Años más tarde nos diría en una entrevista que le hicieron que: “cabalgando con mi caballo por el campo, hablando con la gente que encontraba, y por la noche retirándome con mis libros a mi habitación, aprendí de la vida de personajes como Jefferson, Abraham Lincoln. Hombres que se hicieron a sí mismos, influyeron en mi carácter, aprendiendo directamente de la vida, de las gentes y de la historia”.
Partiendo de estas enseñanzas y desde la interiorización de su propia soledad --no olvidemosque a pesar del cariño de sus abuelos, era hija única que creció en un mundo de adultos--, Luisa Isabel A. de Toledo se fue abriendo a la experiencia de la vida, adquiriendo una precisa autonomía de su propia voluntad de querer ser y estar.
Tras casarse con don Leoncio González de Gregorio, matrimonio del que nacieron tres hijos -- Leoncio, Pilar y Gabriel --, se haría cargo en 1956, a la muerte de su padre, Joaquín Álvarez de Toledo, del archivo histórico y de la casa familiar de Sanlúcar de Barrameda.
A partir de este momento comienza un periodo que podemos llamar de depuración de ideas nuevas, que irá aplicando a su quehacer cotidiano, donde observamos unas prácticas en el orden de las convenciones culturales que irá aplicando a la reconstrucción de este entorno material, que décadas después sería la Fundación Casa de Medina Sidonia. En este punto se hace necesario señalar que,
desde el primer instante, este patrimonio no tuvo otra ubicación en el espacio material y cultural que en los de sus fundamentos de su conciencia social. Su discurso, acompañado de la acción, será el reflejo de este asumir responsable que conllevó la conservación y difusión del archivo de Medina Sidonia, para legarlo a las generaciones venideras, como instrumento del saber.
La evolución personal de Luisa I. A. de Toledo se sucede entre la organización de este patrimonio cultural y la de sus propias ideas políticas, constituyéndose por aquel entonces en sujeto activo de las luchas obreras que estaban naciendo, colaborando activamente en las primeras huelgas conocidas en el Marco de Jerez. Al mismo tiempo, en esta actitud crítica al no sometimiento de todo aquello que consideraba “abuso del poder”, hallamos la esencia misma de su no subordinación a ningún dogma, fuese este de índole religiosa o política: “porque mi natural no me permite someterme a ninguna forma de disciplina externa en lo intelectual”.
En esta línea de pensamiento hemos de encuadrar su novela La Huelga, donde se revive el problema del campo andaluz de los años 60 y la relación que éste mantiene con el campesinado, que nos es presentado como sujeto que vive en permanente situación de sometimiento y arbitrariedad. Enfrentado a sus estructuras cuasi feudales se erige en sujeto pasivo de su tiempo, desvalorizando la
conciencia de sí mismo. A partir de esta lección fundamental, el derecho, la injusticia, la caridad mal entendida, una clase acomodada que se olvida de su entorno, no dejarán de señalarnos la reivindicación permanente que mantiene en su discurso la desubicación de los individuos que son recluidos en su “célula” material e ideológica, sin que se les permita vislumbrar que el cambio es posible.
Años más tarde confesaría, que esta primera obra la escribió por la necesidad instintiva que sentía de denunciar, mediante la palabra, la subordinación material y ideológica de los más desfavorecidos, conduciéndolos a la desesperanza, pues entendía que el deber del intelectual era llamar la atención, haciendo oír su voz hasta en el último rincón del planeta. Por mucho que le pesase al poder. Verdad que se convierte para Luisa Isabel Álvarez de Toledo, en la clave para conseguir el desarrollo económico y cultural de los pueblos, que privados de estas voces críticas están abocados a sucumbir bajo los sistemas del poder.
A raíz de esta novela, junto con los artículos que aparecieron en la revista Sábado Gráfico, denunciando la situación que se vivía en las cárceles españolas, concretamente en Ventas y Alcalá, le acarrearían una serie de procesos condenatorios que la condujeron camino del exilio, pasando la frontera a las 5 de la mañana un 5 de abril de 1970.
Pero antes de ello, concretamente el 17 de enero de 1966, sucedió el accidente nuclear de Palomares, hecho que cambiaría el rumbo de muchas vidas. También el de la suya. Todo ocurrió cuando dos aviones militares norteamericanos, un B-52 y el avión nodriza, abastecedor del combustible del primero, en pleno vuelo chocaron entre sí, estrellándose a tierra, junto a las cuatro bombas de hidrógeno que llevaba el B-52. Dos de ellas se rompieron, esparciendo en el medioambiente uranio y plutonio, elementos que contaminarían la zona y a sus habitantes, sufriéndose sus consecuencias adversos todavía varias décadas después.
Luisa Isabel Álvarez de Toledo acababa de terminar su libro La Base, que precisamente trataba de los efectos que tuvo el establecimiento de la Base Militar de Rota, sobre la conducta material y psicológica de la población.
Dos años antes ocurrió un accidente de parecidas características en el Coto de Doñana. Incidente que fue silenciado por los medios oficiales. Todo ello fue el detonante que la animó a averiguar lo qué había ocurrido en Palomares, donde encontró, según sus palabras: “a unos ciudadanos empobrecidos, a los que habían retirado sus tierras, pertenencias y trabajo, sin indemnizarles, alarmados porque les hacían reconocimientos, negándoles información sobre el resultado. Me pidieron que publicase lo que estaba pasando y así lo hice”.
Nuevamente en este punto la persona comprometida y consecuente con sus ideas, nos mostrará hasta qué punto la ética y el compromiso van de la mano, haciendo valer la praxis real, que no teórica, del intelectual que se plantea desde el marco de su propia existencia cómo han y deben ser la suma de las relaciones que mantiene con su entorno. Esta actitud la llevarán, concretamente el 17 de enero de 1967, a organizar y encabezar la manifestación, donde por primera vez saltaría a los medios de comunicación como la Duquesa Roja. Se pretendía llamar la atención fronteras afuera y concienciar al gobierno español, que hasta esta fecha parecía estar ausente. Gracias a que se logró crear un estado de opinión favorable a la causa, llegó el contador de cuerpo entero a la Junta de Energía Nuclear, se obtuvieron los resultados de los reconocimientos médicos y la gente comenzó a recibir sus tratamientos, que algunos todavía hoy los siguen pasando. Ello también le valió el proceso en el T.O.P. que la condenaría a 1 año de cárcel y a 10.000 pts. de multa. De esta experiencia carcelaria diría en una de sus cartas escritas desde su celda a su hijo mayor: “Recapacitando me ha venido muy bien esta temporadita a la sombra. He aprendido lo que nunca me podría haber enseñado la calle. Es como un compendio de los problemas del país. Una síntesis que no puedes encontrar en otra parte, y que te permite llegar al fondo de las cosas, oculto en el mundo de fuera. Tienes una madre que sabe mucho más que el año pasado. Como verás, siempre andamos a tiempo de aprender (recuerda siempre que, aprender es conocer)”.
Como ya queda señalado con anterioridad, tras su liberación, nuevamente sería procesada y condenada por La Huelga y los artículos aparecidos en Sábado Gráfico. En total fueron 4 autos de procesamiento: dos del año 1970; concretamente por el auto 1056 el fiscal pidió 10 años de prisión; el abierto en el TOP lo completa el sumario 1078 del año 1971, por el que se le piden 7 años y por el sumario 749/70 otros tantos. Todos los procesos fueron consecuencia de “haber usado una libertad de expresión que se respeta en cualquier país libre, y que espero se respete en el futuro por parte del estado Español”. Esta postura la condujo al exilio. Punto de inflexión en su vida.
A través de este largo y no menos doloroso exilio de aquella mujer que había cumplido los 35 años, podemos asomarnos a una realidad que no hará más que ahondar en sus presupuestos ideológicos y que la llevarían a afirmar, en relación a sus posturas sociales: “yo tenía conciencia y derecho y me presentaba en contra de un sistema virtualmente injusto y corrupto. Y era joven y creía que en este país se podía erradicar la corrupción. Por una serie de hechos, tuve que ir a la cárcel y después al exilio. Quien defiende sus ideas, algo le cuesta”. En esta aceptación de los hechos se instaló en París, en una buhardilla de 15 metros cuadrados, cuyo único espacio de luz sería una ventana que daba a la Politécnique, pero por donde pasarían muchos de los que luego serían los primeros políticos democráticos de este país. Al mismo tiempo supuso una ruptura extrema con el mundo de los afectos y su bienestar material, lo que contribuyó a que orientara toda su energía hacia el trabajo de la creación, de manera que en el transcurrir del día a día se fueron consolidando más y más sus saberes, sujetos a su propia experiencia.
Fue un periodo que nos anticipa a la Luisa Isabel Álvarez de Toledo crítica hasta la infinitud, que no cesaba de reclamar el derecho de los hombres a poder expresarse libremente, sin cortapisas ni imposiciones; es la Luisa Isabel de los años de esperanza, donde sintió la necesidad de acometer nuevos compromisos literarios que la llevarían a viajar por gran parte de los países del continente europeo. En este ambiente creativo y de marcado carácter político, sus análisis sobre la España contemporánea, sobre el devenir del mundo, necesitados de hombres con capacidad para dirigirlo, fueron acogidos en los foros democráticos de países como Inglaterra, Suecia, Bélgica, Suiza, Alemania, o Canadá. Actuaba en función a las exigencias propias de aquel momento. Había que denunciar la dictadura de Franco, para ello no dudó en aliarse con ideólogos tanto de signo marxista como liberales o independientes, pero jamás militó, como a ella gustaba decir, en ningún partido político.
Fue una Ilustrada en un medio que a la larga también le sería hostil, precisamente por su independencia y representación de un modelo ideológico que sólo puede ser hallado en las máximas de una ética de la verdad. En los últimos tiempos de este exilio, que a muchos de sus detractores, le gusta calificarlo como de “dorado”, empezó a ser considerada una desclasada. A este respecto solía decir: “todo ello no son más que prejuicios de aquéllos que consideran que el ser humano responde a una etiqueta, sea de índole económica o política. Y yo, lo que soy y he sido siempre ante todo es persona, dotada de un cerebro que me ha permitido pensar, analizar y observar. Por tanto, que cada uno piense lo que quiera, sea lo que sea, ello no me ha de impedir actuar según la conciencia y la razón me dicte”. Desde esta marcada diferencia del yo con respecto a otros exiliados que la rodeaban, sorprendió y fascinó a unos, y a otros tantos mal enquistó contra su persona, que la consideraron incompatible con el futuro político que se estaba proyectando una vez desaparecido Franco.
Esta filosofía del Ser nace de lo más profundo de su alma y confluye en paralelo con la experiencia de vida que le tocó en suerte. En esta mirada “del otro”, Isabel Álvarez de Toledo, supo que lo bueno y lo malo está encadenado a la línea de la vida de uno, y que el hombre en su libre albedrio puede elegir permanecer en la desesperanza, en la aceptación de los hechos negativos, o bien, por el contario,
puede esforzarse por cambiarlos, más allá de las diferencias ideológicas o de opinión que podía tener con sus semejantes.
En estos años de duro combate ideológico con la oposición española, su preocupación básica consistía en lograr que en España, una vez muerto el dictador, se lograse implantar la Democracia, pero para ello se hacía necesario crear nuevas libertades, necesarias para combatir nuevas formas de dominación, impuestas por los llamados epígonos del franquismo. Ello le valió enemistarse con la clase política naciente, convencidos de que había que pactar, aunque fuese renunciando a muchos de los presupuestos éticos esgrimidos años antes. De este modo, y una vez más, rompía con el pensamiento oficial, enfrentándose desde la soledad a los principios políticos de un colectivo que no estaba dispuesto a cambiar sus proyectos personales, ni a renunciar a una vida pública que presagiaba ser prometedora.
Por aquellas fechas ya nadie pensaba que las revoluciones harían cambiar al mundo, que los totalitarismos serían una lacra del pasado y que los imperios basados en la fuerza desaparecerían. En este cambio y transformación de las ideologías, Luisa Isabel Álvarez de Toledo escribió un ensayo que surgió de una pregunta: ¿por qué las sociedades son incapaces de defenderse de las agresiones, tanto de índole económica o política, a las que son sometidas? Las respuestas las escribiría en “Sin Intermediarios”, donde se analiza el pensamiento histórico, económico y social del conjunto humano europeo, invitando al lector a pensar de un modo diferente a cómo nos han enseñado. A lo largo de esta búsqueda constante de respuestas, su libertad en el análisis, su crítica al sistema capitalista, no puede concebirse desligado de su pensar ético, fundado en el modelo de las certezas y existencia de la verdad objetiva.
Por fin, lo anhelado. En octubre del año 1976, gracias a los últimos decretos de amnistía concedidos en España pudo volver a su país. Tampoco en esta ocasión fueron fáciles los comienzos, sobre todo teniendo en cuenta las contradicciones que encontró en el sistema de aquel momento, que distaba de responder a su ideal político. En otra vertiente, estaba su casa de Sanlúcar y el archivo, que había
quedado protegido durante su ausencia, pero que ahora se hacía necesario volver a retomar la catalogación, iniciada antes de partir hacia el exilio. El dinero enviado para ir manteniendo el palacio se había diluido en otras cuestiones, que nada tenía que ver con la pretendida conservación. Todo ello, unido a conflictos personales y familiares, hizo que la “nueva vida” soñada y deseada se rompiese en mil pedazos. Esto hizo que durante bastante tiempo se alejase de la vida pública, encerrándose días y noches en su despacho, personalizando en exceso, a nuestro modo de ver, todo cuanto ocurría de puertas afuera, lo que le impidió aproximarse a los demás, ganándose la fama de mujer excéntrica e intratable.
Qué decir al respecto, sino que las diferencias, los matices y la complejidad de las relaciones humanas, en multitud de ocasiones son concebidas como elementos de dispersión que introducen factores, tanto sociales como psicológicos, siendo finalmente observados por el espectador con ojos que sólo ven lo aparente. Desde la experiencia personal de los que la conocimos, podemos decir que
fue un ser excepcionalmente sensible y frágil, con un sentido extremo de la honestidad e integridad personal, esperando en el de enfrente idéntica capacidad. En este concebir del “otro” gastó energías y también, por qué no decirlo, relaciones que probablemente en el ámbito de lo institucional le hubieran sido provechosas para muchos de sus proyectos. Los que tuvimos la suerte de tratarla y compartir el día a día, así como la gente que venía a casa para conocerla o hablar con ella, guardamos un profundo cariño y respeto hacia lo que representó. Todos aquéllos que se acercaron a su persona desde la sinceridad pudieron comprobar su grandiosa bondad y su sabiduría, que supo transmitir con sencillez y humildad. Algo que le caracterizó toda su vida.
En este encierro voluntario emprendería de nuevo la catalogación del fondo documental conservado en el Archivo de la Fundación y daría a luz nuevas publicaciones, centrando cada vez más su atención en el análisis histórico. De este periodo son sus libros Historia de una Conjura, Don Alonso Pérez de Guzmán, General de la Invencible, así como numerosos artículos para revistas de divulgación y universitarias. En todos estos trabajos hallamos un pensamiento riguroso y personal que se abre al lector creando la necesidad de ver más allá de las apariencias visibles. Será una constante a lo largo de toda su labor creativa, encontrar el equilibrio entre el plano conceptual de los referentes históricos y las estructuras de poder que conforman el mundo de un pasado que nos ha de servir para “encarar” el presente. En este universo múltiple, el sujeto siempre en conflicto con sus propias aspiraciones, será señalado en referencia a sus propias contradicciones, que permanecen como constantes vitales, dando lugar a giros existenciales que habrán de enlazarse con toda su trayectoria humana. Siempre presente cuestiones como la dominación, el abuso del poder o la conflictividad social, la autora contesta así a sus propios interrogantes y refleja en su modelo de escritura su crítica mordaz a todo lo que consideraba injusticias del sistema.
A lo largo de los años 90 comienza a perfilarse un nuevo horizonte en el ámbito de la materialización de su proyecto vital, como fue la conservación del patrimonio cultural y material de Sanlúcar. En este esfuerzo permanente de alcanzar el equilibrio entre lo público y lo privado, creará la Fundación Casa de Medina Sidonia, pasando el Palacio con todo lo que contiene y el Archivo a ser propiedad de la misma. De este modo se aseguraba, aún más, desde el punto de vista institucional y jurídico, el monumento, que ya estaba protegido desde 1978 en que, a instancias suyas, fue declarado Bien de Interés Cultural por el Ministerio de Cultura.
La Fundación representó y representa la normalización entre la vinculación que debe existir entre lo público y lo privado, además de contemplar que los bienes que contiene son sumas de valores culturales que fijan las raíces de una sociedad, de un pueblo que se ve representado, vinculándose moral y afectivamente con el lugar. Con ello se da contestación a la dimensión social que debe tener este tipo de patrimonio, que Luisa Isabel Álvarez de Toledo siempre consideró que era de todos y como tal debía ser mantenido y conservado.
Esta premisa hace que debamos prestar especial atención a que se cumplan cada uno de los fines establecidos en la Carta Fundacional, considerando la relación existente entre conservación y buen uso del bien, recayendo la responsabilidad de este cumplimiento en el Patronato de la Fundación, las Instituciones Públicas y en la Sociedad Civil como garantes últimos.
Hemos querido voluntariamente resaltar en esta somera aproximación a la figura de Luisa
Isabel Álvarez de Toledo, una imagen desligada de vivencias personales o familiares, pues al volver la mirada al pasado, la observamos delante de su ordenador, dando formas a ideas y proyectos, que siempre tuvieron que ver con asuntos colectivos, enfocados a mejorar el mundo y alejados siempre del concepto dominante del Yo. Eligió la escritura como medio para llegar a los demás y se mantuvo hasta el final de sus días en la creencia de que el hombre es capaz de cambiar, de alejarse del imperio de dinero y de la ostentación. Quizá algún día ello sea una realidad, pero lo que sí es seguro que enseñanzas como las suyas harán que estemos algo más cerca de alcanzar este sueño.
María del Carmen Maura, XX duquesa de Medina Sidonia, fue hija de Gabriel Maura Gamazo y de Julia Herrera Herrera, se casó con Joaquín Álvarez de Toledo en Biarritz en 1931. A lo largo de la guerra ejercicio de enfermera militar, experiencia que aplicó a todos aquéllos que acudían a su casa de Sanlúcar en busca de alivio. En un ala del palacio instaló una pequeña enfermería, que hoy todavía existe.