Page aplaude la «templanza» de Felipe VI y dice que una conducta «no puede socavar» la institución
«El Estado de Derecho se debe, entre otros, al propio Rey Juan Carlos», ha dicho
05/08/2020
El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, se ha referido a la decisión de Juan Carlos I de trasladarse fuera de España, considerando que una «conducta personal concreta» no puede «socavar» la institución de la Corona.
García-Page ha pedido «distinguir entre las instituciones y las conductas personales«, ya ha recordado que el Estado de Derecho que ahora debe de aclarar la conducta de Juan Carlos I «se debe, entre otros, y de manera muy destacada, al propio Rey Juan Carlos», ha señalado a Ep.
En su opinión, si una conducta pudiera socavar una institución entera, «no habría partidos, ni Parlamento, ni Gobierno». «En cualquier caso, el Rey Felipe está desarrollando su trabajo con una templanza admirable», ha afirmado.
El pasado 15 de julio, el presidente de Castilla-La Mancha también tuvo palabras de apoyo para Felipe VI, y dijo que se tomaba «muy a pecho» la defensa de la Corona en su figura de representante del jefe del Estado en la región. Asimismo, afirmó no compartir que «las instituciones del Estado tengan que quedarse solas defendiéndose a sí mismas en momentos de dificultad» y expresó que el Rey Felipe VI «tiene todo mi apoyo, más en estos momentos».
https://www.abc.es/espana/castilla-la-m ... ticia.html
Page: «El Rey Felipe VI tiene todo mi apoyo, y más en estos momentos»
El presidente de Castilla-La Mancha rechaza que «las instituciones del Estado tengan que quedarse solas defendiéndose a sí mismas en momentos de dificultad»
El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, ha dicho este miércoles que se toma «muy a pecho» la defensa de la Corona en su figura de representante del jefe del Estado en la región, y ha asegurado no compartir que «las instituciones del Estado tengan que quedarse solas defendiéndose a sí mismas en momentos de dificultad»
Pahe ha tenido palabras para el acto de homenaje a los héroes y víctimas del Covid previsto este jueves en Madrid, que será presidido por el Rey Felipe VI y que a su juicio servirá también «como homenaje» a la figura del monarca. «Agradezco que haya estado durante la pandemia preocupado y pendiente del trabajo que hemos hecho, con muchas discreción, casi infinita. Tiene mi apoyo, más en estos momentos», ha afirmado.
Ha añadido que «las leyes se rubrican por el jefe del Estado, las sentencias judiciales se dictan en nombre del Rey, y los nombramientos, incluidos los gobiernos, también los firma. No prejuzgo la fórmula de la Jefatura del Estado, lo que digo es que todas las instituciones tienen que participar en la defensa de todas las instituciones del sistema. Lo contrario nos llevaría a un sálvese quien pueda y algunos tenemos responsabilidad», ha añadido Page, y ha subrayado que los presidentes autonómicos también son «parte del Estado». Esta reflexión, ha dicho, «no es incompatible con que, evidentemente, la sociedad soberana tiene que vivir con la tranquilidad de que en este país se cumplen las leyes».
https://www.abc.es/espana/castilla-la-m ... ticia.html
Reflexiones sobre la monarquia, Letizia y Felipe.
Reflexiones sobre la monarquia, Letizia y Felipe.
La Corona, entre el dolor y la esperanza
«Sólo desde el sentido del deber, desde el amor por España, por todos los españoles piensen como piensen, y por nuestro legado hispánico; solo desde la sed de libertad y desde el respeto a la ley podremos superar este desafío que de nuevo plantean en nuestra hora de mayor necesidad, sanitaria y económica, los que nos quieren llevar al desastre que sería enfrentarnos y olvidarnos de quiénes somos»
ISABEL DÍAZ AYUSO
Se me parte el alma de ver a quien durante años ha sido el Rey de todos los españoles despojado de la presunción de inocencia, del agradecimiento debido a su legado histórico, incluso del mínimo respeto a su dignidad personal, hasta llegar al extremo de abandonar su propio país, generoso y poniéndose a disposición de la Justicia, mientras los que no han hecho nada por nadie le gritan «cobarde no huyas» desde las redes manejadas por esos que llevan lustros urdiendo un plan para acabar, digámoslo de una vez, con España.
Saben que para destruirla primero han de acabar con la Corona, con la Constitución, con la independencia judicial, con la separación de poderes, con la libertad y pluralidad informativas, con las CC.AA. como garantes de la unidad en la diversidad y como contrapoderes, con Madrid (a la que quisieron controlar y se les escapó), y con las FF.AA.. Otros mecanismos vertebradores de España fueron cayendo por el camino, pero los pilares fundamentales, nacidos de la Transición siguen en pie, y la piedra angular es la Corona, en la intachable persona del Rey Felipe: el verdadero objetivo.
Si Felipe VI firmó su sentencia cuando salió al rescate del ánimo patrio en su discurso de octubre ante el intento de sedición en Cataluña, Don Juan Carlos se condenó el día en que, con gallardía y oponiendo normalidad a la demagogia, dejó en evidencia al narco tirano Hugo Chávez al espetarle aquel: «¿Por qué no te callas?», en defensa del entonces jefe del Ejecutivo español. De inmediato, se pusieron en marcha los círculos de poder nacional e internacional formados por los que solo comparten una voluntad implacable de destruir: con dogmas que niegan toda verdad, enunciados en insoportables homilías laicas, que son puro cinismo, doble rasero moral.
Lo que está en juego no es una división entre republicanos y monárquicos; ya les gustaría a los que han salido a la caza del Rey que nos trajo «la España real». Esa dicotomía es absurda y ajena a la verdadera política. Ambas formas de organizar el Estado tienen milenios de tradición y teoría tras ellas. La cuestión es qué necesita España, aquí y ahora.
Las lecciones en política se aprenden de la historia. Casi quince siglos de monarquía en España han dado hitos históricos admirados en el mundo entero, y prosperidad. La monarquía ha sabido adaptarse a siglos de cambios sociales y, por cierto, de ninguna otra institución política ni religiosa se puede decir que en ella las mujeres hayan ejercido el poder de forma más plena, tanto como cualquier hombre, una vez que lo han alcanzado. Don Felipe y la Princesa de Asturias encarnan los valores de los españoles de hoy, en ellos nos reconocemos mayores y jóvenes.
Los paréntesis en esa Historia admirable han sido invasiones, dictaduras, y dos repúblicas. La primera tuvo cuatro presidentes en once meses, varias provincias que declararon su independencia y la guerra contra España; fue un desastre económico sin precedentes. La segunda república, que se recibió con tanta alegría, se vio desde el principio que estaba presa de los totalitarismos políticos que hicieron de España ese ensayo general de la Segunda Guerra Mundial del que se ha hablado: discordia, desastre económico, asesinatos políticos en las calles, golpes de Estado a sí misma, rematados por el que dio Franco…
Hoy el Rey es el político de más altura intelectual, moral y más eficaz de España. Goza de varias legitimidades saturadas: histórica, dinástica, legal y democrática. Han inoculado en los más jóvenes la falacia de que no han votado la Constitución ni elegido a este Rey; pero la Corona y su papel se debatieron con toda libertad, se votaron y aprobaron mayoritariamente; si la forma de Estado fuera una república, esta no se votaría cada cuatro años; sí su presidente; y ahí está la clave: el Rey, reina pero no gobierna; no es partidista, da continuidad a las instituciones del Estado; como los funcionarios, que siguen allí mientras los políticos vamos y venimos. Es de todos porque no es de nadie; garante de la libertad y de la convivencia; su peso internacional solo es superado por su capacidad para mantener España unida. No hay caudillos porque hay un Rey de todos.
Esto nos enseña la historia. Por eso se empeñan en que no la conozcamos y en falsearla. Sería absurdo proponer una monarquía en los Estados Unidos, por ejemplo; tanto como es en España, hoy, proponer acabar con la institución que mejor funciona, articula y hermana a los españoles: la Corona. Ese ha sido el espíritu de Don Juan Carlos, del Rey Felipe VI: que la Corona sirva a todos los españoles. ¿Y quién puede negar que así es y así ha sido?
El desafío es aún más grave: los que no saben resolver problema alguno, y solo los fabrican artificialmente a modo de cortina de humo, mientras llevan a cabo sus planes de socavar el régimen constitucional por la puerta de atrás, no es que quieran «una República» sino retrotraernos a la segunda república, a lo peor que tuvo (no se les ocurre rescatar su educación ni su cultura), en una regresión al guerracivilismo, al frentismo entre hermanos, a la fanatización del totalitarismo que todo lo politiza: el prólogo al desastre bolivariano.
Ese afán que nace del odio, del resentimiento, lo ha pagado de forma ejemplarizante un Rey que, tras quizá haberse olvidado de sí mismo y su mejor obra durante un tiempo, vuelve a ser el primero de los españoles en hacer las renuncias necesarias por la patria.
Sólo desde el sentido del deber, desde el amor por España, por todos los españoles piensen como piensen, y por nuestro legado hispánico; solo desde la sed de libertad y desde el respeto a la ley podremos superar este desafío que de nuevo plantean en nuestra hora de mayor necesidad, sanitaria y económica, los que nos quieren llevar al desastre que sería enfrentarnos y olvidarnos de quiénes somos.
«Sólo desde el sentido del deber, desde el amor por España, por todos los españoles piensen como piensen, y por nuestro legado hispánico; solo desde la sed de libertad y desde el respeto a la ley podremos superar este desafío que de nuevo plantean en nuestra hora de mayor necesidad, sanitaria y económica, los que nos quieren llevar al desastre que sería enfrentarnos y olvidarnos de quiénes somos»
ISABEL DÍAZ AYUSO

Saben que para destruirla primero han de acabar con la Corona, con la Constitución, con la independencia judicial, con la separación de poderes, con la libertad y pluralidad informativas, con las CC.AA. como garantes de la unidad en la diversidad y como contrapoderes, con Madrid (a la que quisieron controlar y se les escapó), y con las FF.AA.. Otros mecanismos vertebradores de España fueron cayendo por el camino, pero los pilares fundamentales, nacidos de la Transición siguen en pie, y la piedra angular es la Corona, en la intachable persona del Rey Felipe: el verdadero objetivo.
Si Felipe VI firmó su sentencia cuando salió al rescate del ánimo patrio en su discurso de octubre ante el intento de sedición en Cataluña, Don Juan Carlos se condenó el día en que, con gallardía y oponiendo normalidad a la demagogia, dejó en evidencia al narco tirano Hugo Chávez al espetarle aquel: «¿Por qué no te callas?», en defensa del entonces jefe del Ejecutivo español. De inmediato, se pusieron en marcha los círculos de poder nacional e internacional formados por los que solo comparten una voluntad implacable de destruir: con dogmas que niegan toda verdad, enunciados en insoportables homilías laicas, que son puro cinismo, doble rasero moral.
Lo que está en juego no es una división entre republicanos y monárquicos; ya les gustaría a los que han salido a la caza del Rey que nos trajo «la España real». Esa dicotomía es absurda y ajena a la verdadera política. Ambas formas de organizar el Estado tienen milenios de tradición y teoría tras ellas. La cuestión es qué necesita España, aquí y ahora.
Las lecciones en política se aprenden de la historia. Casi quince siglos de monarquía en España han dado hitos históricos admirados en el mundo entero, y prosperidad. La monarquía ha sabido adaptarse a siglos de cambios sociales y, por cierto, de ninguna otra institución política ni religiosa se puede decir que en ella las mujeres hayan ejercido el poder de forma más plena, tanto como cualquier hombre, una vez que lo han alcanzado. Don Felipe y la Princesa de Asturias encarnan los valores de los españoles de hoy, en ellos nos reconocemos mayores y jóvenes.
Los paréntesis en esa Historia admirable han sido invasiones, dictaduras, y dos repúblicas. La primera tuvo cuatro presidentes en once meses, varias provincias que declararon su independencia y la guerra contra España; fue un desastre económico sin precedentes. La segunda república, que se recibió con tanta alegría, se vio desde el principio que estaba presa de los totalitarismos políticos que hicieron de España ese ensayo general de la Segunda Guerra Mundial del que se ha hablado: discordia, desastre económico, asesinatos políticos en las calles, golpes de Estado a sí misma, rematados por el que dio Franco…
Hoy el Rey es el político de más altura intelectual, moral y más eficaz de España. Goza de varias legitimidades saturadas: histórica, dinástica, legal y democrática. Han inoculado en los más jóvenes la falacia de que no han votado la Constitución ni elegido a este Rey; pero la Corona y su papel se debatieron con toda libertad, se votaron y aprobaron mayoritariamente; si la forma de Estado fuera una república, esta no se votaría cada cuatro años; sí su presidente; y ahí está la clave: el Rey, reina pero no gobierna; no es partidista, da continuidad a las instituciones del Estado; como los funcionarios, que siguen allí mientras los políticos vamos y venimos. Es de todos porque no es de nadie; garante de la libertad y de la convivencia; su peso internacional solo es superado por su capacidad para mantener España unida. No hay caudillos porque hay un Rey de todos.
Esto nos enseña la historia. Por eso se empeñan en que no la conozcamos y en falsearla. Sería absurdo proponer una monarquía en los Estados Unidos, por ejemplo; tanto como es en España, hoy, proponer acabar con la institución que mejor funciona, articula y hermana a los españoles: la Corona. Ese ha sido el espíritu de Don Juan Carlos, del Rey Felipe VI: que la Corona sirva a todos los españoles. ¿Y quién puede negar que así es y así ha sido?
El desafío es aún más grave: los que no saben resolver problema alguno, y solo los fabrican artificialmente a modo de cortina de humo, mientras llevan a cabo sus planes de socavar el régimen constitucional por la puerta de atrás, no es que quieran «una República» sino retrotraernos a la segunda república, a lo peor que tuvo (no se les ocurre rescatar su educación ni su cultura), en una regresión al guerracivilismo, al frentismo entre hermanos, a la fanatización del totalitarismo que todo lo politiza: el prólogo al desastre bolivariano.
Ese afán que nace del odio, del resentimiento, lo ha pagado de forma ejemplarizante un Rey que, tras quizá haberse olvidado de sí mismo y su mejor obra durante un tiempo, vuelve a ser el primero de los españoles en hacer las renuncias necesarias por la patria.
Sólo desde el sentido del deber, desde el amor por España, por todos los españoles piensen como piensen, y por nuestro legado hispánico; solo desde la sed de libertad y desde el respeto a la ley podremos superar este desafío que de nuevo plantean en nuestra hora de mayor necesidad, sanitaria y económica, los que nos quieren llevar al desastre que sería enfrentarnos y olvidarnos de quiénes somos.
Reflexiones sobre la monarquia, Letizia y Felipe.
Buen viaje, Majestad
Conviene distinguir entre la decisión de trasladarse y las causas que motivan dicha decisión. La primera seguramente merece aplauso; las segundas, en cambio, censura
JAVIER GOMÁ LANZÓN
El lunes pasado, el Rey Juan Carlos I dejó España y trasladó su residencia a otro país por tiempo indefinido cediendo a las exigencias de una discreta maniobra gubernamental. Se ha producido la paradoja de que la misma opinión pública que exigía con furioso clamoreo esa urgente salida, cuando finalmente ésta ha tenido lugar, ha descargado después sobre su protagonista su ira y desprecio. Por eso conviene distinguir entre la decisión de trasladarse y las causas que motivan dicha decisión. La primera seguramente merece aplauso; las segundas, en cambio, censura.
La carta, hecha pública anteayer, que Juan Carlos I dirige a su hijo es literaria y retóricamente negligente, escrita con esa ambigüedad calculada, sin elegancia ni estilo, que es propia de las declaraciones oficiales en las que cada palabra está revisada por mil ojos expertos, responde a plumas variadas y trata de armonizar intereses encontrados. En ella se alude a la causa que andábamos buscando: «Ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos de mi vida privada, deseo manifestarte mi absoluta disponibilidad para contribuir a facilitar el ejercicio de tus funciones», disponibilidad que se concreta en el referido traslado, el cual viene exigido, dice, por «mi legado y mi propia dignidad como persona». Felipe VI aprovecha el acuse de recibo de la carta para destacar «la importancia histórica que representa el reinado de su padre, como legado y obra política e institucional de servicio a España y a la democracia».
De donde se sigue que es la administración del legado la causa última del viaje. Un legado es una disposición testamentaria que hace el testador para después de muerto. En este caso, debido a la abdicación, Juan Carlos Borbón dejó de reinar hace años y ahora puede pensar en vida en la transmisión de su legado y aún está a tiempo de protegerlo. Esta circunstancia curiosa me ha recordado la novela Gilead, de Maryline Robinson. Un pastor protestante de un pueblo perdido de Estados Unidos, que se ha casado mayor y tiene un niño pequeño, escribe a éste el relato de su vida, con las lecciones más importantes que ha aprendido de ella, para que lo lea cuando sea mayor y su autor probablemente haya muerto. Ambos protagonista cuidan en vida de su legado. ¿Cuál es el de Juan Carlos I?
Ateniéndonos a lo expresado en la carta, la contestación debe diferenciar entre vida pública y privada. En la pública, su contribución se compendia en tres momentos de tres décadas sucesivas: la Transición, la resistencia al 23-F y la modernización de España en los noventa. Los tres momentos hubieran tenido lugar muy probablemente sin él, pero sin él lo habrían hecho peor. Por su magnitud, me centro ahora en el primero, donde descolló como revolucionario. Una revolución consiste en un tránsito súbito de soberanía. En 1975 ésta descansaba en un dictador militar; en 1978, en el pueblo español. El poder del jefe del Estado se había vaciado de contenido en sólo tres años a impulsos precisamente del nuevo jefe del Estado. Y esta transición revolucionaria se había perfeccionado, a diferencia de todas las anteriores, siempre sangrientas y violentas, de manera pacífica, limpia y ejemplar. Esta contribución no es cualquiera cosa: merece considerarse un prodigio civilizatorio sin precedentes.
Pero la vida privada de tal individuo, por alguna razón que se me escapa, se deslizó pendiente abajo, parece que desde muy pronto, por los terrenos de una vulgaridad moral extrema, que desmerecía no solo de su elevada posición constitucional, sino de la decencia exigible a un ciudadano corriente. Se diría que se manchó con hábitos del nuevorriquismo rampante en esas décadas, amasando fortunas en cantidades y por vías que repugnan un sentido elemental del decoro, y que cedió al capricho regio, muy antiguo régimen, en la elección y frecuentación de amigos y amigas. El extravío de su vida privada ha alcanzado tal cima de espectacularidad que había riesgo cierto de que malograse el legado de la pública.
No me declaro ni juancarlista, ni felipista, ni siquiera monárquico. Yo me declaro constitucionalista y, de momento, nuestra Constitución define a España como monarquía parlamentaria. A mí me gustaría que esta Constitución durase mucho tiempo y ganara larga tradición democrática. Si la salida del Rey emérito contribuye a este fin, «buen viaje, Majestad».
Conviene distinguir entre la decisión de trasladarse y las causas que motivan dicha decisión. La primera seguramente merece aplauso; las segundas, en cambio, censura
JAVIER GOMÁ LANZÓN
El lunes pasado, el Rey Juan Carlos I dejó España y trasladó su residencia a otro país por tiempo indefinido cediendo a las exigencias de una discreta maniobra gubernamental. Se ha producido la paradoja de que la misma opinión pública que exigía con furioso clamoreo esa urgente salida, cuando finalmente ésta ha tenido lugar, ha descargado después sobre su protagonista su ira y desprecio. Por eso conviene distinguir entre la decisión de trasladarse y las causas que motivan dicha decisión. La primera seguramente merece aplauso; las segundas, en cambio, censura.
La carta, hecha pública anteayer, que Juan Carlos I dirige a su hijo es literaria y retóricamente negligente, escrita con esa ambigüedad calculada, sin elegancia ni estilo, que es propia de las declaraciones oficiales en las que cada palabra está revisada por mil ojos expertos, responde a plumas variadas y trata de armonizar intereses encontrados. En ella se alude a la causa que andábamos buscando: «Ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos de mi vida privada, deseo manifestarte mi absoluta disponibilidad para contribuir a facilitar el ejercicio de tus funciones», disponibilidad que se concreta en el referido traslado, el cual viene exigido, dice, por «mi legado y mi propia dignidad como persona». Felipe VI aprovecha el acuse de recibo de la carta para destacar «la importancia histórica que representa el reinado de su padre, como legado y obra política e institucional de servicio a España y a la democracia».
De donde se sigue que es la administración del legado la causa última del viaje. Un legado es una disposición testamentaria que hace el testador para después de muerto. En este caso, debido a la abdicación, Juan Carlos Borbón dejó de reinar hace años y ahora puede pensar en vida en la transmisión de su legado y aún está a tiempo de protegerlo. Esta circunstancia curiosa me ha recordado la novela Gilead, de Maryline Robinson. Un pastor protestante de un pueblo perdido de Estados Unidos, que se ha casado mayor y tiene un niño pequeño, escribe a éste el relato de su vida, con las lecciones más importantes que ha aprendido de ella, para que lo lea cuando sea mayor y su autor probablemente haya muerto. Ambos protagonista cuidan en vida de su legado. ¿Cuál es el de Juan Carlos I?
“El extravío de su vida privada ponía en riesgo cierto que malograse el legado de la pública
Ateniéndonos a lo expresado en la carta, la contestación debe diferenciar entre vida pública y privada. En la pública, su contribución se compendia en tres momentos de tres décadas sucesivas: la Transición, la resistencia al 23-F y la modernización de España en los noventa. Los tres momentos hubieran tenido lugar muy probablemente sin él, pero sin él lo habrían hecho peor. Por su magnitud, me centro ahora en el primero, donde descolló como revolucionario. Una revolución consiste en un tránsito súbito de soberanía. En 1975 ésta descansaba en un dictador militar; en 1978, en el pueblo español. El poder del jefe del Estado se había vaciado de contenido en sólo tres años a impulsos precisamente del nuevo jefe del Estado. Y esta transición revolucionaria se había perfeccionado, a diferencia de todas las anteriores, siempre sangrientas y violentas, de manera pacífica, limpia y ejemplar. Esta contribución no es cualquiera cosa: merece considerarse un prodigio civilizatorio sin precedentes.
Pero la vida privada de tal individuo, por alguna razón que se me escapa, se deslizó pendiente abajo, parece que desde muy pronto, por los terrenos de una vulgaridad moral extrema, que desmerecía no solo de su elevada posición constitucional, sino de la decencia exigible a un ciudadano corriente. Se diría que se manchó con hábitos del nuevorriquismo rampante en esas décadas, amasando fortunas en cantidades y por vías que repugnan un sentido elemental del decoro, y que cedió al capricho regio, muy antiguo régimen, en la elección y frecuentación de amigos y amigas. El extravío de su vida privada ha alcanzado tal cima de espectacularidad que había riesgo cierto de que malograse el legado de la pública.
No me declaro ni juancarlista, ni felipista, ni siquiera monárquico. Yo me declaro constitucionalista y, de momento, nuestra Constitución define a España como monarquía parlamentaria. A mí me gustaría que esta Constitución durase mucho tiempo y ganara larga tradición democrática. Si la salida del Rey emérito contribuye a este fin, «buen viaje, Majestad».
Reflexiones sobre la monarquia, Letizia y Felipe.

EL PRINCIPIO DEL FIN DE LA MONARQUÍA BORBÓNICA
Juan Carlos de Borbón ha sido y es "un delincuente integral, un indeseable, un felón que se ha aprovechado durante casi cuarenta años de la poltrona institucional". La huida del “emérito”, una expulsión en toda regla pactada entre Felipe VI y el Gobierno y aceptada in extremis por Juan Carlos de Borbón a cambio de ciertas contrapartidas que tendrían que ver con su futura impunidad ante posibles acciones judiciales abre la puerta de par en par - afirma el coronel Amadeo Martínez Inglés - para el pronto advenimiento de la III República.
AMADEO MARTINEZ INGLÉS
La huida del “emérito”, una expulsión en toda regla pactada entre Felipe VI y el Gobierno y aceptada in extremis por Juan Carlos de Borbón a cambio de ciertas contrapartidas que tendrían que ver con su futura impunidad ante posibles acciones judiciales (un error estratégico y político de primer nivel del actual monarca que no ha sabido enfrentarse al Ejecutivo con la suficiente valentía y determinación y que deja a la monarquía española sola y contra las cuerdas) abre, sin ninguna duda, la puerta de par en par para el pronto advenimiento de la III República.
Juan Carlos I, prácticamente todos los ciudadanos españoles estamos al tanto y el historiador que suscribe lo ha publicado en numerosos trabajos y puesto repetidas veces en conocimiento de los más altos organismos del Estado, es todo un delincuente integral, un indeseable, un felón que se ha aprovechado durante casi cuarenta años de la poltrona institucional (…a título de rey) que le regaló Franco. Pero los presuntos delitos por lo que en estos momentos está siendo investigado en España y el extranjero, de naturaleza económica, fraudulenta y fiscal, son sólo el chocolate del loro si repasamos el panorama delictivo personal al que debería hacer frente si este país fuera realmente una democracia parlamentaria con sus tres poderes verdaderamente independientes. De dicho currículo presuntamente delictivo de alto nivel sobresalen gravísimos hechos relativos al golpismo, el terrorismo, la alta traición, el abuso de poder, la corrupción generalizada, la utilización de altas instituciones del Estado como el CESID o el CNI para sus chanchullos políticos y económicos, la promiscuidad sexual pagada con millones de euros de los fondos reservados…etc, etc, dejando aparte, porque nunca ha sido juzgado ni investigado por presiones de la dictadura franquista y la propia casa real, el despreciable homicidio cometido en su juventud (18 años) al dar muerte con su pistola a su hermano Alfonso de Borbón, siendo un profesional de las Fuerzas Armadas españolas, sin presentarse siquiera ante las autoridades pertinentes para asumir las responsabilidades a que hubiera lugar.
Este hombre, este ex rey de baja estofa moral, este canalla, desde luego tenía que acabar mal, muy mal, y en estos momentos inicia su particular vía crucis, un pedregoso camino hacia el infierno personal, político e histórico. Pero su huida pactada, su exfiltración política, su mutis por el foro, va a tener mucha más importancia que la quieren ver sus sicarios, sus pelotas, sus palmeros, los escasos monárquicos que en este país y en pleno siglo XXI añoran todavía el absolutismo regio, el poder de la sangre, la continuidad de una institución que allá donde todavía permanece enquistada histórica y geográficamente revela a todas horas su inanidad, su estupidez, su excentricidad, su extemporaneidad, su anómala relación con unos vasallos que apenas pueden recibir de sus uniformados máximos representantes otra cosa que sus estrafalarios y ridículos saludos con la manita derecha en alto.
La importancia de esta huida del Borbón de marras de esta desgraciada España de hoy es máxima a todas luces digan lo que digan los corifeos mediáticos de un régimen que se desmorona a toda velocidad. Desaparece así la última “línea Maginot” que todavía protegía la indefensa monarquía felipista, no del ataque de los monárquicos españoles que durante décadas hemos dado muestra de honestidad y templanza a pesar del ninguneo y la persecución que hemos sufrido de un régimen postfranquista coronado anclado en la corrupción y en el abuso de poder… sino del propio poder del Estado en ruinas en el que nos desenvolvemos en estos momentos, del egoísmo autoritario de un Gobierno endiosado, débil, cuestionado, en minoría, que debe pactar a diario y pagar con generosidad a todo aquél que puede echarle una mano para seguir en el machito.
Felipe de Borbón, el pagano de todo este jaleo monárquico que llevamos meses soportando y que acaba de estallar ¡en agosto, cómo no! se queda sólo ante el peligro (su peligro), lo que, sin duda, es una muy buena noticia para los republicanos españoles, para aquellos ciudadanos honestos y responsables que creemos que la mejor forma de Estado, la mejor fórmula para convivir en paz, en verdadera democracia, en un régimen político de derecho que proteja y garantice sus libertades y su bienestar, es sin duda el republicano “LA REPÚBLICA”. Y por ella vamos a luchar con determinación, entusiasmo y valor.
Y esto desde luego esto no termina aquí, acaba de empezar. Y para empezar me permito asumir por unos segundos el hipotético pensamiento de millones de republicanos españoles, poniendo negro sobre blanco lo siguiente:
● Juan Carlos de Borbón debe asumir todas y cada una de las responsabilidades por los presuntos delitos cometidos en su largo reinado. Todas, incluidas las políticas, militares y sociales.
● Su destino futuro no puede ser el de un afamado resort o un elitista retiro multimillonario. Debe ser juzgado y pagar en la prisión lo que la justicia decida. Los republicanos españoles no pararemos hasta conseguirlo.
● Y para salir del embrollo institucional y de pervivencia del llamado régimen del 78 que se muere, es urgente que el poder del Estado llame a referéndum a todos españoles para que sea la ciudadanía la que por fin (no pudo hacerlo en 1978) se decante por la forma futura del Estado español: MONARQUÍA O REPÚBLICA.
Si ese referéndum no llega pronto, antes incluso de que acabe este mismo año, los republicanos nos echaremos a la calle. Con toda seguridad y con total determinación.