Casa Gran Ducal de Luxemburgo.
Los futuros reyes de Europa van de boda
Los herederos de las monarquías acuden al enlace de Guillermo de Luxemburgo con la noble Stéphanie de Lannoy
JAVIER G. GALLEGO / Bruselas
En la Europa de la crisis, los regionalismos y las rencillas aún hay hueco para días de cuento. La realeza europea al completo se volvió a juntar ayer, esta vez en Luxemburgo. La invitación corrió a cargo de Guillermo de Luxemburgo y Stéphanie de Lannoy, oficialmente convertida en gran duquesa heredera tras dos días de pompa y ceremonia.
Por la catedral de Nôtre Dame desfiló el ultimo eslabón de la monarquía europea, entre ellos los Príncipes de Asturias, Felipe y Letizia; los herederos a la corona noruega, Haakon yMette-Marit; Victoria y Daniel de Suecia; los próximos monarcas de Dinamarca, Mary y Federico; y los belgas, Felipe y Matilde.
La Princesa Letizia acudió a su cuarta boda real con un vestido de guipur de seda color rosa palo y una pamela ladeada que la convirtió en una de las más elegantes, según la prensa especializada que siguió la ceremonia. Frente a la sobriedad de la Princesa de Asturias,Máxima de Holanda sorprendió con un altísimo tocado de pluma y Lalla Salma, esposa del rey Mohamed VI del Marruecos, aportó el toque más exótico y vistoso. Entre los 1.400 invitados también destacaron Carolina de Mónaco –sola y vestida de Chanel– y la princesa Sarvath de Jordania.
Los dos días de boda -el viernes tuvo lugar el enlace civil- serán recordados como uno de los mayores eventos de los últimos años en Luxemburgo, donde sus ciudadanos sienten un gran apego por la familia real. La capital del Gran Ducado ha sido durante este fin de semana una especie de parque temático de la realeza, con fuegos artificiales, conciertos, y un cambio de look en comercios y casas de la capital.
Aunque también ha habido críticas por el excesivo coste del evento, que podría haber costado unos 500.000 euros, es decir, un euro por cada uno de los ciudadanos del Gran Ducado. La nueva heredera eligió para la cita un vestido clásico de color champán con un velo de cincometros y una tiara de 260 brillantes que ha ido pasando de generación en generación por los miembros de la familia Lannoy, una de las sagas nobiliarias de mayor abolengo de Bélgica.
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EL MUNDO. DOMINGO 21 DE OCTUBRE DE 2012
Videoanálisis de Jaime Peñafiel
Luxemburgo, la excepción
JAIME PEÑAFIEL
¿Abdicar? ¡Nunca! El rey no abdicará jamás. A un rey sólo debe jubilarle la muerte. Que muera en su cama y se pueda decir: «El rey ha muerto, ¡viva el rey!», declaró, recientemente, la Reina Doña Sofía.
Generalizar siempre conduce a la injusticia cuando no al error. Porque abdicaciones las ha habido aunque muy pocas. Excepcionalmente, casi todas en el pasado siglo XX: Eduardo VIII en Inglaterra en 1936; Alfonso XIII en España en 1941; Leopoldo III de Bélgica en 1951; Guillermina de los Países Bajos en 1948 y su hija Juliana en 1980. Tampoco podemos olvidar la renuncia, que no abdicación a sus derechos dinásticos e históricos, del conde de Barcelona en 1976.
Pero, donde la abdicación es norma de la monarquía, es en Luxemburgo, una de las 10 actualmente reinantes en Europa. Los tres últimos soberanos lo han hecho cuando han creído llegado el momento, sin esperar a eso de «El rey ha muerto...» En este caso dos soberanas, María Adelaida, que lo hace en favor de su hermana en 1912; ésta en su hijo Juan en 1964 quien, siguiendo la tradición, abdica, por sorpresa, en 2000 y en medio de una gran tragedia familiar.
En la noche del 24 de diciembre de 1999, durante el tradicional mensaje dirigido al pueblo con motivo de la Navidad, los luxemburgueses se quedaron con el pavo entre el plato y la boca cuando oyeron, al gran duque Juan, anunciar su decisión de abdicar a favor de su hijo primogénito, el gran duque Enrique, padre de Guillermo, el príncipe que contrajo matrimonio ayer. El soberano tenía entonces 79 años y llevaba 35 al frente del Gran Ducado. Su heredero, 44, casado con la banana María Teresa Mestre Batista y padre de cinco hijos. La noticia fue recibida con gran emoción y la ceremonia se fijó para el 28 de septiembre. Pero no pudo ser. Una gran tragedia familiar obligó a retrasar la abdicación hasta el 7 de octubre. Un brutal accidente con el coche que conducía por una autopista de París, el 7 de septiembre, a punto estuvo de costarle la vida a Guillermo al más pequeño de los cinco hijos de los grandes duques.
Casado con una nieta de la infanta española Beatriz, Sibille Weiller, el joven no saldría del coma hasta el 2 de octubre. Lógicamente, el suceso obligó a modificar, considerablemente, el programa de actos de abdicación y la proclamación de su hijo Enrique: «La gran duquesa, mi esposa, sigue y continúa siendo la gran fuerza de mi vida. Desgraciadamente, no está conmigo hoy pero hemos recibido buenas noticias sobre el estado de nuestro hijo», declaró el gran duque en su discurso de abdicación. «Si ponéis la misma confianza en el príncipe que habéis depositado en mí, creo fehacientemente que conducirá a nuestro país el próximo milenio con la misma estabilidad que hemos disfrutado hasta la fecha».
Tras la solemne renuncia del gran duque Juan, su hijo Enrique juró como soberano. Los nervios hicieron mella en él hasta el extremo de olvidarse de la fórmula de juramento constitucional. ¿Seguirá el actual la tradición? Aún es joven con sus 57 años. Su padre lo hizo.
EL MUNDO. DOMINGO 21 DE OCTUBRE DE 2012