La estela de los Kennedy, el perfume del exceso.

Cajón de Sastre: Foro para temas variados

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Mensajepor Invitado » Vie 22 Nov, 2013 6:48 pm

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Mensajepor Invitado » Vie 22 Nov, 2013 6:56 pm

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Dallas, 22 de noviembre de 1963

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Mensajepor Invitado » Vie 22 Nov, 2013 6:57 pm

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El caballo sin jinete en su funeral

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John y Jackie

Mensajepor John y Jackie » Vie 22 Nov, 2013 7:01 pm

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Mensajepor pop star » Vie 22 Nov, 2013 7:04 pm

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Mensajepor Invitado » Sab 23 Nov, 2013 2:42 am

La estética de un clan
Jóvenes, guapos y extraordinariamente ambiciosos. La familia Kennedy le dio un aura de Hollywood a Washington, dotando a la política del carisma que le faltaba. Incluso los momentos más dramáticos tuvieron su parte bella

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    Los Kennedy, de vacaciones en su mansión de Hyannis Port (Massachusetts) en 1930. Los hermanos Robert, John, Eunice, Jean, Joe Sr., Rose, Patricia, Kathleen, Joe Jr. y Rosemary posan alrededor del patriarca Joseph Kennedy. Eran los felices años de la infancia. La casa albergó los grandes acontecimientos familiares y durante la presidencia de JFK, la familia solía pasar allí los veranos, huyendo del calor de Washington.


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    En junio de 1937, un John F. Kennedy de 20 años y su mejor amigo, Lem Billings, decidieron emprender un viaje en coche por Europa. Recorrieron Francia, Italia, Alemania, Bélgica, Holanda, Gran Bretaña... En esta excursión al monte Vesubio recogieron a dos autoestopistas, George y Heinz, que resultaron ser soldados alemanes. La imagen es del 8 de agosto de 1937


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    Tras ser admitido en la Marina, en marzo de 1943 John F. Kennedy embarcó con destino a las islas Salomón donde tomó el mando de esta lancha torpedera, la PT-109, en una operación de la II Guerra Mundial. En el mes de agosto, la embarcación se hundió tras ser embestida por un destructor japonés y Kennedy buscó ayuda a nado para los soldados supervivientes. Se convirtió en héroe de guerra.


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    Todos a una, el clan se moviliza para conseguir que JFK sea elegido para el Senado en 1952. En esta imagen les vemos en campaña durante un programa de televisión, 'Café con los Kennedy'. Lo consiguieron: fue senador de 1952 a 1960.


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    Septiembre de 1960. John F. Kennedy saluda a sus seguidores en plena campaña para ser elegido presidente de EEUU. Los actos programados le llevaron a 25 ciudades durante cinco días.


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    El 12 de septiembre de 1953 se materializaba la alianza perfecta: Jacqueline Bouvier y el senador de Massachusetts John F. Kennedy contraen matrimonio en Rhode Island (Newport). A nivel de imagen, la pareja funcionó como un imán social y político.


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    Kennedy prepara una de las intervenciones de campaña. El futuro presidente se implicaba personalmente en los discursos que le escribían sus asesores, en los que realizaba anotaciones a mano hasta el último momento.


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    Horas antes de jurar en Washington como 35º presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy conversa con su predecesor, el republicano Dwight D. Eisenhower. Era el 20 de enero de 1961.


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    Junio de 1961. Cumbre en Viena entre el presidente de EEUU John F. Kennedy y el primer ministro soviético, Nikita Kruschev. Fue el primer encuentro entre ambos mandatarios y llegaba precedido por el fracaso de la invasión estadounidense en Bahía de Cochinos (Cuba). Un año después, la crisis de los misiles pondría al límite a ambas potencias.


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    Momento íntimo del presidente: el fotógrafo capta esta imagen en el Despacho Oval en un momento en el que Kennedy cree que está solo. La fotografía, en la que parece que soporta el peso de la Presidencia, está cargada de simbolismo, pero la realidad era mucho más prosaica: Kennedy tenía una lesión de espalda y simplemente estaba leyendo los periódicos de pie, posición que le resultaba más cómoda.


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    Jackie Kennedy y sus hijos Caroline y John-John caminan junto al príncipe Felipe, duque de Edimburgo, durante un viaje oficial a Reino Unido en 1961. Les precede la Reina madre.


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    Caroline Kennedy juega debajo de la mesa de su padre en el Despacho Oval en una imagen oficial distribuida por la Casa Blanca. Fue parte de su estrategia de comunicación política: mostrar a un presidente humano, con valores familiares y cercano a los norteamericanos. Como anécdota queda el reposapiés, diseñado para aliviar los problemas de espalda de JFK.


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    El 24 de octubre de 1962 Kennedy firma el embargo de armas a Cuba. "Los buques que transporten a Cuba armas capaces de atacar la seguridad de Estados Unidos deberán volver atrás o serán sometidos a investigación o tendrán que luchar. Si intentan burlar el bloqueo, se disparará una salva de aviso por encima de sus cabezas y, si no hacen caso de la advertencia, serán atacados", dijo el presidente. Estábamos en plena crisis de los misiles.


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    Fin del sueño americano. Jacqueline Kennedy arrastra el luto en el funeral de Arlington, (Virginia) el 25 de noviembre 1963. Tres días antes el presidente había sido asesinado.


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    El 27 noviembre de 1963, John-John hace un saludo militar al paso de los restos mortales de su padre durante los actos oficiales por la muerte de Kennedy. Tras él, sus tíos Robert y Edward, su hermana Caroline y su madre Jackie. El clan había perdido a su presidente.


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Mensajepor Invitado » Sab 23 Nov, 2013 2:59 am


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Mensajepor Invitado » Sab 23 Nov, 2013 3:27 am


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Mensajepor Invitado » Sab 23 Nov, 2013 8:26 pm




Querido J:

Las teorías de la conspiración se desarrollan por razones muy variadas. Una es la dilución de las responsabilidades. Los culpables de un crimen, en cualquier grado, se comportan como calamares (la tinta de calamar de nuestro Camba) en cuanto advierten que la ley va a por ellos. Otro, menos obvio, es el make sense, una cierta fabricación de sentido a los hechos y, por extensión, a la propia vida.

Aplícalo a la conspiración moderna por excelencia, que es la del asesinato de Kennedy, de la que hoy cuando te escribo se cumplen 50 años. El crimen supuso el mayor impacto emocional del siglo XX. No sólo por el magnicidio, estrictamente considerado. La clave del impacto es la destrucción del alba de modernidad que la familia Kennedy encarnaba. Si quieres, eso que dio en llamarse Camelot. No tiene la menor importancia si la encarnación era veraz o no, si el apolíneo aspecto de John Fitzgerald Kennedy escondía unos crueles y casi incapacitantes dolores de espalda o si la felicidad conyugal de las fotografías estaba carcomida por el histerismo sexual del presidente.

    Los grandes hombres no pueden morir por causas pequeñas. La conspiración es un homenaje al cadáver
Tampoco importa, para lo que nos ocupa, que el asesinato de Kennedy no interrumpiera el progreso y la apertura del mundo más allá de las semanas dedicadas al funeral, el duelo y los latosos trámites administrativos de sustitución. Lo cierto es que nuestro mundo, incluso el mundo de cerumen del franquismo, sintió el asesinato como una catástrofe que iba a devolvernos a los tiempos oscuros, siguiendo la traza del consabido cuento gótico. La magnitud de semejante apocalipsis no podía desencadenarse con los tres disparos insólitamente certeros (¡y el más certero el último!) con que el villano Oswald, un comunista al fin y al cabo, destruyó aquella cabeza tan bella. Los grandes hombres no pueden morir por causas pequeñas. La conspiración, inesperadamente, no resulta ser más que un tortuoso homenaje al cadáver.

Yo me he dado también ese homenaje dietrológico volviendo a ver JFK, la célebre película de Oliver Stone. Como es natural recordaba sus mentiras, e iba a por esa sarna, en realidad; pero he comprobado que su narrativa, que recordaba sofisticada y eficaz, y que mereció críticas excelentes, ha envejecido mal. Nunca se sabe, en medio de la peligrosa corriente de estos juicios, qué o quién es el que ha envejecido mal, pero entre tú y yo hay confianza: la presentación y desarrollo de múltiples escenas me pareció de pronto ortopédica y demasiado guiada, esa visión tan molesta de las tripas colgando. En cuanto a sus mentiras, o más bien las mentiras de Jim Garrison, qué te voy a decir: el tiempo ha reducido JFK a un cuento pueril.

Pero los cuentos tienen mucho peligro. Ahí tienes el de la religión o el nacionalismo. Bren Staples, editorialista del Times, lo dejó concisamente escrito en 1991, cuando se estrenó. "Esto es más que un simple conflicto entre dos versiones de un acontecimiento histórico. El enconamiento respecto a JFK surge de comprender que las mentiras históricas son casi imposibles de corregir una vez que las películas y la televisión le han dado credibilidad". Es una cita alarmada y justa. Pero no comparto el imposible. La revisión que he hecho esta vez de JFK ha sido particularmente interesante. Te diría que casi al nivel de la pura delicia, porque la he visto con John McAdams a mi lado. Un politólogo que da clases en la Universidad Marquette. Es un experto en el asesinato de Kennedy y tiene una web donde se dedica desde hace 20 años a desmontar todas las leyendas, incluso rurales, que corren sobre el asesinato.

    Nuestro mundo sintió el asesinato como una catástrofe que devolvería a los tiempos oscuros
Esta semana ha dicho en la revista Time algo que me gusta mucho: "Yo desacredito cosas. Mi trabajo es saber cuánto de lo que se dice es un sinsentido". Me gusta muchísimo eso de McAdams, al margen de la circunstancia kennedyana, porque señala el trabajo principal del periodista moderno. Es llamativo que el oficio haya pasado de ser un instrumento para acreditar cosas a otro que desacredita cosas. Ni siquiera el enorme pionero de esta desacreditación, mi compadre Karl Kraus, pudo imaginar hasta qué nivel llegaría esa exigencia. McAdams, en colaboración con otros investigadores, como Patricia Lambert -autora de False Witness, donde investiga a fondo a Jim Garrison-, ha hecho una lista de muchas falsedades y distorsiones de JFK. Verónica Puertollano las ha traducido e ilustrado en este documento.

McAdams coge una escena de JFK y la clava con tres chinchetas: Descripción, Exactitud e Interés de Oliver Stone. Te pongo un ejemplo: «Descripción: Lou Ivon (ayudante de Jim Garrison) dice que la filmación Zapruder (el famoso vídeo del asesinato que filmó Abraham Zapruder) establecía tres disparos en 5,6 segundos. Exactitud: la filmación Zapruder es perfectamente coherente con la hipótesis de tres disparos en 8/9 segundos. Interés de Oliver Stone: presentar como imposible la habilidad de tirador de Oswald». El laborioso y excepcional desmontaje está organizado, además, en diversos epígrafes: Conexiones siniestras en Nueva Orleans, Sucesos siniestros en la Plaza Dealey, Oswald como una víctima inocente, Sostener la idea de una implicación del espionaje, Extrañas y convenientes muertes, Garrison, su familia y su equipo, Insinuar la idea de un encubrimiento oficial continuo y Tratamiento de las pruebas.

Como sospecharás, he pasado tres horas fabulosas pasando a Oliver Stone por la horma de McAdams. Kennedy está muerto. Pero si existe forma alguna de resurrección está en McAdams y no en Stone. No en la exuberante leyenda, sino en el nudoso sarmiento de la verdad.

Sigue con salud,

A.


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Mensajepor Invitado » Sab 23 Nov, 2013 9:40 pm

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Manuel de Lorenzo: La insoportable levedad de ser John F. Kennedy

Manuel de Lorenzo


Probablemente, una de las cosas más sencillas que uno puede hacer en la vida es matar a un Kennedy. La facilidad con la que mueren los miembros de esa familia es verdaderamente encantadora. Robert Francis Kennedy fue asesinado en 1968 en Los Ángeles cuando era candidato a la Presidencia de los Estados Unidos. Joseph Patrick Kennedy falleció en 1944 en la explosión de un bombardero en Suffolk, Inglaterra. Cuatro años más tarde, en un accidente de avión, murió Kathleen Agnes Kennedy. En similares circunstancias, en otro accidente aéreo en 1999, perdió la vida “John-John” Kennedy sin que su esperpéntico apodo tuviese aparentemente nada que ver. Michael LeMoyne Kennedy murió esquiando, David Anthony Kennedy falleció a causa de una sobredosis, etc. Es muy posible que ustedes mismos, sin pretenderlo, hayan matado a un Kennedy alguna vez y no se hayan dado ni cuenta. Es la familia ideal para cualquier médico que tenga que diagnosticar a uno de sus miembros. Con un sencillo “Se va usted a morir” es imposible fallar. En cualquier caso, es justo señalar que la muerte de uno de ellos siempre ha destacado por encima de la de los demás —en todas las familias hay uno empeñado en ser más que el resto—. La Historia ha sido especialmente escrupulosa al detallar el asesinato del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América, John Fitzgerald Kennedy. No cabe duda de que aún a día de hoy es un tema controvertido y sobre el que quizá ya se haya escrito demasiado, así que no tengo intención alguna en profundizar en el análisis de las circunstancias, pero sí me gustaría exponer brevemente mi opinión sobre tan célebre magnicidio.

Una de las pocas cosas que han quedado claras después de años de especulaciones e indagaciones es que en el asesinato de Kennedy, quien oficialmente falleció a causa de un impacto de bala en su cabeza, tan sólo hubo un tirador. La Comisión Warren, creada en 1963 por el Presidente Lyndon B. Johnson para investigar el atentado cometido contra su predecesor, concluyó que los tres disparos realizados en total provenían del mismo rifle. Posteriormente, el Comité Selecto de la Cámara de Representantes sobre Asesinatos, que criticó duramente la labor de investigación llevada a cabo por la Comisión Warren, determinó que en realidad habían sido dos los tiradores y cuatro los disparos realizados. Sin embargo, su conclusión se basaba fundamentalmente en la necesidad de la existencia de un segundo tirador que explicase las diferentes heridas sufridas por uno de los acompañantes del Presidente, el Gobernador de Texas John Bowden Connally, y no en verdaderas evidencias. Las pruebas acústicas presentadas tan sólo sugerían que probablemente hubo más de una fuente de disparos, pero no determinaban con absoluta certeza que hubiese sido así. Años más tarde, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos demostró el error en la conclusión del Comité respecto a tales pruebas acústicas, que se había debido a una interferencia en las grabaciones producida por una trasmisión de radio de un policía. Lo cierto es que el Comité también entendía que el asesinato de Kennedy había sido fruto de una posible conspiración en la que no se descartaba la intervención de grupos mafiosos o anticastristas, pero eso ahora mismo no nos interesa. Es posible que en todo este asunto hubiese más intereses personales que los reconocidos hasta la fecha —al fin y al cabo, el principal beneficiario de la muerte de John F. Kennedy fue el propio Lyndon B. Johnson, gran amigo del director del FBI John Edgar Hoover, a quien siempre se ha relacionado con la Mafia—, pero lo realmente interesante es que, como ha quedado de manifiesto, sólo hubo un tirador.

¿Pero quién fue ese tirador? ¿Cuál es la identidad del hombre que se apostó en la sexta planta del Texas School Book Depository y no dudó en poner fin a la vida del siempre sonriente presidente Kennedy? Teniendo en cuenta que, a pesar de las discrepancias entre la Comisión y el Comité sobre muchas de las otras circunstancias del crimen, ambos órganos señalaron la participación de Lee Harvey Oswald, parece claro que la única gran verdad en todo este asunto es que él fue quien cometió el asesinato. Sin embargo, ¿es esto lógico? ¿Pudo ser Oswald el autor de los disparos que provocaron la muerte de JFK o él no tuvo nada que ver, como afirmó reiteradamente hasta que fue asesinado? A mí, sinceramente, me cuesta creer que estuviese implicado.

Para empezar, Lee Harvey Oswald había formado parte del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, y basta con ver alguna película como Tras la línea enemiga, Con Air o La teniente O’Neil para darse cuenta de que los militares estadounidenses jamás llevarían a cabo acciones que perjudicasen los intereses de su país. Al fin y al cabo, el lema de los Marines es Semper Fidelis, y si está en latín es porque es algo serio, signifique lo que signifique. Por otra parte, en 1959 se trasladó a la Unión Soviética y llegó a defender públicamente los valores comunistas, por lo que resulta difícil creer que quisiese eliminar a la figura más destacada del Partido Demócrata, representante de la tímida izquierda norteamericana. Además, Oswald nunca llegó a obtener el grado de tirador cuando formaba parte de las Fuerzas Armadas, de tal forma que parece completamente fuera de sus posibilidades haber alcanzado a Kennedy hasta en dos ocasiones con sólo tres disparos. Tampoco tiene sentido haber cometido una atrocidad semejante para después negarlo enérgicamente mientras permanecía detenido. Y por último, que fuese asesinado dos días después por el mafioso Jack Ruby, antes de que pudiese explicar su versión de los hechos ante un tribunal, no hace más que demostrar que Oswald sólo fue un mero chivo expiatorio.

Al contrario de lo que pudiese parecer, la inocencia de Oswald conduce a la evidente solución del rompecabezas. Si todas las investigaciones oficiales han señalado que el responsable del atentado fue Lee Harvey Oswald, pero sus circunstancias personales parecen indicar que no pudo haber sido él, mi conclusión es que John Fitzgerald Kennedy falleció de muerte natural. Resulta obvio. Si la persona que tanto la Comisión Warren como el Comité Selecto de la Cámara de Representantes sobre Asesinatos han señalado como único autor posible no tuvo realmente nada que ver con la muerte de Kennedy, la única opción viable es que éste muriese de viejo. Reconozco que también es posible que sufriese un cáncer fulminante o cualquier otra enfermedad letal, pero en ese caso se lo habría comentado a alguien y la noticia habría trascendido. Descarto asimismo la idea de que se atragantase con un hueso de aceituna, porque no tiene mucho sentido que fuese comiendo aceitunas mientras presumía de descapotable por las calles de Dallas. Siendo sensatos, la muerte natural es la explicación más sencilla que a uno se le puede ocurrir, y tal y como dijo en su momento Guillermo de Ockham mientras se compraba una navaja para afeitar a no sé quién, “la explicación más simple y suficiente es la más probable”. Y no me negarán que esta explicación es lo suficientemente sencilla como para ser la más probable…

El único cabo suelto que podría quedar es el relativo a las heridas sufridas por John Connally en el momento de la muerte de Kennedy, pero si el hombre estaba tan loco como para autolesionarse mientras su acompañante agonizaba en el asiento de atrás, no merece la pena que le preste ni un solo minuto de atención.

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Mensajepor Invitado » Sab 23 Nov, 2013 9:56 pm

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Mensajepor Invitado » Sab 23 Nov, 2013 10:24 pm

Caroline y John:


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Mensajepor camelot » Sab 23 Nov, 2013 10:25 pm

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Mensajepor Invitado » Sab 23 Nov, 2013 10:28 pm

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JFK and Jackie: True and Imperfect Love




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