Jaime Peñafiel: "Nunca he sido monárquico y no me gusta la monarquía como institución"Pese a su vastísima carrera poblada de exclusivas, Peñafiel mantiene su mantra: "Valgo más por lo que callo que por lo que cuento". Y lo que calla arderá a su muerteEn pie monta guardia ya la sonrisa de Jaime Peñafiel, combinado hoy de abajo arriba: jugando su ropa con el verde oliva y ataviado él con unos ojos vidriosos de pupila pequeñísima y un iris bicolor, colmado en primera instancia por un marrón noche y vivo a causa de una esfera final que parece gris. Al fondo, unas cuencas golpeadas por el morado.
Se enseñorea por su casa mostrando altares de los recuerdos que nunca marcharán, al menos no lo harán de su memoria, mientras le invitamos a balancearse sobre su pasado. Y él, él se deja columpiar:
-Voy a cumplir 90, intento llevarlos con dignidad.
Don Jaime, ¿teme usted no a la muerte sino a cumplir años? Mira... yo ya en la vida he hecho todo. Incluso he estado muerto, con el covid. Me contagiaron en marzo de 2020 en la finca que tenemos y el médico le dijo a Carmen [su mujer]: "Déjale morir en paz". Durante dos días estuve muerto y, de pronto, la enfermedad entró en crisis y salí adelante.
Pasó la enfermedad en casa y asegura que por se salvó. "Si hubiese entrado en un hospital o en una clínica", dice sin miedo a confundirse, "hubiese muerto, porque estaban todas infectadas, como le pasó a mi amigo el marqués de Griñón. El médico le dijo a Carmen que volviésemos inmediatamente de la finca a Madrid y mientras regresábamos en el coche nos paró la Guardia Civil. Acuérdate de que se había prohibido la circulación. El médico nos había recomendado que si nos daba el alto la Guardia Civil respondiésemos a los agentes que lo llamaran a él por teléfono, pero Carmen, que es una mujer con carácter, le dijo al guardia: "¿Pero no ve que se está muriendo?". Venía conduciendo ella y yo detrás, muriéndome. Cuando llegamos, le dijeron: "Que se quede en casa, que se muera en su casa". La verdad, lo único que me preocupaba en aquel momento era dejar a Carmen sola".
-A lo mejor por eso está aquí todavía.
-Aquí estoy -. Y sonríe.
José Juan Jaime Peñafiel Núñez nació en Granada, en un «carmen precioso» del barrio del Albaicín, como ya saben sus lectores. Y también nació en 1932, lo que implica que no es hijo de la Guerra sino hermano:
-A mi padre, que era ingeniero, parte de la Guerra le cogió en Málaga haciendo una ampliación del pantano de El Chorro. No pudo volver a Granada y fue mi madre quien aguantó con sus hijos. Cometió un error: el carmen en el que vivíamos fue asaltado por la gente de izquierdas, nos echaron de casa y mi madre se refugió, con una falta de inteligencia enorme, en casa de Montesinos. Montesinos era el cuñado de Lorca y a los tres días de escondernos allí fusilaron a Montesinos. Lo pasamos mal, pero bueno, viví la Guerra, la posguerra... Éramos cinco hermanos y cinco primos, todos viviendo en la misma casa. Yo tuve una infancia muy feliz. Mi padre era una persona bondadosa. Hay una carta fantástica que me envió mi padre cuando yo me hice minero...
¡Ayudante de picador! ¡Sí! Estaba estudiando Derecho y decidí pasar un tiempo en las minas de León, a 700 metros de profundidad. Y con una pala iba retirando el carbón que el picador sacaba. Yo tengo claustrofobia y lo pasé muy mal, muy mal. Y entonces mi padre me escribió una carta reconociendo que estaba viviendo yo una situación muy mala, que la vida de los mineros era muy dura, pero diciendo que no me dejara arrastrar por las ideas políticas de los mineros y que tuviera sentido común. Fíjate, me sorprendió allí una explosión en la que murieron 14 mineros y mi padre quiso ir a recogerme. Yo tenía sobre 20 años... Fue una experiencia muy buena.
Pero... ¿por qué decide usted irse a la mina? Muy sencillo. En mi casa había una gran biblioteca, era de mi abuelo, que era magistrado, y había un libro donde el protagonista, Larry, que era escritor, decidía meterse en las minas del Ruhr, en Alemania. Me sorprendió y decidí ir a las minas de Sabero. Estuve dos años. Cogía permisos para venir a examinarme a Granada y volvía de nuevo.
En casa no había problemas económicos, ¿no? No, en mi casa, no me gusta presumir, pero nunca hubo problemas económicos. Mi padre trabajaba mucho y éramos una familia muy acomodada. Simplemente quise vivir la experiencia, que fue muy enriquecedora en todos los aspectos.
Habla muchas veces de su padre, en cambio de su madre... Es que si tengo que elegir siempre me quedaré con mi padre. Aparte de ser un gran profesional era un santo varón. Jamás le oí levantar la voz, jamás una mala palabra... Mi madre tenía mucho carácter y mi padre era el que cuidaba a sus hijos, mi madre era la que mandaba. Para mí, la entrevista más importante que he hecho ha sido la del príncipe Felipe de Edimburgo. Cuando lo conocí, lo miré con admiración, él se sorprendió, y le dije: "Es que usted se parece mucho a mi padre". Era el vivo retrato. Mi padre era un fachón fantástico, rubio -yo soy moreno-, era guapo y sobre todo era un gran padre de cinco hijos y de cinco sobrinos. En mi casa a la mesa éramos quince personas, se había muerto el padre de mis primos, que era un hermano de mi madre, y como vivíamos en la casa materna se creían con derecho a vivir ahí.
Parece que no llevó muy bien aquello. Sí, sí, muy bien; era fantástico ese carmen. Hace unos años celebré allí un aniversario de mi boda. Es una casa de grandes recuerdos.
Venga, hábleme de ese carmen. Esa casa, que es una casa solariega, fantástica, espectacular, parece un palacete. Teníamos un jardín del que nunca salíamos, porque no se nos permitía. Ni siquiera podíamos asomarnos a los balcones.
Hasta este momento, Peñafiel no había esquivado la mirada y ahora por vez primera la entorna en el horizonte que divisa desde su ático, como si estuviera forzando su memoria a un ejercicio inusitado.
¿Por qué no podían salir del jardín? Era la norma de la casa. Nosotros bajábamos al jardín a jugar pero... En ese jardín hay un limonero en el que yo vi, desde la ventana de mi habitación cuando era niño, tendría cinco o seis años, cómo mi padre enterraba a mi madre después de haberla matado...
Pregunta el silencio.
-Era una época muy dura. Mi madre se había quedado embarazada y había una habitación en ese carmen que daba a la Alhambra, la llamábamos la habitación de los muertos porque cuando alguien enfermaba para morir lo metían ahí, para que muriese mirando a la Alhambra. Vimos que a mi madre la llevaban a esa habitación. Una noche, la oímos chillar y, al momento, se hizo el silencio. Al poco, desde mi habitación vi que alguien abrió la verja que da el carmen y vi a mi padre llevando el cuerpo de mi madre, cavando al lado del limonero y enterrándola. Para un niño aquello fue terrible, sobre todo conociendo la bondad de mi padre. Al día siguiente mi padre entró en mi habitación. Yo me aterré, pensé que venía a por mí y me llevó por esos corredores enormes a la habitación donde había matado a mi madre. Abrió la puerta de esa habitación y... y vi lo mejor que había visto en mi vida, un canto a la vida: vi a mi madre en la cama y en sus brazos tenía a mi hermana María Luisa. Mi madre había parido con dolor, como se paría entonces, y lo que mi padre había enterrado había sido la placenta.
Hasta la grabadora se ha quedado sin pilas.
-Fue una historia real -apunto que dice, riéndose o de la situación o de mí, no me queda claro- en la imaginación de un niño de cinco años. No te preocupes por la grabadora, lo entiendo, a mí me ha pasado de todo, yo soy un vademécum. ¿Tú sabes lo que es estar con el Sha en el exilio durante dos horas y no grabar absolutamente nada?
Un vademécum.
El pequeño Peñafiel se educó en los Maristas, "un colegio muy elitista". Nunca repitió curso pero tampoco era brillante. De hecho, el examen del Estado lo suspendió en Granada y acabó examinándose en Murcia: "Murcia era famosa porque ser un coladero". Estudió Derecho y dos veces Periodismo, una en la escuela oficial de Madrid y otra... "Yo por entonces ya era un reportero reconocido y Europa Press me pidió que me matriculase en Periodismo en Navarra, para darle un tirón, así que volví a matricularme e iba solo a examinarme, era un paripé. Por cierto, en un programa de televisión en el que coincidí con Carmen Rigalt me acusó de que me habían regalado el título de Periodismo en Navarra. ¡Pero si yo ya era periodista! [Ríe]. Hacía simplemente la concesión de ir. Rigalt llevaba razón y no".
Me estoy acordando de una anécdota suya que he leído sobre el amor, bueno, sobre hacer el amor o sobre el sexo, mejor dicho: ¿su primera relación la tuvo con una prostituta a los 16 años? Eso seguro que aparece en uno de mis libros... Pues seguramente sí, sí. Y eso que no soy yo una persona que ha practicado el sexo con prostitutas, pero bueno, aquello fue de estas cosas... de... de...
¿De juventud? De juventud.
Me recompongo, todavía ahora, de la historia sobre la habitación de la muerte, y veo una pintura, un retrato enorme de Carmen presidiendo una de las mesitas de la sala.
Apenas se habla hoy del amor y usted lleva casado casi 40 años. Tuve un primer matrimonio, desgraciado, y es que es muy difícil acertar a la primera. Mi ex mujer era de Salamanca y aquello fue... mientras duró, duró. La primera vez me casé enamorado y de aquel matrimonio nació mi hija, Isabel, que después murió... Y después encontré el milagro de mi vida, que es Carmen. Me casé en Miami, con Julio Iglesias, gran amigo mío, de padrino de boda. Él quiso que me casara allí. Y cuarenta años... son muchos años.
Y Peñafiel se levanta y regresa al rato con un libro poblado de fotografías. Pasa las hojas, y sigue pasándolas y hasta empiezo a pasarlas yo.
-Siempre me he distinguido -se arranca-. Desde los cinco años llevaba corbata, y además de lazo, y practicaban un bullying contra mí... Pero siempre me dio igual. Mi padre me decía: "te van a arruinar la vida", pero a mí la vida no me la arruina nadie.
Otra página:
-Y aquí estoy vestido de minero, de minero auténtico. Y mira la casa, el jardín...
Ni asomarse a los balcones podía. ¿Por miedo? No, pues para que no nos contaminaran.
¿Contaminaran de qué? Nooo... Mira, los niños jugaban a la pelota en la plaza, donde estaba mi casa, y nosotros les oíamos desde el jardín. Cuando la pelota caía al Carmen corríamos a por ella para devolvérsela y poder salir a la calle.
Me da la impresión de que no le gusta mucho hablar de esa época, de la Guerra, de... Nos protegían muchísimo.
Quizá usted no era consciente de lo que se estaba viviendo. Para nada. Lo que sí recuerdo es el día en el que nos echaron del carmen. Ver a los vecinos del barrio mirando a mi madre salir con sus hijos y la gente en la plaza gritando y gritando contra nosotros; y nosotros, niños asustados, que no sabíamos lo que pasaba...Ocuparon la casa... Esas imágenes sí que te quedan.
-Aquí está Franco -señalo otra foto.
-Con Franco siempre me llevé muy bien, iba a las monterías, a las cacerías...
A veces parece que le molesta que le recuerden su relación con Franco. No, no. Yo la asumo. Mi vida profesional me llevó por ahí, qué vamos a hacerle. La gente me dice: "Tú que ibas a las cacerías con Franco...". Sí, iba, y me quedaba solo con él durante horas. Mis conversaciones con Franco darían para 1.000 páginas, pero para 1.000 páginas en blanco, porque no hablaba.
Eso no puede ser así. Estuve horas y horas pero hablábamos muy poco. Me acuerdo de una vez en la que yo llegaba de Japón, me había comprado la primera Nikkon y él, a quien le gustaba mucho la fotografía, me preguntó qué era eso. Yo por entonces me enrollaba, le explicaba que era la mejor cámara que había en el mercado y él respondía que no, que las mejores eran las alemanas. Un día, un día me quedé muy jodido.
"Él me miraba", explica Peñafiel lo vivido ese día jodido, "y yo lo seguía con la mirada, como el perro al amo", e imita a un perro alzando el cuello para seguir la voz de su amo. De pronto, Franco le habría dicho:
-Peñafiel -"con aquella vocecita que tenía", matiza- le voy a hacer una pregunta: ¿usted cree que mi fotógrafo es masón?
"Su fotógrafo era Campúa", añade. "Él sabía que teníamos relación. Me quedé desconcertado y justo en ese momento lo llamaron y se olvidó de mí, pero yo no me olvidé de él".
-Al día siguiente -continúa- había una montería que duraba varios días en la finca de Antonio Guerrero Burgos, en Toledo. Me dijeron que me iba con su excelencia y dije que no. Investigué un poco y supe el porqué de la pregunta sobre Campúa: a su hija alguien le había dicho que lo habían visto en Villa Giralda en Estoril en un santo de don Juan. Para Franco todo el que iba a Estoril era masón. Y yo he ido muchísimo.
La pregunta, supongo, es: ¿cómo y por qué empieza usted a tejer esa relación con el dictador? Primero:
¡Hola! era como la revista oficial. Entonces yo empiezo a hacer los primeros reportajes al jefe del Estado, que era Franco, y a su familia. Y yo siempre he caído muy bien, ¿qué culpa tengo? Porque yo no soy cortesano, eh, desprecio a los pelotas, que hay en España muchísimos. Y, segundo, el dueño de la finca donde Franco iba a cazar, en el Castillo de Prim, era medio pariente mío, Antonio Guerrero Burgos, fundador del Club Siglo XXI. Me invitaba, había pedido permiso al Pardo para que yo pudiera ir. Y así empezó todo. Recuerdo que las monterías duraban tres días y después de las cenas Franco y yo nos quedábamos solos mirando la televisión, Franco ahí, con sus piernecitas colgadas en el sofá. Hablábamos, pues no sé de qué, le gustaban muchos los partidos de fútbol. Mientras, los demás estaban jugando a las cartas. Era yo como la figura obligada, como el perro, como la escopeta. Fui testigo de cuando Fraga le pego el tiro en el culo a la hija de Franco. [Y me da unos toques en el brazo, haciéndome más partícipe del cañonzo]. Era una cacería de perdices, no una montería. Iba por primera vez Fraga a una cacería y parecía un cazador del Corte Inglés: con su sombrero nuevo, su escopeta nueva... Las perdices son un bicho con un vuelo muy cambiante, hacen braaaaan [emula el vuelo de una perdiz con sus manos], y entonces Fraga vio una perdiz, la siguió, esta cambió de dirección y bajó tanto que pasó por detrás del culo de la hija de Franco y Fraga se lo dejó como un colador. Franco, que era hermético, directo, dijo: "Quien no sepa cazar, que no venga". Fraga pensó que por lo menos lo iba a fusilar. Menos mal que eran perdigones pequeñitos. Yo era un habitual, pero no tenía nada que ver con el franquismo ni nada.
No fue franquista y tampoco lo combatió. Yo tuve la suerte de que estaba en una revista de evasión, que no opinaba. En mis reportajes no decía que Franco era el mejor ni nada. Lo único que escribí fue que era un gran cazador, porque donde ponía el ojo ponía la bala. La revista me permitía escribir sin calificar. Yo contaba lo que había visto. Lo más cruel que he visto, por cierto, fue ensillar a Franco. Lo subían a un caballo viejo y ver el momento en el que lo ensillaban a ese caballo viejo, cuando un guardia civil sujetaba al caballo, otro estaba detrás del caballo, un tercero aupándolo y un último al otro lado de Franco.... "Excelencia, excelencia, la pierna, la pierna", le decían si montaba mal, y si no la había echado bien, la pierna, se le bajaba y había que subirlo de nuevo. Era un momento tan cruel que a un fotógrafo de la agencia Efe, Ortiz, le dije: "No fotografíes ahora". Él hizo la foto, la vendió al extranjero, le quitaron el carnet y no pudo volver a ejercer hasta después de la muerte de Franco. Yo sabía lo que tenía que publicar y lo que no.
Se autocensuraba. No. Yo sabía que eso no se podía publicar. No por falta de respeto, porque esa foto era periodística... Tengo yo fotos de esas... Pero yo no hacía elogio ni crítica, era aséptico, porque la revista tampoco me lo permitía.
En
¡Hola!, Peñafiel trabajó 22 años. Antes, en Europa Press, ya se había ganado un nombre y se había fogueado en medios locales, como la revista Ideal, y en el semanario Patria, "que era el periódico del movimiento". "En EL MUNDO llevo veintitantos años, todas las semanas sin parar. Es un drama, no la columna ni escribir, que eso es un oficio, sino buscar los temas, que es algo que te agota y que incluso te desconcierta. Suelo hacer muy poco caso cuando la gente me llama dándome noticias, porque a mí no me gusta que me utilicen".
Cuántas veces no se habrá sentido manipulado... Muchas , la gente llama y sé que me están utilizando contra alguien, pero yo siempre doy las gracias y les digo que la vida me la busco yo. A ver, no todo el mundo te engaña... Hay gente que te ofrece noticias y un periodista está abierto a todo. Pero, claro, como yo me he convertido casi a la fuerza en un especialista de Letizia, he de tener mucho cuidado para que la gente no me utilice contra ella. Soy una persona muy independiente, quizá porque tengo independencia económica, por la edad... Escribo lo que creo que debo escribir, lo que el periódico me permite y, si no me lo permitiera, dejaría de escribir. Pero el periódico me respeta: no me toca ni una coma. Yo soy críticamente respetuoso. En 60 años solo he tenido dos o tres procesos.
Hombre, don Jaime, en una carrera tan vasta y con temáticas tan delicadas ¿me va a decir que no ha tenido problemas con la dirección de algún medio? Tuve problemas con la famosa foto de la agonía de Franco. Acabé en el Supremo porque el marqués de Villaverde me denunció y luego él mismo me absolvió, pues en el juicio, cuando el presidente del tribunal le preguntó qué opinión tenía sobre mí, le respondió que fantástica. El presidente se quedó sorprendido. "¿Pero cómo dice eso si lo ha denunciado por ladrón?". Él mantenía que yo le había robado las fotos de la agonía de Franco de su mesa. "No, no, yo lo que quiero es que me diga quién se las ha vendido", respondía el marqués. El presidente se cabreó y le dijo que lo iba a procesar por falsa denuncia. Nunca voy a desvelar quién me vendió las fotos de la agonía de Franco. Y lo pasé mal. Porque yo le había prometido a aquella persona que no iba a desvelar nunca su identidad. Nadie lo sabe, ni en casa. A veces, creo que incluso yo lo he olvidado.
Fijo que en algún cajón de este salón están sus memorias con ese nombre... Yo tengo un archivo, muy grande, y a Carmen le he dicho: "El día que me muera, quémalo todo".
¡Será verdad! Sí, sí, porque hay cosas que no se deben publicar: fotos, cartas, grabaciones... Yo, en el fondo, soy muy respetuoso con la intimidad de las personas. Hay un límite que no se puede traspasar nunca. Yo tengo una norma, la gente ya la sabe, que valgo...
...más por lo que calla, que por lo que cuenta. Y lo que callo lo callaré siempre.
Bueno, el Emérito alguna vez le ha dicho, como a Chávez, por qué no te callas. Sí (se ríe muchísimo). Hombre, yo he sido crítico con don Juan Carlos, al que tengo un enorme respeto. Estoy cabreadísimo con su hijo por tenerlo como lo tiene en el exilio. Es el único caso de la historia donde un hijo echa a su padre de su casa, y de su país, eso es, además, anticonstitucional, va contra el artículo 19. Y Felipe, o Sánchez y Felipe, han incurrido en dos errores anticonstitucionales, porque lo han expulsado de su país y no le han dejado volver, cuando él puede volver cuando le salga de los cojones. No vuelve porque está asustado, no sabe cómo van a ser las reacciones, ¡no tiene casa! Los españoles son muy miserables, han olvidado los 40 fantásticos años de reinado de Juan Carlos. El Rey cometió un error, abdicar. La propia Reina Isabel le dijo: "Juanito, no abdiques nunca". Lo obligaron, me imagino que toda su familia. Felipe, me imagino que por que quería ser Rey y salvar la Institución, y Letizia, por razones obvias, porque quería ser Reina. Aunque es consorte del Rey.
Don Jaime, ¿qué pasó en ¡Hola!? Me he acordado esto días con lo de Inditex lo que es trabajar en una empresa familiar: es terrible, porque ahí manda todo Dios. Manda el dueño, la mujer, el hijo, la sobrina... En ¡Hola! estaba el jefe, que era el dueño; estaba el hijo, que fue el sucesor; estaba la mujer del hijo del jefe... Ahí lo pasé todo lo bien que se puede pasar trabajando en una empresa familiar. Yo era casi el único redactor jefe que había. El hijo, que era el sucesor [por primera vez en toda la entrevista, Peñafiel no habla de corrido, medita cada conjunción], no sé si eran celos o envidia... Yo en
¡Hola! lo era todo, hice todas las grandes entrevistas, muy buenos reportajes... A través de Julio Iglesias coincidí en una cena con Reagan y su mujer y le dije que me gustaría hacerle una entrevista. A los pocos días, me la concedieron. Fue el principio del fin. Eduardo, que era el hijo del dueño, no sé por qué decide que la entrevista no la haga yo, que la haga Isabel Preysler, que es muy amiga de él y que estaba en la cumbre de la fama. Pero de pronto debió de pensar que eso era terrible y lo hace peor: en un gesto de nepotismo decide que la entrevista la haga su mujer, que no tenía nada que ver con la revista. Recuerdo que me fui a la URSS con los reyes en viaje oficial y Eduardo mandó a su mujer a Washington, hasta la propia Reagan se quedó sorprendida. Un director puede decidir quién hace una entrevista, lo que no puede es quitarle una entrevista a una persona. Entonces, cuando vuelvo de la URRS me encuentro con la portada de
¡Hola! a la señora Reagan por la mujer del dueño de
¡Hola!. Yo tengo un sentido de la dignidad profesional muy acusado, mi padre me enseñó a ser una persona digna, y le dije a Eduardo: "Prepárame la cuenta que en quince días, que es lo que me permite la ley, me voy". Se quedó desconcertado. Me marché. Con todo el dolor de mi alma. Yo no podía aceptar aquello. Podía aceptar que no interesara el personaje, que hiciera la entrevista y que no se publicara, pero que me la roben y que la hiciera su mujer o Isabel Preysler... Por cierto, me fui de ahí para casarme, me casé en un momento muy dramático de mi vida. En el 84. El caso es que si yo me quedo me hubieran pisoteado. Antonio Asensio, del grupo Zeta, me ofreció una nueva revista parecida a ¡Hola! , pero aquello era imposible, porque
¡Hola! es
¡Hola! .
La Revista, se llamaba, en el que publiqué muy buenas cosas, como la agonía de Franco, empecé a pagar más que nadie, pero nada...
Y pasamos más fotos y seguimos hablando, de toda su vida pero también de toda su muerte: "Fíjate que cuando muere mi hija yo tenía muy buenas relaciones con el general Sabino Fernández Campos, ex jefe de la Casa del Rey. Y el día que se murió, el Rey me llamó casi llorando, en cambio la Reina...".
Usted pidió ayuda a la Reina Sofía. Sí, para hablar, simplemente, como una terapia. Ella tenía esa Fundación... aunque qué me iba a dar, si mi hija estaba enganchada a la droga. Ella le pasó la carta que le escribí a Juan Carlos y él se cabreó mucho. Ese día, en fin, viene el general y me intenta consolar de una manera tan emocionante y tan generosa...
-Él había tenido diez hijos -explica- de los cuales se le habían muerto seis. Y yo le dije: "Tú mejor que nadie sabes lo que es la muerte de un hijo". Y me contestó:
-Sí, pero lo tuyo es peor que lo mío -¡va y me dice!- porque yo tenía diez hijos, con lo cual se podían morir, pero a ti se te han muerto los diez de golpe.
"Él se había acostumbrado a que sus hijos se fueran muriendo. El calvario fue tremendo, por eso yo odio todo lo que está relacionado con la droga. Mi hija era muy inteligente y muy culta, trabajó en Londres, en la delegación de la agencia Efe gracias a Anson, al que le pedí si me la podía colocar. Nunca entendí cómo una persona tan inteligentísima pudo acabar compartiendo la aguja. Al final cogió el sida. Yo, como sabes, no quise verla. Quizá por eso a veces lo soporto mejor. De la muerte de un hijo jamás te recuperas. Mira, cumplir años tiene un riesgo: te vas quedando solo. Hice cosas que a lo mejor no se entienden, como no querer ver a mi hija, pero es que si la hubiera visto desecha me habría perseguido el resto de mi vida.
Hablemos de los amigos que le siguen acompañando, Jaime. Para mí... la amistad es más importante que la familia, porque los elijo y los cuido yo. Yo sin los amigos no puedo vivir. Ellos me cuidan, están conmigo sin que los llame... La familia está ahí como un peso terrible, yo no tengo familia. Tengo, pero no tengo.
¿Por qué dice que no tiene familia? Porque no me relaciono con ella. Para mí la familia está ahí porque me ha caído. No sé quién decía que el estado perfecto es ser cunero, los que nacen en las casas cunas sin padre ni madre. A veces paso unas fases terribles en las que digo que prefiero a un perro que a un niño. Un perro jamás te abandona, jamás te engaña, está siempre esperándote; en cambio un hijo te traiciona, te abandona... La gente me dice: ¿cómo puedes decir eso? Es que lo siento. Si yo hubiera tenido perro en vez de hija el perro hubiera estado conmigo.
-...
- Sí, sí, sí; mi hija no estuvo conmigo tampoco. Yo no tengo perro porque a mi mujer no le gustan los perros, esa es otra... ¿Sabes cuando alguien te enseña las fotos de sus hijos? Yo siempre les digo que me enseñen las del perro.
Nunca había tratado con alguien como Jaime Peñafiel que, por cierto, solo come una vez al día "desde hace tiempo", sobre las seis/siete de la tarde. Dice que anda, "andamos", con su mujer, siete kilómetros cada día y que duerme de dos de la mañana a siete de la madrugada: "Carmen es una persona que fue ejecutiva de una multinacional alemana y eso debió de marcarle".
Y una pregunta clave:
¿Cuándo el hombre más monárquico de España deja de ser monárquico? Primero, yo nunca he sido monárquico.
Hombre... Que usted pasó la tarde de la coronación de Juan Carlos con el nuevo Rey y su Reina consorte... He sido
juancarlista. Ahora ya no sé ni lo que soy. Mira que yo he tenido buena relación con todos los reyes del mundo, los he entrevistado a todos, estuve hasta en la coronación de Bokassa, donde comí carne humana, pero no me gustan las monarquías, no me gustan las monarquías como institución. Un régimen presidencialista me gusta. Ahora: he defendido y defiendo a don juan Carlos, no perdono a su hijo, porque pienso que ha sido un miserable con su padre, aunque su padre no haya sido ejemplar en los últimos años. Como decía la reina Victoria Eugenia, genéticamente los Borbones son como son; lo decía ella por experiencia, que estaba casado con un Borbón que sexualmente se lo hizo pasar fatal.
Antes de levantarnos del sofá, donde hemos dejado nuestra forma a conciencia:
Ese escudo que corona sus mocasines... ¿pertenece a alguna casa real? A Louis Vuitton.
Y unas carcajadas. Y seguimos pasando fotos. Y viendo colmillos de elefante. Y tocando historia. Y rozando algún secreto. Y, claro, habrá que callarlo.