los profesores chinos se limitaban a impartir su lección sin recibir ninguna clase de respuesta por parte de los alumnos
No sólo eso, sino que las primeras faltas de respeto hacia los docentes empiezan a aflorar, ante la sorpresa de los orientales, acostumbrados a que su palabra sea la ley. “Tienen esa disciplina que probablemente funciona en China porque todo el mundo hace lo que los profesores dicen, pero aquí no funciona porque todos pasan de ellos”, explica una de las estudiantes, Rosie, en unas declaraciones recogidas por The Guardian.

Uno de los principales problemas que surge de este choque se debe a la amplia brecha que separa el rol del alumno en los colegios ingleses y en los chinos. Como explica Neil Strowger, el director del centro, “nuestros alumnos están acostumbrados a poder realizar preguntas al profesor, y esperan que sus puntos de vista sean tratados con respeto”. Sin embargo, los profesores chinos se limitaban a impartir su lección sin recibir ninguna clase de respuesta por parte de los alumnos. “Teníamos que actuar como robots”, se queja Rosie. “Estoy acostumbrada a decir lo que pienso, ser valiente, dar ideas, a menudo trabajar en grupo para mejorar mis habilidades y ampliar mi conocimiento”.

Ese es quizá uno de los grandes hallazgos de este experimento: en un momento en el que la mayor parte de la innovación educativa y las reformas en los centros escolares se basan en la autonomía del alumno, el desarrollo de competencias, el trabajo por proyectos y la desaparición de la lección magistral, la educación china, ese faro educativo entre las nieblas de la mediocridad, preconiza lo opuesto. “La mayor parte del tiempo me parecía que sólo estaba aprendiendo a tomar notas realmente rápido y a escuchar las regañinas del profesor”, se lamenta la alumna. Otro importante problema era la competitividad que se favorecía entre los compañeros, agravada por el gran tamaño de las clases, donde se juntaban 50 alumnos es un clima de “estrés y enclaustramiento” donde lo único que valía era el resultado de los exámenes.

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Cuando la importación es imposible

A medida que el tiempo pasó, las tensiones iniciales entre profesores y alumnos se fueron limando poco a poco, gracias en parte a un reblandecimiento de la disciplina de los nuevos docentes. Incluso algunos estudiantes empezaron a reconocer que el nuevo sistema les gustaba más que el antiguo, especialmente porque sentían que copiar la lección de la pizarra les ayudaba a recordarla posteriormente. Y algunos de los estudiantes más aventajados disfrutaban de las lecciones magistrales.

La experiencia no sólo fue insatisfactoria desde el punto de vista de los estudiantes, sino también desde el de los docentes. Zou, el profesor de matemáticas, reconocía haberse encontrado con problemas inesperados. Por ejemplo, cuando intentó que los estudiantes demostrasen el teorema de Pitágoras, recibió un “no” como respuesta por parte de estos, que consideraban que con saber aplicarlo era más que suficiente. Además, reconoce haber sentido vergüenza al comprobar cómo algunos de los 70 baguenaudiers que había traído desde su país para regalárselos a los alumnos habían terminado esparcidos por el suelo de la clase después de que la alarma sonase.

    El gran secreto de la educación china no se encuentra tanto en su método como en los padres de los estudiantes, su cultura y sus valores
El director del centro reconoce el fracaso del experimento. A pesar de que él mismo había visto con sus propios ojos “el increíble compromiso de los estudiantes, el enorme tamaño de las clases y el comportamiento inmaculado” de los estudiantes orientales, esto no se repitió en el centro que dirige. Strowger reconoce que tan sólo importaría la implantación de una jornada escolar más larga y que los profesores puedan permitirse de vez en cuando ser el centro de atención. Sin embargo, el profesor no tiene ninguna duda de que el gran secreto de la educación china no se encuentra tanto en su método como en los padres de los estudiantes, su cultura y sus valores.

Como explica el crítico televisivo Sam Wollaston en The Guardian, el problema no se encuentra en los profesores, ni siquiera en la clase a la que fueron asignados o el hecho de que a esa misma edad los alumnos chinos sepan mucho más de matemáticas que sus quintos ingleses, sino que el contexto cultural es completamente diferente. Por eso no sólo los profesores y estudiantes occidentales terminan entendiendo que aquello que parecía de entrada ideal resulta muy difícil de replicar, sino que también los docentes chinos han descubierto las ventajas de una educación menos rígida.

Eso es lo que sugieren las palabras de Zou, después de ver cómo un niño que había sufrido un accidente no pedía ayuda ni era socorrido por sus padres a la hora de llevar la mochila. “Me pregunto si ese es el resultado de la educación británica, que enseña a que los niños sean independientes; eso me ha hecho pensar mucho”. Y es que no sólo importan los resultados de PISA.

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Mensajepor Invitado » Dom 13 Sep, 2015 11:04 pm

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Gregorio Luri: 'No hay alternativa pedagógica a los codos'

'Yo defiendo el poder educativo de la frustración...'
'Un niño rico escucha 2.150 palabras por hora; el pobre 620' 'Los grandes hombres comparten una característica un poco deprimente: trabajan mucho' 'Todo niño tiene derecho a tener unos padres imperfectos'


BERTA GONZÁLEZ DE VEGA


Quién lo diría, pero Gregorio Luri no tenía una vocación docente. Sólo sabía que estudiar era la alternativa al campo. Y que Magisterio, en Navarra, es lo que su familia se podía permitir. Ni ir a Zaragoza ni la privada. Cuando habla de los niños pobres, lo hace desde la experiencia, aunque el pudor le impida dar detalles. "Y tanto que sé", dice. Se echó novia, ahora mujer de muchos años, que quiso estudiar Psicología en Barcelona y allí se fueron. Él siguió con Magisterio. Sus padres le enseñaron el "amor al trabajo bien hecho y huir de las excusas, porque es lo que más infecta al alma". "No consigues la autonomía personal echando la culpa a alguien", remata. Si había que ser profesor, sería bueno. Cree que uno se motiva solo, "creando el relato de tu propia vida". "No puedes ir todos los días a trabajar al Paraíso", dice y añade su frase favorita de Nietzsche: "Donde no puedas amar, pasa de largo". Él lo ha buscado. Encontró el amor también en sus libros. El trabajo bien hecho del que le hablaban sus padres. Y en aquella novia, hoy abuela, por la que llegó a Barcelona, donde siempre fue Gregorio, como le habían bautizado. Tiene dos títulos en las librerías, '¿Matar a Sócrates?' y 'Mejor Educados'. Lleva todo el verano inmerso en el siguiente, titulado provisionalmente 'Fe, Esperanza y Caridad', sobre Caridad Mercader, madre de Ramón, el asesino de Trotski. Es Gregorio Luri, navarro en Cataluña.

    Le preocupa que nadie se ocupe en serio de la educación de los niños pobres. Que ahora se diga que los resultados de PISA tienen que ver con el estatus socioeconómico de la familia y poco más...

    La diferencia entre los niños culturalmente ricos y los culturalmente pobres es doble. En primer lugar, es una diferencia de conocimientos, porque los ricos siempre están reforzando en casa lo que aprenden en la escuela, mientras que los pobres hay muchas cosas que, si no las aprenden en la escuela, no las aprenden en ningún sitio. Un niño culturalmente rico escucha un promedio de 2.150 palabras por hora, mientras que el pobre apenas llega a las 620. El momento crítico para los niños culturalmente pobres es tercero de Primaria, cuando pasan de aprender a leer a aprender leyendo. Los que mejor leen, más aprenden y las diferencias iniciales se incrementan. El fracaso escolar es básicamente un fracaso lingüístico. El mayor escándalo de nuestra escuela es que, en cuarto de Primaria, ya podemos identificar a los niños que fracasarán académicamente. En segundo lugar, es una diferencia de agenda al acabar la enseñanza obligatoria. Todos sabemos que, para encontrar un trabajo, una buena agenda es más importante que un buen currículo.


    ¿Ha leído el libro de Amanda Ripley, 'Los chicos más listos del mundo'? Explica cómo la directora de un colegio, en un barrio todo lo pobre y conflictivo que puede ser en Helsinki, dice que procura no empatizar con los problemas de los niños en sus casas...

    Hay un profundo cinismo en la oferta de empatía a un niño pobre, porque no le ayuda nada a buscar salidas a su miseria. Los pobres necesitan herramientas intelectuales, no nuestra lástima. Es decir, debemos ofrecerles nuestro respeto. Para ello hay que decirles claramente que no hay alternativa pedagógica a los codos. No existe el aprendizaje fácil de cuestiones complejas por una sencilla razón: la cultura es siempre elitista. Quien no entienda la diferencia entre las obras completas de Georgie Dann y un cuarteto de cuerda de Beethoven, no puede llamarse culto. Esto ha sido siempre así, pero hoy lo es aún más, porque las diferencias entre los intereses espontáneos de un niño y las demandas de conocimiento de la vida adulta son cada vez mayores.


    El secretario de Educación en EEUU plantea que los niños que vayan bien académicamente en colegios de barriadas marginales puedan estar internos en colegios con niños similares de lunes a viernes.

    Bart Simpson se queja de que, como va retrasado, lo llevan a una clase en la que se trabaja más lento, con lo cual su retraso no deja de incrementar. La pregunta que una escuela con una conciencia de servicio público debe plantearse es: ¿cómo compensar las desigualdades culturales familiares? La respuesta es triple: con profesores de mayor calidad, con una instrucción lineal y más horas de escuela. Hay experiencias internacionales que lo demuestran.


    La élite occidental sí que dispone que sus hijos sepan lo que es esforzarse para poder entrar en las mejores universidades. Creo que usted ha acuñado el término para eso, "aristocracia cognitiva". Y eso puede ser origen de mayor desigualdad, algo que se impone como una preocupación del discurso político.

    Desgraciadamente la expresión «aristocracia cognitiva» no es mía. Me la he apropiado. Me parece que se percibe una mutación en nuestra pobre meritocracia. El mérito antiguo tenía que ver con la información que manejaba una persona; hoy, cuando la información es cada vez más asequible, lo valioso es lo más escaso y lo más escaso es la atención y la capacidad para identificar, buscar y ordenar la información valiosa, es decir, el criterio. Se dicen muchas vaciedades sobre la escuela del futuro, como que el conocimiento ya no será valioso. Pero para educar la atención y el criterio necesitamos conocimientos. El interés no es el motor del conocimiento, sino que el conocimiento es el motor del interés. El ignorante no tiene interés por lo que ignora porque no sabe ni que lo ignora, mientras que cuanto más sabemos de algo, más interés le descubrimos, más fácil aprendemos cosas nuevas y con más placer lo comunicamos.


    ¿Usted echa en falta en los discursos pedagógicos actuales, muy centrados en la creatividad, conceptos como el autocontrol y el coraje?

    Echo en falta más rigor. ¡Qué dejen de presentarnos como innovaciones experimentos fracasados hace cien años! Los que nos aseguran que la creatividad puede enseñarse deberían decirnos a quién se la han enseñado. Los demás no sabemos cómo producir ni Picassos ni Steve Jobs. Allí donde hay una personalidad creativa lo que encontramos es a alguien que conoce bien su oficio, que le dedica muchas horas y que es capaz de concentrarse intensamente en los problemas que desea resolver. Para eso necesita tener conocimientos. Los grandes hombres comparten una característica un poco deprimente: todos trabajan mucho.


    También cree que hay un abuso del concepto de espontaneidad, como si reprimirla fuera un sinónimo de opresión casi fascista.

    Eso que llamamos cultura es posible porque somos capaces de abrir un espacio para la reflexión entre la aparición de un deseo y su satisfacción. Los deseos son caprichosos y se despiertan sin pedir permiso en cualquier parte. Yo defiendo el poder educativo de la frustración, que es la represión que es capaz de ejercer un pastelero sobre sí mismo para no comerse los ingredientes mientras hace un pastel. Sin autocontrol, sin la capacidad para abrir el espacio de reflexión, no hay pensamiento estratégico. La idea de que la educación ha de desarrollar todas las capacidades del niño sólo pudo nacer entre pedagogos sin hijos que nunca impartieron clases a adolescentes. Hay muchas potencialidades que deben reprimirse: el robo, la mentira, la laxitud, etc.


    Y el caso es que son miles de padres los que han leído mucho sobre educación, más que nunca quizás; o sea, los que sienten una obligación de educar bien a su hijo y, si no lo consiguen, se sienten culpables y responsables.

    La mayor parte de la literatura pedagógica dirigida a las familias no tiene por misión enseñar la naturaleza de la paternidad, sino ocultarla. Es hija de la pedagogía new age, que cree que un deseo es un hecho, y del mito tecnológico contemporáneo, que nos asegura que hay una respuesta precisa para cada problema. En las cosas humanas no es así. Ni los deseos son hechos, ni hay manera de controlar el azar. Eso que llamamos educar hay que tomárselo con mucha humildad. Podemos colaborar en el desarrollo de nuestros hijos y, sobre todo, evitar ciertos errores de bulto, pero la vida de nuestros hijos nunca está dúctilmente presente ante nuestras manos. Una familia no es un tubo de ensayo. Esto debería contribuir a relajarnos. Yo defiendo la introducción de dos nuevos artículos en los derechos del niño: "Todo niño tiene derecho a tener unos padres imperfectos» y «Todo niño tiene derecho a tener unos padres tranquilos".


    "Para educar éticamente hay que ser ético. No hay otra", dice usted.

    Educamos por impregnación. El órgano educativo de nuestro hijo es el ojo, no el oído. Y la impregnación es más eficaz cuando no sabemos que estamos educando, cuando nos comportamos espontáneamente, cuando mejor se exhiben nuestras convicciones morales. Si asumimos esto, debemos asumir también que no siempre damos a nuestros hijos ejemplos intachables. Para compensar la diferencia de altura entre nuestros buenos propósitos y nuestra conducta, sólo hay un medio: el amor. Una familia normal es un enorme chollo psicológico, capaz de sobrellevar sus neurosis cotidianas sin demasiadas estridencias.


    Los niños varones son los que peor lo están haciendo en los exámenes y el fracaso escolar se ceba con ellos. Usted cree que conceptos como «coraje» están en el olvido porque, quizás, se asocia con cierto machismo. Hay países en los que se plantea la educación diferenciada como una solución. ¿Cómo lo ve?

    Hay cuestiones escolares que tienen que ver más con los derechos civiles de una ciudadanía adulta en una sociedad liberal que con las opiniones de los pedagogos. La educación diferenciada o la educación en casa son dos ejemplos. Si el ciudadano propietario está convencido de que nadie puede imponerle una ideología política, una religión, una orientación sexual o estética, un modelo familiar, etc., ¿por qué ha de confiar la educación de sus hijos al Estado? Este es un problema mayor que ya, de hecho, está afectando a todos nuestros debates escolares, de ahí las crecientes dificultades de los legisladores para alcanzar consensos educativos amplios. Cada vez será más difícil ponernos de acuerdo sobre los contenidos mínimos que han de dominar las nuevas generaciones y cada vez será más necesario que los padres asuman la trayectoria educativa de sus hijos. Es más fácil y más cómodo criticar al ministro de Educación, sea el que sea, aunque no dispongamos de ningún paraíso educativo al que retornar, que llegar a un pacto educativo eficiente, amplio y estable. A los hechos me remito.


    En muchas memorias de británicos de principios del siglo XX hablan de la obsesión de aquellos internados por forjarles el "carácter".

    La educación del carácter es esencial en la tradición pedagógica británica y no se puede decir que les haya ido mal. Se ha llegado a decir que las guerras mundiales las ganaron los británicos en los campos de deporte de Eton. Incluso ahora Nicky Morgan, secretaria de Educación, insiste en que la educación del carácter ha de ser equiparable a la formación académica. Nosotros consideramos mucho más ese discurso bonito de la educación en valores que es un fomento de la náusea en lugar del apetito. Les intentamos inculcar a nuestros alumnos lo mal que se han de sentir ante determinadas conductas, pero no les impulsamos a dar ejemplo, es decir, a manifestar sus valores en sus conductas.


    La excelencia está en boca de los políticos pero al hablar de ayudas a los alumnos excelentes, muchos se rasgan las vestiduras. No así con los deportistas de élite. ¿Por qué?

    La excelencia es un concepto que cada vez genera más reticencias en la escuela al mismo tiempo que es cada vez más demandado en sociedad, incluso por los pedagogos cuando van al dentista. La escuela ha sacralizado la equidad. Nadie pone en cuestión este principio socialdemócrata, ¿pero una equidad que no garantice la movilidad social, puede dejarnos satisfechos? En Andalucía, para un pobre será más relevante que pueda haber movilidad social que la equidad, pero claro, un sistema educativo con todos con un cuatro es muy equitativo. Los sistemas de éxito dan más excelencia que deficiencia, porque incrementan el capital social. Si producen más deficiencia que excelencia, y esto se puede comprobar con una resta en los resultados de PISA, o importan excelencia o tendrán un problema con su desarrollo futuro. La escuela tradicional estaba concebida como un puente de confianza entre la familia, donde el niño es querido incondicionalmente por ser quien es, y la sociedad, donde somos valorados condicionalmente, según lo que sepamos hacer. No tengo claro que la escuela sepa hoy cuál es su función. Obviamente, si se pierde el sentido de la función, se pierde también el de la excelencia.

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Mensajepor Invitado » Mar 13 Oct, 2015 7:35 pm

Historia de las Religiones


LUIS MARÍA ANSON
Actualizado:27/08/2015 03:27 horas


La catedral cristiana, la sinagoga hebrea, la mezquita musulmana, los partenones paganos, la pagoda budista o el templo hindú forman parte de la cultura universal. Basta pasearse por las calles de Praga, de Jerusalén, de Estambul, de Atenas, de Saigon o Delhi para darse cuenta de que es necesario el conocimiento de las religiones si se quiere entender y disfrutar de lo que se ve en las calles, se contempla en los museos, se lee en novelas y poemas o se escucha en el teatro.


"Es necesario conocer la esencia de las diversas religiones de envergadura, si se quiere disfrutar de los bienes culturales de Oriente, Occidente, la África o de la Oceanía"

Sería absurdo que en naciones de Constitución laica como España, a pesar de su abrumadora mayoría católica, se enseñe el catecismo en las escuelas públicas. Igualmente absurdo es que no se imparta, como asignatura obligatoria, la Historia de las Religiones. La leyenda dorada de los héroes y de los dioses del paganismo griego y romano vertebra la entera cultura occidental desde la poesía a la filosofía, desde la pintura a la arquitectura. Una buena parte de la literatura francesa, japonesa, rusa, china, egipcia o estadounidense exige para su entendimiento cabal conocer, al menos de forma elemental, las diversas religiones.

Sin ellas, resulta difícil recrearse en Angkor Wat de Camboya, en Borobudur de Indonesia, en Notre Dame de París, en el monasterio de El Escorial, en San Pedro de Roma, en el templo del Cielo de Pekín, en la mezquita azul de Estambul, en la gran sinagoga de Jerusalén o en el Taj Mahal de la India.

Según datos, que he recogido en alguna ocasión, más de 2.700 millones de cristianos, la mitad de ellos católicos y la mitad de éstos de habla española o portuguesa, encabezan el mundo religioso. Los musulmanes con 1.600 millones y los hindúes con 1.100 millones se alzan sobre los varios millares de religiones restantes, entre ellas algunas de tantas significación como el budismo, el sintoísmo, el animismo, el taoísmo o el judaísmo. Ateos, agnósticos y no creyentes significan el 16% de la población mundial.

Estamos ante una cuestión de cultura general. No se puede circular por las ciudades del mundo, por la literatura o la filosofía universales, sin tener una idea de quién es Brahma, Shiva, Vishnú, o el zen; sin conocer el Viejo Testamento, sin saber lo que significan Moisés o Cristo, sin tener una idea de lo que representan Mahoma y el Corán, Buda y Confucio.

No sé si la religión es el opio del pueblo. El tópico comunista se ha repetido hasta la náusea. Lo que me ha enseñado mi dilatada vida profesional es que resulta necesario conocer, al menos a grandes brochazos, la esencia de las diversas religiones de envergadura, si se quiere disfrutar de los bienes culturales de Oriente y de Occidente, del África negra o de la Oceanía dispersa. Por eso, desde la escuela, debería ser obligatorio el estudio de la Historia de las Religiones. Ese estudio no es intercambiable ni con el parchís ni con la voluntariedad. Estamos ante una asignatura fundamental y puntuable como las matemáticas, la redacción o la literatura. Las decisiones utópicas de algunos políticos anticlericales extraídos del siglo XIX conducen al esperpento. No se trata de adoctrinar a nadie ni de imponer catecismos ni beaterías. Se trata de una elemental cuestión de cultura general.

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Mensajepor Invitado » Mié 04 Nov, 2015 4:03 pm



State of Schools Nowadays?

¿La situación actual de la enseñanza?

Un grupo de alumnos aterrorizan a su profesora con insultos y amenazas de agresión.

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Mensajepor Invitado » Mié 04 Nov, 2015 4:19 pm

Es un error proponer que una parte del sueldo de los maestros dependa de las notas que saquen los alumnos

Emilio Calatayud

Buenas, soy Emilio Calatayud. El ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, ha dicho que “hay que estudiar” la posibilidad de que parte del sueldo de los docentes dependa de los resultados académicos de los alumnos y a mí me parece un error. Y la razón es simple: no todos los alumnos ni todos los colegios son iguales. Un resultado excelente para un chaval de la ESO que apenas sabe leer y escribir, que los hay, es que la acabe sabiendo leer y escribir, que es muchísimo. En cambio, en otros centros la pelea será para ver quién saca más sobresalientes. ¿Es malo el profesor que ‘sólo’ consigue que un alumno deje de ser más bruto que un ‘arao’? ¿Y es bueno el que tiene una clase de lumbreras en la que todos sacan matrículas? Pues ni lo uno ni lo otro.

Un maestro puede ser muy bueno independientemente de los suspensos que saquen sus alumnos. Y un juez puede ser muy bueno independientemente de si condena mucho o poco. Y un médico también puede ser muy bueno aunque se le mueran pacientes… Y sería injusto que todos ellos cobrasen menos por ello.

http://www.granadablogs.com/juezcalatayud/

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El problema de la educación

Mensajepor Invitado » Sab 12 Dic, 2015 3:04 pm

Lo que va del usted al tú

SÁNCHEZ DRAGÓ

Actualizado 11/10/201503:38

FUI POR primera vez al cole con seis añitos. El profesor me llamó de usted. Mis compañeros recibían el mismo trato. Y así hasta el final de los estudios. Los miembros de la Generación del 98 se llamaron siempre de usted pese a la amistad que los unía. De los asiduos a la tertulia de la Revista de Occidente ni les cuento, pues la duda sería ofensa a su condición de bien nacidos. El usted es signo de respeto, cortesía y buena crianza que nada quita a la llaneza y que iguala a la gente por arriba, mientras el tú lo hace por abajo. Fueron los jacobinos y, después, los bolcheviques quienes empezaron a tutear a todo el mundo por muchas canas que el interlocutor peinase y muchos méritos que en su trayectoria hubiera. Fue ése uno de los efectos secundarios de las dos revoluciones más dañinas, siéndolo todas, que en la historia ha habido. Creían servir así a la causa de la égalité, sinónimo de la injusticia. Llegó luego el fascismo e intentó desterrar el lei, que era, y ha vuelto a ser, en Italia, lo que en España era, y ya no es, el usted. Fueron las tropas de Mussolini, la Falange y la Legión Cóndor quienes trajeron la moda del tuteo. El otro día vino a verme una joven y espabilada periodista. Quería entrevistarme. Lo primero que me preguntó es si podía tratarme de tú, porque desconocía -dijo- el manejo de los tiempos verbales y las construcciones sintácticas que acompañan al usted. La desaparición de éste cercena el idioma. Sonreí y, con un deje de resignada melancolía, me avine a ello. Es una pregunta muy usual en boca de la gente con estudios. La que no los tiene, ni eso. Yo la llamaría chantaje, pues ¿quién se atrevería, así interpelado, a decir que no? Parecería un gesto de soberbia. Me traen a casa muchos paquetes. Son de libros. El mensajero suele ser un galopín. Y no falla. Me trata de tú, sin reparar en la edad que mi rostro sugiere, y yo, fingiendo sorpresa, le pregunto: "¿Nos conocemos? ¿Nos han presentado?". A veces, pocas, se azora y calla, pero por lo general ni siquiera entiende la pregunta. La ironía no es recurso socrático al alcance de los indoctos. Muchas personas doctas lamentan la pérdida de valores y el deterioro de la educación de nuestros jóvenes. ¿Qué tal si intentásemos recuperar el usted ya desde la guardería? En sus manos -las de ustedes, padres, maestros, lectores- está. O no




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