FOTOS QUE IMPACTARON AL MUNDO

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Mensajepor Invitado » Vie 18 Ene, 2013 2:30 am

Imágenes inéditas del búnker donde Hitler y su esposa, Eva Braun, se suicidaron

El fotógrafo, William Vandivert realizó una serie de imágenes en el búnker donde Adolf Hitler y su esposa, Eva Braun, se suicidaron.

William, que para ese momento contaba con 33 años de edad, registró la ciudad devastada. Vandivert declaró a Life que casi todos los edificios de Berlín quedaron destrozados. “En el centro de la ciudad se podía caminar por bloques y no ver ningún ser vivo, y escuchar nada más el silencio de la muerte.”

Cientos de miles de personas perecieron en la batalla de Berlín (incluyendo un número incalculable de hombres civiles, mujeres y niños) mientras que muchos más se quedaron sin hogar en medio de las ruinas. Pero fueron dos muertes particulares, el de Hitler, de 56 años, y Eva Braun, de 33 años. En ese búnker subterráneo, el 30 de abril de 1945, marcó la verdadera caída: el final del Tercer Reich.

Vandivert fue el primer fotógrafo occidental en acceder a Führerbunker de Hitler o “refugio para el líder”, y una serie de fotografías del bunker y la ciudad en ruinas fueron publicadas en la revista LIFE en julio de 1945.



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Centro de Adolf Hitler comando sala de conferencias parcialmente quemado por las tropas de las SS




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Corresponsales de guerra examinan el brazo del sofá manchado de sangre, mientras que uno de ellos utiliza una vela para buscar en el suelo pruebas del suicidio de Hitler



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Soldado ruso



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embraced

Mensajepor embraced » Jue 09 May, 2013 1:48 am

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Las marcas implicadas en el derrumbe de Bangladesh tratan de lavar su imagen

Firmas relacionadas con el derrumbre del edificio textil de Bangladesh donde murieron al menos 500 personas, han comenzado a actuar presionadas por acciones desde todo el planeta. Primark y El Corte Inglés darán indemnizaciones, y la firma irlandesa anima a que lo hagan otras implicadas.

Las marcas implicadas de alguna manera en el derrumbre del edificio Rana Plaza de Bangladesh, donde murieron al menos 500 personas, según datos oficiales, y resultaron heridas más un millar el pasado 24 de abril, han comenzado a tomar medidas, presionadas por acciones como la Campaña Ropa Limpia o la recogida de firmas iniciada por el presidente de la Federación Nacional de Trabajadores del Textil de Bangladesh, Amirul Haque Amin, que promueve una campaña en change.org para pedir a estas empresas que indemnicen a los afectados. Amin habla en concreto de Matalan, la irlandesa Primark y la española Mango.




¿Qué están pisando tus zapatos?
Los zapatos europeos no solo pisan el suelo. También marchan sobre las condiciones laborales y los salarios en el Tercer Mundo.

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Mensajepor Invitado » Jue 09 May, 2013 4:22 pm

hoy otro incendio y mueren 8 personas ... curraban para occidente ... INDITEX entre ellos.

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la historia

Mensajepor la historia » Mar 14 May, 2013 3:57 am

Marathon Woman escribió:Imagen

Kathrine Switzer, la primera mujer en correr una maratón. Corría el año 1967 cuando una mujer se inscribió en la Maratón de Boston como un atleta más, desafiando así todas las normas establecidas hasta entonces. No sólo tuvo que correr los 42,195 Km sino que además debió luchar contra uno de los jueces que, al verla, la agarró intentando así eliminarla de la carrera. Pero varios corredores lo impidieron y la escoltaron hasta la llegada. Desde entonces organiza carreras para luchar por la igualdad.

Marathon Woman



Bobbi Gibb y K. V. Switzer corrieron el maratón de Boston

Pedro Torrijos



Una zancada.

Y luego otra zancada, y otra, y otra, y otra más. Hasta que ya no puede contarlas. Hasta que ya no golpean al ritmo de los latidos. Hasta que dejan de doler. Hasta que desaparecen.


Gibb

Es 19 de abril de 1967 y Bobbi Gibb sonríe, siempre sonríe cuando corre. Hace bastante que ha dejado de oír lo que tiene alrededor y dentro de su cabeza, en el paladar, en cada fosa nasal y en la parte más profunda de la garganta solo escucha el bombeo amplio y liviano de su respiración.

Inspira. Exhala.

El oxígeno entra y sale de los pulmones dando combustible a unas extremidades largas y fibrosas; un cuerpo enjuto, casi epitelial: el físico delgado y fuerte de los fondistas. Sonrisa al frente, mira de reojo el empeine de sus Adidas azules; al otro lado de su mirada, las suelas repiquetean leves mientras arden y a la vez queman el asfalto. No hace mucho que las compró, apenas un par de meses, pero ya están deformadas por kilómetros de entrenamientos. Por 1000 zancadas campo a través y otras 1000 por el borde del río Charles, por el campus de Harvard en Cambridge, por la Soldiers Field Road, por los parques de Emerald Necklace y por el resto de las calles de Boston.

Hace solo dos semanas que el reverendo Martin Luther King ha congregado a 3000 personas en la Riverside Church de Manhattan para decirles que la guerra de Vietnam es un “enemigo de los pobres”, acusando al gobierno de los Estados Unidos de ser “el más grande proveedor de violencia en el mundo”. The Who están de gira por Norteamérica y en poco más de un mes el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band reventará el mundo de la música. Un hombre para la eternidad acaba de ganar seis Oscars de la Academia y Elizabeth Taylor se ha llevado el de mejor actriz por ¿Quién teme a Virginia Woolf? En Estados Unidos ha salido a la venta el Chevy Camaro mientras que en Europa, la Ford presenta su modelo Escort.

Faltan apenas dos años para que Neil Armstrong dé una zancada —otra zancada— a 384.000 kilómetros de la Tierra.

Son ya casi tres horas de carrera y Gibb sigue sonriendo. Enfila por Beacon St. y gira por la Commonwealth Ave. junto a Yawkey Station y Fenway Park, el viejo estadio de los Red Sox. Sabe que está haciendo un tiempo estupendo, posiblemente menos de tres horas y media. A su alrededor corren tipos con marcas de 3h30’ e incluso 3h20’. Para cuando llega a la Prudential Tower tiene la seguridad que bajará el tiempo del año anterior. Un último esfuerzo, una última zancada, una última inspiración y una última exhalación.

Gibb cruza la meta en Copley Square e inmediatamente mira su reloj de pulsera. Sonríe. Sonríe incuso más que durante la carrera: ha hecho un tiempo de 3h27’. Su cuerpo está exhausto y su mente limpia. Se abraza con otros corredores que acaban de terminar, le toman algunas fotografías y le felicitan efusivamente. Gibb sonríe. Esos abrazos y esas fotografías y esas palmadas anónimas es lo único que se llevará a casa, porque su nombre no figurará en ninguna lista ni en ningún palmarés y el comité organizador no homologará su tiempo. Porque al igual que el año anterior, a Bobbi Gibb no le han permitido inscribirse en el Maratón de Boston y ha tenido que correr sin dorsal.


Switzer

El ritmo de K.V. Switzer es bastante más lento, casi una hora más lento; y no lleva el fino pantalón corto y la camiseta sin mangas de Gibb, sino que viste un sobrio chándal gris. En el pecho porta un trozo de tela con un número: el 261. Switzer sí se ha inscrito y sí lleva dorsal.

Su trotar es pesado y algo fatigoso, pero gracias a los ánimos de Tom Miller y otros amigos que corren a su lado, Switzer tiene completamente decidido que va a llegar a la meta. El codirector de carrera Jock Semple no opina lo mismo.

No soporta a la gente que se burla de la distancia de Filípides, “¡esos excéntricos!, ¡esos bichos raros!, ¡esos tipos del MIT y de Harvard!” no iban a reírse de la Maratón de Boston. De su maratón. Como ya hizo en 1958 cuando sacó a empujones de la ruta a un joven que corría con aletas y esnórquel de submarinista, evitará a cualquiera que intente saltarse las normas.

Ya ha recibido noticias de ese dorsal 261 y por eso, cuando ve aproximarse a Switzer, no puede permitir que continúe y no va a hacerlo. Se atraviesa en su paso e intenta arrancarle el dorsal. “¡Lárgate de mi carrera y dame esos números!”, grita.

Kathrine Virginia “Kathy” Switzer aguanta como puede la embestida de ese hombre mayor con chaqueta azul que aprieta los dientes mientras corre tras ella. Tom Miller, su novio de la Universidad de Syracuse, se interpone en el camino de Semple, le agarra y le lanza violentamente al borde de la calzada.

Las fotografías dan la vuelta al mundo.

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Semple, que a sus 64 años ha sido masajista y fisioterapeuta de los Bruins y los Celtics, y que él mismo ha participado en varios maratones, está seguro de que, tal y como afirma la Amateur Athletic Union (AAU), el cuerpo femenino no está preparado para recorrer los 42 kilómetros y 195 metros sin sufrir daños, incluso severos. En el fondo, cuando intenta evitar que Switzer termine la carrera, cree que lo hace por su bien. En el fondo, quizás muy en el fondo.

Pero es 19 de Abril de 1967 y no va a poder evitarlo. Switzer cruza la meta en un tiempo de 4h20’.

La Boston Athletic Association (BAA), organizadora del maratón, la descalifica de inmediato alegando, entre otras razones, que les había engañado al inscribirse bajo el nombre neutro de “K.V. Switzer” ocultando así su condición de mujer. No homologará su tiempo y no hará ninguna referencia a su nombre.

La BAA tampoco dirá que Roberta “Bobbi” Gibb fue la primera mujer en terminar el Maratón de Boston en 1966, ni que fue la ganadora de la edición de 1967 en categoría femenina. Porque en 1967, el Maratón de Boston no tenía categoría femenina. Porque el cuerpo femenino no lo podía soportar. Porque sufrirían desvanecimientos y quién sabe si daños, incluso severos. Janis Joplin canta Intruder en California y en Boston no se permite correr a mujeres. Es por su bien.

Pero pese a que no aparecieron en la lista oficial, el dorsal de Switzer y la sonrisa de Gibb corrieron el Maratón de Boston.

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El maratón de Boston

A raíz del incidente con Switzer, la AAU prohibió la participación de mujeres en cualquier carrera con atletas masculinos, so pena de perder el derecho a competir.

En 1972, cinco años después y tras numerosas peticiones por parte de asociaciones atléticas de todo el país, la BAA permitió la inscripción de corredoras en el Maratón de Boston.

En 1984, los Juegos Olímpicos de Los Ángeles acogieron la primera edición del maratón en categoría femenina.

En 1974, Kathy Switzer ganó el Maratón de Nueva York con una marca homologada de 3h07’29’’. En 1977 fue nombrada Corredora de la Década por la revista Runner’s World Magazine. En 2011 fue incluida en el National Women’s Hall of Fame.

En 1996, la BAA reconoció oficialmente a Bobbi Gibb como la ganadora del Maratón de Boston de 1966, 1967 y 1968. Se le concedió una medalla y su nombre fue inscrito en el Boston Marathon Memorial de Copley Square junto al de todos los demás ganadores. En 1982 había sido incluida en el Hall of Fame de la Road Runners Club of America. En 2009 fue incluida en el Hall of Fame del Museo del Deporte de Nueva Inglaterra.

Tras la admisión de las mujeres como corredoras de pleno derecho en los maratones, Jock Semple fue uno de los más firmes partidarios de la expansión y el desarrollo del atletismo femenino de larga distancia en Boston y en el estado de Massachusetts. En 1973 se reconcilió públicamente con Switzer en la salida de la prueba. En 1985 fue incluido en el Hall of Fame de la Road Runners Club of America, tres años después de la mujer a la que intentó parar. Murió de cáncer de hígado y páncreas en 1988. La BAA concede un premio anual con su nombre a aquellos atletas locales que “hayan provocado un especial impacto en la carrera bien a través de su cualidades técnicas, de sus cualidades físicas o de su rendimiento”. En 2011, dicho premio fue otorgado a Roberta “Bobbi” Gibb.

En el Maratón de Boston de 2012 se inscribieron 11.488 mujeres, algo más del 43% del total de participantes. 8.966 terminaron la prueba.

En 2013, el Maratón de Boston, la carrera popular más antigua del mundo, que nació en 1897 y que se celebra cada año en el Día del Patriota; la carrera que en 1967 fue elevada a categoría de símbolo por Bobbi Gibb, K.V. Switzer y de alguna manera también por Jock Semple, se convirtió en otro símbolo. Las razones fueron bien distintas y sus repercusiones también lo serán.

Quizá esta sea una historia que deba ser contada en otra ocasión.

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Mensajepor Doisneau » Jue 23 May, 2013 3:22 am


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Mensajepor Invitado » Mar 02 Jul, 2013 2:19 am


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Mensajepor Invitado » Vie 16 Ago, 2013 4:07 am

Cuando el fotógrafo pasaba por allí

Pepo Jiménez


N
ada hay como encontrarse y admirar una foto no planificada, sino congelada por casualidad para perpetuar una historia casual en el tiempo. Donde el autor es irrelevante frente a la fuerza del suceso. Donde su aportación es siempre testimonial. Llevo tiempo coleccionando asombros, instantáneas que provocan la admiración o sorpresa del encuentro fortuito de un improvisado fotógrafo frente a una anécdota descomunal. Como diría Bresson se trata «solo de vivir y mirar. La fotografía, como caminar, no se enseña, se aprende»… y todos sabemos caminar para tropezar con el famoso instante decisivo.


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Un polizón sin suerte

Keith Sapsford tenía solo 14 años y unas ganas locas por conocer mundo. Vivía en un reformatorio a las afueras de Sydney y el 23 de Febrero de 1970 decidió escapar rumbo a la aventura. Caminó hasta el aeropuerto y se coló en el tren de aterrizaje de un DC-8 de Japan Air-lines donde permaneció varias horas esperando el embarque de los que sí tenían un futuro (planeado). Durante el despegue —a 100 metros de altura— el movimiento del retracción de las ruedas provocó la caída de Keith. John Gilpin, un fotógrafo —todavía aprendiendo a caminar— captó involuntariamente el dramático momento durante una de sus sesiones habituales de spotting. No se dio cuenta hasta que reveló los negativos. La imagen le acompañaría el resto de su vida. A mí también.


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Eine Zigarette?

El muro de Berlín apenas contaba con 20 centímetros de espesor de hormigón —y del malo—. La historia se ha encargado de engordarlo a base de recordarnos la inmundicias europeas de posguerra. La foto no habla solo de un policía al servicio de un «futuro» ciudadano, habla de un sueño a punto de cumplirse. Estamos en el otoño del Muro de la Vergüenza y de 1989. Un usuario anónimo de Reddit compartió en la red la inédita instantánea de su padre convirtiendo la histórica anécdota en un burdo debate estéril sobre el tabaco. «Let the proud fire of Communism warm your icy capitalist hearts» (Marlboro dream)… That’s America!


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Godzilla sobre Boston

En 1984 el Museo de Ciencias de Boston organizó una exposición histórica sobre la vida y orígenes de los dinosaurios. Para trasladar algunas de las piezas delicadas —montadas a escala real— y evitar el espeso tráfico de la ciudad se utilizaron helicópteros civiles. En la instantánea, un brontosaurus —ahora llamado apatosaurus— (Gracias por el dato, @paleofreak) «vuela» amenazante sobre el skyline de la capital de Massachusetts. Esta vez no fue un improvisado fotógrafo sino el mismísimo Arthur Pollock el que recogió el original momento.


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¿Qué hace un alce vivo y colgado del tendido eléctrico?

No es el resultado de un rito satánico o de brujería, ni la pérdida accidental de un correo aéreo, ni el trofeo de un monarca despistado con puntería de cazador ebrio. Tampoco la curiosidad de un animal hercúleo. Es simplemente un cúmulo de coincidencias al servicio de un fotógrafo con suerte. ¿Qué le pasó a este cérvido para acabar colgado de una línea de media tensión?

El alce fue víctima de la tecnología humana y de sus protocolos. En octubre de 2004, durante los trabajos de levantamiento de un tendido eléctrico en Fairbanks —Alaska—, el animal merodeaba por alguno de los postes. Cuando los ingenieros tiraron de uno de los extremos, al otro lado del valle, para levantar la catenaria; el bicho se alzó con ella hasta alcanzar la posición de asombro. Ante la tensión ejercida por su peso lo operarios procedieron a revisar por completo el tendido hasta toparse con la original bandera. Le bajaron pero no pudieron desenredar su enorme cornamenta, optando por el sacrificio del inocente animal. Explicación racional a un anécdota singular captada por la cámara de un cazador.


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Cómo estropearme la foto en mi flamante supertractor

Hay fotos que permanecen en un cajón durante temporadas por inverosímiles. El Daily Mirror censuró esta por considerarla un fotomontaje para después publicarla y que su historia diese la vuelta al mundo.

Mick Sutterby es el conductor del tractor y responsable del mantenimiento de la jardinería del aeródromo de Hatfield, Hertfordshire, Reino Unido. El 13 de septiembre de 1962, durante un vuelo de pruebas del English Electric Lightning F1, el piloto George Aird tuvo que efectuar una maniobra de emergencia tras el sobrecalentamiento y posterior incendio de su motor. Ante la falta de respuesta de su aeronave decidió eyectar su asiento para salvar el culo. Al mismo tiempo Mick conducía su tractor hacia un fotógrafo —amigo del piloto— para avisarle del peligro que corría al invadir una acequia anegable del campo. El resto de la historia la cuenta la espectacular fotografía.


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Andamio para ricos. Accidente de pobres

1960. 500 millas de Indianápolis. El fotógrafo J. Parke Randall estaba preparado para cubrir la salida de la famosa carrera en la curva noreste cuando escuchó gritos a su espalda. Al volverse —sin separar el ojo de su cámara— le dio tiempo a fotografiar cómo un andamio mal diseñado de 30 metros (de los que habían pagado un suplemento de diez dólares para tener mejor perspectiva de la carrera) se derrumbaba por sobrecarga. Dos muertos y 82 heridos que obligaron a cambiar las medidas de seguridad del circuito para siempre.


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Odio regado con vino

    Las calles estaban casi vacías. Me detuve a fotografiar a algunos colonos durante la fiesta judía de Purim. Estaban compartiendo una botella de vino y brindando por el día de fiesta, nada fuera de lo común. Me di cuenta de que una mujer palestina cruzaba por las tiendas cerradas del otro lado. Un grupo de colonos caminaban por medio de la calle en la dirección opuesta cuando uno de ellos dio un paso hacia ella. Yo instintivamente levanté la cámara.

    Ella no gritó ni se detuvo, corrió hasta desaparecer tras la esquina. Me quedé enojada y entristecida, como si el vino me golpease a mí.
    (Rina Castelnuovo, fotógrafa del New York Times)
No es un vaso de vino. Es un insulto con forma de hoz sangrienta, una guadaña fabricada con la eterna inquina de dos pueblos condenados al odio perpetuo. Una imagen que nos recuerda a viejas historias de otro color pero del mismo rencor y aún hoy no superadas.


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La belleza del suicidio

Chicago. 1942. Mary Miller estaba sentada en la cornisa del octavo piso del Hotel Genesee esperando su destino. Traje corto estampado, zapatos finos y peinado recogido con un gran lazo. Nada entregado al azar. Una llamada de algún vecino alertó a la policía, que llegó poco después en busca del auxilio imposible. El fotógrafo Russell Sorgi patrullaba hoy con ellos para adelantarse a la (supuesta) noticia. No hubo tiempo a más. Nadie sabe si la presencia de su cámara aceleró los acontecimientos pero Mary dejó caer su cuerpo mientras Sorgi disparaba con su Graflex Speed Graphic para capturar el último aliento de la bella joven.


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Como un niño con zapatos nuevos (literal)

No todo son accidentes, caídas o tragedias imprevistas. A veces el fotógrafo inmortaliza un gesto inolvidable, una mueca de esperanza. 1946. Orfanato austríaco. La Cruz Roja se dispone a entregar un cargamento de ayuda en una zona muy castigada por la guerra. Werfel, de 6 años, espera impaciente ser protagonista o portada de algún disco inolvidable. El fotógrafo Gerald Waller (Life) pasaba por allí… ¿o no?


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Bonus para tuiteros

No hay mejor instantánea que explique la realidad político-social española. Un exconsorte real, como recién escapado del casposo museo de cera, cotorreando la vida del cuñadísimo y con gesto nostálgico de «lo que pudo ser y no fue». Pasado y presente de la mediocridad real española, espiada por otro cotilla que no se sabe partícipe de la misma. El improvisado fotógrafo.

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Mensajepor Invitado » Lun 26 Ago, 2013 3:15 am



Informe Semanal - Historias de 'La maleta mexicana'
Nuestra siguiente historia empezó en una maleta. La encontraron en Mexico, en 1995. Dentro habia 4.500 fotografias de la guerra civil española que hicieron fotoperiodistas como Robert Capa o Gerda Taro. Eran niños, jovenes y adultos que miraban al objetivo de la cámara reflejando el miedo, la incertidumbre o la tristeza de aquellos años dificiles en España. Hasta aqui esta historia tendría poco de novedad... pero hace unos meses, el Museo Nacional de Cataluña y el Periódico de Cataluña se propusieron el reto de encontrar aquellos rostros de la guerra y juntarlos en una exposición. A pesar de haber pasado 75 años, decenas de personas han podido recuperar algunos instantes de su pasado o reconocer en las fotos a sus familiares. Informe Semanal ha sido testigo de ese reencuentro con la historia.

http://www.maletamexicana.com/spanish/

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Capa

Mensajepor Capa » Lun 30 Sep, 2013 12:20 am

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Robert Capa en Indochina, 1954


El héroe inventado (I)

Horacio Fernández del Castillo


Escribió con imágenes la historia de un continente que se desangraba en playas, campos y desiertos. Vivió con la misma intensidad con la que odiaba los conflictos bélicos, de los que fue su más excelso fotógrafo. Hijo de una nación devastada por la Gran Guerra, su historia es la del imprevisible triunfo en la persecución de un destino soñado. De la rabia y el compromiso como motores de una existencia desarraigada, esparcida por los rincones más extremos de la condición humana. Ebrio de adrenalina, de adolescente soñaba con usar su pluma para combatir el fascismo en su Hungría natal y fue finalmente con su cámara con la que acabó retratando la década negra que sumió a Europa en el abismo. Antes de que su idealismo sucumbiese ante los horrores de la guerra y se difuminase entre los vapores etílicos y las partidas de póquer que ocupaban sus noches lejos del frente, trabajó sin descanso, jugándose la vida conflicto a conflicto. Sobre él afirmó Ingrid Bergman que poseía «el sentido de las prioridades propio de un jugador de ruleta», jugándose imprudentemente la bolsa —y la vida— con la temeridad y el arrojo de quien se siente invencible. Su audacia no se limitó a perseguir con ahínco la vida que había imaginado desde niño, sino que para ello no dudó en fabricarse un personaje a la altura de sus ambiciones, un nombre ficticio que le permitiese escapar de un origen y un pasado del que, según dejó escrito Faulkner, nunca se escapa del todo. Un nombre, el de Robert Capa, que se convirtió en una leyenda de la que acabó sintiéndose rehén. Hombre de mil pasiones —la política, las mujeres, la adrenalina, el vino, el juego—, amaba tanto la vida que supo construirse que jamás aceptó condiciones o prerrogativas que pudiesen limitar su caótica y genial forma de vivirla. Como Hemingway, Malaparte y tantos otros, André Friedmann (Budapest, 1913-Thai Binh, 1954) perteneció a esa estirpe de héroes temerarios que tuvieron el honor —o la desgracia— de estar en primera línea en algunos de los acontecimientos bélicos más importantes que han sacudido Europa en el último siglo. Y que supieron sobrevivir para contarlo.

Capa ha sido, probablemente, el fotógrafo menos purista y vocacional de cuantos han logrado reconocimiento internacional por su trabajo. Su aproximación al oficio estaba desprovista de la voluntad trascendente de sus mejores contemporáneos. Cartier-Bresson —maestro, compañero, socio, amigo— afirmaba que el verdadero arte del húngaro no era su fotografía sino su heroica vida: «Capa era un jugador y no un fotógrafo de portentoso talento». Su manera tan personal de afrontar el oficio —circunstancial— de tomar fotografías era exactamente lo que las convertía en únicas. Era su personalidad, y no su técnica, la verdadera medida de su arte. En sus imágenes no hay experimentación o virtuosismo: solo hay verdad, de la que Capa gustaba recordar «que era la mejor propaganda» —a pesar de que, en alguna ocasión existen serias dudas de si esa verdad era del todo real o estaba inventada—. En Capa todo es, apenas, un juego de encuadres y distancias, una técnica desprovista de artificio que logra captar lo verdaderamente esencial de lo retratado. No le gustaban los paisajes, porque, probablemente, no sabía extraer los matices que sí tenían sus retratos. Retratos duros, con frecuencia brutales, que desnudan emociones. Que ven más allá de esos rostros, que plasman y congelan los estados de ánimo que los animan. Su clásica sentencia «si la foto no es lo suficientemente buena, es que no estás lo suficientemente cerca» epitomiza la principal virtud de la fotografía de Capa: la cercanía, entendida como una innegociable sinceridad para con lo retratado. En sus mismas condiciones, en su misma trinchera y bajo el mismo fuego cruzado. Compartiendo su miedo, su pena o su alegría. No había distancia entre la acción y su cámara, ambas pertenecían al reino de lo instantáneo. De lo real. De lo veraz. El arte de Capa, antes que todo, era saber ponderar los riesgos de su profesión y estar siempre presente para apretar el obturador en el momento preciso. En palabras del que fuera su amigo y editor gráfico en Life, John Morris, «Capa era asombrosamente limitado en sus capacidades técnicas pero contaba con la extraña habilidad de enfocar su cámara en el momento justo». Proclamado el «mejor fotógrafo de guerra del mundo» con apenas 25 años por una miríada de revistas continentales, un siglo después de su nacimiento (22 de octubre) todavía nadie ha conseguido superar la fuerza extraordinaria de aquellos legendarios reportajes firmados por Capa.

Robert Capa nació como André Friedmann en el seno de una familia judía de escasos recursos. Sus primeros años transcurrieron en el marco de una Budapest deprimida, en un país que poco después de la Primera Guerra Mundial alumbró un régimen fascista y antisemita. Su condición de adolescente judío de tendencias izquierdistas y su querencia por vagabundear por las calles y participar en peleas callejeras pronto le metieron en serios problemas. La única noche que tuvo contacto directo con miembros del Partido Comunista que querían reclutarle fue arrestado por la policía política y encerrado en la comisaría principal del régimen del dictador Horty, unos calabozos de los que rara vez se volvía a salir con vida. Un par de días y una buena paliza después fue milagrosamente liberado bajo la promesa de que abandonaría Hungría en el plazo más corto posible. Contaba apenas con 17 años cuando escapó de una ciudad y de un régimen que lo perseguían y a los que no regresó hasta 17 años después, convertido ya en el máximo exponente de un género fotográfico que prácticamente había instituido él con sus reportajes de la guerra en Europa.

Como una huida sin retorno empezó el viaje iniciático de un jovencísimo Friedmann que recorrió media Europa huyendo de unos regímenes fascistas que parecían perseguirlo. No regresaría hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando ya su mundo había cambiado. Primero recaló en Berlín, a la que llegó sin dinero en el bolsillo y decidido a aprender un oficio, el de periodista, que le permitiese retratar el mundo que poco a poco se desmoronaba a su alrededor. Sus limitaciones en lengua germana y la necesidad de asegurarse un sustento le empujaron a trabajar en lo más parecido al periodismo que pudo encontrar, donde no necesitase utilizar el lenguaje: la fotografía.

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PICTURE POST 1938: «Robert Capa, el mejor fotógrafo del mundo». Fotografía de Gerda Taro

Sus labores en el estudio Dephot pronto le sustrajeron de sus estudios de Ciencias Políticas en la Universidad de Berlín, en la que apenas duró un curso. Al poco tiempo le fue confiada una cámara Leica de la agencia y Capa pudo familiarizarse con un nuevo tipo de cámara de alta velocidad, con tiempos de exposición inferiores a la milésima de segundo, que permitía hacer fotos en casi cualquier situación lumínica sin necesidad de proveerse de pesados equipos de iluminación. Provisto de una focal fija —esto es, sin zoom— la nueva cámara ofrecía unas magníficas prestaciones para el retrato y las escenas cotidianas. Conforme pasaban los meses su posición en la agencia de fotografía era más importante, hasta el punto de que a finales de 1932 Friedmann se desplazó hasta Copenhague para tomar unas fotografías de un multitudinario mitin político de Trotsky. Era su primer encargo, un regalo que no solo daba al joven húngaro la posibilidad de ver revelado por primera vez su propio trabajo sino también la oportunidad de acercarse a una de las figuras políticas más interesantes de la izquierda europea de la época.

A su vuelta a Berlín descubrió con asombro que el carrete que había mandado al laboratorio había sido publicado: Friedmann, de apenas 19 años, conseguía colocar su primer trabajo a doble página en un diario nacional: unas fotografías sacadas a escasos metros del orador comunista, en las que se ya se aprecia el estilo directo y cercano que utilizaría a partir de entonces. La semilla de la fulgurante carrera que estaba a punto de comenzar ya estaba plantada.

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El héroe inventado (II): España
(Viene de la primera parte) Creían firmemente que sus fotografías podían cambiar el mundo. Para ellos fotografiar era un combate y un deber que trascendía el laboratorio de revelado. Se lanzaron a documentar una realidad hasta entonces inaccesible, convencidos de que un negativo podía ser un arma eficaz en la legítima lucha contra el enemigo. Hasta nuestra Guerra Civil, los […]

El héroe inventado (III): Europa
(Viene de la segunda parte) Los primeros meses del joven húngaro en la capital del mundo los pasó intentando aliviarse las heridas de guerra entre noches etílicas y timbas de póquer. La guerra era un eco lejano y Nueva York una tierra en la que ya residía lo que quedaba de su familia —su madre Julia y su hermano Cornell—, […]

El héroe inventado (y IV): Capa en la retina
André Friedmann era un actor cuya función había comenzado a principios de la década de los treinta, cuando en plena adolescencia se había colocado una máscara que una vez acabados los conflictos bélicos que forjaron su leyenda ya no sabía cómo retirar. Doce años después de la invención de Robert Capa, el joven húngaro [...]

Aquellos eran años oscuros para una Alemania que veía cómo la subida al poder del nacionalsocialismo era inexorable. El miedo a que los comunistas se hicieran con el poder empujó a la mayoría de los alemanes a votar por Hitler y su partido nazi, que finalmente en las elecciones del verano de 1932 se convertía en la fuerza política más votada. El 30 de enero de 1933, el presidente Hinderburg convertía al pequeño austríaco en canciller y el 27 de febrero el Parlamento alemán ardía, pasto de las llamas. Hitler, en represalia por su presunta responsabilidad, mandaba a la clandestinidad al Partido Comunista y tomaba las calles con sus SA: el Tercer Reich había comenzado. Y Friedmann debía, una vez más, marcharse a toda prisa.

Su siguiente destino fue Viena, pero al poco de instalarse un golpe de Estado instauró en el país alpino otro régimen fascista, esta vez dirigido por Dollguss. Se impuso lo inevitable: una huida más. Esta vez en dirección a París, una ciudad que, por entonces, todavía era una fiesta.

Los primeros meses en la ciudad del Sena empezaron como habían sido los anteriores, sin dinero, sin referencias y apenas con lo puesto. A pesar de llegar a la capital francesa con poco más que su cámara —que empeñaba por temporadas para sacarse unos cuartos y después recomprarla—, pronto tuvo claro que no tendría más casa que los cafés de la Rive Gauche ni más familia que los intelectuales y artistas que poblaban esa orilla del Sena. Fue en el Café du Dôme, —el mismo donde Anaïs Nin le declaró su amor a Henry Miller— donde Friedmann conoció a dos de los fotógrafos más importantes de su tiempo, amigos que le acompañarían en las décadas sucesivas y con los que fundaría la primera agencia cooperativa de fotografía, Magnum, 15 años más tarde: David Seymour y Henri Cartier-Bresson. El primero era un inmigrante polaco tan pobre y desorientado como el húngaro, al tiempo que Cartier-Bresson pertenecía a una familia acomodada, un fotógrafo de buena extracción que gozaba ya de un cierto nombre en el circuito profesional internacional, con exposiciones dentro y fuera de Francia.

El indisciplinado Friedmann necesitaba sentir que vivía una existencia extraordinaria y se refugiaba en la bebida y en las partidas de póquer para matar el tedio cuando no tenía encargos que lo mantuvieran ocupado. Era demasiado indisciplinado e irresponsable como para sacar adelante una carrera en un oficio, el de fotógrafo, que favorecía la vida disoluta. Tan genial como incapaz de llevar una vida al uso, fue su encuentro con Gerda Pohorylles —alemana, estudiante comunista y refugiada política— lo que cambió la vida al joven fotógrafo, iniciando juntos una senda que muy pronto les llevaría hasta a lo más alto del fotoperiodismo.

Friedmann enseñó fotografía a Gerda. Le enseñó cómo utilizar una cámara, cómo revelar en el cuarto oscuro, la importancia del enfoque y del encuadre. Adiestró a la alemana, convertida por entonces en una más de sus conquistas, en el manejo de su Leica, educando su gusto fotográfico y dirigiendo y corrigiendo sus primeros reportajes. Pero fue ella la que más aportó en ese binomio que acababa de nacer. De origen humilde, como Friedmann, la ambición de Gerda era la de trascender las limitaciones impuestas por su extracción social y su condición de refugiada. Quería llevar una vida desahogada, no disfrutaba de la vida nómada y sin pretensiones de muchos de los refugiados que conocía en la Rive Gauche, como Capa. Quería triunfar. Y, nada más conocer a Friedmann, supo que su ingenio, pasión y compromiso, bien dirigidos, podían procurarles a ambos la vida desahogada que perseguía. De esa manera, Gerda tomó la decisión de domar el carácter indómito del húngaro, para el que se acabaría su tendencia de dilapidar sus escasos ingresos en frenéticas borracheras en la noche parisina.

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Ingrid Bergman y Alfred Hitchcock en un rodaje en Hollywood. Los Angeles, Mayo 1946

Y, sobre todo, le convenció de que era necesaria una buena estrategia comercial para poder triunfar en un mundo que se volvía cada vez más complicado. Así, entre los dos inventaron un personaje ficticio, un fotógrafo norteamericano de reconocido prestigio para el que ambos trabajarían: Robert Capa. En la práctica sería Friedmann quien tomaría las fotos y Gerda quien las vendería. Esta añagaza les permitió triplicar el precio de los reportajes que vendían, consiguiendo encargos con las mismas revistas para las que Friedmann había colaborado hasta entonces.

Mucho se ha especulado acerca de la elección del nombre. Su biógrafo, Richard Whelan, afirmó que el apellido «Capa» era una simplificación de «Capra», en honor del director de cine americano Frank Capra, de gran éxito en esos años. Y, dado que el apodo cariñoso que tenía en Budapest era «Bandi», es lógico afirmar que el nombre de «Robert» proviene del diminutivo Bob, muy cercano a Bandi. Sea como fuere, Friedmann nunca dejó escritos los motivos detrás de su decisión. Para él, Capa era una máscara. Una imagen de triunfador revestida de misterio. Un acto de fe.

Los primeros reportajes del desconocido americano muestran a un país enfervorizado celebrando la victoria del Frente Popular en las elecciones de mayo de 1936. Una coalición de izquierdas, dirigida por el presidente Léon Blum, cuyas primeras medidas laborales —cuarenta horas semanales, dos semanas de vacaciones pagadas al año— hicieron estallar en júbilo a los millones de obreros que, en más de doce mil huelgas solo en ese mes de junio, habían presionado al recién elegido Gobierno. París, y Francia, eran una gigantesca fiesta y el misterioso fotógrafo americano no paraba de trabajar.

Sin embargo el engaño no duró demasiado. Los responsables de los medios para los que trabajaba Friedmann —Lucien Vogel, de la revista Vu y Maria Eisner, de la agencia Alliance Photo— pronto se dieron cuenta de que las antiguas fotografías de Friedmann y las nuevas de Capa eran idénticas. Mismo estilo, mismos encuadres, misma técnica. Friedmann fue rápidamente llamado a capítulo, pero no fue expulsado porque los reportajes de esos meses eran tan buenos que no dudaron en incorporarle de manera indefinida. Friedmann, por fin, había conseguido un empleo fijo: Gerda parecía haber domado el carácter indómito del joven húngaro.

Paulatinamente Friedmann en sus desplazamientos habían ido adoptando las maneras del hipotético americano, cambiando incluso su vestuario y su corte de pelo. André era cada vez menos ese refugiado político desaliñado y ebrio, y se había transformado, reportaje a reportaje, en la imagen de fotógrafo de éxito que Gerda le había diseñado. Así, cuando se descubrió el engaño, no tuvo más remedio que encarnar el personaje del americano. Había nacido, oficialmente, Robert Capa.

El 18 de julio de 1936 estalla la guerra en España, el ejército nacional invade la Península y la República realiza un llamamiento a sus bases y simpatizantes en el exterior para ayudar en su lucha contra los sublevados. Si Berlín le hizo fotógrafo y París le convirtió en Capa, España forjó el mito.

Pohorylles y Capa eran jóvenes, idealistas y estaban enamorados. Tres ingredientes que, casi siempre, aseguran una buena historia. Ambos de ideologías cercanas al marxismo y al anarquismo, por entonces participaban de la corriente intelectual de izquierdas que recorría Europa, idealizando la Guerra Civil como un combate legítimo que había que librar para erradicar el fascismo de Europa. El Gobierno de la República, igual que el del Frente Popular francés, representaba el legítimo sentir del pueblo oprimido. La Guerra Civil debía ser un combate épico, una resistencia romántica del proletariado contra la amenaza fascista. La defensa del Gobierno era un mandato moral: España no podía caer ante la amenaza fascista. Para este combate no bastaban solo las posiciones políticas enunciadas en panfletos y artículos: merecía la pena arriesgar la vida por defender «la causa de la libertad».

Y no fueron los únicos: incluso EE. UU., un país sin tradición política socialista, se vio imbuido por esta corriente de afecto para con la lucha de la izquierda europea. Intelectuales como Hemingway, Orwell, Dos Passos o Steinbeck acudieron también a la llamada de la República, integrando los batallones de combate de las Brigadas Internacionales que lucharon junto al ejército republicano durante la mayor parte del conflicto.

Capa, con el pecho henchido de compromiso político y deseo de aventura, no tardó en convencer a sus editores para que le enviaran a cubrir la guerra. Apenas dos semanas después de la sublevación, Capa y sus inseparables David «Chim» Seymour y Gerda Pohorylles, —que por entonces ya se había cambiado el nombre a Gerda Taro— , llegaban a Barcelona, ansiosos por combatir el totalitarismo con la única arma que sabían manejar con destreza: sus cámaras Leica.

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Mensajepor Sor_Citroen » Lun 30 Sep, 2013 5:32 pm

Ayer echaron en "Documentos TV" un reportaje llamado "Los hombres de la viga" dedicado a la famosa foto neoyorquina.

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http://www.rtve.es/television/20130925/documentos-los-hombres-viga/750861.shtml

Pondría el video, pero el flash y yo no nos llevamos bien. :roll:

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Los hombres de la viga

Mensajepor Invitado » Mar 01 Oct, 2013 2:07 am



Todo mu profesioná :up:

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Mensajepor Invitado » Jue 31 Oct, 2013 6:51 pm

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Los disfraces de halloween antiguos mas sorprendentes


Se acerca una de las épocas mas alegres de el año Halloween o también conocido en otros países como el día de las brujas o el día de los niños, la fiesta de halloween se celebro por primera vez en estados unidos en el año 1921 una vez fue transmitida la tradición por inmigrantes irlandeses durante La Gran Hambruna irlandesa.

Hoy en día es un evento internacional celebrado en casi todo el mundo, ahora veremos como eran los disfraces de halloween de siglo xx, veremos muchos disfraces retros y algunos realmente espeluznantes

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Mensajepor Invitado » Jue 31 Oct, 2013 7:42 pm

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36 disfraces vintage realmente espeluznantes

En décadas pasadas se tomaban muy enserio la onda de asustar, sin importarles rayar en lo bizarro y sin sentido.

Halloween se celebra desde 1840 en Estados Unidos, pero no fue sino hasta 1921 que se celebró de manera masiva y hasta los 40′s no se vendían disfraces de Halloween en las tiendas, cada niño o papá eran los responsables de elaborar sus propios atuendos, utilizando materiales caseros como papel maché, cera y tela.

Todo lo anterior lo demuestra la siguiente selección de imágenes; no sabemos con exactitud la época en que fueron tomadas las fotografías, pero sin duda el efecto monocromático y sepia les dan un efecto espeluznante, aunando el hecho de que todas las personas que aparecen en las fotografías ya están muertas, o no?

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Mensajepor Invitado » Sab 02 Nov, 2013 6:47 pm

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1916: Suffragette on a scooter
“Lady Florence Norman, a suffragette, on her motor-scooter in 1916, travelling to work at offices in London where she was a supervisor. The scooter was a birthday present from her husband, the journalist and Liberal politician Sir Henry Norman.”

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Mensajepor Invitado » Sab 02 Nov, 2013 6:57 pm





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