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Mensajepor Invitado » Dom 30 Dic, 2018 2:46 am

¡Arrepentíos, pecadores, o vendrá Mourinho!

DAVID GISTAU




NO DEJA de tener cierta gracia comprobar en qué se ha convertido Mourinho. En Madrid, surge como rumor en tiempos de flojera para cumplir con el futbolista que no corre la misma función admonitoria que el ogro con el niño que no come. Hazlo o...

...vendrá Mourinho. Hazlo o te quitaremos a este Solari tan amable y prolijo, que ha aprendido a decir «cojones» para que no se le noten demasiado las lecturas borgianas, y tu vida entera se convertirá en un amanecer en las barracas de instrucción de La chaqueta metálica. Es decir Mourinho y Madrid entero hace «¡Bbrrr!» como las hienas de El rey león al oír Mufasa. Es el reverso del ser providencial, un antimesías que antaño era anunciado para obrar salvaciones pero que ahora se abate sobre los lugares abandonados a la pereza como un ente castigador. Por eso, la actual plantilla del Real Madrid, y Solari el primero, han convertido el trofeo quincallero del Mundialito recién ganado en el golfo Pérsico en un crucifijo con el que mantener alejado a Drácula. Así lo levantaban en las fotografías, como usándolo de repelente.

Estamos todos viejos para Mourinho, sobre todo Mourinho. Y, además, en los años siguientes a su paso por Madrid, su papel le fue arrebatado por numerosas apariciones en el ámbito de la antipolítica, de entre las cuales la más rotunda es la de Trump. La escena en que el presidente americano corrige las supersticiones tardías de un niño de siete años que aún cree en Santa Claus se basta por sí sola para colmar todas nuestras necesidades de agitación y misantropía en el cotarro de la bondad oficial.

Con todo, a Mourinho hay que reconocerle que fue un precursor de un concepto de movimiento que ahora es indisociable de la observación política. Llegó a un lugar rendido, derrotado, nostálgico de sí mismo y apabullado además por la patente de corrección y superioridad moral que manejaba su adversario. Aquel Real Madrid era una cultura en vías de extinción que parecía a punto de convertirse en un recordatorio de la finitud de la grandeza que ni el Ozymandias de Shelley. Mourinho aportó un concepto insurgente de maquis y se dijo dispuesto a agitar y refundar todos los cimientos tradicionales de un mundo agonizante. Su propuesta tuvo unas consecuencias perfectamente extrapolables a la política. Escandalizó y asustó a la burguesía quietista de ese micromundo llamado Real Madrid, a los conservadores que manejaban una noción sacral en la que pesaban mucho el pasado, la tradición y la idealización caballeresca. Pero, por el contrario, inflamó a los «jóvenes bárbaros» que se sintieron llamados a un protagonismo generacional emancipado de la tradición y que por ello se encuadraron en columnas donde funcionaba el tuteo camarada. No dejaba de ser un enorme juego de niños, porque hablamos de fútbol, y no de marchar sobre Roma o de forzar el advenimiento de la dictadura del proletariado. Pero fue divertido y no dejo de ver en la política arrebatos militantes que me recuerdan aquello, esta vez con las consecuencias reales de cuanto ocurre en la existencia adulta y no en un videojuego con humanos dentro.

Aquel fenómeno tan abrasivo tuvo sentido en el contexto de una institución que se creía acabada o, al menos, degradada a un escalón inferior. Por eso, Mourinho no hace falta ahora. Porque una institución emborrachada de gloria, que viene de ganarlo todo, ni siquiera por el hecho de cuajar un año horrible necesita salvarse a sí misma recurriendo a medidas reactivas tan profundas. Para cuyo zafarrancho, además, estamos todos viejos, sobre todo Mourinho, que recuerda la melancolía terminal de Belmonte cuando descubrió que ya no era capaz de montar por sí mismo el caballo.


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    EL ÁNGEL EXTERMINADOR En términos meramente especulativos, el periodismo anunció la posible ‘segunda venida’ de Mourinho. Ello bastó para que se colocaran sacos terreros en las redacciones y, sobre todo, para que los jugadores más indolentes del campeón corrieran para evitarlo como si les fuera la vida en ello. El portugués conserva intacta su temible impronta colérica.

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Mensajepor Invitado » Mié 02 Ene, 2019 10:19 pm

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Mensajepor Invitado » Lun 07 Ene, 2019 2:14 am


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Mensajepor Invitado » Mié 23 Ene, 2019 11:35 pm

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Mensajepor Invitado » Mié 30 Ene, 2019 11:20 pm


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Mensajepor Invitado » Mié 30 Ene, 2019 11:28 pm


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Mensajepor Invitado » Mié 06 Feb, 2019 9:11 pm

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Mensajepor Invitado » Sab 23 Feb, 2019 6:17 pm

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Mensajepor Invitado » Sab 23 Feb, 2019 10:51 pm


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Mensajepor Invitado » Lun 25 Feb, 2019 3:23 am


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Mensajepor Invitado » Mié 27 Feb, 2019 10:26 pm


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Mensajepor Invitado » Jue 28 Feb, 2019 12:11 am


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Mensajepor Invitado » Jue 28 Feb, 2019 1:06 am


Real Madrid 0 Barcelona 3 | Roncero no aguanta más y se acuerda de Cristiano

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Mensajepor Invitado » Mar 05 Mar, 2019 2:46 am





EL DOBLE jab del Barcelona al Real Madrid ha dejado la relación psicológica entre ambos equipos en la misma situación por la que, antaño, Florentino Pérez hizo llamar a Luca Brasi. Es decir, una contundente sensación madridista de inexorabilidad en la derrota que el entrenador Schuster llegó a verbalizar -Abandonad toda esperanza- y que ahora ni siquiera trae añadido un componente de narcisismo cultural, puesto que Valverde carece del perfil de predicador de un estilo de Guardiola y su equipo gana pareciendo liberado de la ambición de posteridad de quienes quieren verse cincelados en mármol junto al Brasil del 70. A Valverde se le nota que no necesita que digan de él que su fútbol es un consuelo para los niños hambrientos de África.

Las circunstancias de la inferioridad madridista tienden a resumirse en la falta de gol una vez que el equipo fue desmochado de Cristiano Ronaldo. Una marcha que también tuvo un efecto psicológico: sus contemporáneos, sus compañeros en la gloria europea, en vez de competir por sucederlo como hicieron los diádocos con Alejandro, aceptaron que esa pérdida fechaba el final de una época, la propia en el Real Madrid, y procedieron a ausentarse, más allá de que tuvieran o no la vista puesta en el siguiente contrato en otra parte. Eso explica que, durante la semana más desafiante de la temporada, el Real Madrid haya quedado a merced del temperamento de unos cuantos muchachos nuevos que corrieron e hicieron lo que pudieron, dentro de las limitaciones de su inmadurez, mientras los cracks de las últimas Orejonas o estaban en el banquillo o más habría valido que estuvieran. En el banquillo o en Yokohama.

No es sólo la carencia de gol. Es el descuido general, la falta de previsión en un tiempo de tránsito. Durante estos duelos, lo más frustrante para el Real Madrid acaso haya sido la impresión de que el Barcelona descerrajó dos veces Chamartín sin haber sufrido, sin haberse puesto intenso, sin haber exagerado la pasión ni el festejo, sin haber sentido que estaba logrando algo excepcional. En cuanto al Madrid, ni siquiera aparecieron en ningún momento las señas identitarias agónicas, Illa, illa, illa, el Madrí siempre vuelve, el arreón final. Fue un equipo gregario al que un campeón aplicó una muerte dulce, casi una eutanasia, después de dejarlo correr un poco con cierta suficiencia.

El descuido y la caída de tensión son por otra parte inevitables cuando ése es el mensaje que transmite una directiva paralizada. Ni siquiera la marcha de CR y el agotamiento prematuro de su generación fueron advertencias escuchadas por un presidente que antaño tuvo una fama voraz en cuanto a los fichajes y que ahora parece él mismo desconectado, sin capacidad de reacción mientras la institución, como en una hemorragia, ha ido perdiendo todo su capital humano sin que nadie reparara en la necesidad de sustituirlo para que el peso de cien años de historia no cayera sobre Reguilón. Es difícil saber a qué se debe esta indiferencia de la directiva, en un estadio con la grada controlada para amortiguar toda protesta ante la vertiginosa decadencia de un equipo que ya corre el riesgo de volver a perder jerarquía como en el desplome deportivo y cultural que motivó la llamada a Mou. No puede ser que todas las energías estén orientadas a la remodelación del estadio, ni que la digestión de las cuatro Champions sea tan pesada.

Pero lo cierto es que al club entero, con la única salvedad de los jóvenes meritorios que corren por el césped del Bernabéu por primera vez, lo traspasa de arriba abajo una sensación de finitud y cansancio, de resignación. Vuelve el mito de la incontestable hegemonía del Barcelona y esta vez ni siquiera hay indicios de rebeldía, ni ganas de librar la guerra, ni asideros folclóricos de los que ha ido consagrando el Madrid que siempre vuelve. Por no haber, no hay ni carga dramática. Sólo un contagio en la apacible rendición del hincha que a lo mejor repara en que hay mejores planes para el domingo.

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    Messi se encara con Ramos durante el clásico del sábado. Vuelve el mito de la incontestable hegemonía del Barcelona y esta vez ni siquiera hay indicios de rebeldía, ni ganas de librar la guerra

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Mensajepor Invitado » Mar 05 Mar, 2019 9:27 pm





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