Bimba Bosé, un velatorio inhumanoRAMÓN A. OBRADOR
Morir para esto. El hermoso cadáver de Bimba Bosé todavía no se había enfriado y ya asomaban por las redes asociales las primeras aves carroñeras, atraídas por el mensaje de despedida de su tío, Miguel Bosé, que decía adiós a su sobrina deseándole un buen viaje, expresión que utilizan tanto creyentes como no creyentes cuando se enfrentan al misterio de la muerte y del más allá. Renuncio a citar aquí a los desalmados sinvergüenzas que siempre bajo seudónimo o cuenta falsa se burlaron con atroz crueldad de la pena y el llanto de la familia Bosé. Eso, por costumbre en un país como el nuestro, no fue noticia. Sí lo fue la reacción del escritor
Antonio Burgos, que, entre retórica e hipócritamente, le espetaba a Bosé a aclararse con su laicismo y sus viajes de ultratumba.
Mal gusto, bochornosa falta de tacto y empatía y ganas de joder a alguien que se encuentra en las antípodas de tu ideología. Detrás del mensaje de Burgos no hay nada más. Fue una provocación idiota en la que cayeron miles de internautas, que bombardearon de insultos la red entera, deseándole a Burgos la más espantosa de las muertes.
Ni entiendo la reacción ni la comparto. Por una razón elemental: porque al final
se consigue que se hable más de las burradas de un oportunista coplista que del vivo recuerdo de una valiente madre devorada por el cáncer a los 41 años. Nos sorprendemos cuando algunos pseudofundamentalistas se sienten ofendidos por unas caricaturas publicadas en un periódico cuyo nombre siquiera saben pronunciar y hacemos exactamente lo mismo: ¿a quién le importa lo que diga Burgos? ¿De verdad es tan débil nuestro sistema de hábitos y creencias que hay que considerar la opinión de Burgos como un desafío real en el que hay que mojarse necesariamente? ¿Por qué no bastaba la sana indiferencia? Obviamente, porque Burgos es un escritor de derechas, y eso es un dulce que muchos golosos no pueden resistir. Así, lo que debería haber sido una tarde de recogimiento, empatía y cuidado de la memoria de los muertos, se transforma por obra de todos en un nuevo capítulo de la interminable guerra fratricida que corroe este país desde el 36.
Es preocupante que en momentos así, donde se pone a prueba la envergadura del corazón de cada uno, seamos incapaces de contenernos y ser indiferentes a las heces que sueltan algunos. Pues detrás de la tentación del insulto y la justicia verbal se esconde solo una cosa: el olvido, consciente y culpable, de todo aquello que llegó a conmovernos cuando supimos que ese ángel había partido para siempre.