Yo no he fallado”, repite la infanta Cristina con amargura. Por eso continúa con su anillo de casada, “respeto la institución del matrimonio, llevo el anillo desde hace casi veinticinco años y lo voy a seguir llevando hasta que me divorcie, ¡quiero que el mundo sepa que yo no tengo nada de qué avergonzarme!”. Porque su intención es divorciarse de Iñaki Urdangarin ya que no va a perdonar su traición ¡por fin ha dejado de amarle! Y le gustaría que se supiera públicamente: “no va a haber reconciliación ni perdón”. La tristeza inicial por el lamentable e injustificado comportamiento de su marido ha sido sustituida por el enfado. Contra Iñaki, por supuesto, pero también contra todo lo que se está diciendo en los medios. En primer lugar, con la revista que publicó su foto en portada en el aeropuerto de Zúrich, con la apostilla de que se la veía desmejorada, triste y abrumada de dolor. Cristina lo considera una deslealtad a un trato de respeto mutuo con lazos muy estrechos durante toda su vida. Cree que la foto era una invasión de su intimidad y los comentarios no reflejaban la verdad, como la interpretación del hecho de que continuara llevando el anillo de casada, por eso ahora quiere aclarar qué significa ese gesto. En segundo lugar, se siente ultrajada por los periodistas que repiten machaconamente que sigue enamorada de Iñaki y no comprende de dónde sacan tales opiniones, ya que su círculo de amigos y su familia saben perfectamente que el disgusto primero, el intenso cabreo después, han sustituido al amor y que la intención de divorciarse es irrevocable.
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Y si la palabra divorcio aún no ha salido a la palestra, ha sido sencillamente por una cuestión legal: para conseguir la libertad condicional, Iñaki ha tenido que argüir que su residencia está junto a su mujer y su hija menor de edad en Ginebra. Si la infanta hablase públicamente de divorcio, se irían al traste las complicadas negociaciones en este sentido que ha llevado a cabo el abogado de Iñaki, quien es por tanto el primer interesado en insinuar que su patrocinado y Cristina van a reconciliarse. Si no hay reunificación familiar, sería muy improbable que se le concediera a Iñaki un régimen distinto al que tiene ahora.
Con gran dolor de su corazón y gran generosidad, la infanta accedió, cinco días después de que salieran las fotos, a emitir ese ambiguo comunicado: “hemos decidido interrumpir nuestra relación matrimonial”. Accedió a regañadientes, porque es una persona que odia la mentira y ella quería comunicar, no la interrupción, sino el final de su matrimonio. Pero Iñaki, aconsejado por su abogado, le suplicó no hacerlo, todavía le quedan dos años de condena y no se ve capaz de soportarlos sin el alivio de la libertad condicional. Este mismo abogado, Mario Pascual Vives, tuvo que admitir en el programa de Jordi Basté en Rac1 en tono emocionado que la infanta es “una persona extraordinaria que hace cosas extraordinarias”, ya que sabe bien lo que le costó poner su firma al pie del comunicado.
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Aunque ella no dio este paso por su marido, sino por sus hijos. El cariño que pudiera tenerle a Iñaki, el respeto que pudiera sentir, la compasión que pudiera inspirarle se evaporó en el momento en que vio las fotos de su marido de la mano de otra mujer. Aquí, en Lecturas. Es cierto que ella le había perdonado otras infidelidades. Seis años después de casarse, Iñaki tuvo una aventura amorosa con la mujer de un íntimo amigo, que incluso había sido testigo de su boda. Duró un año, hasta que, avergonzado, se lo contó a su mujer y le pidió que lo perdonase. Cristina, aconsejada por su director espiritual, así lo hizo, y cuando las tórridas cartas que intercambiaron los amantes se exhibieron en el juicio Nóos, ella no se inmutó porque hacía diez años que lo sabía y lo había perdonado. Se dice que ha habido otros amoríos por parte de Iñaki, mientras Cristina que, sin beaterías ni exageraciones, es profundamente religiosa, no ha incurrido en lo que ella considera adulterio por más que en muchas épocas de su vida se haya sentido sola y necesitada de cariño. Entonces, en 2003, perdonó, sí, porque Iñaki se lo confesó llorando y ella creyó en su arrepentimiento. Pero de su relación con Ainhoa se ha tenido que enterar por la prensa, a la vez que muchos millones de personas. ¡Su marido no solo tiene una amante, sino que la ha estado engañando durante meses! Esa tarde aciaga, ese martes 25 de enero, su amor por Iñaki murió para siempre.
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Ese mismo día llamó a su padre, le comunicó su intención de separarse y le dijo que nadie le obligaría a echarse atrás, pero que quería hacerlo de manera que sus hijos no sufrieran. ¡Sus hijos, siempre lo primero en su cabeza y en su corazón! Don Juan Carlos le pidió que fuera a verlo a Abu Dabi para hablar en persona, ya que esos temas era mejor no tratarlos por teléfono (el emérito sigue convencido de que sus móviles están intervenidos y nunca quiere tener conversaciones importantes).
Pero Cristina en ese momento no podía salir de Ginebra, Irene se enfrentaba a unos exámenes cruciales –final del Bachillerato francés– y no quería dejarla sola. También prefería hablar de inmediato con sus otros hijos para contarles la realidad de su matrimonio, y qué pasaría a partir de ese momento. Los convocó el siguiente fin de semana en su casa de Ginebra, Iñaki fue desde Vitoria en coche, Juan desde Madrid y Miguel desde Londres. Pablo no pudo acudir desde Barcelona pues ese fin de semana tenía partido de balonmano contra el Finestrelles. Después, Cristina viajó hasta Abu Dabi a ver a su padre que, aunque le riñó por el comunicado, le dijo que lo entendía por los hijos y estuvo muy cariñoso con ella. A su vuelta solo le faltaba hablar con Pablo. Un encuentro delicado, ya que el día en que el chico declaró a los periodistas que no le importaría conocer a Ainhoa, la infanta lloró con auténtica desesperación ¡vertió todas las lágrimas que se había aguantado en estas semanas de sufrimiento continuo! Madre e hijo tuvieron en Barcelona una conversación muy seria y Pablo entendió que hay ciertos límites que no pueden cruzarse, por muy simpático, educado y con ganas de dar visibilidad a su club que tenga el muchacho.
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Ahora, cuando ha cumplido su compromiso con sus hijos que, no deja de repetirlo, “son lo único que me importa”, Cristina se siente aliviada. Su vida ha cambiado, ya no se la va a ver paseando por Vitoria del brazo de sus cuñadas o de su suegra, ni cerca de Bidart, donde su marido le fue infiel con su amante. Su decepción ha sido inmensa, ha descubierto que Iñaki, ese hombre al que consideraba mitad héroe y mitad mártir, en realidad es una persona débil con los pies de barro y la infanta ya ha sufrido demasiado. No está ni siquiera celosa de la otra mujer, ni se plantea qué harán las ocho horas diarias que Iñaki y Ainhoa pasan juntos en el despacho. Solo cuentan sus hijos. “No he sido yo la que ha fallado” repite, y también pide “que no sigan diciendo que estoy enamorada”. Es madre, sobre todo, pero también mujer y siente que su dignidad está siendo vulnerada con estos comentarios. “Yo no he fallado”