Mentiras de la Transición

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Mensajepor Invitado » Lun 24 Mar, 2014 6:17 pm

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Este lunes han visitado la capilla ardiente del expresidente algunos de los que contribuyeron a enterrarle políticamente
Esto es España: explosión de hipocresía en el Congreso con Suárez de cuerpo presente

Si Adolfo Suárez no hubiera sido atrapado por el alzheimer hace once años, posiblemente muchos de los que este lunes han desfilado ante su féretro en el Congreso no se hubieran atrevido a hacerlo. La pérdida de memoria del expresidente facilitó a algunos ex altos cargos de la UCD que todavía gozan de buena salud el salvoconducto ideal para enmascarar el protagonismo que tuvieron en el entierro político de quien ahora quieren santificar.

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Assia
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Mensajepor Assia » Lun 24 Mar, 2014 11:38 pm

Concuerdo que todo esta siendo 1 hipocresia en el duelo y homenaje al fallecido Presinde Adolfo Suarez.

No he leido ningun comentario de lideres de izquiedas como IU,I Plurar y la opinion del GURU julio Anguita. Alguien sabe algo.?

Hace tiempo que no se nada del Sr. Trevijano. He buscado en Google y solo me salen entrevistas antiguas.

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Mensajepor Invitado » Mar 25 Mar, 2014 1:07 am

Se publicó 27 años después

Hemeroteca > 23/09/2007 >
Entrevista inédita a Adolfo Suárez: «Soy un hombre completamente desprestigiado»

En 1980 Suárez concedió una entrevista a Josefina Martínez del Álamo que se salía de lo habitual. Fue una conversación tan franca que sus consejeros decidieron vetarla. «Un presidente no puede ser tan sincero"


En 1980 Suárez concedió una entrevista a Josefina Martínez del Álamo que se salía de lo habitual. Fue una conversación tan franca que sus consejeros decidieron vetarla. «Un presidente no puede ser tan sincero», dijeron. D7 rescata esas históricas confesiones con motivo de su 75 aniversario

En 1980 Adolfo Suárez erael presidente del Gobierno. Llevaba cuatro años gobernando, y las múltiples críticas le tenían acorralado. La inflación se disparaba, el paro aumentaba, las autonomías de doble velocidad despertaban los agravios comparativos. Todos sus actos y declaraciones pasaban por la criba de los prejuicios políticos. La derecha no le perdonaba la ruptura con el régimen anterior. La izquierda lo acusaba de no imponer la ruptura con el régimen anterior. Dentro de su partido le crecían los traidores. La prensa, la gran mayoría de la prensa, estrenó ¡por fin! su libertad de expresión haciendo verdadera leña de un presidente a punto de caer.

Pero Suárez, a muchas trancas y barrancas, intentaba la convivencia de todos, el respeto entre las corrientes opuestas, la aceptación «sin ira» de unas normas nuevas y de un nuevo futuro. Estaba practicando el diálogo sin patentes ni micrófonos.

Hoy todo son parabienes y medallas para esa figura tristemente quebrada. Como advertía Mihura sólo nuestras desgracias nos hacen perdonar nuestros éxitos. Pero bastaría con consultar las hemerotecas para dejarnos helados los aplausos.

Por aquellas fechas -julio del 80- Suárez estaba a punto de perder su confianza en Abril Martorell; algunos militares manifestaban ya ostensiblemente su descontento. El político más popular era quizás Francisco Fernández Ordóñez; y el presidente huía de la prensa -exceptuando la revista Hola- casi al grito de «vade retro»... Pero muchos de nosotros soñábamos con conseguir esa entrevista imposible.

Hacía seis meses que solicité la entrevista. Tres meses después me la concedieron. Sólo faltaba elegir el momento adecuado; fijarle fecha; esperar que el presidente tuviera dos horas libres para sentarme frente a él. Pero en la agenda de Suárez debe de haber anotaciones hasta en las tapas. Desde mayo sigo atentamente las idas y venidas del Jefe del Gobierno. Y me confieso desalentada: nunca encontrará el momento adecuado.

Por eso, cuando el Gabinete de Presidencia me envió la sorprendente oferta de acompañarlo en un viaje oficial a Perú, con la condición -eso sí- de que el resto de los periodistas invitados ignoren que yo estaba allí para hacerle una entrevista, me quedo perpleja. Y claro, acepto.

Y por fin, un mes después, nos sentamos en un sofá turquesa del Hotel Bolívar de Lima. A 10.000 kilómetros y a siete meses de distancia de mi primera solicitud.

Es la una de la madrugada. Adolfo Suárez acaba de volver de la cena ofrecida en el palacio del Gobierno. Ha llevado un día muy movido: tedeum, recepciones, investiduras... Está cansado. Marcelino Oreja se acerca a recordarle que mañana se tendrá que levantar a las siete.

Cuando nos dejan solos, el presidente se vuelve hacia mí: «¿Ve cómo por fin hablamos?... Yo cumplo lo que prometo. Podía usted confiar».

-Nunca lo dudé. Siempre pensé que haríamos esta entrevista.

«¿Sí?....» -me mira fijamente, sorprendido- «¡Pues es toda una prueba de fe!»

No sonríe. Parece asombrado de que alguien confíe en su palabra. Conecto la grabadora. Abro el cuaderno con las cien preguntas preparadas, y lo miro... Pero en vista de su gesto agotado, intento alguna conversación relajada para que olvide su prevención hacia la prensa.

-¿Sabe por qué quería entrevistarlo? Creo que es usted el gran desconocido. Los españoles no sabemos nada de Adolfo Suárez persona. Cómo se siente, cómo piensa.

«Yo soy el primer convencido de ello. No. No me conocen».

-Pues tienen derecho a conocerle. Si le votan, y si se ponen en sus manos, necesitan saber con quién se juegan el porvenir.

«Sí. Ellos tienen derecho; y yo tengo la obligación de explicarme. Estoy de acuerdo. Y voy a procurar remediar ese desconocimiento; a darles una respuesta. Quiero utilizar más los medios de comunicación. La televisión sobre todo... porque en televisión soy responsable de lo que digo, pero no soy responsable de lo que dicen que he dicho... Tengo muchísimo miedo de cómo escriben después las cosas que he dicho.»

«Soy reacio a las entrevistas»

-¿Por eso evita usted hablar con la prensa?

«Es que soy muy reacio a la entrevistas... Muy reacio».

Recuerdo que en el avión he presenciado cómo un periodista increpaba muy indignado al presidente por alguna información no recibida. Y cómo Adolfo Suárez endureció la mirada, borró la sonrisa, enseñó unos dientes afilados y calló al ofendido.

-Quizás el problema es también nuestro, de la prensa. Últimamente parece que algunos nos sentimos demasiado inclinados a ser protagonistas.

«Sí. Yo noto ese afán de protagonismo. Algunos periodistas me preguntan sobre un tema político para tratar de convencerme de sus posturas. Entonces les digo: ¿Ustedes, qué quieren: saber mi opinión o convencerme de la suya?... Porque si vienen a hacerme una entrevista, les interesará conocer mi criterio, supongo. Y tendrían que escucharlo libre de prejuicios. Después, ustedes lo estudian, se informan y, si no les gusta, lo critican... Después, todo lo que ustedes quieran».

«Pero sólo se tienen presentes a ellos mismos. Escriben para ellos mismos... Los comentarios políticos suelen ser mensajes que no entiende casi nadie. De ahí que la prensa tenga cada vez menos lectores. De ahí que los políticos estén cada día más separados del pueblo... Porque han acabado todos cociéndose en la gran cloaca madrileña... Y molesta mucho que yo hable de una gran cloaca madrileña. ¡Pero es verdad! No existe la preocupación de sobrevolar por encima. Nadie intenta hacer una crítica objetiva de las actuaciones políticas, con independencia del partido que realiza la acción».

«La prensa persigue intereses concretos -políticos o personales del político que le informa-. Defiende las conveniencias de alguien que instrumentaliza a ese periodista. Y los periodistas se han convertido en correas de transmisión de los intereses de grupos determinados».

«Hay excepciones, desde luego. Pero, por desgracia, esa es la tónica general».

«Esta tarde les decía a unos periodistas: ¿pero cómo es posible que tengan ustedes el más mínimo respeto a una persona que les cuenta lo que ha ocurrido, lo que se ha tratado en un consejo de ministros o en alguna reunión de naturaleza totalmente reservada? ¡Para mí, ese señor se habría acabado! Porque no me ofrecería ninguna imagen de seriedad, ni de responsabilidad, ni de nada. Pero ustedes colocan a esa persona en la punta de lanza de la popularidad... quizás por pagarle el precio de una información... Eso es deleznable... Y se está dando mucho en la política española».

-Supongo que tiene usted razón. Aunque yo no soy ninguna experta.

«¡No... no! Yo tampoco soy un experto. Simplemente observo una realidad que me parece muy grave, porque nadie intenta remediarla. No se entrevé ningún síntoma de corrección. Y la gente se está apartando de todo. De todo».

«...Y noto, además, que algunos periodistas no intentan obtener los datos necesarios para hacer una información exacta. He hablado de Autonomías con un grupo de periodistas. Y les he dicho: ¿ustedes se dan cuenta de que han desprestigiado totalmente el estatuto gallego? Les pregunto: ¿lo ha leído alguno de ustedes? Y no... ¿Y han leído ustedes el título octavo de la Constitución?... Y no».

Esos que opinan y no saben

«Y es más: me reuní con los intelectuales gallegos que habían criticado el Estatuto de Galicia. Los he llamado reservadamente. Los he invitado a almorzar. He ido con el estatuto y lo he puesto encima de la mesa: «Señores, vamos a mirar artículo por artículo dónde está la ofensa a Galicia...» ¡Y me confesaron que no lo habían leído!... Cuando todos ellos se habían manifestado públicamente en contra... Sólo porque Alfonso Guerra había dicho que aquello era una ofensa a Galicia. Y Fraga había dicho que aquello era una ofensa a Galicia... Así que funcionaban simplemente por el ruido del tam-tam de la selva. Yo repito a menudo que en España está ocurriendo un fenómeno muy grave: las cosas entran por el oído, se expulsan por la boca y no pasan nunca por el cerebro... casi nunca pasan por la reflexión previa».

«Pero es un hecho que está ahí; que sucede. Y luchar contra ello es muy difícil... Yo he intentado combatirlo muchas veces... ¡Y así me va!»

«... Así me va... Soy un hombre absolutamente desprestigiado. Sé que he llegado a unos niveles de desprestigio bastante notables... he sufrido una enorme erosión».

-¿Y por qué no intenta arreglarlo? Debe tener una solución.

«Si. Pero la tiene utilizando los mismos procedimientos; y no me gusta. No quiero convertirme en un hombre que busca sectores que lo cuiden, que lo mimen... ¡En absoluto no va conmigo!. Yo sólo digo que me juzguen por mis obras. ¡Dios mío... que no son todas deleznables!».

La hora, el vacío del salón, el silencio... El presidente se ha vuelto de perfil y mira a un punto perdido en la cristalera del salón. Baja la voz casi hasta el murmullo. A veces inclina la cabeza y la balancea lentamente. Fuma y se pasa la mano por la frente... mientras, enlaza los pensamientos hilvanados con alguna pausa. Sólo cuando el ensimismamiento amenaza con prolongar su silencio yo intervengo, apenas, con alguna frase corta; como dándole el pie para que avance en su monólogo. Nada más. Y la voz de Adolfo Suárez continúa al margen de mi presencia.

«Desde luego, el 80 por ciento de lo que se escribe de mí no responde a la realidad... ¿Y qué voy a hacer? ¿Usted sabe lo que supone pasarse el día rectificando? ¡Es horrible! «Quién calla, otorga presidente», suelen decir los periodistas. Pero ustedes comprenderán que si alguieninventa una cosa, y la prensa la recibe como noticia y no la contrasta y la publica, yo no puedo dedicarme a desmentirla... Me faltarían horas para eso».

-Cuando se ocupa un primer puesto, se reciben más críticas que parabienes.

«Sí -admite en voz baja-. Es verdad. Parto de esa base y la acepto. Pero también es verdad que no se puede luchar contra la irreflexión. Es muy difícil que una persona asuma sus propios defectos. Y cuando se los dice alguien que además es presidente del Gobierno, creen que está buscando unos niveles importantes de aprobación personal».

«No se le puede advertir a nadie: usted se equivoca porque no lee; usted se equivoca porque no estudia; no se informa de los hechos... Decir eso es muy grave».

-A cualquiera le resulta difícil de aceptar ¿no?

«Nadie lo admite casi nunca. Consideran que es una ofensa personal. Y aumenta todavía el grado de irritación contra mí. He llegado a la conclusión de que es mejor callar. Y es lo que suelo hacer».

La voz es ya un susurro. El gesto y el tono son de fatalidad.

«Yo sé que me he equivocado en muchas cosas. Pero el resultado final es favorable. Si creyera que es cierto en un 80 por ciento lo que dicen de mí, tendría que corregirme. Pero de tantas acusaciones, sólo un 30 por ciento tiene alguna base real... Es verdad que he cometido errores. No hay persona que no los cometa. Pero la mayoría de las veces, no tanto por lo que me acusan: excesiva concentración de poder. Al revés: mi error ha sido no ejercer el poder que legítimamente me corresponde».

-No crea. Quizás los políticos y la prensa le acusen de excesiva concentración de poderes. Pero la gente de la calle se queja de lo contrario: de que no lo ejerce.

«Pues ésa es una acusación cierta. Sobre todo este último año... Y tenía razones para obrar así. Aunque quizás eran justificaciones personales, porque a la vista del resultado no pueden ser justificaciones institucionales...»

«Lo que ocurrió es que hice una delegación de poder y durante siete u ocho meses, en algunos aspectos, no he tenido los hilos de la información. Los he conservado en política exterior, en seguridad ciudadana... pero se me han escapado otros; fundamentalmente en el Parlamento. Ahora, los estoy recuperando a marchas forzadas».

«Reconozco que he cometido un error grave que quiero corregir... Que no sé si seré capaz de corregir... Bueno, ¡estoy seguro que lo corregiré! Tal vez tengo excesiva confianza en mí mismo. Y eso no es bueno...».

-¿Por qué? Estar dispuesto a superar errores y circunstancias adversas es una buena cosa.

«Yo creo estar especialmente dotado para eso... cuando me siento acosado, salgo hacia delante. Pero no es tan bueno. Lo deseable sería mantener siempre el mismo nivel de exigencia personal... Tengo muchos defectos... Muchos. Pero soy consciente de ellos y lucho por corregirlos, no crea. Pero los asumo -sonríe- sé mis limitaciones, pero conozco también mis posibilidades. Y combinando ambas cosas se obtiene un producto más o menos aceptable... visto lo que abunda en la clase política española y en la internacional».

-¿En la internacional también?

«Pues verá... Al principio, en mis primeros contactos internacionales, me impresionaba conocer a aquellos políticos que siempre había admirado...»

-Y se deslumbró.

«!No...! -niega, lentamente, con la cabeza-... No me deslumbré. En absoluto. Al revés: fui creciéndome yo mismo. Y empecé a sentir una gran preocupación por el destino del mundo, en función de las personas que lo dirigen... Al final, he llegado a la conclusión de que los políticos son hombres como los demás. En el fondo, las cualidades que verdaderamente cuentan son las humanas».

«Un político no puede ser un hombre frío. Su primera obligación es no convertirse en un autómata. Tiene que recordar que cada una de sus decisiones afecta a seres humanos. A unos beneficia y a otros perjudica. Y debe recordar siempre a los perjudicados... Gracias a Dios, yo no lo he olvidado nunca. Pero se sufre porque no puedes tomar decisiones satisfactorias a corto plazo para todos los españoles. Aunque esperas que sean positivas en el futuro y asumes el riesgo... Hay personas que no ven a los gobernados uno a uno... Yo los sigo viendo. ¡les veo hasta las caras!»

«Otro requisito indispensable en un político es la capacidad para aceptar los hechos tal y como vienen, y saber seguir hacia delante. Nunca puede sentirse deprimido. Tiene que continuar luchando. Confiar en lo que siempre ha defendido y en los objetivos programados a largo plazo... Pasar por encima de las coyunturas. Porque, a veces, las circunstancias pueden desvirtuar el destino histórico de un país. Y es preferible decir sí a la Historia que a la coyuntura. Yo lucho, intento luchar, contra esas coyunturas».

-Supondrá una gran tensión... Como nadar contra corriente.

«Sí -baja más la voz-. Una tensión tremenda... hay que estar dispuesto a aceptar un grado enorme de impopularidad -como en una confesión hecha a sí mismo, arrastra las palabras-. Pero yo estoy dispuesto a eso. Lo estuve desde el primer día en que fui presidente».

«Hubo una primera época en que el ambiente jugaba a mi favor. Y yo no opino, como muchos, que el pueblo español estaba pidiendo a gritos libertad. En absoluto, El ansia de libertad lo sentían sólo aquellas personas para las que su ausencia era como la falta de aire para respirar. Pero el pueblo español, en general, ya tenía unas cotas de libertad que consideraba más o menos aceptables... Se pusieron detrás de mí y se volcaron en el referéndum del 76, porque yo los alejaba del peligro de una confrontación a la muerte de Franco. No me apoyaban por ilusiones y anhelos de libertades, sino por miedo a esa confrontación; porque yo los apartaba de los cuernos de ese toro...»

«Cuando en el año 77 se consolida la democracia y las leyes reconocen libertades nuevas, pero también traen aparejadas responsabilidades individuales y colectivas, empieza lo que llaman el desencanto... ¡El desencanto! Yo no creo que el pueblo español haya estado encantado jamás. La Historia no le ha dado motivos casi nunca».

«Tuvimos que aprender que los problemas reales de un país exigen que todos arrimemos el hombro; exigen un altísimo sentido de corresponsabilidad. Y sin embargo, los políticos no transmitimos esa imagen de esfuerzo común... La clase política le estamos dando un espectáculo terrible al pueblo español».

-Bueno, yo escucho a la gente ¿sabe? y cada día se siente menos representada por sus políticos. Tienen la sensación de que en el Parlamento sólo se juega a hacer política de partidos... Y no se refieren sólo a usted, sino a la clase política en general.

«... Y yo también. Yo también». Balancea la cabeza afirmativamente. Su voz es ahora un murmullo casi indescifrable.

«Es verdad. Somos todos. Somos los políticos. Los profesionales de la Administración... La imagen que ofrecemos es terrible... Vivimos una crisis profunda que no es, en absoluto, achacable al sistema político. Pero la democracia exige a todos una responsabilidad permanente. Si nosotros fuéramos capaces de transmitir al pueblo ese sentido de responsabilidad, si lo tuviéramos perfectamente informado, el pueblo español asumiría todo lo que supone la soberanía ciudadana».

«Pero le hemos hecho creer que la democracia iba a resolver todos los grandes males que pueden existir en España... Y no era cierto. La democracia es sólo un sistema de convivencia. El menos malo de los que existen».

Se ha hecho el silencio. Por fin, Adolfo Suárez está solo con su pensamiento.

-Señor Suárez, usted ha hablado de actuar siempre con perspectivas históricas, de sacrificar el presente en aras del futuro... ¿Espera también encontrar su compensación en la Historia?

«No. Yo no tengo vocación de estar en la Historia. Además, creo que ya estaré; aunque sólo ocupe una línea. Pero eso no compensa... Hoy, ahora, tengo la satisfacción de poder seguir haciendo lo que debo hacer... Y no siempre ha sido así... Mi mayor preocupación actual es la convivencia. La democracia puede ser más o menos buena, pero lleva en sí unos altos niveles de perfeccionamiento. Y la perfección máxima consiste en la convivencia perfecta. Hay que crear las condiciones necesarias para que los españoles convivan por encima de sus ideas políticas; que las ideologías no dañen las relaciones de amistad, de vecindad».

«Sé que es un objetivo posible; estoy convencido. Y si lo conseguimos, habremos hecho una labor histórica de primera magnitud. Por fin habríamos acabado con todas las previsiones de enfrentamientos históricos. La transición española dará un ejemplo al mundo».

«El símbolo, para mí, es que sean amigos personas de partidos diferentes, pero amigos. Que por la mañana puedan ir a votar juntos, y después sigan charlando y discrepen, pero civilizadamente. Que no traslademos al país nuestro rencor personal. Que no ahondemos con diferencias políticas las diferencias regionales y económicas que ya existen. Diferencias que, además, tampoco son insalvables... ese es mi auténtico objetivo. Esa sería mi compensación».

-Pero como usted ya forma parte de la Historia... ¿Qué le gustaría que escribieran en esa línea que le corresponde?

«Creo que la Historia de esta época sólo será objetiva cuando pase mucho tiempo. Pero ahora, de inmediato, se verá afectada por las propias posiciones personales. Yo escucho y leo muchas cosas que se han escrito en los últimos cuatro años... !Y hay una cantidad de inexactitudes y de errores de perspectiva!... Cualquiera sabe lo que dirá la Historia dentro de 30 o 40 años... Por lo menos, pienso que no podrá decir que yo perseguí mis intereses.

Admitirá que luché, sobre todo, por lograr esa convivencia; que intenté conciliar los intereses y los principios..., y en caso de duda, me incliné siempre por los principios».

-¿Qué pesa más: las insatisfacciones o la alegrías?

«Es muy difícil de calcular. Los hechos no son tan simples. Si examino una situación y pienso que algunas cosas van por el camino que pretendía... entonces tengo una alegría enorme. Tuve una gran satisfacción en el año 76; y la he tenido con algunos textos legales que han salido como queríamos; y con esa convivencia que, pese a todo, se está dando en el Parlamento...»

«Insatisfacciones... muchas. Ingratitudes, más bien diría que muchísimas... Bueno, ingratitud no es la palabra exacta, aunque las he recibido. Lo malo es la incomprensión. ¿Usted sabe las cosas que han dicho de mí? Personalmente me afecta poco lo que digan... pero me preocupo por mi hijos. Por si un día llegan a creer que su padre era todo eso que se escribe en la prensa...

-¿La incomprensión le ha resultado alguna vez insoportable?

«Sí. Me ha producido ratos amargos, cansancios. Ha habido momentos terribles».

-Y los superó...

«Pero resisto. Yo suelo decir que me he empeñado en un combate de boxeo, en el que no estoy dispuesto a pegar un solo golpe. Quiero ganar el combate en el quince round por agotamiento del contrario... ¡Así que debo tener una gran capacidad de aguante!... »

«Es una imagen que refleja bien mi postura. Si en mis decisiones públicas hubiera un pequeño ingrediente personal -el más mínimo- derivado de las ofensas que he recibido, en ese mismo instante me marcharía. Porque estaría cometiendo los mismos errores que se han cometido históricamente. Caería en las equivocaciones de esos políticos que, por razones personales, llevaron a España a enfrentamientos muy graves».

«A veces cuesta un gran esfuerzo mantener esta actitud... A mí me han estado insultando de una forma tremenda... Y yo he seguido saludando con el mismo gesto, con la misma intención, hasta con el mismo afecto, a la persona que me insultaba...»

-Pues eso tiene su mérito.

«Eso es tener un cierto sentido de responsabilidad -de nuevo su voz se vuelve hacia sí mismo-... de responsabilidad histórica... que la da el cargo. Yo he sido siempre un hombre responsable».

«Y también me influye la ilusión que conservo. La ilusión de que es posible conseguir lo que me había propuesto. Los políticos se rinden, a menudo, porque no ponen todo el esfuerzo necesario para alcanzar la meta; porque priman los objetivos a corto plazo. Pero yo todavía tengo una enorme ilusión. La misma que tuve toda mi vida».

-¿Toda su vida?... ¿Cuándo pensó que sería jefe de Gobierno?

«Siempre. Lo comentaba incluso con los amigos».

-¡Qué curioso!... Es raro que se cumplan los sueños.

«Sí. Pero eso satisface el primer año. Después, no te llena lo suficiente, porque entran en juego otras cosas más importantes».

«Se me acusa de ser un hombre ambicioso... ¡Pero ¿es que nadie se ha parado a pensar que ya se han cumplido todas mis ambiciones personales? Todas. No me falta ni una... ¿Y usted cree que el poder, por sí mismo, satisface a quienes lo poseen?»

-Pues si no satisface, por lo menos apasiona ¿no?

«Desde luego es apasionante... apasionante». Su afirmación queda flotando en el aire.

«...Y no digo que el poder no satisfaga, lo que quiero explicar es que por sí mismo no puede justificarse. El poder sólo se justifica en función del cumplimiento de unos objetivos, por supuesto no personales. Además, yo no he disfrutado las compensaciones personales que el poder comporta. Nadie puede negar que soy un hombre volcado en mi trabajo; no se me ve en cócteles ni en cenas, ni en ninguna de esas facetas agradables de la vida pública... Paso el día estudiando documentos, leyendo expedientes, analizando acontecimientos. Despacho los asuntos urgentes... Recibo visitas; me entrevisto con economistas, con especialistas en los temas que me preocupan. Procuro hablar con las personas que tienen una opinión diferente a la mía para ahondar en sus razones... Son muchos deberes. Mi primera obligación es convencer. Tengo un partido político que apoya mi gestión. Y no puedo decir: esto se hace así porque yo lo he decidido. Vivo convenciendo...»

«Ni siquiera estoy demasiado tiempo sentado. Me levanto y paseo muy a menudo. Necesito moverme».

«Soy un hombre inquieto»

-¿Por qué? ¿Por una constante tensión nerviosa?

«Bueno, yo soy un hombre inquieto, vital... Pero me domino muy bien».

Lo observo. La mirada, directa. El apretón de manos, firme. Las palabras, ahora que ha vuelto de su mundo interior, decididas. Es un hombre segurísimo, convencido.

«Lo he pasado muy mal. Pero cuando uno ha sido cocinero antes que fraile, y ha conocido muchas situaciones, aprende a dominarse».

De nuevo vienen a advertirle de la hora. Les preocupa el programa de mañana: «presidente, tiene que madrugar...»

-Si está cansado lo dejamos, señor Suárez.

Se pasa la mano por los ojos.

«Estoy un poco cansado... Sí».

-Seguiremos en otro momento, ¿no? En realidad me quedan por hacerle todas la preguntas....

«Por supuesto -me tranquiliza-. Además, hemos quedado en que esta entrevista la haremos en varias ocasiones».

Un día después, en el vuelo de vuelta a Madrid, lo miro mientras habla con los periodistas. Tiene algo de pez escurridizo. Con la cara de frente, los ojos miran de perfil. Parece inmóvil, pero se escapa.

En cambio, la noche anterior el cansancio, el silencio y la soledad sacaron a flote otro hombre agotado. Me faltó preguntarle si al final de la jornada siempre repasa los buenos y los malos momentos, si reflexiona y hace autocrítica.

Todavía en el avión, en un momento de distracción general, me promete bajito: «Seguiremos hablando. Habrá otra ocasión».

Sin embargo, la ocasión no se presentó o sus adjuntos la impidieron. A saber. No obstante las insistencias de mis idas y llamadas a La Moncloa. Y cuando yo, por compromiso y deferencia, le envié la trascripción de la conversación mantenida en la madrugada de Lima, sus consejeros dilucidarony discreparon si se debería o no publicar. A pesar de Josep Meliá o del apoyo de Chencho Arias, triunfó el no «porque el presidente no puede ser tan sincero».

Pero el hecho es que lo había sido. Demasiado sincero. Y la entrevista quedó encerrada en un cajón y en mi «debe» indignado. Ahora, releída con la serenidad sabia que dan los años, reconozco que un presidente no podía ser públicamente tan sincero. Pero ahora también, cuando le llueven los homenajes y las nostalgias, creo que es bueno que quienes lo criticaban tanto, de los que se dolía, o todos los demás que apenas lo han conocido sepan cómo pensaba y cómo se sentía.
Por aquella época, y al final de algún segundo encuentro, Adolfo Suárez, todavía presidente, me dijo: «Es usted la única persona en España con la que estoy en deuda. Le debo una entrevista».

-Y si no, publico ésta.

«Y si no, en su día, publica ésta...»

Dos meses después dimitió.


Palabras para la Historia

Quien habla en esta entrevista es un hombre de Estado a ratos amargo, harto de encajar golpes, atacado con una saña desmedida, desengañado con la clase política y duro con la Prensa. Una insoportable tensión política y emocional que vuelca en una conversación sin ataduras. Tanta sinceridad, por lo visto, pareció inconveniente a algunos de sus consejeros, que pidieron que se archivara la entrevista. Pero, cuando se cumple el 75 aniversario del hombre que lideró la transición, creemos que no hay mayor homenaje que la publicación de estas confesiones. El lector va a sentir una cierta nostalgia ante un presidente que asegura no tener «vocación de estar en la historia», pero que levanta el vuelo por encima de sectarismos y políticas chusqueras. Suárez se sitúa en la «Historia», porque, como él mismo dice, no le interesa «la coyuntura», sino los principios. Y sus palabras pueden enseñarnos mucho en estos tiempos de «coyuntura»

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Trevijano

Mensajepor Trevijano » Mar 25 Mar, 2014 1:11 am

Assia escribió:Concuerdo que todo esta siendo 1 hipocresia en el duelo y homenaje al fallecido Presinde Adolfo Suarez.

No he leido ningun comentario de lideres de izquiedas como IU,I Plurar y la opinion del GURU julio Anguita. Alguien sabe algo.?

Hace tiempo que no se nada del Sr. Trevijano. He buscado en Google y solo me salen entrevistas antiguas.


Aqui escribe y comenta la actualidad en un programa de radio diario

http://www.diariorc.com/

RLC (24-03-2014) El mito de Suarez

En el programa de hoy Trevijano analiza el mito de Suarez que ha sido fabricado por el PSOE, el Rey y los medios de comunicación. Como la prensa considera sinónimo la democracia y gran pacto. Suarez facilitó el gran pacto entre los poderosos, y forja el pacto del Partico Comunista con los poderes fácticos que apoyan la transición a favor de Juan Carlos, forja el pacto en favor de la monarquía, incumpliendo su palabra y sus promesas. Mas tarde el Rey lo echa y dice que dimite para que la democracia no vuelva a ser otro paréntesis, pero nunca contó porque dimitió.

http://www.diariorc.com/2014/03/24/rlc- ... de-suarez/

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Mensajepor Invitado » Mar 25 Mar, 2014 1:18 am

Gregorio Morán: ´Adolfo Suárez era un hombre sin miedo, no lo acojonaba nadie´

Gregorio Morán, biógrafo de Adolfo Suárez: "El Rey lo trató como a un perro, la foto del abrazo fue su reconciliación"


Gregorio Morán (Oviedo, 1947) está enfrascado en corregir El cura y los mandarines. Cultura y política en España, de 1962 a 1996, su siguiente tocho en su obra de repaso a la intelectualidad nacional del siglo XX, centrado esta vez en Jesús Aguirre y otros personajes. En cierta forma prosigue El maestro en el erial: Ortega y Gasset y la cultura del franquismo. Morán es obligatorio cuando se trata de Adolfo Suárez, cuya biografía de 1979 decidió su vida hacia la escritura practicada sin miedo a la polémica. Treinta años después regresó al personaje y lo completó en Adolfo Suárez: Ambición y destino. Colaborador de La Vanguardia con Sabatinas intempestivas, también sabe de vascos ("Los españoles que dejaron de serlo: Euskadi, 1937-1981" y "Testamento vasco: un ensayo de interpretación").

-¿Adolfo Suárez está siendo canonizado?
-Por los mismos que lo apedrearon. Hay algo de cataclismo vaticano fascinante. No le apuñalaron los romanos sino sus hermanos, Judas, Pedro, todos los apóstoles. En la Fundación Transición Española aparecen textos de examigos que se convierten. Tengo delante un libro inefable de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas que recoge un discurso de Rodolfo Martín Villa al que responde Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón que contiene auténticas joyas.

-¿Mentiras?
-Más allá de la mentira. "Suárez, el coraje y la prudencia", leo ahora. Un texto de Martín Villa es un hecho insólito, porque va por escrito. A Suárez se le trató con crueldad y ahora se le ha construido el cielo, un lugar genial para la gente que está en la tierra.

-¿Por qué?
-Porque así facilitas su desaparición política y luego puedes encomiar la importancia que tuvo, en lugar de contar cómo lo laminaste. A Suárez no lo tiró Alianza Popular sino las facciones de UCD que acabaron en el PP y entonces pudieron cambiar de adversario. Después de Adolfo Suárez, el primer adversario, pasaron a por Felipe González. Es una prestidigitación en la que, más que los medios de comunicación, participaron esos llamados líderes de opinión.

-Por ejemplo.
-Puedo citar sin rubor a Pilar Urbano o a Fernando Ónega, que hoy reivindican que metieron frases en sus discursos y que gracias a ellos Suárez dijo "puedo prometer y prometo". Durante años lo ocultaron. En unos años toda la población será bisnieta de un asesor de Suárez.

-Para que sea santo en vida, ¿influyó el tipo de enfermedad?
-Eso entra en el terreno delicado de la manipulación política de la enfermedad. "Demencia senil" es una expresión políticamente fea para políticos con pasados difíciles. Suena mejor decir que un político "pierde la memoria" que decir que "pierde la cabeza". Es mejor decir alzhéimer como nos cuenta ese Einstein que es el hijo de Suárez, el genio de "las cebollas rellenas"

-¿A qué se refiere?
-Cuando ETA asesinó a un policía asturiano que había protegido a Suárez y su familia, el expresidente ya no estaba bien y entonces intervino el genio del hijo declarando: "Ay, ya no podrá comer más cebollas rellenas". Cuando perdió como candidato en Castilla-La Mancha en unas elecciones que se daban por ganadas pese a que el rival era José Bono, Aznar se preguntaba cómo podía haber sido aquel desastre sin paliativos. Pues el genio de Adolfo Suárez Illana le llamó para pedirle manos libres para ganar las próximas elecciones. Aznar no quiso saber nada más de los participantes en aquella derrota.

-Usted dedicó mucho tiempo a Adolfo Suárez para hacer dos biografías. De la primera, Suárez dijo que era la más objetiva que le habían hecho. ¿Cómo era?
-Versátil: muchos Suárez al mismo tiempo. Se quería saber de su vida sexual pero para él eso era como comer fabada. Con independencia de que pueda haber tenido polvos extramatrimoniales era un seductor y los seductores no consuman. También era implacable.

-No encaja con su imagen.
-No venía de un mundo en el que pudiera conocer banqueros así que hizo una ronda para conocerlos. Recibió a Emilio Botín padre, que puso los pies encima de una mesa baja y le montó una bronca de campeonato. "¿Quién le ha dado permiso para poner los pies en la mesa?". El banquero alegó que tenía gota y él le dijo que ni gota ni nada y lo echó con cajas destempladas.

-¿Era chulo?
-Yo pienso ahora que el valor y la audacia son elementos de la inteligencia. Suárez era un hombre sin miedo, no lo acojonaba nadie, ni en saberes, ni en dinero, ni en nada. Ahora todos los gobernantes de la transición eran partidarios de la legalización del Partido Comunista pero en 1977 no fue así. Eso fue un acto de valor de Suárez, de esos en los que, si te equivocas, la hostia la llevas tú y si aciertas será un logro de todos. Torcuato Fernández Miranda creía que él mismo legalizaría el PC porque le sería fácil entenderse con Santiago Carrillo, siendo los dos de Gijón. Lo dijo.

-¿Torcuato?
-Fue el que descubrió a Suárez. Torcuato presentó a aquel joven a una persona que no tenía demasiadas luces y a la que le gustaban más José María Areilza o un empresario del Opus. El exgobernador de Segovia no podía llamar la atención del Rey haciéndole la pelota porque al Rey todos le hacían la pelota. No se podía ver en Suárez a la persona con capacidad para sostener una política tan complicada como fue hacer la transición.

-¿Cómo lo logró?
-Tuvo mucha suerte y no había personas muy capacitadas ni a la izquierda ni a la derecha.

-¿Cómo trató el Rey a Suárez?
-Como a un perro. Llegó a acumular tanta inquina contra él que llevó al condensado del 23-F. Santiago Carrillo se asustaba de lo que decía el Rey de Suárez porque, si se lo contaba a él, qué no contaría a los de su confianza. Por eso es importante también la famosa foto del Rey abrazando a Suárez enfermo en un paseo, los dos de espalda, que se supone que sacó el hijo de Suárez y que está hecha por un profesional. El Rey hace una reconciliación póstuma, ya que Suárez está fuera de circulación mental.

-¿Le importaba el dinero?
-No hasta que se arruinó por el leñazo que se pegó el CDS. Ahí el que más perdió fue Agustín Rodríguez Sahagún, que vendió la colección de arte para hacer frente a las deudas. Ese sí fue un santo laico. Las cosas del cuñado eran piraterías, que si vendía corderos a Egipto o marcadores de fútbol a no sé quien pero eso no llegaba al partido. La patronal CEOE, que tan buenas relaciones tiene con el PP, estaba en pelea continua con Suárez. El presidente de entonces, Carlos Ferrer Salat, me contó personalmente su animadversión por Suárez.

-¿Qué le interesaba a Suárez?
-El poder. A sus hijos los descubrió cuando perdió el poder. No le interesó tampoco la religión. Fue y dejó de ser del Opus a conveniencia. Cuando la viuda de Herrero Tejedor, ministro-secretario general del Movimiento, a quien tanto debía, fue a verle porque Francisco Fernández Ordóñez preparaba una ley de Divorcio, la escuchó turulato y no le hizo el más mínimo caso.

-Usted dijo que Suárez nunca dimitiría y dimitió.
-Lo dimitieron. Una lectura atenta de su despedida, hecha por Josep Meliá y él -no por el "pull" de cerebros de Gabilondo, Ónega y esos- en su "no quiero que" se percibe una gravedad que no correspondía con lo que parecía, porque nadie iba a plantearle una guerra civil. Los conspiradores creían que no iba a dimitir y para ellos hubiera sido más cómodo que hubiera quedado. Para Tejero era bueno que se mantuviera; para Armada que dimitiera.

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jeje

Mensajepor jeje » Mar 25 Mar, 2014 1:45 am

Suárez / 46

Francisco Umbral 27 SEP 1978





Lo pongo así porque quedan más modernas y estructurales las frases con barra o barradas (siempre que las barras no sean verticales como rejas, tipo Blanco Chivite, o sea carcelarias, que hay que ver las cosas que están pasando o, mejor, volviendo a pasar).Sandra Alberti prohibida y Blanco Chivite embaulado. En este país, cuando las mujeres vuelven a la decencia y Blanco Chivite vuelve a la cárcel, es que ha empezado otra glaciación, o sea, otra involución. Pero no es por ahí por donde iba, que por ahí no voy bien. De todos modos, ha pasado durante siglos.

Lo de Suárez/46 (he aprendido a usar la barra de mi maestro Torrente Ballester en la Saga/fuga: cuidado, Gonzalo, que andas por Madrid dando palos de ciego lúcido y lucido, no te vaya a pillar un coche, que es que van como Fragas); lo de Suárez/46, decía, viene a que el presi ha cumplido esos años, como ustedes saben, y, para ponerle las velas (una a Dios y otra al diablo, corno haría el propio/Suárez) los franceses le han metido en el Larousse. Perono es lo grave, que Suárez haya cumplido 46 años (hace veinte que me echó de su entonces modesto despacho: yo tenía quince años y él me doblaba la edad), sino que ya tenemos 46 Suárez, pues no cabe duda de que este hombre es muchos, y ahora se ha sacado lo de la jornada de reflexión, para ya mismo, que suena a cursillo de cristiandad de cuando él era flecha y yo no.

Hay que ver la de cosas que se ha inventado Suárez para burlar la democracia como antes burlaba el franquismo, el carrerismo, el tejedorismo y lo que fuese. Habló con los rojos y con los azules. Convenció a todos. Suárez, como es de Avila, cree en el viejo refrán de que hablando se entiende la gente. Y lo terrible es que tiene razón. Yo nunca he creído en los refranes (por eso me echó de su despacho, a lo mejor). Hay que ver la de cosas que se han inventado los 46 Suárez que hay en Suárez/46 para sacar adelante la democracia: por vías antidemocráticas o para sacar adelante, por vías democráticas, otra cosa que no sabemos lo. que es. La tira.

Lo primero, en mi mala memoria histórica, fueron los pactos de la Moncloa, que Camacho dice que no se han cumplido y Dany el Rojo que dan risa.

Luego, el consenso, que es una cosa que funciona todavía, gracias a la buena refrigeración industrial de ambas Cámaras. Un consenso kelvinator es lo que tenemos. Y ahora, la jornada esa de reflexión. Se habrán fijado ustedes que las tres cosas son la misma con distintos nombres, como lo de la Santísima Trinidad, pero sin silla gestatoria. Se trata, en fin, de llamar a la gente y hablar. De gobernarse por la tertulia mejor que por el Parlamento. Suárez/46 es un maestro de la tertulia, como al fin y al cabo lo han sido Azaña, Valle-Inclán y los buenos españoles de cuando esto era España.

Fraga, no. Fraga, en cambio, no sabe hacer tertulia, porque sólo y siempre habla él, es el conferenciante que no. cesa y nunca escucha al. deuteragonista. La otra noche, por la tele, Emilio Romero, en lo de Soler Serrano, le recomendaba a Fraga escuchar, escuchar un poco. Pero le cambias el interlocutor y no se entera. Yo creo que Fraga no escucha ni a Iribarne.

La jornada de reflexión. Hoy, mañana o pasado. No sé. Un día de estos. Unas veces lo llama jornada de reflexión, otras veces pacto de la Moncloa, otras consenso. Lo que sea. Siempre, es lo mismo. Darle agua mineral a la clase política, en la Moncloa, con gas o sin, y, sobre todo, darles conversación, mucha conversación. Además, allí, como está sentado, no tiene que hacer gestecillo cheli/ucedé de subirse un poco el pantalón.

En la democracia orgánica era el más inorgánico. Iba siempre por donde quería. En la democracia inorgánica, o sea peatonal, es el más orgánico, porque al fin y al cabo todo lo resuelve en tertulia, como Franco. Franco era un charlataneador del silencio. Es que no paraba de callar. Suárez/46 es un gran silencioso que habla todo el rato. Un enigmático. Les hace a todos ministros, en sus consejillos ministeriales o jornadas de reflexión, ejercicios espirituales o cursillos de cristiandad. Y, claro, salen tar contentos. Congratuleision por los 46, tronco.

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Mensajepor Invitado » Mar 25 Mar, 2014 2:29 am

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El aeropuerto de Madrid se llama desde hoy Adolfo Suárez
El Ministerio de Fomento, a propuesta del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha aprobado una orden ministerial por la que se modifica la denominación oficial del aeropuerto de Madrid-Barajas, que pasará a denominarse en adelante aeropuerto Adolfo Suárez, Madrid-Barajas.



Hace 5 años escribí 10 razones para no llamar Adolfo Suárez al aeropuerto de Barajas. Las mantengo todas:




9 de febrero de 2009
10 RAZONES PARA NO LLAMAR ADOLFO SUÁREZ A BARAJAS

El PP quiere presentar en el Congreso una proposición no de ley para cambiar el nombre del Aeropuerto de Barajas por Aeropuerto Internacional Adolfo Suárez. He aquí 10 frases que, tarde o temprano, acabaremos oyendo si la proposición del PP triunfa:

    1. Adolfo Suárez es la principal entrada de cocaína en España.

    2. No me siento en casa hasta que cago en Adolfo Suárez.

    3. ¿Has oído lo del tío que lleva 4 años viviendo en Adolfo Suárez?

    4. Adolfo Suárez no está preparado para los minusválidos.

    5. Comparado con Adolfo Suárez, Charles de Gaulle es una mierda.

    6. Adolfo Suárez tiene conexiones con JFK.

    7. Última hora. ETA ha colocado un coche bomba en los bajos de Adolfo Suárez.

    8. El lunes poté en Adolfo Suárez.

    9. Adolfo Suárez se colapsa todos los días.

    10. Estoy del Adolfo Suárez hasta los cojones.

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Mensajepor Invitado » Mar 25 Mar, 2014 2:45 am

Un Suárez ya perjudicado (50") aparece en la campaña del PP arrastrado por su niño que sabía lo que hacía



Adolfo Suárez apoya en 2003 la candidatura de su hijo a la presidencia de Castilla-La Mancha
El ex presidente Adolfo Suárez participa en 2003 en Albacete en un acto electoral del PP para dar su apoyo a la candidatura de su hijo, Adolfo Suárez Illana, a la presidencia de Castilla-La Mancha. Fue su último acto público.

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un cretino

Mensajepor un cretino » Mar 25 Mar, 2014 3:02 am

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José María Aznar: “Traté de seguir su ejemplo; soy, como todos lo somos, deudor de su obra política”

Comunicado del expresidente sobre el fallecimiento de Adolfo Suárez


“El camino queda abierto para dotar a este país de una Constitución que, como señaló Su Majestad el Rey en estas mismas Cortes, ofrezca un lugar a cada español, consagre un sistema de derechos y libertades de los ciudadanos y ofrezca amparo jurídico a todas las causas que puede ofrecer una sociedad plural. Mientras la Constitución llega, parece claro que el proceso democrático ya es irreversible. Lo han hecho irreversible el espíritu de la Corona, la madurez de nuestro pueblo y la responsabilidad y el realismo de los partidos políticos.”

De este modo, realmente emocionante, resumía Adolfo Suárez en octubre de 1977 eso que tantas veces hemos denominado “el espíritu de la Transición”, espíritu que él mismo encarnó. Sus palabras expresan una verdad histórica. Es verdad que las elecciones generales de 1977 y los acuerdos económicos alcanzados poco después abrieron definitivamente la puerta a la elaboración de la que finalmente fue la Constitución de 1978. Es verdad que se comenzaba a consagrar un sistema de derechos y libertades capaz de proporcionar amparo jurídico al pluralismo político y social de una sociedad moderna como la española. Es cierto que la Corona fue el motor y Su Majestad el Rey fue el piloto del cambio. Lo es que la madurez del pueblo español constituyó el asiento sociológico primario de todo el proceso democrático. Y lo es también, finalmente, que en momentos decisivos el realismo de los partidos políticos resultó determinante.

Sin embargo, Adolfo Suárez no decía ahí toda la verdad. Todos esos factores habrían podido evolucionar en sentidos muy diferentes de no haber sido por la inteligencia política, el compromiso cívico, el patriotismo y la generosidad en la entrega de Adolfo Suárez, nuestro primer presidente democrático. En una palabra: la Transición y la democracia no habrían sido posibles como lo fueron sin lo que define a las grandes figuras de la Historia: la grandeza de Adolfo Suárez.

La Transición y el proceso constituyente no fueron, como en ocasiones se da a entender, ni fáciles ni inevitables. Fueron el resultado de elecciones políticas meditadas. Fueron producto de decisiones de alcance histórico en las que se jugaba el futuro de España. Y esas decisiones fueron acertadas. Hicieron posible la reconciliación y la concordia -auténticas, sentidas- que se formularon en multitud de iniciativas jurídicas y simbólicas, y que hallaron su máxima expresión en la Constitución.

La figura de Suárez, como la de Su Majestad el Rey, han alcanzado con el paso de los años una dimensión extraordinaria. Pero no siempre fue así. A la muerte de Franco no fueron pocos los que pretendieron iniciar un camino rupturista y desintegrador que encontraba en el Rey y en Suárez un obstáculo que vencer. Eso estuvo encima de la mesa hasta bien avanzado el proceso constituyente. Pero la ley para la Reforma Política fijó el rumbo correcto. Es decir, el pueblo español lo fijó, porque el Gobierno decidió acertadamente que así debía ser.

Ahora que tantas veces se maltrata la palabra “democracia” es preciso recordar que durante aquellos años los españoles –todos, en toda España- acudieron a las urnas en 1976, en 1977, en 1978 y en 1979. La Transición fue un proceso político concebido y desarrollado para los españoles, pero fue también un proceso político que se hizo con los españoles, por los españoles. El pueblo español fue el verdadero protagonista porque personas como Adolfo Suárez comprendieron que ésa era la única manera de hacer realidad su profunda aspiración de libertad y de justicia, de blindar el camino a la democracia moral y jurídicamente frente a quienes esperaban la ocasión para desacreditarlo. Y porque se sentían auténticamente parte de ese mismo pueblo, de esas mismas aspiraciones, de ese mismo deseo de cambio.

La Corona marcó el rumbo hacia la democracia plena, y Suárez –y tantos admirablemente junto a él- encontró un camino y lo hizo transitable y seguro para los españoles. Suárez encontró el camino de nuestra libertad.

De Adolfo Suárez se dirán estos días muchas cosas. Unas más conocidas y otras menos. Los más jóvenes quizás nunca hayan oído hablar de él, e incluso se sorprendan al ver que, por una vez, la inmensa mayoría de los españoles, sin importar la ideología ni el territorio, lamentamos sinceramente algo juntos, evocamos sinceramente algo unidos, nos sentimos orgullosos de lo mismo. Suárez lo merece.

En un tiempo en el que toda la obra de la Transición se encuentra en riesgo porque hay quien ha decidido llevarla a ese estado, es necesario recordar algunas cosas esenciales. Apoyándose en los valores, en las virtudes y en las instituciones que Suárez contribuyó decisivamente a poner en pie, España ha logrado ser algo muy parecido a lo que hace cuarenta años soñábamos llegar a ser. Pero apartándonos de ellos perdimos nuestro sentido, nos desunimos, nos debilitamos y nos empobrecimos. No se encuentran en aquellos años de la Transición ni en nuestra Constitución las razones de nuestros problemas, como algunos afirman. Al contrario, en ellos se encuentran los ejemplos que debemos seguir. Quienes fueron responsables de lograr para nuestro país la libertad política hicieron un trabajo que quedará para siempre como modelo de lo que una nación a la que muchos consideraban desahuciada por la Historia es capaz de lograr cuando la gobiernan hombres buenos e inteligentes, hombres como Adolfo Suárez.

Hombres que ligan su propio destino al de su país y que no entienden su vida si no es de ese modo.

Conocí a Adolfo y fui su amigo. Traté de seguir su ejemplo; soy, como todos lo somos, deudor de su obra política, y me hice voluntariamente -como tantos- legatario suyo, una de las mejores decisiones de mi vida política y una de las mejores decisiones que puede tomar cualquiera que desee hacer política responsablemente en España. Creo que las cosas que he podido hacer bien deben mucho a lo que aprendí de él: integrar, sumar, acoger, abrir en la política espacios al consenso y al encuentro. He creído siempre en un proyecto de integración ideológica y personal, que, a mi juicio, y bajo esa inspiración bien puede reclamarse heredero de lo que Adolfo Suárez quiso para España.

Hoy tenemos de nuevo esa misma obligación histórica como país. Y estoy convencido de que Adolfo Suárez no podría desear mejor homenaje de todos nosotros, de todos los españoles, que el de vernos aprender a ser nuevamente una verdadera nación ocupada en protagonizar un hito histórico tan brillante como el que él y su generación hicieron posible para todos nosotros.

Descanse en paz Adolfo Suárez González, padre de la democracia española.

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granaos

Mensajepor granaos » Mar 25 Mar, 2014 4:57 am



¿Saben los jóvenes quién es Adolfo Suárez?

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Adolfo Suárez en Ibiza

Mensajepor Invitado » Mar 25 Mar, 2014 5:14 am

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Adolfo Suárez en Ibiza: «Tuve bastantes novias»

El presidente y su esposa no consiguieron pagar ninguna de las compras que hicieron en la Marina en 1978


En agosto de 1978 el periodista Luis Cantero y el fotógrafo Oriol Maspons alcanzaron en un velomar el yate del presidente mientras navegaba frente a Portinatx. Suárez, sorprendido por la temeraria acción de los periodistas «con esa cáscara de nuez sin timón ni nada», se apiadó de ellos y les concedió la siguiente entrevista, que publicó Inverviú y ayer reprodujo El Periódico de Catalunya. La condición era no hablar de política.

„¿Se mira usted a las bañistas de frente o de reojo?
„Yo miro a todo de frente.

„¿Le gustaría hacer escapadas nocturnas, como Alfonso XIII?
„Pues no, a mí no me gusta hacer escapadas nocturnas.

„¿Cuándo se emborrachó por última vez?
„Creo que... en la milicia universitaria, pero no fue una borrachera en su totalidad.

„¿Sabe distinguir el humo de un Ducados del de un porro?
„Pues no he hecho la observación todavía. No he tenido oportunidad de comprobarlo.

„¿Cómo le gustan las faldas, cortas o largas?
„Según las personas que las lleven.

„¿Qué programa de televisión le divierte más?
„Suelo ver poco la televisión, y como el único programa que veo es el informativo de la noche, no le puedo decir cuál es el espacio más divertido.

„Usted se acercó el otro día al centro de Ibiza con su señora para hacer algunas compras, y yo quisiera saber cuánto dinero suele llevar un presidente en el bolsillo cuando sale a la calle.
„Normalmente no llevo nada, pero el otro día, cuando salimos a pasear por Ibiza, llevaba 10.000 pesetas en el bolsillo, porque suponía que mi mujer iba a hacer algunas compras.

„¿Se las gastó?
„No, porque en todas las tiendas nos obsequiaron con todas las cosas que habíamos comprado.

„¿Cuántas horas duerme los días de trabajo?
„Tres o cuatro horas.

„¿Está a favor o en contra de las relaciones prematrimoniales?
–?Habíamos quedado en que iba a ser una entrevista veraniega, pero en fin... Yo tengo una formación religiosa que me hace ver estas cosas desde esa óptica personal. A niveles de generalización, entiendo que cada uno es responsable de sus actos y tiene que hacer lo que crea oportuno.

„¿Cuántas secretarias se han enamorado de Suárez?
„Que yo sepa, ninguna, y si me ha ocurrido, no me lo han dicho. El trabajo tampoco me ha permitido estar examinando si se daba esa situación o no.

„¿Cuántas novias tuvo antes de conocer a su esposa?
„Bueno... bastantes.

„¿Qué edad tenía usted cuando echó la primera rúbrica afectiva?
„No lo recuerdo.

„¿Era soltero o casado?
„¿Por qué le interesa tanto saberlo?

„Yo creo que a los españoles, al margen del «puedo prometer y prometo» y todas esas cosas tan serias que usted dice, les interesa conocer cómo es en realidad su presidente.
„¿De veras cree que les interesa eso?

„Mucho más que los Pactos de la Moncloa, se lo aseguro.
„Bueno pues dejémoslo entonces en suspenso para que sigan interesados.

„¿Entra con mucha frecuencia en la unión del centro?
„Todas sus preguntas encierran tres, cuatro, cinco o seis intenciones.

„ Esta es bastante malévola, lo reconozco, pero me gustaría que me la respondiera.
„Ciertamente, la Unión de Centro Democrático entra mucho en mí y yo entro en ella...

„¿Su mano derecha siempre sabe lo que hace la izquierda?
„Casi siempre procura tenerlas bien comunicadas.

„¿A quién le dio el primer beso de amor?
„A una española.

„El otro día, sin saberlo, se metió usted en un bar gay de Ibiza. ¿Qué opina de los homosexuales?
„Me reservo la opinión.

„¿Cree que el aborto debe ser sancionado?
„Habíamos quedado en que...

„Está bien, está bien. ¿Le gustaría ser un poco más alto?
„Más que más alto, me gustaría ser más en todas las facultades intelectuales. Las físicas me preocupan menos.

„¿Se confiesa muy a menudo?
„Con alguna frecuencia.

„¿Qué es ?con alguna frecuencia?? ¿Cada semana?
„No, no tanto.



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Endesa y Gas Natural

Mensajepor Invitado » Mar 25 Mar, 2014 5:16 am

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Assia
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Mensajepor Assia » Mar 25 Mar, 2014 7:20 am

Quiero agradecer de todo corazon a todos los que habeis colgados articulos,entrevistas y videos sobre Suarez. 1 MILLON DE GRACIAS a los Invitados,Trevijano,je je,un cretino y granaos.

Osea, Suearez se ha ido de este mundo sin decir porque ''dimitio'' Cuando todo indica que fue el rey el que lo echo y el que segun su biografo (el de Suarez) el rey trato a Suarez como ''un perro.'' QUE FALSEDAD QUE HIPOCRESIA... ! Como ha podido ese ''Einstein'' llamado Adolfo Suarez Illana abrazar y recebir las condolencias de tantos Judas.?

Bueno, lo que he leido del Sr. Trevijano mas o menos es lo que siempre ha dicho: ''Todos traicionaros sus ideales..."

Me ha sorprendido que jovenes que parecen ser de estudios segundarios (asi lo creo) no sepan quien fue Suarez.

Ya sabemos que ningun politico espanol puede llamar a Suarez traidor PORQUE TODOS LOS POLITICOS ESPANOLES TRAICIONARON A SUS IDEALES.
Vergonzoso es que en la Sede de partido socialista obrero espanol,presida 1 retrato de Pablo Iglesias, cuando fue Felipe Gonzalez el que dijo a los espanoles que el partido socialista obrero espanol dejaba de ser marxista. QUE PINTA EN ESA SEDE LA FOTO DEL FUNDADOR DEL PARTIDO SOCIALISTA OBRERO ESPANOL.? Los huesos de Pablo Iglesias
se removeran en su tumba.
En fin, Suarez como el general Sabino se han ido de este mundo sin haber dejado escritas sus INTERESANTES MEMORIAS. QUE SUERTE TIENE EL CAMPECHANO!

Vuelvo a reiterar mi agradecimientos a todos los que habeis colgados informacion en este tema.
Un abrazo,
Assia

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Mensajepor Invitado » Dom 30 Mar, 2014 12:00 pm

Os dejo con la homilía domincal de Pedro José:


Adolfo y las furias

PEDRO J. RAMÍREZ



El martes, poco antes del mediodía, Tántalo salió del agua, Sísifo soltó la piedra, Ixión dejó la rueda y Ticio-Prometeo se zafó de sus cadenas y apartó al buitre de sus entrañas. Los cuatro personajes mitológicos bajaron de sus cuadros gracias a un permiso especial del presidente del patronato del museo -por algo le llamaban a Pérez Llorca en UCD el Zorro Plateado- y, en un espectacular golpe de efecto, se sumaron en el Paseo del Prado al homenaje popular a Adolfo Suárez.

ImagenÉl sí que era un arponero ingenuo. Sus palabras en mis cuadernos de notas de la primera etapa en que le traté a fondo, le retratan. Por ejemplo las de aquella tarde de marzo del 78, en mangas de camisa, en el tresillo rojo de su despacho de La Moncloa: «Yo sé cómo tratar a los tenientes generales. Les he dicho claramente que si se rebelaban les mandaba a un castillo. Les he dicho que yo sé mandar porque ellos me enseñaron a hacerlo como alférez de complemento. El Ejército ya no es un problema».

O las de aquel 9 de febrero del 79 cuando me pidió que me quedara a seguir charlando tras un almuerzo con otros colegas: «No tengo ningún temor de que pueda producirse una involución en el campo militar». Y a continuación clavando su índice sobre la Península Ibérica en el globo terráqueo que tenía a la izquierda de la mesa añadió: «¡Somos la bisagra del mundo!».

Y no hay dos sin tres. Dos semanas más tarde, al cabo de una agotadora jornada de campaña en la que había estado con él en Bilbao, Zaragoza y Valencia, se empeñó en acompañarme a casa. Yo vivía en la calle Espronceda. Eran más de las tres de la mañana pero le encargó a su fiel Julián que aparcara el coche para estirar las piernas y fumar un último pitillo. «Todos los riesgos de que el Ejército intente dar marcha atrás están ya conjurados... Créeme, si ganamos estas elecciones, vamos a hacer de España un país maravilloso». Habíamos pasado juntos el penúltimo 23-F antes del golpe.

Repaso las fotos de esos momentos y sólo veo en su mirada resuelta al Danton de la «audacia, audacia y más audacia». ¿Pero era Suárez un inconsciente que ignoraba la tela de araña que desde la cúspide había comenzado a tejerse a su alrededor o fingía ignorarla para transmitir tranquilidad y confianza a sus colaboradores y la opinión pública? Seguro que pasó por el dilema de darse por aludido en relación a algo que se le advertía reiteradamente que iba a ocurrir para tratar de conjurarlo -sé de lo que hablo- pero es obvio que prefirió aguardar estoicamente su destino, sin cambiar de rumbo, sin transigir un ápice, a pie firme, como los héroes clásicos.

Quien quiera entender las razones profundas de por qué la muerte de Suárez ha desatado tan gigantesca ola de afecto y admiración popular debe visitar esa exposición dedicada a Las Furias en el Museo del Prado y comprobar en los Tizianos y Riberas cuán duro era el castigo de los dioses a los humanos que tenían la osadía de desafiar sus designios. Suárez fue Tántalo alzando una y otra vez la mano hacia la manzana que no se le permitió saborear; Suárez fue Ixion uncido perpetuamente a la rueda del infortunio; Suárez fue Sísifo obligado a cargar al pie de la ladera la piedra que indefectiblemente rodaba por los suelos cuando más cerca estaba de la cima; y sobre todo Suárez fue Ticio o más exactamente Prometeo, encadenado a una roca para ser devorado por el buitre por haberse atrevido a robar en el Olimpo el fuego del poder para repartirlo entre los simples mortales.

El martirio de Suárez ha durado treinta y cinco años, de acuerdo con el verso de Ovidio que tan oportunamente evoca el comisario de la exposición Miguel Falomir: «Non perit ut possit saepe perire». Si Prometeo «no muere» es «para que pueda morir a menudo». Por eso el hígado de Suárez alimentó de forma sucesiva los picos depredadores del oportunismo ingrato -se le usó y se le dejó tirado a la intemperie-, la exclusión política -ahí entró en juego lo que él llamaba la madrastra-, la desgracia familiar reiterada y cruel y la condena final a vagar por el páramo de la pérdida de la memoria.

Si en la Sala de las Furias del viejo Alcázar de los Austrias se utilizaban los tormentos a los condenados en el Hades para representar el destino que esperaba a quienes osaran rebelarse contra el poder imperial, su reproducción junto al mismo paseo del Prado que recorrió el armón con el cadáver de Suárez vuelve ahora a tener el mismo significado y elocuencia. El Palacio -llámese Zarzuela o Moncloa- reprime con renovado vigor la disidencia incómoda y la madrastra vuelve a ser su brazo armado. La madrastra se descompone hoy en madrastra bancaria, madrastra telefónica y madrastra energética cual tridente que va ensartando y conduciendo a sus presas -instituciones, partidos, periódicos- hasta las fauces que todo lo engullen. A esa ballena coronada se le llama ahora Consejo de la Competitividad.

La expulsión del poder de Suárez abortó hace 33 años la convergencia entre la España oficial y la España real. Me dijo una vez que tenía la sensación de que González y él habían recorrido el mismo camino entre el despotismo y la libertad pero transitándolo en sentido inverso. El Suárez que llegó a presidir la Internacional Liberal era el «hombre rebelde» de Camus empeñado en «la negación categórica de una intrusión juzgada intolerable». Nunca le olvidaré en el dintel de la puerta con su anorak amarillo, tan reluciente y magnético, aquella noche del 24 de enero de 1995 en que vino a casa a conocer a Julio Anguita y sedujo a todos por igual.

Acababa de aprovechar un homenaje en Toledo para pronunciar delante de los Reyes la famosa frase de Lincoln: «Se puede engañar a alguien mucho tiempo y a todos algún tiempo pero es imposible engañar a todos todo el tiempo». Se refería a los GAL pero las explicaciones que nos dio durante esa cena por desgracia vuelven a tener vigencia: «Ni el fin justifica los medios ni los medios justifican el fin. Estoy más convencido que nunca de que la estrategia maquiavélica del todo vale para permanecer en el poder es completamente repudiable».

Cuando al mes siguiente el coronel Perote le puso en mi presencia la cinta que el Cesid le había grabado subrepticiamente para intentar implicarle en la guerra sucia, Suárez se revolvió como una pantera y el 2 de junio de ese mismo año acudió, junto a Aznar y de nuevo Anguita a la presentación de mi libro David contra Goliat para dejar claro que estaba junto al hondero y frente al gigante. No me cabe duda de que hoy apoyaría a UPyD y vería con enorme simpatía a Ciudadanos.

Al martirio político de Suárez contribuyó su propio nivel de autoexigencia -ésa es también una de las claves de la veneración popular- pues aceptó convertirse en un «paréntesis» para que no lo fuera la democracia. Menudo contraste respecto a quien prefiere que el sistema quede gravemente dañado por los desmanes de su entorno antes que regenerarlo mediante un gesto ejemplar que implique sacrificio personal. Suárez reconocía ser «un mal jefe de partido» pues tanto desde UCD como desde el CDS anteponía lo que creía que era el interés general a la conveniencia de los suyos. Lo contrario de lo que sucede hoy en Génova y Ferraz.

La brecha se ha ido abriendo también frente a su patriotismo constitucional. Lo peor del comentario de Mas sugiriendo que Suárez habría sido flexible ante su deriva separatista no fue el mal gusto del momento sino su integral falacia. La última vez que yo le vi en plenas facultades mentales fue aquella noche de abril de hace doce años en la que celebrábamos conjuntamente en casa mi cincuenta y su setenta cumpleaños. Bastó que Aznar -también presente- expusiera su preocupación ante el riesgo de que la deriva del PSC pudiera engendrar un órdago soberanista, para que Suárez saltara como un resorte: «Esa sería la única situación en la que yo volvería a la política. Podrías contar con mi modesta espada, presidente. Me parecería tal disparate que se trataran de cambiar unilateralmente las normas de convivencia que han servido a todos los españoles, que yo no tendría más remedio que intervenir».

En el otoño de ese 2002 Suárez me devolvió la invitación en forma de comida mano a mano en su casa de La Florida. Era el día que se constituía el Instituto Elcano con asistencia de Calvo Sotelo, González y Aznar. «Quiero que sepas que he decidido no ir porque Eduardo Serra -designado presidente del patronato- es el hombre de los americanos y ya sabes que a mí no me van esas cercanías con los yanquis...». La primera vez que lo dijo me hizo gracia -Adolfo fiel a sus clichés- pero cuando diez minutos después volvió a repetir las mismas palabras como si no las hubiera pronunciado antes, comencé a preocuparme; y cuando eso ocurrió por tercera vez, se me cayó el alma a los pies.

Por eso prefiero recordarle tal y como era un año antes, aún en plena forma física durante mi anterior visita, fingiendo que boxeaba en el porche con su hijo. La tristeza taladraba ya su rostro tras haber ejercido hasta la extenuación de enfermero, camillero, camarero, esposo, amigo y amante -Tántalo, Sísifo, Ixión y Ticio-Prometeo también eran titanes- tratando en vano de arrebatar a Amparo de las garras de la muerte. Fue entonces cuando me dijo la frase que compendia su grandeza: «Lo único que me gustaría es que no me quisieran porque esté pasando una mala etapa sino porque juntos hicimos algo grande».

Al menos ese deseo se ha cumplido porque estos días los españoles no estamos aplaudiendo a Suárez sino a nuestra marchita valentía.

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MIGUEL ANGEL MELLADO ENTREVISTA A PILAR URBANO

Mensajepor Invitado » Dom 30 Mar, 2014 1:32 pm



'Para Suárez estaba claro que el alma del 23-F era el Rey'

MIGUEL ÁNGEL MELLADO


El lacónico e intrigante arranque que el Nobel de Literatura Coetzee utiliza en su novela Tierras de Poniente sirve para entender la trayectoria de Pilar Urbano (1940): "Me llamo Eugene Dawn. No puedo hacer nada al respecto. Empiezo, pues". La periodista tampoco puede hacer nada, ni quiere, al respecto: cada libro de investigación que publica se convierte, irremisiblemente, en luminosos fuegos explosivos que alumbran rincones desconocidos de la Historia reciente y provocan sonoras polémicas. 'La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar', a la venta desde el jueves próximo, no dejará indiferente a nadie, ni a los dos grandes protagonistas, Juan Carlos de Borbón y Adolfo Suárez (éste, desde el más allá), ni a los lectores. Y contribuirá, seguro, a poner luz en aquel ominoso episodio del 23-F, repleto de claves ocultas e historias no contadas. Pilar Urbano las desentraña con la pasión y el atrevimiento de quien se empecina en buscar la esquiva verdad. Adolfo Suárez ya descansa en paz en su morada eterna, la catedral de Ávila. El duque del Olvido. Y el Rey permanece en el Palacio de la Zarzuela, en las mismas estancias en las que, según Urbano, se preparó la Operación Armada contra el presidente Suárez. En esos aposentos donde los artífices del paso de la dictadura a la democracia se pelearon al borde de lo físico, como el libro descubre. El Rey vive sin querer recordar, mientras el fantasma conciliador del gran presidente de la democracia revive en el espíritu de un libro preñado de datos y fuentes.

    P. Tras leer su libro, no me extraña que el Rey y Suárez no quisieran recordar episodios que cuenta.

    R.- ¿A qué se refiere?


    P. Especialmente a seis encuentros calientes, explosivos, que el Jefe de Estado y el presidente del Gobierno tuvieron el 4, 10, 22, 23 y 27 de enero de 1981. Y el día después del golpe, el 24 de febrero del 81.

    R.- Empecemos por el 4 de enero de 1981. Un día antes, en vísperas de la Pascua Militar, el Rey recibe a Alfonso Armada en Baqueira, en La Pleta. Como venía haciendo al menos desde julio de 1980, el general calienta la cabeza a don Juan Carlos, le come la oreja, sobre la situación límite que vive España. Ese día, insisto, dos jornadas antes de la Pascua Militar del 5, día del cumpleaños de su Majestad, le da una «solución de Estado». Le plantea que ya tiene a punto, no un golpe de Estado, sino un golpe de timón, un golpe de Gobierno. Armada, en el que el Rey confía plenamente, ha tenido numerosas reuniones con políticos en activo de todos los signos. ¡Cuidado! No son el búnker. Son políticos de partidos con representación parlamentaria, como el PSOE y Alianza Popular, entre otros.


    P. El gran obstáculo para el Rey para este golpe de timón, por lo que cuenta en su libro, sigue siendo Adolfo Suárez. «No sé cómo quitármelo de encima», exclama durante meses ante diferentes interlocutores.

    R.- Efectivamente. Por eso el Rey no espera a volver a Madrid y llama a Suárez, que descansa en Ávila, para que se presente en Baqueira de manera urgente el 4 de enero. A Adolfo le parece rara tanta urgencia, se desplaza a Baqueira en helicóptero. Esa conversación será el primer choque de una serie encadenada en las semanas siguientes. La reunión empieza sin crispación. Poco a poco se va calentando. No hay insultos, pero sí «tuteos». Se hablan claro. El Rey le dice al presidente que, si no hacen algo, los militares se le echarán encima. Don Juan Carlos siempre tuvo miedo a los ejércitos.


    P. El Rey tendría presente lo que Armada le había dicho el día antes.

    R.- Sí. El mensaje de Armada fue muy claro: Suárez sobra y es urgente poner remedio a esta situación. El general le pinta al Rey una situación de pregolpe. Le informa de que con Suárez fuera del Gobierno podría armarse un gobierno de concentración nacional que evitaría el golpe militar. Y que desde Fraga a Felipe González están dispuestos a entrar en el Gobierno. Por eso, don Juan Carlos tiene urgencia para que Suárez visualice que sobra. Y lo hace el 4 de enero. Suárez intuye que podría estar en marcha una moción de censura contra él, orquestada por Armada con la ayuda de numerosos diputados, entre ellos, muchos de su mismo partido, que cuenta con 168 diputados.


    P. ¿El Rey expone con claridad a Suárez que la solución pasa por un militar al frente de ese gobierno de concentración?

    R.- El Rey habla con Suárez de un problema militar y de que Armada puede solucionarlo. Pero no le dice que Armada iría de presidente, sino que podría reconducir la situación. Don Juan Carlos traslada al presidente el panorama apocalíptico militar descrito por Armada, con varios golpes militares en marcha. La realidad es que había sido el propio Armada, con el CESID (Centro Superior de Información de la Defensa, precedente del actual CNI) y el comandante Cortina junto a civiles, políticos, empresarios, periodistas..., quienes habían puesto en marcha el ventilador para crear ese clima de ruido de sables. Se había ido creando un ambiente para que pareciera que antes de que llegara lo peor, un golpe militar puro y duro, lo intermedio, o sea, la Operación Armada, el golpe de timón o golpe de gobierno, sería lo mejor. El Rey le insiste a Suárez que son necesarios remedios extraordinarios. Y cuando Suárez le pregunta que a qué se refiere, don Juan Carlos, tras hablarle de ministros inteligentes, de que la oposición le está tendiendo la mano, de que se olvide de sus sueños de grandeza..., concluye: «Voy a serte franco, con otro hombre en la presidencia». Suárez vuelve destrozado a Madrid. Se da cuenta de que le han encontrado sucesor.


    P. 10 de enero de 1981. El Rey se presenta en Moncloa en moto, sin avisar.

    R.- Ese día hay una gran gresca entre los dos. El Rey solía llegar de improviso a Moncloa. Con su desparpajo conocido, pedía: «¿Me dais de comer? ¿Ha sobrado paella?». Esta vez la visita no era tan amigable. Quería hablar de una vez por todas con claridad con Suárez. Salen a dar un paseo por los jardines. «Vengo a hablarte de dos asuntos que alguna vez ya te he esbozado, pero hoy quiero resolverlos. Mi viaje al País Vasco y el traslado de Armada a Madrid». La conversación sube de tono. Un testigo me cuenta que el Rey y el presidente gesticulan cada vez de manera más ostensible. Armada, destinado en Lérida, es un tema tabú para Suárez. El Rey quiere traerlo a Madrid, al Estado Mayor, de segundo JEME. Es la bicha para Suárez; sabe que es el hombre destinado a cortarle la cabeza. Es entonces cuando Suárez vaticina al Rey que Armada no es la solución al golpe militar del que el Rey le habla insistentemente, sino el problema.


    P. El Rey piensa lo contrario: tú eres el problema y el otro la solución.

    R.- Su Majestad llevaba año y medio oyendo de militares, de empresarios, de banqueros, de algunos obispos, de catedráticos, de gente de distintos sectores sociales, de algunos periodistas, que todo iba muy mal y que había que cambiar el Gobierno y a su presidente. Lo que un banquero, ya en el verano de 1980, en su visita al monarca definió como «cambiar el alambre, pero no los postes». Todos parecían olvidar, empezando por el Rey, que sólo las urnas pueden cambiar al partido gobernante y a su presidente. En realidad fue el 5 de julio de 1980, siete meses antes del 23-F, cuando se produjo un primer anuncio en Zarzuela de que el Rey había decidido entrar en acción.


    P. Sigamos con la visita del Rey a Moncloa.

    R.- El Rey, en un momento, coge del codo al presidente. Lo agarra para que se pare. Suárez, según mi testigo presencial, se desembaraza de un tirón. Nada que ver con la foto amable que años después el hijo de Suárez tomaría, con el Rey y el ex presidente, ya enfermo de alzheimer, paseando por el jardín de la casa familiar. «Un momento, no te embales», dice el Rey a Suárez, y éste le contesta: «Me embalo porque sé lo que digo; Armada es un enredador que vende humo, que vende conspiraciones, sediciones, sublevaciones. Y lo malo es que se las vende al propio Rey». Suárez se mantiene en sus trece y se niega a traer a Armada a Madrid. Ahí rompieron.


    P. El Rey ya no controla a Suárez. No puede conseguir ni traer a Armada a Madrid...

    R.- Nunca pensó que la persona que él eligió como presidente (julio de 1976) pudiera llegar a este extremo. Él, que muchos años atrás, cuando empezaba a reinar, había dicho a Torcuato Fernández Miranda: «Hombre, yo creía que iba a ser como Franco pero en Rey».


    P. 22 de enero de 1981. Suárez está en Zarzuela...

    R.- Aquello fue muy fuerte. Suárez subió a Zarzuela como solía hacer en vísperas del consejo de ministros. Lo cuento en el capítulo titulado Suárez, el Rey, un perro, una pistola.... Ya no son desencuentros, ya están a mandoblazos, sobre todo por parte del Rey. «El Rey consulta, escucha y hace caso a cualquiera antes que a mí», se queja Suárez. Don Juan Carlos ve al jefe del Gobierno sin rumbo. Utiliza en algún momento la frase de Abril Martorell, íntimo y fiel colaborador de Suárez: «Eres un arroyo seco», sin un norte ilusionante. Tras combatir en una esgrima de reproches, Suárez espeta al Rey: «Hablemos claro, señor, yo no estoy en el cargo de presidente porque me haya puesto ahí su Majestad». «Lo que no es normal, por muy legítimo que sea, es que yo diga blanco y tú negro. Las cosas han llegado a un punto en que cada vez coincidimos en menos temas», expresa don Juan Carlos. El cruce de reproches crece en grados. «Me temo que empezamos a dar la impresión de dos jefaturas que en lo importante discrepan», dice Suárez. Y recuerda al Rey que es presidente por las urnas, en las que obtuvo 6.280.000 votos (en 1979). «Tú estás aquí porque te ha puesto el pueblo con no sé cuántos millones de votos... Yo estoy aquí porque me ha puesto la Historia, con setecientos y pico años. Soy sucesor de Franco, sí, pero soy el heredero de 17 reyes de mi propia familia. Discutimos si OTAN sí u OTAN no, si Israel o si Arafat, si Armada es bueno o peligroso. Y como no veo que tú vayas a dar tu brazo a torcer, la cosa está bastante clara: uno de los dos sobra en este país. Uno de los dos está de más. Y, como comprenderás, yo no pienso abdicar».

(Pilar Urbano relata que cuando Suárez oye la palabra abdicar, él mismo dice que sería el mayor fracaso de todos sus empeños y que, llegados a este punto, lo mejor es disolver las Cortes para que el pueblo hable, ya que no cuenta con el apoyo del Rey ni con parte de su partido, y sí con la animadversión de la oposición. El Rey le responde que eso sería una locura y que se niega a disolver las Cortes).

    P. ¿Plantea el Rey a Adolfo Suárez la dimisión?

    R.- En realidad le dice que no puede impedir que dimita, pero que disolver las Cámaras supondría un nuevo parón nacional, con la crisis económica que había. «Aquí lo que hace falta es un gobierno fuerte, cohesionado, que cuente con una mayoría estable y que gestione. Por tanto, no voy a firmar el decreto de disolución». La bronca crece y crece cuando el presidente recuerda al Rey que, según la Constitución, la disolución no corresponde al jefe del Estado y que éste no puede negarse a firmarla.


    P. Con la Constitución como arma arrojadiza...

    R.- Y el Rey, entonces, comete una indiscreción al recordar a Suárez que también el artículo 115 advierte que no se podrán «disolver las Cortes si está en trámite una moción de censura». Nadie había hablado de moción de censura. Se le escapó inconscientemente lo que le daba vueltas por la cabeza: una dimisión repentina invalidaría el plan de derrocarle por la vía intachablemente parlamentaria de la moción de censura. Y una disolución dejaría la Operación Armada en papel mojado. Por tanto, el Rey no quería que Suárez dimitiera todavía, ni disolviera las Cortes. Y de manera entre infantil y desesperada le dice a Suárez que no piensa firmar, que se irá de viaje, que se pondrá enfermo... La discusión subía y subía de tono. Llegaron a alzarse la voz con tal rudeza que el perro del Rey, Larky, un pastor alemán, tumbado en la alfombra del despacho real, comenzó a ladrar y, excitado, se arrojó contra Suárez. «Casi me muerde los coj...», me contó Suárez tiempo después. El Rey saltó y sujetó al perro. Más allá de esta anécdota, Suárez le leyó la cartilla al Rey, el hombre que lo había elegido para, juntos, hacer Historia.


    P. 23 de enero. El Rey precipita su regreso a Madrid. Está de cacería, pero cuatro tenientes generales se han presentado en Zarzuela.

    R.- Cuatro y un almirante. Los tenientes generales Elícegui, Merry Gordon, Milans del Bosch y Campano López, de las regiones de Zaragoza, Sevilla, Valencia y Valladolid. Desde Zarzuela avisan al Rey, que tiene que suspender la cacería. Por cierto, los compañeros de montería se indignan con el Rey porque el helicóptero ahuyenta las piezas. Estos generales están pensando un golpe a la turca. Ya habían enviado una carta a Zarzuela, por el conducto reglamentario, como me dijo el general González del Yerro. Al no obtener respuesta, se presentan en Zarzuela. Entra el Rey, jefe y compañero de armas, y cuando comienzan con la retahíla de quejas, les dice: «Un momento, yo soy el Rey. El Rey reina, pero no gobierna. Decídselo al jefe de Gobierno». Llama a Suárez. En un rato está en Zarzuela. «Realmente estos que hay dentro quieren verte a ti». Y don Juan Carlos se ausenta. Nadie se sienta y Suárez advierte a los entorchados que Zarzuela no es el sitio para hablar; que si quieren, él los recibe en Moncloa, que es la sede del presidente de Gobierno.


    P. Y aparece la primera pistola.

    R.- Milans dice a Suárez que por el bien de España debe dimitir ya, cuanto antes. Y es cuando Suárez pide al luego golpista que le dé una razón para ello. En ese momento, Pedro Merry Gordon saca del bolsillo de su guerrera una pistola Star 9mm, se la pone en la palma de la mano izquierda y mostrándola dice al presidente: «¿Le parece bien a usted esta razón? ». El Rey, en la escalera, le advierte: «¿Te das cuenta de hasta dónde me estás haciendo llegar?». Y le reitera que la solución para evitar el golpe militar pasa por un cambio de Gobierno.


    P. Dos últimas fechas para olvidar esta tragedia en las relaciones de los dos parteros de la Transición. 27 de enero, con el golpe en puertas.

    R.- Suárez acude a Zarzuela para comunicar al Rey que tira la toalla, que se va. Antes almuerza con los Reyes. Al acabar, suben los dos al despacho. «¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?», inquiere el Rey. «Que me voy, señor. Sí, he pensado muy seriamente que debo irme. Irme y, como decía Maura, que gobiernen los que no me dejan gobernar». El Rey escucha en silencio, sin mover un músculo. Con pose de rey, no de amigo. Asiste, impávido, a la explicación de Suárez, que se queja de tener el enemigo dentro. Él ya sabe, como me dijo años después Sabino, que estaba en marcha una moción de censura movida y encabezada por Armada. Gente de su partido, como Herrero de Miñón, participa activamente. Piensa que con su dimisión podrá desactivarla. Pero Armada se veía ya como presidente de un gobierno de concentración, una operación que comenzó a trazarse en Zarzuela en julio de 1980. Ya hablaremos luego de esto...


    P. ¿El Rey no hizo el menor amago pidiéndole que siguiera?

    R.- En absoluto. Descuelga el telefonillo interior y llama a Sabino: «Sabino, sube, sube inmediatamente». Cuando llega, don Juan Carlos le suelta: «Sabino, que éste se va». Ni un abrazo, ni un gesto. Como si se sintiera liberado. «¿Qué hay que hacer ahora? ¿Qué pasos? Es la primera dimisión de un presidente en democracia», pregunta al fiel secretario. Punto y final. Al día siguiente, el 28, Suárez lleva la carta de dimisión a Zarzuela. Su publicación en el BOE se retrasa durante semanas. El acto de Suárez de dimitir por sorpresa tiene enormes consecuencias porque deja a los golpistas, militares y civiles, sin argumentos para la sublevación.


    P. Última fecha. 24 de febrero de 1981. Horas después de acabar el secuestro de Tejero. Suárez se presenta en Zarzuela.

    R.- Suárez, tras ser liberado, es informado por Francisco Laína de que ha sido Armada quien ha arreglado la liberación de los secuestrados y de que el mismo Armada había estado metido en el golpe hasta las cejas. Ya en Moncloa, se encierra con sus colaboradores directos Arias-Salgado y Meliá, y les pide un informe técnico urgente para revocar su dimisión. La investidura de Calvo-Sotelo, interrumpida por Tejero, se reanudará el día siguiente, 25, a las seis de la tarde. El cese de Suárez aún no se ha publicado en el BOE. «Hay mucho que limpiar, apuntalar, poner coto a los que quieren quitarnos la libertad. Si legalmente puedo, volveré. Eso sí, respaldado por la más Grosse Koalition que pueda constituir», dice a sus íntimos.


    P. Y acto seguido, va a Zarzuela a hablar con el Rey. Por llamarlo cortésmente.

    R.- Es el enfrentamiento más duro, durísimo, que Suárez tiene con el Rey. Se lo contó a muy pocas personas recién ocurrido, y 12 años después lo revivía con las mismas palabras. Leo a partir de la página 701 de mi libro: «Arriba, en la puerta, me espera Sabino. Me da un abrazo. Yo se lo tomo. Al que no se lo puedo tomar es al "Otro". Entro en el despacho del Rey. Está vestido de uniforme. Es mediodía. Tiene allí a su perro Larky, el que me atacó la otra vez. Estamos solos, le tuteo.

    -Nos la has metido doblada.

    -¿De qué me hablas?

    -Hablo de que, alentando a Armada y a tantos otros, jaleándolos, dándoles la razón en sus críticas, diciéndoles lo que querían oír de boca del Rey, tú mismo alimentaste el dichoso malestar militar (...) Sabes cómo entre el Guti (el general Gutiérrez Mellado), Agustín (Rodríguez Sahagún) y yo hicimos trigonometría para desplazar al quinto moño a los generales golpistas, a los que tú a la semana siguiente recibías; y cómo me opuse al traslado de Armada.

    -Pero ¿tú te das cuenta de lo que dices... y a quién se lo dices?

    -Sé demasiado bien a quién se lo digo. Esta situación la has provocado tú.

    -Noooo. Al revés, la has provocado tú y la he evitado yo».

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    P. O sea, que Suárez acusa al Rey de promover el golpe de Armada.

    R.- Para Suárez está clarísimo ya en ese momento que la Operación Armada nace en Zarzuela y que el alma es el Rey: que don Juan Carlos es el muñidor para que Armada sea el presidente de un gobierno de concentración. Incluso que el mismo Rey conocía el Gobierno que el golpista tenía preparado. Un Gobierno en el que, entre otros, Felipe González iba de vicepresidente. En el transcurso de esa conversación con tono elevadísimo, Suárez alaba el comportamiento digno del «pobre Guti, un anciano, cuatro huesos», y critica, en cambio, al «otro», «a gatas debajo del escaño», refiriéndose al presidente a punto de ser investido, Calvo-Sotelo. Pero el clímax de la pelea verbal se alcanza cuando Adolfo advierte al Rey lo siguiente: «Quiero revocar mi dimisión. Traigo un estudio jurídicoconstitucional del proceso...». Y saca el folio del bolsillo y lo despliega ante el Rey. Le anuncia que piensa hacer depuraciones en el Ejército, llegando hasta donde haya que llegar. «Me estás amenazando, so cabrón? ¿Te atreves a hablarme de responsabilidades a mí? ¿Tú... a mí? Mira -le dice el jefe del Estado-, ni tú puedes retirar ya la dimisión ni yo voy a echarme atrás en la propuesta de Leopoldo. ¿Todavía no te has enterado de que ha sido a ti a quien le han dado el golpe? A ti, a tu política, a tu falta de política, a tu pésima gestión. ¿Responsabilidades? ¡Tú eres el auténtico responsable de que hayamos llegado a esto!». El rifirrafe entre los dos continúa y se despeña hasta el punto de que don Juan Carlos le dice: «O te vas tú o me voy yo», no sin recordarle que no podrá formar ningún gobierno de unidad «porque nadie va a querer ir contigo... Políticamente estás muerto. No revoques tu dimisión. No intentes volver. Tienes que saber poner punto y final a tu propia historia». Viéndolo así, en pie, con el uniforme de capitán general y al otro lado de la mesa, Suárez se da cuenta, según él mismo contaba después, de que ese señor imponente que tiene delante es el Rey. «Junto los talones, doy un cabezazo, paso al usted y le presento mis excusas: "Disculpe, Señor, me he excedido"». Larky, el perro, esta vez no atacó al indignado visitante.


    P. Pilar, esto que usted cuenta, desconcertante por la gravedad de las acusaciones pronunciadas por Suárez, así como por las que el jefe de Estado dirige al presidente dimisionario, lo tendrá muy contrastado...

    R.- No me hubiese atrevido a escribirlo si no hubiera tenido varios testigos y confidentes de Adolfo Suárez.

(Efectivamente, en el apéndice de notas se citan las fuentes con nombres y apellidos.)


    P. Perdóneme que le insista más sobre sus fuentes, porque la gravedad de su narración lo exige...

    R.- Como están documentadas en el libro, no tengo ningún problema. He hablado con decenas de personas, y no una, ni dos, ni tres veces. Algunos de los trances sobre los que escribo me los han ratificado Aurelio Delgado Lito, el cuñado de Suárez e íntimo ayudante, y colaboradores inmediatos del presidente como Antonio Navalón, Eduardo Navarro, Jaime Lamo de Espinosa, José Pedro Pérez-Llorca, Rafael Arias-Salgado, Francisco Laína... Lito me recordaba: «Me acuerdo que eran las cinco de la madrugada, y tú seguías hablando con Adolfo en Galicia, en un hotel, pese a que unas horas después él tenía una entrevista política importante». Suárez era noctámbulo y si por la noche pegaba la hebra en confidencias, contaba cosas, sobre todo a los que nos veía interesados en asuntos como el 23-F, sobre el que yo escribí un libro, Con la venia, yo indagué. Adolfo iba dando pistas, claves. Tengo escrito un capítulo sobre el GAL, que no he incluido en el libro... Adolfo era un hombre de Estado, ante la idea de que por él pudiera sobrevenir un golpe, no lo dudó, se fue; y cuando ocurrían cosas turbias en torno al Monarca y alguien quiso aprovecharse o apalancarse en el Rey, Adolfo saltaba.


    P. ¿Quién era más hombre de Estado, Suárez o don Juan Carlos?

    R.- Si Adolfo hubiese sobrevivido a todos los golpes morales que le asestaron, podría haber llegado a ser el único candidato a la República capaz de competir con Felipe VI. Aunque su esencia era republicana, hizo una especie de voto de lealtad al Rey desde el republicanismo nato de su padre y de su madre. Creía en el chusquerismo: que desde abajo se puede llegar hasta arriba, si se trabaja; y que un rey tiene que estar sometido a una disciplina constitucional. Déjeme decirle lo siguiente sobre las fuentes de mi libro, con datos que he ido recopilando durante años. Adolfo no ha sido un bocazas ni un voceras, pero en ocasiones se ha desahogado. Sobre todo, no ha querido que la Historia se escribiera mal. Por eso escribió su 'Yo disiento de la sentencia del 23-F'. Él me dijo más de una vez: «No dejes que te equivoquen, Pilar, eso no fue así». Allí, en su despacho de la calle Antonio Maura, en Madrid, hemos tenido conversaciones larguísimas y relajadas, explayándonos con la confianza de la amistad. Con su hija Marian cerca, que le advertía «Papá, papá...» para que no contara de más. Él, con su simpática picardía, decía: «No, aquí con ésta puedo, ésta es del Opus».


    P. Sé que su libro es mucho más que el 23-F y sus circunstancias, que en él habla de episodios llamativos en los prolegómenos de la Transición, como el día en que el Rey se atrevió a echar al presidente Arias, o aquel momento en el que Suárez legaliza el PCE y don Juan Carlos, curiosamente, está en París.

    R.- Claro, el libro abarca bastante más, pero usted quiere hablar del 23-F y de sus lados oscuros.


    P. Un poco más. Una aclaración: ¿Qué diferencia hay entre la Operación Armada y el 23-F?

    R.- El golpe de Armada, el golpe de timón o de gobierno, presidido por él, tendría que haber acabado en el momento en el que don Juan Carlos comienza a hacer consultas para sustituir a Suárez. Por fin, se decide por Leopoldo Calvo-Sotelo, pero tiene enormes dudas. Tantea a Lamo de Espinosa, a Pérez Llorca, a Rodríguez Sahagún. En realidad, cualquiera menos Leopoldo. Hasta que Leopoldo le soluciona la papeleta. Convence al jefe del Estado diciéndole que él es el hombre de la derecha que busca, bien visto por el empresariado; que sacará adelante el ingreso en la OTAN, el gran marrón del Rey ante los EEUU; la LOAPA para armonizar el tiberio de las autonomías; que tranquilizará a los militares, porque al fin y al cabo su apellido es Calvo-Sotelo. Además, ha sido elegido por el partido, la UCD, que en las elecciones del 79 sacó más de 6.200.000 votos. No hay duda de que la sustitución con Calvo-Sotelo, y no a través del montaje Armada, es constitucional. El Rey ve que puede tener una salida fácil, libre de Suárez, y sin correr tantos riesgos como con Armada; y es cuando abandona la Operación Armada. Estamos hablando del 10 de febrero de 1981, a 13 días del golpe. Hasta ese momento, la Operación Armada no tenía nada que ver con el 23-F. Terminaba ahí.


    P. Pero el golpe se produce.

    R.- El 23-F, como le digo, no debería haberse producido. Pero a Armada el Rey le había puesto los patines, y ya no quiere parar. Y se produce el recurso a Tejero, que es un autor por convicción. De hecho,Jordi Pujol y Marta Ferrusola, su esposa, hacen los honores de despedida a Armada, que viene a Madrid desde su destino en Lérida. Los Pujol comentan al general que Calvo-Sotelo será el nuevo presidente, y Armada deja caer un enigmático «ya veremos». Lo está diciendo el día 9 de febrero. En las fechas siguientes, Armada se ve no sé cuántas veces con el Rey: el 10, el 11, el 12, el 13. En la agenda de Armada aparece todo eso pormenorizado. Sabino, que ya se da cuenta de que Armada está lanzado, empieza a cerrarle las puertas de palacio. El día 13 de febrero, el Rey y Armada tienen una conversación tan importante y grave que don Juan Carlos aconseja a Armada que vaya a contarle a Gutiérrez Mellado todo eso de que Leopoldo no es la solución para calmar la división del Ejército. Mellado manifestaría luego que le dieron ganas de detener a Armada por todo lo que le dijo. A partir de ese momento podemos decir que el Rey ya se sacude de las manos el tema Armada y sigue la senda de Leopoldo, con un Gobierno de UCD.


    P. Pero Armada, como usted decía antes, «tiene puestos los patines».

    R.- Armada está motivado, Armada quiere ser presidente, ayudado por el CESID con el comandante Cortina al frente de la operación. Si el Rey está o no está en el 23 de febrero, si está enterado o no... Hay cosas llamativas, raras, anómalas. Que los hijos del Rey no vayan ese día al colegio, como tampoco fueron al colegio los hijos de los americanos de Torrejón, que le dijeran al médico de Zarzuela que ese día estuviera en Palacio desde por la mañana, que cierta vedette, Bárbara Rey, declarara, ¡vaya usted a saber si es cierto!, que el Rey la llamó diciéndole, «oye, el lunes, 23, procura no ir a recoger al colegio a los niños, porque puede pasar algo...». Y otras curiosas coincidencias. Igual que no se entiende lo de Osorio diciéndole a Fraga en el Congreso, en pleno golpe, «Manolo, baja y dile a Tejero que llame a Armada». ¿Por qué quiere llamar Osorio a Armada? ¿Qué sabe él? O, también, que de los siete padres de la Constitución, cinco conocieran en qué consistía la Operación Armada y que durante los acontecimientos del 23-F en el Congreso estuvieran relativamente tranquilos en sus escaños, leyendo o prestando sus abrigos a los rehenes de oro. Leían tranquilamente Gregorio Peces-Barba, Miguel Herrero, Gabi Cisneros, Jordi Solé Tura y Fraga, padres constituyentes, también estaban en la lista de Gobierno de Armada. Al Rey, en cualquier caso, la actuación de Tejero le resultó antiestética, irreflexiva, repugnante por la violencia de los tiros... Eso no era presentable. Lógicamente, yo tengo que pensar que el Rey no estaba en el 23-F; otra cosa es que, bueno, Armada sí que habla con el Rey ese día, aunque luego en los juicios se quiso borrar la interlocución del Rey esa noche. No aparece en las actas, como si se hubiera pasado un típex: en lugar del Rey aparece Sabino.


    P. Lo que queda meridianamente claro en su libro es que la gestación de la Operación Armada, que deriva en el golpe de Estado del 23-F, pasa por Zarzuela.

    R.- Sale de Zarzuela y sigue en Zarzuela desde julio del 80 hasta la segunda semana de febrero de 1981. Yo dejo al Rey fuera del golpe del 23-F. Pero sí digo que, si esa noche Armada se hubiese llegado a entender con Tejero, y Tejero le hubiese dejado pasar, como me decía Pablo Castellano, «en esa situación, bajo la amenaza de las metralletas, todos hubiésemos aceptado cualquier solución que no fuese una junta militar». Y mucho más si todo se anunciaba en nombre del Rey, que es como Tejero entró en el Congreso: «¡Paso, en nombre del Rey!».


    P. De hecho en su relato de aquel día pone nombre al Elefante Blanco, la máxima autoridad militar...

    R.- Lo dice Sabino. El Sabino de los últimos tiempos, que no estaba gagá en absoluto. Con el que fuera secretario y luego jefe de la Casa Real mantengo unas veintitantas conversaciones, en las que se va viendo su evolución en cuanto a libertad verbal. Sabino va contando cada vez más, sobre todo si tú tienes la mitad del billete; entonces él te completa la otra mitad. Igual que Suárez, tenía un deseo imponente de ser honesto. Si no le preguntabas, no te contaba; pero si le preguntabas, sí te contaba, y te contaba la verdad; yo no sé si toda, pero creo que casi toda...


    P. Hablábamos del Elefante Blanco...

    R.- Le pregunté a Sabino por el famoso tema del Elefante, y me confesó que don Juan Carlos metió la pata en el libro de Vilallonga (una biografía del Rey, basada en varias conversaciones con el protagonista), cuando dijo que él «sabía, desde el primer momento, quién era el Elefante Blanco». Suárez también dijo que «sólo dos personas saben quién era el Elefante Blanco, y yo soy una». Si Suárez lo sabía, y desde luego él no lo era, y el Rey también lo sabía, según él mismo le dijo a Vilallonga, y está en la edición francesa y en la inglesa. Ergo... Después, en la versión española eso se corrigió, porque se hubiese tenido que reabrir el sumario del 23-F. El Rey también decía en la primera edición, la francesa, que él habló con Armada varias veces esa noche. En fin, hay un momento en el que Sabino me dice que, en el supuesto de que, tomado el Congreso, Armada hubiera conseguido proponer su Gobierno de concentración, y hubiese sido necesaria la presencia de una autoridad superior al nuevo presidente del Gobierno y que ratificara moralmente su elección, en ese caso... el Elefante Blanco sólo podía ser el Rey.


    P. Me ha sorprendido el papel de Sabino en el arranque de la Operación Armada. En julio de 1980 habla de Armada como presidente alternativo a Suárez; en cambio, el

    R.- Me ha sorprendido el papel de Sabino en el arranque de la Operación Armada. En julio de 1980 habla de Armada como presidente alternativo a Suárez; en cambio, el 23-F es el propio Fernández Campo quien juega un papel decisivo contra el golpe.


    P. Porque se dio cuenta pronto de que la Operación Armada desembocaría en una junta militar.

    R.- Pronto... o tarde, porque Fernández Campo conoce la Operación Armada desde julio de 1980, en el momento en el que el comandante Cortina, del CESID, expone al Rey cómo tendría que llevarse a cabo el golpe de timón para cambiar a Suárez por un independiente. «Todo dentro de la legalidad», pedía el Rey, según su libro.


    P. Pronto... o tarde, porque Fernández Campo conoce la Operación Armada desde julio de 1980, en el momento en el que el comandante Cortina, del CESID, expone al Rey cómo tendría que llevarse a cabo el golpe de timón para cambiar a Suárez por un independiente. «Todo dentro de la legalidad», pedía el Rey, según su libro.

    R.- Cortina se inspira en la Operación De Gaulle y pretende hacer lo mismo en España, con una gran coalición de partidos que apoyen a un hombre independiente. Plantea dos candidatos apartidistas, como posibles presidentes: un civil, José Ángel Sánchez Asiaín, y un militar, Alfonso Armada. Sabino está convencido de que el presidente en aquella situación tenía que ser militar, y que ese hombre era Armada.


    P. Tres nombres propios más: Carlos Ollero, Jaime Carvajal y Urquijo, y Paddy Gómez Acebo.

    R.- Carlos Ollero, catedrático de Teoría del Estado y de Derecho Constitucional, hombre próximo al PSOE, es el encargado de elaborar un informe sobre la licitud de investir a un candidato extraparlamentario. Había sido senador real. A mediados de agosto de 1980, ese informe llega a Armada, no a Zarzuela o Marivent. Y Armada se lo envía a Sabino para que lo entregue al Rey. Ahí se indicaban dos vías: una, la de la moción de censura, con un candidato alternativo, su propuesta al Rey y la posterior investidura de éste si conseguía los votos de los dos tercios de la Cámara; y otra, no constitucional, por la que el Jefe del Estado, «dadas las graves circunstancias nacionales», propondría a la Cámara un presidente no parlamentario para que fuese investido por los diputados, y que en torno a él se nucleara un gobierno de unidad nacional. Un calco de la Operación De Gaulle, que luego tomaría cuerpo en la Operación Armada.


    P. Ollero era simpatizante socialista y Felipe González también simpatizaba con la movida anti-Suárez...

    R.- Tanto que estaba dispuesto a entrar en el Gobierno de Armada. Enmi libro cuento el almuerzo que en el segundo semestre del 80 tieneSabino con Felipe, Peces-Barba y Múgica. Le preguntan sobre los rumores de golpes. Decían saber que, al menos, había dos dispositivos golpistas, el de Tejero con la banda borracha y el de los generales. Según mis fuentes, González dejó claro que prefería esperar a las elecciones, previstas para 1983; pero que, como político con sentido de Estado, estaba dispuesto a meterse debajo del paso, y arrimar el hombro en un Gobierno de concentración que presidiera otro, por supuesto no Suárez. Entonces Sabino se mojó y lanzó en ese almuerzo el nombre de Armada, a lo que Felipe respondió que la figura de Armada, aunque personalmente no lo conocían, podría ser bien aceptada por ellos, por ser quien era.


    P. ¿Qué papel juegan en su relato Ignacio, Paddy, Gómez Acebo, hermano de Luis, cuñado del Rey, y Jaime Carvajal y Urquijo?

    R.- Paddy Gómez Acebo, duque de Estrada, era presidente del Instituto Gallup en España. El Rey y él se tenían gran confianza. Un día de aquel invierno de 1980, don Juan Carlos le confiesa que la única manera de reconducir la situación de España era formando un gobierno de coalición o de concentración nacional, presidido por un independiente, ajeno al Mundo político, que gobierne con energía, con firmeza. El Rey llama a Sabino para que explique la envoltura legal de la operación y cuando éste acaba, Gómez Acebo, que al principio se quedó bloqueado no dando crédito a lo que estaba escuchando allí, en palacio, por fin suelta lo que piensa: «Lo mío no es una opinión, es una definición: eso se llama primorriverismo, y me permito recordarle a Su Majestad lo que le pasó a su abuelo, Alfonso XIII, al colocar a un general para reconducir la situación de España ». Esa misma tarde, y con idénticos términos, el Rey explica su plan a su amigo y compañero de colegio Jaime Carvajal y Urquijo, que le dice exactamente lo mismo que el duque de Estrada: «Todo eso se parece demasiado a lo que hizo vuestro abuelo nombrando a Primo de Rivera». Jaime Carvajal ha tenido un detallazo de confianza conmigo: me dejó un buen lote de páginas de su diario, muy ilustrativas.


    P. ¿Y no le asusta que todas sus fuentes, las vivas, claro, se echen atrás y le desmientan ante la fuerza de sus acusaciones?

    R.- Yo no acuso. Yo investigo e informo de unos hechos históricos que nos conciernen y que estaban desfigurados, tergiversados, mal historiados. Artículo 20 de la Constitución: el derecho a obtener y transmitir información veraz. Siempre puede haber una operación desde el gran poder influyente de la Zarzuela para silenciar mi libro... Más que por decisión del Rey, por celo excesivo de sus edecanes y cuidadores. Sinceramente, yo no he pretendido ir contra nadie. Pero a mi edad no sería honesto ocultar la verdad. Yo pienso que el periodista no sólo tiene que contar historias, tiene que contar la historia verdadera. ¿Entera? No, siempre queda mucho más. No se llega a todo. Entiendo que habría que volver atrás para desentrañar la historia oculta de muy altos protagonistas, con medallas colgadas por tales y cuales acciones, que no las habían merecido porque, sencillamente, ellos no habían sido «los héroes».


    P. ¿A quién se refiere? ¿A su Majestad el Rey?

    R.- Bueno... la gran desmemoria de Suárez no sólo ha beneficiado al Rey, también a Felipe González, a Osorio, a Fraga, a Herrero de Miñón, a Segurado y a todos los comparsas de la Operación Armada, militares, empresarios, periodistas... Yo he podido poner negro sobre blanco determinados episodios que permanecían brumosos porque he tenido acceso a ciertos documentos, anotaciones y diarios de Armero, de Carvajal, de Eduardo Navarro, del propio Suárez; o porque testigos de primera fila como Martín Villa, Lamo de Espinosa, Arias Salgado, Landelino Lavilla, Santiago Carrillo han querido contarme cómo fue la legalización del PCE, quién estimuló y quién puso palos en las ruedas de la Constitución... Si no, yo hubiese seguido creyendo que el Rey fue «el motor del cambio». Y es cierto que el Rey dio su venia al cambio de la dictadura a la democracia. Él tenía todos los poderes heredados de Franco, y no había Constitución que le constriñese: podía haber dicho que no. Ahora bien, en importantes momentos más que motorizar metió el freno.


    P. Durante la legalización del PCE se fue a París...

    R.- Se fue a París. Doy noticias de 11cartas del Rey a Suárez. Sobre esto del medallero no siempre meritado, me rechina escuchar y leer el tópico de que «el Rey nos salvó del golpe». El Rey nos salvó in extremis de un golpe que él mismo había puesto en marcha, no queriendo que fuera un golpe, queriendo una solución fraguada en el Parlamento; pero Suárez le advertía: «¡Esto es un golpe!».


    P. ¿A quién se refiere? ¿A su Majestad el Rey?

    R.- Bueno... la gran desmemoria de Suárez no sólo ha beneficiado al Rey, también a Felipe González, a Osorio, a Fraga, a Herrero de Miñón, a Segurado y a todos los comparsas de la Operación Armada, militares, empresarios, periodistas... Yo he podido poner negro sobre blanco determinados episodios que permanecían brumosos porque he tenido acceso a ciertos documentos, anotaciones y diarios de Armero, de Carvajal, de Eduardo Navarro, del propio Suárez; o porque testigos de primera fila como Martín Villa, Lamo de Espinosa, Arias Salgado, Landelino Lavilla, Santiago Carrillo han querido contarme cómo fue la legalización del PCE, quién estimuló y quién puso palos en las ruedas de la Constitución... Si no, yo hubiese seguido creyendo que el Rey fue «el motor del cambio». Y es cierto que el Rey dio su venia al cambio de la dictadura a la democracia. Él tenía todos los poderes heredados de Franco, y no había Constitución que le constriñese: podía haber dicho que no. Ahora bien, en importantes momentos más que motorizar metió el freno.


    P. Traiciones, miserias, héroes que, según usted, no lo son... ¡para echarse a llorar!

    R.- Sí, también el Rey se echó a llorar en la madrugada del 23 al 24 de febrero. Se narra en 'La gran desmemoria'. Sabino me lo contó varias veces. El Rey ya ha dado el discurso en televisión en la medianoche del 23-F al 24-F. Tejero continúa en el Congreso con sus guardias civiles. De pronto, don Juan Carlos rompe en sollozos. «Sollozaba, recordaba Sabino, como si se le hubiera roto un juguete. No, más que un juguete: el gran juguete, la Corona. Fue un momento en el que el Rey no sabía cómo acabaría aquello, qué reacción militar podría haber, él había tenido muchas conversaciones con gentes diversas, se habían prometido carteras, estaba formado prácticamente un Gobierno... ¿Quiénes iban a callar? ¿Quiénes iban a hablar? ¿Qué se iba a decir...?». Era de madrugada. Todo incierto. Hacía frío físico en la Zarzuela. A las 11 o las 12 de la noche habían apagado la calefacción en el edificio. Es entonces cuando el Rey se pone una cazadora negra, la de piloto, no sé por qué no su guerrera militar con la que había grabado el mensaje. Quizás el subconsciente... En la gaveta de su mesa de despacho tenía una pistola. En aquel momento, según me contó Gómez Acebo, la puso encima de la mesa, y luego se la metió en el cinto.


    P. ¿A quién se refiere? ¿A su Majestad el Rey?

    R.- Bueno... la gran desmemoria de Suárez no sólo ha beneficiado al Rey, también a Felipe González, a Osorio, a Fraga, a Herrero de Miñón, a Segurado y a todos los comparsas de la Operación Armada, militares, empresarios, periodistas... Yo he podido poner negro sobre blanco determinados episodios que permanecían brumosos porque he tenido acceso a ciertos documentos, anotaciones y diarios de Armero, de Carvajal, de Eduardo Navarro, del propio Suárez; o porque testigos de primera fila como Martín Villa, Lamo de Espinosa, Arias Salgado, Landelino Lavilla, Santiago Carrillo han querido contarme cómo fue la legalización del PCE, quién estimuló y quién puso palos en las ruedas de la Constitución... Si no, yo hubiese seguido creyendo que el Rey fue «el motor del cambio». Y es cierto que el Rey dio su venia al cambio de la dictadura a la democracia. Él tenía todos los poderes heredados de Franco, y no había Constitución que le constriñese: podía haber dicho que no. Ahora bien, en importantes momentos más que motorizar metió el freno.


    P. ¿Suárez debería haber sido nombrado Duque del Olvido?

    R.- Y de la lealtad. Por no contar los servicios de lealtad que hizo al Rey. Suárez decía que tenía que «proteger al Rey del Rey mismo», de sus campechanías, de su verbosidad, porque lgún malintencionado podía tirarle de la lengua y grabarle diciendo cosas inconvenientes, incluso peligrosas...


    P. No entiendo.

    R.- La historia del Rey y su reinado no termina el 23-F. Podríamos decir que casi empieza otra vez, ¿no? Y empieza, página nueva, con los socialistas, largos gobiernos en los que ocurren muchas cosas en España y en el extranjero con relación a España. Lo insinúo en el epílogo cuando sugiero que alguien quiso blindarse en el Rey tomando precauciones y diciendo: bueno, yo quiero defender al Rey, pero si a mí me tiran al foso difícilmente voy a poder defenderle. En esos momentos hay un patriota que sale a proteger al Rey: Adolfo Suárez.


    P. Sigo sin entender a qué se refiere.

    R.- ¿Quiere usted que se lo diga más claro? Suárez salió del Gobierno sin Toisón. El Rey se lo concedió muchos años después...


    P. ¿Por otros servicios?

    R.- Servicios legítimos, legales y patrióticos prestados por Suárez. Y el Rey lo sabe.


    P. Intuyo que lo contará en su próximo libro...

    R.- Mire, le estoy hablando de..., pero, por favor, apague la grabadora.




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