La familia. Los huérfanos de la «Princesa del pueblo»
BEATRIZ CORTÁZAR
Los grandes acontecimientos pasan a la historia en forma de números especiales en las páginas de los diarios, los programas de televisión o las crónicas radiofónicas que, a su vez, se recuperan en las web y están al alcance de todo el mundo.
Cuanto más grandilocuente es la historia que se narra, más imágenes, relatos, testimonios y documentación de todo tipo se apilan en torno a ese momento, a esa noticia que forma parte de la memoria general y que todo el mundo puede recordar con la simple pregunta: «¿Dónde estabas el día que murió Diana de Gales?»
Por eso, es curioso observar cómo esos grandes relatos retransmitidos hoy por los medios de comunicación en el mismo instante en que se producen, globalizan una audiencia que sigue sin pestañear ese «gran hermano» que es capaz de alterar el ritmo de la vida cotidiana, que con el paso del tiempo sigue guardado en el disco duro de todos, sólo que en versión reducida, dejando en la retina la imagen más anecdótica, un recuerdo casi en forma de «souvenir» que bien podría resumir en una sola secuencia lo que miles de palabras describieron en el instante cumbre de la noticia.
En el caso de la muerte de Diana de Gales hubo un impacto visual que hizo derramar millones de lágrimas en ese sentir general que convierte a los muertos en familiares directos de la audiencia, incluso en el caso probable de que muchos de los que lloraron su pérdida hasta ese instante jamás les hubiera interesado su existencia.
Pero esa es, justamente, la grandeza de los medios de comunicación y su poder. Ese instante único y definitivo fue cuando todas las cámaras enfocaron el féretro de Diana coronado con un adorno floral que sus hijos habían elegido y que estaba acompañado con una dedicatoria escrita a mano por el príncipe Enrique en la que simplemente ponía «Mummy».
Las cabezas doradas de los dos huérfanos de madre acompañando sus restos mortales marcaron un antes y un después en la vida de los hijos de Carlos de Inglaterra, para quienes se pidió, se exigió, prudencia, discreción, tranquilidad, respeto y educación a los medios de comunicación, con el fin de hacerles la vida más fácil tras vivir el peor mazazo que podían haber sufrido.
El pacto de la prensaY el pacto se cumplió. Los hijos de Diana puede que no crecieran felices pero sí dejaron de ser pasto de titulares. A su madre las crónicas la habían medio beatificado, y la opinión pública se autoproclamaba defensora de los dos príncipes de mirada perdida que quedaban bajo el amparo de un padre que no estaba dispuesto a renunciar al gran amor de su vida, la entonces impronunciable Camilla Parker-Bowles, hoy duquesa de Cornualles, que ya se sabe que no hay mal que cien años dure.
Para Guillermo y Enrique la vida sin «mummy» fue más gris, más triste, más parecida al clima de su país. Carlos de Inglaterra se esforzó dentro de sus limitaciones en hacerles las cosas más agradables, pero poco tiempo duraron sus viajes a la nieve sin la compañía de Camilla, o sus escapadas a alguna playa perdida. El enorme influjo que siempre tuvo su amante superaba lo superable, y de ahí que no tardara en buscar encuentros íntimos con Camilla y sus hijos para que fueran familiarizándose y hacer verdad aquel dicho de que el roce hace el cariño.
A su manera, el Príncipe de Gales cumplió su propósito que culminó el día de su enlace civil con Camilla. Fue una ceremonia que pocos recordarán si les preguntan: «¿Qué hacías el día que se casaron Carlos y Camilla?», y cuya imagen para el recuerdo seguramente será la de la frialdad con la que la Reina Isabel posó en la foto de familia lo más alejada posible de la feliz novia.
Pese a los gestos y los silencios, y hasta las ausencias que hubo en su segunda boda, Carlos de Inglaterra vio cumplido un sueño que nunca hubiera creído poder realizar, como era el de casarse con la «mala» de esta película, la nada atractiva Camilla, que ni con las inyecciones de vitaminas del doctor Champs pudo encandilar al pueblo británico.
A una edad en la que muchos celebran sus bodas de oro, Carlos y Camilla se prometían amor eterno ante los ojos de la Justicia y con una bendición curiosa en la ceremonia que se celebró para culminar este acto.
Si no fuera porque en su historia hubo una víctima que siempre contó con el apoyo del pueblo, la suya sería, y es, una de las historias de amor más impresionantes que se recuerdan entre los miembros de la realeza.
Testigos directos de cómo el heredero a la Corona conseguía imponer a la mujer de su vida ante la mismísima Reina, fueron los príncipes Guillermo y Enrique. Los dos siguieron con sus estudios aunque con resultados y actitudes bien distintas. Amigos, confidentes, y solos ante los difíciles momentos que la vida les ha puesto en el camino, rápidamente se vieron las diferencias que hay entre ambos, y cómo sus personalidades son tan dispares.
Guillermo y EnriqueA Guillermo le tocó desde niño asumir el papel del mayor de los hijos, del sucesor del Heredero. Vivo retrato de su madre, desde su infancia comprendió el abismo que separaba a sus padres. Los problemas que se sucedieron dentro de las puertas de palacio hicieron que Guillermo tuviera que madurar antes de tiempo y «proteger», en cierta manera, a su hermano pequeño, mucho más inquieto, inestable y rebelde que él.
De sus juergas nocturnas, sus abusos con el alcohol, sus fiestas vestido de nazi, sus porros de marihuana o sus peleas callejeras dan buena cuenta los tabloides británicos.
Enrique era el díscolo. Guillermo, el pacífico.
Enrique siempre tuvo que soportar los muchos comentarios que surgieron sobre su extraordinario parecido físico con James Hewitt, un amante de Diana, que algunos señalaron como posible padre del príncipe. Las fechas no coinciden y ese parecido no es razonable en el tiempo, pero incluso así siempre hay quien prefiere quedarse con la versión mala de la historia, que la buena les aburre sobremanera. La ausencia de su madre, la presencia de Camilla, los relatos de Hewitt…
Demasiadas cargas para un adolescente que no acaba de madurar. Es verdad que últimamente parece más centrado con su novia y su incorporación como miembro activo del Ejército de Su Majestad. Puede que incluso con el paso del tiempo madure y se haga lo suficientemente responsable como para no traer más disgustos ni escándalo al hogar de los Windsor.
En cuanto a Guillermo… Su próxima boda con Kate Middelton podría ser otro de esos momentos fundamentales en el destino de la Corona inglesa. La pareja ha vivido su primera gran crisis y ahora la reconciliación podría culminar con el «happy end» que tanto gustaba a la bisabuela de su madre, la escritora Barbara Cartland.
http://www.abc.es/20070831/gente-gen...708310903.html