MARCA ESPAÑA Doña Elena, con el vestido goyesco diseñado por Lorenzo Caprile que lució en la boda de la Princesa Victoria de Suecia, en junio de 2010.TODOS QUIEREN ALA INFANTA
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BORBONASu nombre suena más que nunca como representante de la Casa Real
ahora que el Rey vuelve a causar baja médica, las señoras bien copian
su estilo en la calle y tanto la vieja como la nueva aristocracia cierran
filas en torno a ella. Tras un lustro en la sombra por problemas personales,
Elena de Borbón recupera su esplendor social.
Ha llegado el gran momento de la Infanta.Por Pilar Eyre
No ha empezado el invierno aún, pero en Ávila ya hace frio y la Infanta Elena se acerca a la chimenea. Alta, con una cintura tan estrecha como la de su madre la Reina y con una larga trenza que le cuelga por la espalda, tiene un aplomo y una actitud regia que no apea ni siquiera en la intimidad. El grupo de amigos, entre los que están algunos familiares de Esperanza Aguirre (botos camperos,
tebas y mejillas enrojecidas), se sirven copas y bocaditos de un bufé que el servicio ha dejado preparado antes de retirarse a descansar. Los criados, acostumbrados a la nobleza que suele acudir a este coto de caza, han insistido sin embargo en saludar a Doña Elena que, en lugar de tenderles la mano, les ha dado un beso a todos, a los que conoce desde hace años.
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UNA REINA DE CORAZONES
Dicen que la Infanta Elena, cuando era jovencita, no cesaba de rezar interminables rosarios por su hermano. Cuando alguien se admiró del cariño que le tenía, ella respondió: “Es que no quiero que le pase nada porque, si no, tendré que ser yo reina”. Según me dijo en su momento una fuente confidencial, no habrían sido los progresistas redactores de la Carta Magna los que insistieron en introducir el célebre párrafo que privilegia al varón en la sucesión al trono (art. 57.1) sino que habría sido el propio Rey, quien no habría considerado a Doña Elena la persona óptima para la tarea. El rumor de que la primogénita de los Reyes no es muy inteligente indigna a sus amigos, como explica Carmen Duerto en la biografía que publicó en 2009 con el sugestivo título La reina que pudo ser. “La Infanta es inteligente, ha hecho una carrera, en el ambiente hípico se comenta lo ingeniosa que es y siempre ha trabajado”, afirma. De su entorno laboral o deportivo es de donde han salido sus últimos pretendientes: Felipe Zuleta, González Durán o su jefe, Fernando Garrido. Precisamente ha sido en las competiciones hípicas donde se ha reencontrado con el que fue su primer gran amor, Luis Astolfi, con quien se la vuelve a relacionar, según publicó La Otra Crónica el pasado día 24. En algunos círculos también se ha especulado sobre una posible relación de Doña Elena con el doctor Villamor.
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Hay risas en la habitación, se comenta con respeto el estado de salud de Don Juan Carlos y se habla del baile de títulos que ha provocado la decisión de que el varón ya no prevalezca sobre las mujeres en las sucesiones: “¡La pobre Pilar Fernandina se ha quedado sin ducado!”. La Infanta no interviene en la conversación y todos respetan su silencio. Son sus amigos, su guardia pretoriana, la aristocracia de siempre que se ha vuelto hacia ella como hacia el Sol.
En la calle pasa igual. Tras su aparición, el 12 de octubre, en el Desfile de las Fuerzas Armadas, no hay señora bien que no le haya copiado la bufandita peluda (sobre todo ahora que sabemos que era de piel falsa), por no hablar de los broches que luce hasta la última ministra. “¿Elenista? ¿Qué palabra es esa? Yo soy monárquico y Doña Elena encarna lo mejor de los borbones: elegancia, discreción, españolismo, sentido del rango y simpatía”. Me lo dice algo picado un noble catalán que, sin embargo, elude hablar de las cualidades de Letizia (“apenas la conozco”) o de la Infanta Cristina (
“no comment”). Es la misma opinión de la
socialité Nati Abascal, que fue Duquesa de Feria por su matrimonio con Rafael Medina: “Doña Elena es la más
royal de los
royals, ¡fantástica! Encantadora, natural como no te puedes imaginar…”. Cuando le pregunto a Nati, que la conoce bien, si es simpática, me contesta veloz: “Mucho, pero también sabe marcar distancias cuando debe hacerlo… ¡Es una infanta!”.
En algún lugar del caserón avilés golpea una ventana. La Infanta se estremece y se arrebuja en un chal imaginario. Su íntima amiga
Rita Allendesalazar de la Cierva, su vieja compañera de los tiempos buenos y de los difíciles, se coloca a su lado y las dos se ponen a mirar el baile del fuego recordando quizá episodios que las entristecen a ambas. La vida de la Infanta, que el próximo 20 de diciembre cumplirá 49 años, no ha sido fácil, por ello despierta en la gente tanta ternura. Cuando ya su matrimonio con Jaime de Marichalar funcionaba mal y los periodistas comentaban que estaban a punto de separarse, su marido sufrió un ictus (el 22 dediciembre de 2001). Elena tuvo que seguir a su lado tres años más, consciente de la pésima impresión que hubiera dado abandonarlo en esos momentos tan delicados. Tres años de sufrimiento, aguantando el carácter irascible, desconfiado y agresivo de su marido, tocado por la enfermedad. Tres años en los que Rita fue un apoyo indispensable, tanto que llegó a dejar solo en Madrid a su marido, José Álvarez de Toledo, Conde de la Ventosa, para acompañar a la Infanta durante su estancia en Nueva York, donde Marichalar se trataba con Valentín Fuster en el Hospital Monte Sinaí.
“Fue una época terrible”, me cuenta un abogado neoyorquino, que continúa: “Doña Elena llegó a adelgazar 10 kilos, ¡y sin dinero, porque las infantas de España no tienen dinero, por mucho que se diga! Se alojaban en apartamentos de amigos, hasta que al final Doña Elena dijo que le avergonzaba vivir de caridad y se fueron al hotel Intercontinental, porque la directora, Paz, era española y les arregló el precio”.
Paz Blasco, que ahora dirige un hotel en París, explica a MAGAZINE que “son arreglos que hacemos para huéspedes de larga estancia… Pero la Infanta merece eso y más. Llegué a conocerla muy bien y te puedo decir que es la más patriota, la más española de los españoles. ¡Pasea la bandera de España con más orgullo que nadie! ¡Si la lleva hasta en la correa del reloj!”.Paz se emociona cuando habla de Elena: “Es una madraza, muy fiel en la amistad, muy cercana, muy detallista”.
La situación era penosa. Jaime, malhumorado y exigiendo atención constante, consumía las energías de su mujer, que en momento alguno protestó y se portó con una entereza tremenda. De la intendencia se ocupaba la abnegada Rita. Mi confidenteme explica que “buscó desde colegio para los niños, una guardería regentada por jesuitas en Manhattan, hasta una peluquería para Doña Elena”. Fueron tiempos duros que curtieron el carácter de la Infanta. “Normalmente, iban a comer a un
burger, pagaban a escote. Solo iban a buenos restaurantes cuando los visitaba la Reina”, dice.
Fue también Rita la que insistió para que la Infanta retomara su afición por la hípica. Y así empezó a relacionarse con la
aristocracia neoyorquina y a pasar los veranos en los Hamptons, costumbre que ha durado hasta hoy. La casa se la alquila a un módico precio un amigo.
En los Hamptons, Marichalar nunca llegó a sentirse agusto. Una de las características de su enfermedad es que pierde inhibiciones y se expresa con cierto descaro. A una chica Hearst le soltó un día “llevas un traje feísimo” y la Infanta se vio obligada a quitar hierro al grosero comentario: “Pero estás guapísima y elegantísima con él”. En las fiestas de la colonia veraniega, la actitud de Elena, demacrada y pendiente de su marido, despertaba compasión. Este verano también viajó allí, dejando el pabellón de lamarca España tan alto como siempre. Hubo alguien con poco tacto que le preguntó al lado de quien se posicionaba, si de su padre o de sumadre, y Doña Elena se levantó en silencio y se fue del clubhípicodonde estabatomando un refresco.
SEGUNDA OPORTUNIDAD. En Nueva York fue cuando la Infanta intentó por última vez salvar su matrimonio: se quedó embarazada. La pareja regresó a España, aunque Marichalar no estaba totalmente recuperado, pensando que tenían una segunda oportunidad. Pero el embarazo se malogró a los tres meses y Doña Elena cayó en una depresión de la que solo salió gracias al apoyo de su fe y las atenciones de su amiga.
Rita, profundamente católica, comprendió a pesar de eso que el matrimonio de Elena no tenía solución y le dijo: “Decida lo que decida la señora, yo voy a estar a su lado”. Fue su único apoyo, ya que, al contrario de lo que se cree, según le confesó el Rey a su médico, el doctor Planas, Su Majestad no estaba de acuerdo en esta separación. “Se lo he desaconsejado. En este país, es muy difícil la vida de una mujer separada…”, le dijo al galeno, aunque, asumiendo que no había vuelta atrás, Don Juan Carlos suspiró a continuación: “Al menos le he pedido que no lo haga hasta que no se case Felipe”. Por cierto, fue cuando el buen médico se enteró de que el Príncipe iba a casarse. Con inocencia preguntó: “¿Con la noruega?”. Y el Rey contestó: “Con una asturiana. ¡Buena se va a armar!”.
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AGENDA LLENA
“Este momento tenía que llegar”. Con tan escueta declaración, Doña Elena dejaba zanjado el debate sobre su exclusión del núcleo central de la Familia Real, tal y como se vio durante el último Desfile de las Fuerzas Armadas: por primera vez, la Infanta apareció sentada con los invitados y no en la tribuna principal. Tampoco participó en el tradicional besamanos en el Palacio de Oriente que sigue al desfile el 12 de octubre. La razón: evitar dar una imagen de “familia disminuida”, con los Duques de Palma fuera de juego por el caso Noos y la ausencia definitiva de Jaime de Marichalar. Eso sí, Doña Elena mantiene su agenda de costumbre: a finales de octubre viajó a Puerto Rico para supervisar los proyectos sociales de la fundación que dirige y a mediados del mes de noviembre participaba en el Concurso Nacional Hípico disputado en Sevilla.
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Pero como dirían los clásicos, esa es otra historia. Una historia en la que Doña Elena no tiene ni arte ni parte. Me cuentan que con Doña Letizia no se lleva ni bien ni mal, simplemente “no se llevan. ¡Son genéticamente distintas! Al principio, la Princesa de Asturias se relacionaba más con sus cuñadas, pero ahora ya no. Las infantas han perdido la complicidad que antes tenían con su hermano, y la echan de menos. Ahora Don Felipe tiene su propia familia y no se ven casi nunca a solas”.
Elena dice no entender qué quiere decir “ser la más borbona de la familia”. Y añade con cierta chulería: “¡Que se me explique!”. Su matrimonio con Marichalar la convirtió en una de las mujeres más elegantes de Europa, un gran paso para el que fue patito feo de las monarquías occidentales. De pequeña, su madre la vestía a su imagen y semejanza, con vestidos hechos por las hermanas Molinero, de faldas amplias de terciopelo, cuerpos de rígidos glasé con mangas tres cuartos y colores oscuros. Se dice que fue el Rey el que le suplicó a su mujer que la modernizase, “si no, ¡no la vamos a casar nunca!”.
El modisto Lorenzo Caprile, contraviniendo su timidez y una discreción a prueba de bombas, dice de ella: “Es simpatiquísima y muy sencilla. Cada vez que viene, saluda a todas las oficialas”. Caprile conoce bien a Doña Elena, ya que su hermana fue profesora de las dos infantas, aunque ahora ya no van tanto por el taller madrileño de Claudio Coello. No tienen ocasión de lucir la ropa espectacular de este modisto genial y rompedor, ya que ambas, por uno u otro motivo, están apartadas de la agenda Real.
“La Infanta Elena, que siempre ha tenido un comportamiento impecable, carga con las culpas de su hermana”, me dice el historiador Ricardo Mateos. “La Infanta tiene porte y le gusta lucir y relacionarse con el resto de las familias reales. Además habla idiomas. Lleva la tiara como nadie. Sería una representación perfecta de la familia real en el extranjero”, continúa.
CERRANDO FILAS. De la misma opinión es el periodista especializado en moda Carlos García Calvo: “Doña Elena es majestuosa. Fíjate en su espalda, tan recta, se nota que ha hecho mucho ballet… Cuando asiste a un evento toda la prensa europea habla de ella; acuérdate de la boda de Victoria de Suecia, con el traje de inspiración goyesca que le hizo Lorenzo Caprile. Me recuerda mucho al carácter de su abuelo, Don Juan de Borbón”. Tanto Ricardo como Carlos, buenos conocedores del ambiente aristocrático de nuestro país, me dan nombres de rancio abolengo y me dicen que “todos se han pasado a las filas de Elena”. Y no me hablan únicamente de la nobleza antigua, si no de jóvenes aristócratas con el titulo recién estrenado.
Su trabajo en Mapfre, donde se ocupa de proyectos sociales y culturales y por el que cobra 200.000 euros al año, le permitiría asumir sin problemas más tareas de representación. El Rey suele contarles a sus amigos el carácter abnegado de su hija: “Está deseando servir al país, me llama y me dice, ‘¿papá, donde tengo que ir?’. Su voluntad de servicio es impresionante”. Curiosamente, a pesar de las tropelías cometidas por Iñaki Urdangarín, es a Marichalar al que Su Majestad tiene mayor aversión.
La periodista que firma estas líneas fue testigo involuntario de una escena que certifica este hecho. Era en el Club de Polo de Barcelona, en el año 2003. Muy temprano. La Infanta tenía que participar en una prueba hípica y estaba sentada en el palco, únicamente con su padre y con su marido. Durante la hora larga en la que yo estuve observándolos, el Rey mantuvo a su hija cogida por el hombro, bromeando con ella, diciéndole cosas al oído. Vestida con traje de montar, con un tipo impresionante, y con la cabeza echada hacia atrás, la Infanta reía a carcajadas. Marichalar estaba unos metros más allá, envuelto en una capa negra, como una figura de El Greco, con el inmenso pinganillo en el oído. Ni el padre ni la hija le dirigieron ni una sola palabra.
El Rey acaba de comunicar que cesa su actividad por problemas médicos hasta enero y que le sustituirán el Príncipe o la Reina. Majestad, os recuerdo con todo respeto que también tenéis una hija de conducta intachable que se llama Elena.
EL MUNDO. Nº 688. M A G A Z I N E. DOMINGO 2 DE DICIEMBRE DE 2012