Opinión
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El miércoles hará 15 años
Jaime Peñafiel
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Casi todas las semanas me propongo no escribir de Letizia, un personaje sobre el que parece estoy especializado. Para bien o para mal. De ella y de mi. Pero la actualidad manda y yo me debo a esta.
El próximo miércoles hará ya… quince años de su boda, de la boda de Felipe y… Letizia. Una ceremonia que, a mi juicio, nunca debía haberse celebrado… en esa fecha. Hacía solo dos meses y once días que España había sufrido el mayor atentado terrorista de su historia: el de Atocha con 193 muertos y 2.057 heridos .
Tal vez porque los españoles estábamos de luto, ese día Madrid no fue una fiesta. Como lo es cuando un país celebra una boda real. Yo, que he asistido a más de cincuenta, nunca, jamás, he visto una ciudad más triste que Madrid el 22 de mayo de hace… quince años. Además, para disgusto de la novia, aquella mañana y en esa zona, concretamente esa, llovió a cántaros, impidiendo que la novia pudiera acceder desde el Palacio Real a la catedral de la Almudena, sobre la alfombracolocada al efecto.
“¡Que la traigan ya!”, pidió el rey don Juan Carlos ante el retraso de Letizia y su padre, mientras que Felipe aguardaba nervioso al pie del altar. La tradicional puntualidad real estaba siendo negada nada menos que en una boda real ante reyes y príncipes que llenaban el templo. El retraso como la prisa engendra el error en todo y del error sale, muy a menudo, el desastre. “Apresúrate lentamente”, decía el filosofo.
En todas las bodas reales el beso de los novios en la balconada de palacio, tras la ceremonia, es obligado, un gesto tradicional. Cuando Carlos y Diana se casaron y aparecieron en el gran balcón del Palacio de Buckingham, la multitud empezó a gritar. Ella recogió el mensaje y, volviéndose a Carlos, le dijo tímidamente: “Quieren que nos besemos”. “Si lo piden ¿por qué no?”, respondió el Príncipe. Y se besaron en la boca como lo han hecho todos los novios reales menos… Felipe y Letizia que, ante la petición de los madrileños congregados en la Plaza de Oriente de que se besaran, ella lo hizo con un casto beso en… la mejilla.
Pero lo peor sucedería cuando, en coche descubierto, se dirigieron desde la catedral a la basílica de Atocha para depositar, siguiendo la tradición, el ramo de la novia ante la Virgen de Atocha, ramo que debía haber sido depositado en el lugar del atentado, frente al que pasaron sin dignarse a mirar.<
Todo esto y muchas cosas más sucedidas se recordarán este día de su quince aniversario.
P.D.
Alfonso A. me ha sorprendido la semana pasada, escribiéndome sobre la existencia incluso política de mis comentarios sobre Letizia. Cierto es que confiesa que “quizá me pase de conspiranoico”. Se pasa usted, estimado amigo. Y con respecto a mi admiración sobre Máxima, me reafirmo en ello. Ya me gustaría para mi país una consorte como ella, máxima en todo.
Para Anton. Me sorprende no haya entendido mi columna. Sobre la “agresión” de Letizia a doña Sofía. Como ha podido advertir, la palabra iba entrecomillada dando a entender que la agresión a la que me refería no era física sino verbal o gestual, movimiento con el poder de dramatizar con mucha más fuerza que las simples palabras. Cuanto menos se utilice, mejor. Y con respecto al “rencor” que usted me atribuye y que “o nota a la legua”, no lo entiendo.
Yuria Suna lleva razón cuando me escribe que “Sofía sigue enamorada de Juan Carlos, por mucho que éste le hiciese y Felipe de Letizia”. También que “lo del taxista” sobra. “No por respeto a la nieta sino al taxista”. Para mi, lo mejor de la familia. Pero ¿qué quiere que le diga? Cada uno tiene la familia en la que ha nacido. Y mérito, mucho mérito el de Letizia cuando, habiendo nacido en el seno de una familia tan modesta, ha llegado a ser nada menos, que consorte real. Y como escribía Alfonso A. “No existe ofensa en la verdad. Y esa es una verdad muy digna”.
Por último Dan me sorprende cuando escribe que “mi trayectoria privada no es, ni mucho menos, ejemplar”. Señor mío, soy un periodista de una larguísima trayectoria en la que me he ganado el respeto, incluso, de la profesión. Y, personalmente, nada de que avergonzarme, habiendo, como ha habido, terribles tragedias en mi vida como es la muerte de mi única hija. Nunca he traicionado a nadie haciendo honor a mi lema: valgo más por lo que callo que por lo que cuento. Y lo que callo, por respeto a la intimidad de la persona, lo callaré siempre. Señor Dan no haga juicios de valor. La única riqueza que poseo son mis amigos. Por algo será.