EMPERADOR AKIHITO
EL TRONO QUE SOLO HABLA CUANDO EL PUEBLO LLORA
Le consideran un dios por lo que apenas se deja ver. Cultiva arroz y compone poemas, pero tras el terremoto ha tenido que salir en TV para confortar a su pueblo. El trono les cuesta 171 millones
ARTURO ESCANDÓN[table color=#eeeeee][col]
SE REPITE LA HISTORIA
2011. Tras el terremoto y el peligro procedente de la central nuclear, su hijo Akihito se ha dirigido al pueblo.
1945. Arriba: Hirohito, que murió en 1989 a los 88 años. Tras el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, anunció la rendición. Era la primera vez que los japoneses oían la voz del emperador. En los días previos al armisticio se suicidaron 10.000 personas que se habían acogido a una orden imperial que prometía la vida eterna a quienes perecieran en el combate. Para evitar ser juzgado, renunció a su estatus de divinidad.
[/table]Como salida de un ancestral panteón divino o un espectro de una era remota, la figura del emperador Akihito (77 años) vestido de traje oscuro y cana cabellera fue cobrando forma en la retina y mente de una ciudadanía impávida y pasmada. De mofletes algo más rellenos que de costumbre, el primer plano del emperador japonés apareció de pronto y casi sin aviso en los inmensos aparatos de televisión de plasma de las tiendas de electrodomésticos y del resto de hogares de la nación.
«Desconocemos el número de víctimas, pero rezo porque cada persona se pueda salvar», dijo en la voz baja, pausada, casi irritantemente estudiada, que es la marca prosódica que divide a nobles de lacayos en el país del Sol Naciente. Es más, resulta muy difícil para ese japonés medio, que se desplaza del trabajo a la casa y de la casa al trabajo por el metro de Tokio, seguir las inflexiones cultas y churriguerescas de un habla que ha quedado circunscrita a un número cada vez menor de cortesanos y allegados de la Casa Imperial japonesa. «Estoy profundamente preocupado por el accidente nuclear y espero que la situación se resuelva», añadió el «emperador Heisei», su nombre japonés.
El discurso fue retransmitido desde el Palacio Imperial, situado en el corazón de Tokio, a 15 minutos a pie de la estación de tren más importante de Japón, centro neurálgico de toda la red ferroviaria japonesa. Está claro que Akihito y el resto de la prole imperial han permanecido todo el tiempo en esta residencia y no se ha hablado en ningún momento de evacuarlos de la capital.
Los emperadores conservan todavía un palacio de características muy similares en Kioto, a 400 Km al oeste de Tokio, pero este edificio casi no lo ocupan y también sus jardines han sido abiertos al público para su disfrute y con fines turísticos, principalmente. El Palacio Imperial es en verdad un complejo que incluye varios palacios en que se llevan a cabo las tareas oficiales propias del emperador, incluida la recepción de credenciales diplomáticas y encuentros con jefes de Estado que acuden a Japón en visita oficial. Es también la sede administrativa de la Casa Imperial. Además, es la residencia oficial de la familia imperial, aunque los príncipes herederos viven fuera del recinto, en el palacio Tôgû, situado en el tradicional barrio tokiota de Akasaka La superficie del Palacio Imperial es de 7,41 Km cuadrados, equivalente a unas tres veces la superficie comprendida por el Parque del Retiro, el Jardín Botánico y el Museo del Prado. Al igual que ocurrió con la Zarzuela y el Retiro, sus jardines están abiertos al público, pero no así el recinto central, que se encuentra amurallado. Un dato curioso es que el recinto es de propiedad del Estado japonés, pero no así los santuarios sintoístas situados en el complejo, que son propiedad de la familia imperial y que sirven para llevar a cabo importantes rituales de la religión vernácula japonesa. En este sentido, se aprecia una extraña mezcla de poder político y religioso en la figura de la familia imperial, que aún refleja una transición apresurada de una Monarquía premoderna a una Monarquía constitucional.
Resulta imposible desvincular este discurso de sencillo contenido, pero extremadamente inusual, con aquel que su padre pronunciara con motivo de la rendición del imperio japonés ante la avanzada nuclear estadounidense en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, que se saldó con las ciudades de Hiroshima y Nagasaki completamente destruidas, en el verano de 1945, bajo la sombra de sendas nubes con forma de hongo y la muerte de más de 200.000 habitantes. El infierno atómico en tierras japonesas obligó a su padre, el emperador Hirohito (que murió en 1989 a los 88 años), mejor conocido por
emperador Shôwa en Japón, a hacer su primera intervención pública. El pueblo japonés se agolpó junto a los receptores de radio para oír una voz completamente desconocida que anunciaba la rendición incondicional del imperio a los vencedores de ojos azules provenientes allende el Pacífico. Se trataba de un dios, del dios de Japón, descendiente directo de la diosa Amaterasu, quien dio vida al archipélago en el origen de los tiempos y cuya dinastía sirve también para fundar la religión animista japonesa llamada
shinto o
kamino- michi, es decir,
camino de los dioses. De forma tal que el emperador no solo es regente temporal sino una personalidad divina, lo cual difiere del concepto occidental de monarca. Y es que hasta hace muy pocos años, la percepción física del emperador estaba vedada, por ser considerada tabú. A lo sumo, los invitados a palacio o aquellos notables que presentaban sus credenciales en la Casa Imperial solo podían intuírle detrás de una celosía japonesa que impedía ver su rostro divino. Sólo a partir de la Reforma Meiji de 1868 sus súbditos pudieron verle y oírle.
El señor del trono de la orden del Crisantemo apenas habló seis minutos, pero sus palabras vibraron con fuerza. Se trata del primer mensaje que profiere referido a un hecho contingente, que se estaba desarrollando en esos precisos momentos. Sus súbditos suelen escucharlo para Año Nuevo, cuando, siguiendo la tradición, el emperador, tras pergeñar unos versos originales, lee ante las cámaras de televisión un poema o
uta y remonta a la nación nipona a la Edad Media, cuando la capital del imperio se situaba en Heian-kyô, la actual ciudad de Kioto, y las normas de etiqueta y refinamiento las dictaba la China clásica. Esto incluía vestimentas de doce capas y tocados de laca azabache. Hoy por hoy, Akihito lleva traje y viaja, en primera clase, en el tren de alta velocidad, aunque no por ello deja de cultivar artes y oficios tradicionales japoneses, como el plantar algunas variedades ya vernáculas de arroz o escribir poemas sencillos que capturan la contemplación de lo efímero. De hecho, sus guiños con la modernidad han implicado una especie de transformación de los fines y objetivos de la Casa Imperial, todo en el marco de esa Constitución redactada en el despacho del general americano Douglas MacArthur. Fue el primer monarca japonés en desposar lacaya, la emperatriz Michiko (76 años), quien al igual que su nuera, la princesa Masako (47 años) —casada con el príncipe heredero Naruhito (51 años)— proviene de una familia aristócrata, pero no de sangre azul. Pero las cosas no han sido precisamente un cuento de hadas para el reformador de la Casa Imperial. La emperatriz tardó mucho tiempo en acostumbrarse a la vida palaciega y al estricto régimen que imponen los chambelanes de la Agencia Imperial, que cuidan de los más mínimos detalles de la vida en la corte, atienden a los emperadores y la familia en su conjunto, pero también restringen sus movimientos hasta hacerlos parecer unas meras marionetas.
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¿LA PRINCESA MÁS TRISTE?
MASAKO. La última prisionera del trono del crisantemo es la mujer del príncipe Naruhito, el próximo emperador de Japón. Tiene 47 años, se licenció cum laude en Económicas en Harvard y comenzó una prometedora carrera diplomática con su padre, Hisashi Owada, viceministro de Exteriores. Pero cuando se casó se retiró de la vida pública y comenzó a padecer depresiones. El pueblo le exigía que diera un heredero varón. Ella se defendía: «La cigüeña es un pájaro muy tímido y no se le debe molestar». En 2001, nació la princesa Aiko (ambas, a la izda. de la imagen). Pero no acaba con la ley sálica porque tiene un primo de 4 años, hijo de los príncipes Fumihito y Kiko, tercero en la línea de sucesión.
[/table] En algunas publicaciones se señala que 160 sirvientes atienden a los emperadores y se comenta que algunas sirvientas solo se encargan de desempolvar las mesas y otras, en tanto, limpian el suelo, pero estas tareas no se realizan de manera intercambiable, es decir, cada sirvienta cumple un papel único preestablecido. Cuatro médicos les atienden las 24 horas del día. Al emperador, hace algunos años, se le detectó un cáncer de próstata, del cual se ha recuperado. El presupuesto de la Casa Imperial japonesa es de unos 171 millones, unas 2,5 veces superior al de la Casa Imperial británica.
La princesa Masako, que ha sufrido muchísimas crisis nerviosas durante el largo aprendizaje como cónyuge del heredo al trono, ha cancelado varias citas importantes debido a su débil salud. La presión a la que se le ha sometido para que engendre un heredero viable en un país que, como España, se rige por la atávica ley sálica, ha sido motivo de numerosas citas en clínicas de fertilidad. Recién el 1 de diciembre de 2001, tras larga espera, pudo dar a luz a la princesa Aiko, cuyo título oficial es
Toshi no Miya, pero con el nacimiento de la pequeña no se ha solucionado el problema de la sucesión. De hecho, la princesa y el príncipe heredero han pasado a un segundo lugar y el foco de atención se centra en el hermano de Naruhito, Akishino (45 años), que sí tiene heredero varón, el príncipe Hisahito, de apenas cuatro años de edad.
Se cree que Naruhito y Masako no participarán en la boda del príncipe William y Kate Middleton, aunque han sido invitados, debido a los trágicos acontencimientos acecidos en Japón. En cualquier caso, a la princesa Masako no se le ha visto en una gala pública desde su visita a Holanda en 2006. Las esperanzas de verla de nuevo en un papel más extrovertido se extinguen. Todo ha cambiado en la Casa Imperial dentro de lo que cabe y este discurso televisado el pasado miércoles es la mejor prueba de ello. El emperador se ha mostrado involucrado con su pueblo y, aunque es difícil que se acerque a la zona más golpeada por terremotos y tsunamis, el gesto ha calado hondo en el alma japonesa. Acaso el único momento parecido a éste fue cuando se dirigió a la nación para expresar sus condolencias tras el terremoto ocurrido el 17 de enero de 1995 en la ciudad de Kobe.
En esa oportunidad, unas 6.500 personas perdieron la vida tras un devastador movimiento telúrico. Esta vez, la naturaleza se ha cobrado con creces esa cifra. En este sentido, el significado del discurso del emperador ha tenido indirectamente una connotación catastrófica vinculada a este pánico colectivo a un arma letal invisible que Japón conoce muy bien. De allí que este discurso haya sido tan impactante como inesperado.
Su padre anunció que Japón había perdido la guerra tras sendas explosiones atómicas que dejaron no solo secuelas físicas en el pueblo japonés sino mentales, esta vez en Japón y el mundo entero. «La situación de la guerra no se ha saldado necesariamente en favor de Japón», señaló en 1945. Akihito, en cambio, ha tenido que infundir fuerza y valor. Ese valor que cincuenta «liquidadores » demuestran al pie de la central atómica de Fukushima en un intento
in extremis por apagar los reactores nucleares, recibiendo dosis letales de radiación en una especie de
remake de Hiroshima que llega esta vez prácticamente en directo a todos los hogares del planeta. Para ellos fueron sus palabras. «Estoy profundamente preocupado sobre la situación nuclear porque es impredecible». Y añadió con tranquilidad y firmeza: «Estoy profundamente herido por la grave situación en las áreas afectadas. Espero desde lo más profundo del corazón que la gente, mano a mano, se tratará una a otra con compasión y superará estas dificultades». Esta figura casi irreal de 77 años agradeció a los trabajadores que están realizando labores de emergencia en todo el país y a los más de 100 países que han ofrecido ayuda.
Y así, tal y como apareció, con cierta extrañeza e irrealidad, desapareció su imagen de las pantallas.
EL MUNDO AÑOIII Nº112 - LA OTRA CRONICA - SÁBADO 19 MARZO 2011