Nadie reparó en ese detalle. Unos segundos cargados de futuro.Fue el 2 de junio, en el balcón principal de Buckingham, donde se dio el pistoletazo de salida para la celebración de las fiestas del Jubileo de Platino de la reina de Inglaterra. Isabel lleva 70 años en el trono, una marca solo superada por el rey Sol de Francia en el siglo XVII. Y ese balcón, donde se asomó la reina casi niña con sus padres al acabar la segunda guerra mundial –y desde entonces no ha dejado de hacerlo cada vez que hay una celebración-, volvió a ser un compendio del presente y el porvenir de la casa real británica.
Porque la familia suponía que, a partir de ese momento, la reina ya no iba a asistir a otro acto de los que estaban anunciados. No solo por edad y la tristeza por la muerte de su marido que, según dicen, le ha provocado una ligera depresión, sino porque no se encontraba bien, tiene artrosis y desplazarse le causa mucho dolor. En consecuencia, esa imagen era muy importante porque sería la que quedaría para la posteridad, ya que no era probable que se volviera a producir. ¡La última foto del balcón!
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La primera en aparecer fue la reina, con la tranquilidad de la que sabe que nadie le va a hacer sombra. Tan pequeña, tan majestuosa, con gafas oscuras (también Franco llevó gafas oscuras en su última aparición en la plaza de Oriente poco antes de morir y también saludaba con el mismo temblor de mano). Y se quedó inmóvil, esperando que los demás ocupasen su lugar. Carlos, el príncipe de Gales, a su derecha, con su mujer Camila al lado. Con cierta vacilación fueron apareciendo sus primos los duques de Kent, sus otros hijos excepto Andrés… Se iban colocando en el extremo del balcón, ya que no saldrían en la foto, solo aparecería el núcleo duro de la familia, Isabel y sus herederos.
Entonces ocurrió: Kate, la deslumbrante Kate, apareció pastoreando a sus tres hijos, una estudiada mezcla entre actriz de Hollywood y vecinita de la casa de al lado. Aunque fingía estar centrada en los niños, sus ojos tenían el brillo audaz de los grandes ambiciosos. Sabía muy bien lo que quería. ¡Ponerse al lado de la reina! Maniobró hasta colocarse a su izquierda y cuando la condesa de Wessex pareció llamarle la atención para que se desplazase y dejase ese lugar a su marido, Kate disimuló inclinándose sobre su hijo para arreglarle el vestido de una forma totalmente innecesaria.
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Guillermo, el segundo sucesor a la corona, no tuvo más remedio que ponerse a su lado, lejos de la reina, contentándose con ese puesto secundario, mientras Kate, firme como una roca, inmutable como las pirámides, sonriente, fascinante, se quedó clavada en su sitio, ajena a la incomodidad de su suegro que la miraba con desaprobación ¡mano de hierro en guante de terciopelo!
Ella y sus hijos fueron los protagonistas de la ceremonia, concitaron miradas, flashes, comentarios… ¿Quién se acordaba de un avejentado Carlos que sonreía con cara de conejo y de vez en cuando pretendía atraer la atención de su madre, que respondía con indiferencia? ¿Quién se fijaba en Camila, notablemente incómoda, más intrusa que nunca, que no sabía qué hacer con sus manos y no se atrevía a llamar la atención sonriendo demasiado?
Incluso Guillermo quedaba relegado al papel de “marido de Kate”, apocado, insignificante, totalmente aplastado por el apabullante carisma de su mujer. Ni siquiera interactuaba con sus hijos y observaba a la multitud con aprensión, como si fueran a asaltar el palacio al grito de “Kate reina”.La única que podría haberle llamado la atención de forma sutil hubiera sido la propia Isabel, pero bastante hizo manteniéndose en el balcón durante casi tres horas. Cuando Kate pretendía implicarla en las travesuras de sus maleducados hijos mientras Carlos sacaba la cabeza con el ceño fruncido, la reina sonreía vagamente, sin ganas de luchar, como diciendo ahí os la apañéis, yo me piro.
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Y a partir de ahí, desaparecida la reina, todo fue Kate. Kate llora, Kate ríe, Kate baila. Kate en Cardiff, dando palmas en el concierto de Bonnie Tyler. Mientras Carlos leía su emocionante elegía solo la enfocaban a ella. Kate en el espectáculo musical del sábado, en el desfile del domingo. ¡Demasiado protagonismo! Isabel decidió dar un golpe en la mesa y realizó el esfuerzo de salir de nuevo al balcón, en el último acto, poniendo las cosas en su sitio. Ella en medio, Carlos a su derecha, Guillermo a su izquierda y las consortes en los extremos. ¡Y pensar que ni siquiera es la heredera!
Porque el heredero del heredero es su marido, aunque les queden unos años antes de acceder al trono. Se especula con que la reina podría abdicar este año o el que viene, y Carlos aún podría mantenerse veinte años en el trono, dada la longevidad de la familia y la vida tan saludable que lleva. Veinte años que tendremos que aguantar a una Kate cada vez más desatada haciendo todo tipo de monadas para retener la atención de sus compatriotas. ¡Quiere, necesita todos los focos a su persona para mantener prendida la llama de la opinión pública y de sus súbditos! Necesita compensar la falta de glamour, atractivo y simpatía de su marido, del que dicen que es mediocre, poco preparado, tan solo un cero a la izquierda de la pareja. Veremos en qué deriva esta monarquía tan ejemplar. Al final, va a ser mejor la nuestra.