La estela de los Kennedy, el perfume del exceso.

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LOC

DIARIO DE UN ADÚLTERO

Mensajepor LOC » Sab 14 Sep, 2013 3:10 am

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ROBERT KENNEDY JÚNIOR
¿SE SUICIDÓ SU MUJER POR SUS CONTINUAS INFIDELIDADES?

Su diario revela que sólo en 2001, Kennedy se acostó con 37 mujeres. Los medios achacan la muerte de su mujer a la infidelidad congénita de la saga

PABLO SCARPELLINI / Los Ángeles


Robert Kennedy Jr. y Mary Richardson, en un acto celebrado en Nueva York. La pareja se separó en 2001.


Ser un Kennedy siempre conllevó una carga pesada de soportar, una dinastía rodeada de un aura magna pero carcomida en su interior por una realidad que nunca fue ajena a tragedias y sinsabores. El último capítulo de esa historia plagada de lamentos pasa ahora por un diario de 398 páginas que acaba de ver la luz y cuyo presunto dueño sería Robert Kennedy júnior, el hombre que supuestamente anotó una cadena interminable de encuentros sexuales con mujeres, puntuadas según su nivel de intimidad con ellas.

De acuerdo al periodista del New York Post que dio con el documento, éste pertenece al año 2001, el mismo en que Mary, la mujer de Kennedy, seguía creyendo en la familia ideal y esperaba ilusionada el cuarto hijo del matrimonio.

Pese a las pruebas que apuntan al presentador del programa de radio Ring of Fire, el tercer hijo del senador asesinado en junio de 1968 de un balazo por un activista palestino no ve conexión alguna con la agenda, como respondió a la llamada del reportero en cuestión, aunque quedó congelado durante seis segundos antes de emitir su respuesta. «No creo que exista forma alguna de que ese diario sea mío siendo de 2001», dijo el principal acusado. «No tengo ningún comentario al respecto. No tengo diario de 2001».

Sin embargo, el documento en cuestión no tiene desperdicio y coincide en muchos puntos con asuntos públicos y conocidos de la vida del hijo del senador. El comienzo es un anuncio de la futura llegada de otro de sus vástagos al mundo, el cuarto fruto de su relación con la elegante Mary Richardson Kennedy. La parte de atrás, sin embargo, es bastante más sórdida.


APUNTES CONTABLES

Aunque las anotaciones están hechas bajo el título de cash accounts, en relación a su contabilidad, los números parecen apuntar más hacia el ego personal de Kennedy que al estado de sus cuentas. En total, figuran 37 mujeres en un largo listado, con 16 de ellas en una categoría aparte y un 10 escrito al lado que desde el Post atribuyen al hecho de haber conseguido tener relaciones sexuales con ellas.

Sólo en un día, el 13 de noviembre, estuvo con tres amantes, coincidiendo con una gala para recaudar fondos en el Waldorf Astoria de Nueva York y a la que asistió Christopher Reeve.

Cuesta entender, claro está, cómo logró el abogado y personaje radiofónico semejante ristra de amantes en tan corto periodo de tiempo sin despertar sospechas, dejando constancia de ello en su diario y dándole, al mismo tiempo, unas cuantas vueltas en la cabeza, repleta de arrepentimiento. Al parecer, de todo ello hay prueba en el diario, torturado por esos demonios lujuriosos que, aseguraba, le estaban devorando por dentro.

Por eso celebraba con vehemencia los días en los que lograba serle fiel a su esposa, consiguiendo resistirse a las tentaciones de la carne. Otros, sencillamente justificaba su naturaleza incontrolable. «Soy como Adán viviendo en el Edén», explicaba haciendo referencia a uno de los libros de cabecera de los Kennedy: la Biblia. «Puedo tenerlo todo menos la fruta. Pero la fruta es lo único que quiero», algo de lo que dejó constancia a principios de noviembre de 2001, dos meses después de los mortíferos ataques a la Torres Gemelas de Nueva York.


‘ASALTO’ DE DOS MUJERES

Claro que aparentemente no siempre fue culpa del atractivo señor Kennedy. Él mismo escribe en su diario que en muchas ocasiones fue él el seducido, en una especie de victimismo recurrente que surge en varias de las páginas de su recolección existencial.

«Escapé por un margen muy estrecho del asalto de un equipo de dos mujeres», escribe Kennedy. «Fue tentador pero Dios me dio la fortaleza para decir que no». No tendría tanta suerte en su afán de continencia a finales de mayo, cuando después de organizarle una cena a su amigo Leonardo DiCaprio, fue asaltado de nuevo por una mujer. Esta vez sí tomó la decisión consciente de llevársela a la cama y confiando en actuar de una mejor forma para una futura ocasión.

No queda claro si su «tengo que hacerlo mejor» era una referencia a su pobre desempeño sexual o a la necesidad espiritual y ética de serle fiel a su mujer. Sí parece evidente su titánica lucha interna, recetándose a sí mismo el mantenerse alejado de las mujeres en lo posible y comportarse como un «monje humilde», controlando sus manos y sus ojos.

Cierto que al final tuvo éxito en su empeño. Fue estando en Puerto Rico en el mes de julio. Su intromisión en Vieques, el paraíso en el que el ejército estadounidense hizo pruebas militares en cantidad por una causa medioambiental y justa, dio con sus huesos en una cárcel caribeña durante 30 días.

Lejos de recordarlos como un tormento, Kennedy habla con agradecimiento de aquellos días por haber podido controlar sus incontenibles impulsos sexuales. «Estoy tan feliz aquí», aseguraba. «Tengo que decirlo. No hay mujeres. ¡Soy feliz! Todo el mundo aquí parece feliz. Y no es por misógino. Es todo lo contrario. Las quiero demasiado».


FIGURA PATERNA

Fueron conclusiones que le despejaron la mente esos días para darse cuenta, en el fondo, de lo mucho que quería a su mujer en ese momento. «Estoy tan orgulloso de Mary», proseguía en sus elucubraciones carcelarias. «Se ha convertido en la mujer de la que me enamoré, a base de trabajo duro».

Ha conseguido superar sus miedos, alumbrar su Fe, abandonar el autocastigo impuesto y el sentimiento de culpabilidad, y se ha sumergido en una gratitud hacia Dios que le ha dado su bebé», todo ello escrito ocho días antes de que diese a luz a Aiden, su sexto hijo y cuarto de la pareja.

No sólo se ocupó de su mujer sino de la alargada figura paterna, un Robert Kennedy que también tuvo su largo historial con asuntos de faldas, incluyendo a la insigne Marilyn Monroe. Aún así, la percepción de su hijo, según lo narrado en su diario, era bien distinta, convencido de que sus infidelidades no encajaban del todo bien en el Cielo en el que se imaginaba a su progenitor.

«Después de la muerte de mi padre me costó mucho convertirme en un adulto. Sentía todo el tiempo que me miraba desde el Cielo», confesaba. «Cada vez que me venían a la cabeza pensamientos de tipo sexual, me sentía como un fracaso. Me odiaba a mí mismo», reflejo de la tradicional educación católica a la que fue sometido y del consiguiente complejo de culpabilidad por la mayoría de sus actos, al menos de los que le producían un mayor placer y al mismo tiempo un mayor remordimiento.

«Empecé a mentir para construir un carácter que me convirtiera en en el héroe y el líder que siempre quise ser», se lee en un relato del 25 de julio que acompañó de un plan en tres pasos para librarse de sus demonios y volver a ser un hombre recto y entregado a su matrimonio.

Pero como era de esperar, resultó ser un sonado fracaso. Una vez libre de su condena de 30 días en un prisión de Puerto Rico, volvió a la andadas, a perseguir mujeres sin descanso y olvidarse de ese bien tan preciado que exaltaba entre barrotes: su mujer y sus hijos.

El planteamiento no podía ser más simple y más razonable, aunque con la conclusión irracional al final. «Me han dado todo lo que codicié: una mujer preciosa, hijos y una familia que me quiere, riqueza, educación, buena salud y un trabajo que adoro, pero aún así siempre estoy en la búsqueda de algo que no puedo tener. Lo quiero todo», se lamentaba Robert Jr.


TRAGEDIA

«No importa lo mucho que tenga porque siempre quiero más». Todos esos lamentos, sin embargo, no variaron ni un ápice su trayectoria posterior, con amantes a gogó casi todos los días, con nombres de diferentes mujeres anotados hasta en 13 días consecutivos. Puede que toda esa montaña de hazañas eróticas tuviera al final un efecto devastador en el trágico final de su mujer.

Dicen sus amigos más cercanos que Mary Kennedy no pudo soportar ver su casa de campo de Mount Kisco, en Nueva York, sin la presencia de su marido, y que optó por ahorcarse en mayo de 2010 pasado sumida en problemas con el alcohol, la droga y los medicamentos que ella misma se suministraba.

Para entonces su marido, Robert Kennedy Jr., ya andaba con otra novia formal, dando esa imagen de fidelidad que siempre trató de mantener de puertas para afuera, sin demasiado éxito, la verdad.


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MARY (RICHARDSON) KENNEDY se ahorcó el 16 de mayo de 2012 en el jardín de su casa de campo en Mount Kisco (Nueva York). Su marido había iniciado los trámites de separación dos años antes. La pareja tenía cuatro hijos, tres de ellos en la imagen junto a su padre en el entierro de Mary. Los medios atribuyen ahora la tragedia a las infidelidades de Robert Kennedy jr.


ESCÁNDALOS FAMILIARES

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[row]JOHN F. KENNEDY.
Tanto John F. Kennedy como su hermano Bobby tuvieron románticos encuentros con Marilyn Monroe pese a estar casados, una relación que terminó por derivar en teorías conspiratorias sobre su implicación en la muerte de la actriz, fallecida de una sobredosis de barbitúricos en 1962. El punto álgido de la relación aconteció cuando Marilyn compareció cantando totalmente embriagada Happy Birthday Mr President. Otra de sus amantes habituales fue Mary Pinchot, una dama de la alta sociedad con la que mantuvo un tórrido idilio. El priapismo de JFK es casi legendario. El adúltero americano, de Jed Mercutio, describe los numerosos encuentros del presidente con la pléyade de becarias y jovencitas que pululaban por la Casa Blanca.

TED KENNEDY.
El otro hermano en cuestión, Ted Kennedy, con un historial político intachable, tuvo serios problemas de infidelidad con una de las dos mujeres con las que contrajo matrimonio, Joan Bennett, de quien se dijo que se dio al alcohol para poder controlar los ataques de celos que la situación le provocaba. Los problemas del benjamín de la saga no se remiten a sus matrimonios. En 1969, al salir de una fiesta en compañía de Mary Jo Kopechne, sufrió un accidente del que salió ileso. Su pasajera no corrió la misma suerte esencialmente porque el político no reportó el accidente hasta 12 horas después.[col]Imagen[col]

JOE KENNEDY. MIGUEL
No sólo los hermanos Kennedy tuvieron problemas en cuestiones de faldas. El patriarca del clan, Joe Kennedy, solía frecuentar a la actriz de cine mudo Gloria Swanson, una mujer que confirmó el romance durante las visitas de Kennedy a Hollywood y en las que se aseguraba de dejar a su mujer Rose en su casa de Massachusetts.

KERRY KENNEDY.
Además de los hombres, las mujeres del clan también tienen su historial. Sonado fue el caso de Kerry Kennedy, la esposa de Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, que tuvo un affaire con un hombre casado después de 13 años de matrimonio y de haber tenido tres hijos con el político.
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EL MUNDO / LA OTRA CRÓNICA / SÁBADO 14 SEPTIEMBRE 2013

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Assia
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Mensajepor Assia » Dom 15 Sep, 2013 3:03 am

Esa tragedia del suicidio de la esposa de Robert Kennedy (hijo) ya hace algun tiempo que paso. Mary sabia con quien se casaba. Tengo entendido que Mary habia sido companera de colegio de 1 hermana de Robert Kennedy. Asi pues, sabia de sobra que clase de esposo le esperaba. Pero,pese a esa ''maldicion'' de la que la gente habla qente que pasa sobre los Kennedy,CASARSE CON 1 KENNEDY GUSTA HASTA A 1 MILLONARIA COMO ERA MARY. No se por que, pero el apellido de esa familia Kennedy, ES TAN DESEADO COMO LO FUERA EL APELLIDO CHURCHULL DESPUES DE LA II GUERRA MUNDIAL. Pamela Churchill, NUNCA HUBIERA SIDO TAN FAMOSA EN PARIS SI SE HUBIERA QUITADO EL APELLIDO DE SU EX-SUEGRO. Eso,lo sabia muy bien la astute de Pamela y nunca se quito el apellido Churchill.

Volviendo al tema de esa Senora que hace algun tiempo se suicide, no creo que se suicidara por las infedilidades de su marido. Ninguna mujer se suicida por cornamentas. Todas las esposas de los Kennedy han llevados y llevan cornamentas y ninguna tomo tan tragica decision.

Segun se leyo en la prensa seria,Mary ya venia con la droga desde hace algun tiempo. Primero, droga para adelgazar,despues,para la depression,terminando por automedicinarse ella sola,con drogas y alcohol.

Como siempre, en esas tristes tragedias,la prensa rosa siempre busca 1 culpable,en este caso: el infiel marido: Robert Kennedy (hijo)

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Mensajepor Invitado » Lun 18 Nov, 2013 2:36 am

Srs ó Sres. aquí la estulticia de Vanitatis:


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El vestido manchado de sangre que catapultó a Jackie Kennedy


Truman Capote dijo de ella que era “ingenua y astuta a la vez”. Cuando el 22 de noviembre de 1963, hace ahora 50 años, el presidente John Fitzgerald Kennedy fue asesinado en Dallas, Jackie Kennedy, su esposa, se convirtió en una absoluta e inesperada protagonista del panorama político internacional. Ella iba al lado de él en el coche en el que recibió un disparo; estaba en el lugar desde donde saltaron pedazos de la cabeza del presidente. La poco agradable escena fue narrada por la propia Jackie ante la comisión Warren, encargada de investigar el asesinato, a pesar de que, según esa misma comisión, ella no habría podido ver tal imagen. Su posición no le permitía ver la cabeza de su esposo al menos hasta un segundo después de que recibiera el disparo, y ella se apresuró a subirse a la parte trasera del vehículo, presa del pánico. La verdad a medias ejemplificaba lo que siempre había sido, una fabuladora indomable y moderna. Quiso que todas las cámaras posibles registrasen su vestido rosa de Chanel manchado de sangre. Quiso, en definitiva, que el mundo viese lo que unos desalmados habían hecho: destrozar su aparentemente perfecta familia. Una puesta en escena milimétrica que da idea de la dimensión de una mujer que se convirtió en rostro protagonista del siglo XX, como revela Una imagen tan bella (La Esfera de los Libros), apasionante biografía de Katherine Pancol publicada recientemente en España.

El afán de protagonismo de la que luego se convirtiese en mujer de Aristóteles Onassis y mecenas de las artes y de la cultura no nació de la nada. Como la mayoría de las veces, surgió de necesidades de afecto sembradas en la infancia y del divorcio de sus padres, que la haría correr, durante toda su vida, de unos brazos a otros a la búsqueda del canalla que sustituyese a su padre. Black Jack, su progenitor, no era ningún dechado de virtudes pero, a pesar de todo, ella quería ir a verle continuamente al hotel donde vivía tras el divorcio de su madre. Las visitas eran mucho más divertidas que estar haciendo lo mismo en el confort del hogar. Nacida en Southampton, Nueva York, en 1929, vivió la carga de la separación de sus padres desde muy pequeña. A Jackeline Lee Bouvier, como se llamaba cuando aún llevaba trenzas, años antes de que el presidente de Estados Unidos se cruzase en su camino, le fascinaba la literatura romántica y soñaba con emular el vigor y la perspicacia de Scarlett O’ Hara, su personaje favorito.

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Su noviazgo con Kennedy fue tan casto como la época en la que se produjo, principios de los años 50. Aunque John sería un mujeriego de mucho cuidado que acabaría en la cama de Marilyn Monroe y de otras muchas actrices, con su novia fue todo lo respetuoso y virginal que sabía ser. “No esperaba menos de ti”, le dijo ella, tan segura y confiada en sí misma que asustaba, cuando él le propuso matrimonio. Ambos se convertirían en marido y mujer en 1953 y, poco después de la boda, ya eran otras muchas mujeres las que calentaban la cama de John. Ella se resignaba. Se había casado con él presintiendo que se trataba de un golfo pero le gustaban los hombres así. Tal era su pasión por los canallas que incluso había perdonado la descomunal borrachera de su padre el día de su boda y, al fin y al cabo, el joven John le recordaba mucho a él.

La llegada de Kennedy a la Casa Blanca la convirtió en una absoluta dama. Odiaba que se la llamase ‘First Lady’ porque parecía “el nombre de un caballo de carreras” pero le encantaban los privilegios que conllevaba ese título. Sin embargo, no se llevaba bien con los periodistas que querían husmear en su vida y en la de su marido, temerosa de que descubriesen que, más allá de su impecable apariencia, se escondía una pobre cornuda. Le gustaba la cultura y se preguntaba si Eisenhower, el presidente que precedió a su marido, leía algún libro ante la escasez de nutridas bibliotecas en el edificio presidencial. Sus caprichos eran a menudo, tan obstinados y curiosos como ella misma. Una vez se empeñó en comprar un cervatillo después de ver un reestreno de Bambi en el cine. Su marido, además de preguntarse en qué lugar de la Casa Blanca podrían colocar al animal, se dio cuenta de que, después de todo, seguía existiendo una niña dentro de ella.

Los malos tragos llegaron no sólo en forma de periodistas, sino también cuando tuvo que lidiar con la pérdida de un bebé de dos días en agosto de 1963. Ese mismo año, y para superar el trance, su hermana Lee le propuso hacer un crucero con Aristóteles Onassis. De poco sirvió que Kennedy le dijese que no era recomendable tal visibilidad con un extranjero que tenía ya problemas con la justicia norteamericana. Ella hizo lo que le dio la gana sin sospechar que ese millonario sería su esposo años más tarde. En noviembre llegó el infame asesinato en Dallas que la marcó para siempre. Años después, el 20 de octubre del 68, la boda con Onassis que le quitaría la etiqueta de viuda oficial de América.

Al multimillonario le bastaron un par de años para darse cuenta de que aquella mujer le salía muy cara. Sus compras de artículos de lujo eran habituales y Onassis seguía demasiado enamorado de María Callas como para permitirlo. Comenzaron a tramitar el divorcio en 1975 pero el destino quiso que él muriese durante ese año, sin completar el proceso de separación. Jackie se llevó una cuantiosa herencia que hizo que la hija de Onassis, Christina, se convirtiese en su más aguerrida enemiga. A ella poco le importó. En los 90, se la diagnosticaba un linfoma que acabó con su vida el 19 de mayo de 1994. Su funeral fue retransmitido por todas las cadenas de Estados Unidos. De haber podido verlo, seguramente ella habría estado encantada y habría elegido el mejor vestido para impactar a la prensa. Para que luego dijese que no era una ‘First Lady’…

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Mensajepor La Beltraneja » Mié 20 Nov, 2013 1:54 am

Estos Kennedy por una u otra razón siempre resultan interesantes. A mi Jackie nunca me ha gustado ni me ha parecido guapa, pienso que es una de las mujeres mas sobrevaloradas y no le encuentro ese "algo" que muchos admiran y que los vuelve locos.

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Mensajepor Invitado » Mié 20 Nov, 2013 2:05 am

Jackie es mas un icono de la mujeres que de los hombres, un figurin de estilo y glamour bastante asexuado.

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Mensajepor Invitado » Mié 20 Nov, 2013 11:57 am


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Mensajepor La Beltraneja » Mié 20 Nov, 2013 1:17 pm

Anonymous escribió:Jackie es mas un icono de la mujeres que de los hombres, un figurin de estilo y glamour bastante asexuado.


Si, por supuesto, escribí "muchos" como una forma genérica de abarcar hombres y mujeres, que seguramente había uno que otro interesado en su belleza, glamour, fama, etc., etc., etc. :salute:

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Mensajepor bobamaria » Mié 20 Nov, 2013 4:46 pm

Qué hilo tan interesante, en lo personal, creo que Jackie fue un ícono gracias a la época en que le tocó vivir, solamente. Poseedora de una clase y elegancias propias de la educación que recibió y el medio en que nació.
Lo mismo puede decirse de las enormes tragaderas que hay que tener para permanecer junto a un hombre (supongamos que se casó enamorada) que era un auténtico degenerado sin ningún escrúpulo y luego casarse con un viejo que nadaba en dinero, pero bastante feo y vulgar.
Hoy en día, una mujer así difícilmente podría considerarse un modelo a seguir, por muy bien que se vista.
En otro orden de cosas, mientras más leo sobre JFK, más me convenzo que de no haber sido asesinado, la apreciación y la imagen que se tiene de él no sería la misma.

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Mensajepor Invitado » Jue 21 Nov, 2013 1:54 am

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«DESPEJADO, QUITAD LA CAPOTA»

EDUARDO SUÁREZ


A la sombra de un roble en un suburbio de Dallas, una luz mortecina ilumina el salón de una casa de madera blanca con un zócalo de ladrillo rojo. Nadie la habita desde hace décadas pero un detalle la distingue de las demás: aquí escondía Lee Harvey Oswald el rifle con el que disparó sobre John F. Kennedy y aquí pasó su última noche en libertad.

Las autoridades acaban de transformar el edificio en un museo al calor del interés suscitado por el aniversario. Pero miles de curiosos se han acercado en el último medio siglo hasta el número 2515 de 5th Street. Una vivienda con dos dormitorios que desempeñó un papel esencial en el magnicidio que sacudió al mundo el 22 de noviembre de 1963.

Ruth se había criado en una familia de cuáqueros de Pensilvania y no tenía muchos amigos en Dallas cuando conoció a Lee Harvey Oswald y a su esposa rusa, Marina, en febrero de 1963. Se los presentó un amigo de su coro de madrigales y ella enseguida trabó amistad con la joven Marina y la invitó a mudarse con ella unos meses después.

Oswald sólo se dejaba caer por allí los fines de semana. Por eso, Ruth se extrañó al verlo el jueves 21 de noviembre jugando en la puerta de la casa con su hija June. Sólo al día siguiente se enteraría de que su amigo había aprovechado la visita para coger el rifle con el que unas horas después dispararía contra JFK.

El magnicida había adquirido el arma por correo unos meses antes en una armería de Chicago. Apenas le había costado 12,78 dólares y lo había envuelto en una manta verde y marrón entre las cosas que guardaba en el garaje de la familia Paine.

Oswald vivía en una pensión por la que pagaba siete dólares a la semana y había encontrado su empleo gracias a Ruth, que supo por una amiga que estaban contratando gente en un almacén de libros de texto del centro de Dallas y se lo dijo al esposo de su amiga rusa, que rellenó su solicitud el 15 de octubre de 1963.

Así fue como Oswald empezó a trabajar en el edificio que se encontraba junto a la comitiva del presidente. Pero nadie sabe a ciencia cierta cuándo tomó la decisión de disparar. Hasta tres veces intentó convencer a Marina de que volviera a vivir con él en la víspera del magnicidio y hasta tres veces su esposa le dijo que no.

Es imposible saber si el rechazo tuvo alguna influencia en la deriva del asesino que, en abril, había disparado contra el general ultra Edwin Walker y dos meses antes había intentado estrangular a su mujer. Aquella noche, después de cenar, Ruth percibió que alguien se había dejado encendida la luz en el garaje. Al despertarse, el único rastro de Oswald era una taza vacía de café.

Unos minutos después de las siete de la mañana, sonó el timbre de su vecino Buell Frazier, que trabajaba en el almacén de libros de texto y se había comprometido a acercar a Oswald en su Chevrolet.

Mientras Frazier se lavaba los dientes, su colega colocó en el asiento trasero una bolsa alargada de papel, donde según dijo guardaba «unas barras para unas cortinas». «Apenas habló pero era el mismo de siempre», decía hace unos meses el chófer de Oswald al recordar aquella mañana de 1963.


LA RUTA
El asesino había empezado a trabajar en el almacén un mes antes de que las autoridades anunciaran los detalles de la ruta de la comitiva del presidente. Un extremo que subraya la desconfianza que suscitaba una ciudad donde abundaban quienes defendían la segregación racial.«Hoy nos dirigimos al territorio de los chalados pero no te preocupes, Jackie», le dijo Kennedy a su esposa antes de desayunar el día de su muerte. «Si alguien quiere dispararme con un rifle desde una ventana, nadie puede pararlo. Así que, ¿por qué preocuparse?».

El presidente y su esposa llegaron a Dallas 20 minutos antes del mediodía y les recibió el éxtasis de la muchedumbre junto al avión. Justo antes del desfile, alguien en la redacción del Dallas Times Herald preguntó al joven reportero Jim Lehrer si la limusina iría con o sin capota y Lehrer habló con uno de los agentes del servicio secreto, que comprobó a través de la radio policial que las nubes matutinas se habían disipado y dijo unas palabras que nunca olvidaría: «Despejado en el centro de Dallas. Quitad la capota ». Cuatro personas acompañaban al matrimonio Kennedy en la limusina: el gobernador John Connally y su esposa Nellie y los agentes del servicio secreto Roy Kellerman y Bill Greer.

Nadie esperaba la calurosa acogida de la muchedumbre a la comitiva del presidente, que atravesó entre vítores el centro de Dallas y enfiló el camino hacia el almuerzo en un doble giro que colocó al presidente a tan sólo 80 metros de la ventana por la que se asomaba el rifle de Lee Harvey Oswald.

El reloj del anuncio de Hertz sobre la azotea del almacén marcaba las doce y media del mediodía cuando el primer disparo estremeció a quienes se encontraban en la plaza Dealey. Hasta cinco testigos dirían después que vieron asomar un fusil en el sexto piso del almacén.

Los expertos no se ponen de acuerdo sobre el número ni sobre el origen de los disparos que se oyeron aquel viernes en la plaza Dealey. Pero la versión más aceptada es que fueron tres. El primero erró y el segundo golpeó al presidente en la garganta. El tercero esparció su cerebro por el asfalto y le causó de inmediato la muerte cerebral.

«¡Dios mío! ¡No! ¡Han disparado a Jack!», gritó la primera dama antes de abalanzarse sobre la parte trasera del vehículo. «Fue como el sonido de un melón estampándose contra el cemento. La sangre, los sesos y los trozos de cráneo salieron de la cabeza del presidente y me salpicaron en la cara y en la ropa», recuerda el escolta Clint Hill, que al oír el segundo disparo saltó sobre la limusina presidencial.

«El presidente se llevó la mano a la oreja derecha y la sangre empezó a brotar», contó unos minutos después el ama de casa Gayle Newman, que presenció el crimen en primera fila con sus dos hijos y su esposo Bill.

Nadie lo vio todo tan cerca como el matrimonio Newman, retratado sobre el césped aquella mañana resguardando a sus dos hijos de los balazos del francotirador. Y sin embargo los miembros de la Comisión Warren no creyeron que fuera necesario llamarles a declarar. Un detalle que ayudó a sembrar dudas sobre la posibilidad de una trama para mantener a salvo la imagen de la CIA o el FBI.

Unos segundos antes, una fina capa de yeso había caído sobre la cabeza del empleado afroamericano Bonnie Ray Williams, que se había asomado a una ventana del quinto piso del almacén de libros para ver a JFK. El yeso se había desprendido por el estruendo de tres disparos cuyos casquillos oyó caer su colega Harold Norman debajo del lugar donde la policía encontró el rifle durante una inspección.

El primer policía que entró en el edificio fue el agente Marrion Baker, que enseguida pensó que los disparos podían venir de la azotea del almacén. De la mano del conserje y con el revólver en la mano, Baker subió por las escaleras consciente de que no tenía un minuto que perder.

Al llegar al segundo piso, vio por un ventanuco a un hombre con expresión indiferente que se dirigía a la sala donde almorzaban los empleados. Le gritó que viniera y preguntó al conserje, que enseguida reconoció a Lee Harvey Oswald y le dio permiso para salir.

«Me pregunto a qué viene tanto lío», le dijo a Oswald el conductor del taxi en el que se subió unos minutos después. Acalorado y sin dirigirle la palabra al taxista ni a la propietaria, el magnicida cogió en su pensión el revólver con el que asesinó unos minutos después a un agente de policía y con el que intentó resistirse durante su detención.

Oswald llamó la atención del dependiente de una zapatería, que lo vio colarse en un cine donde proyectaban un programa doble con dos películas bélicas: Cry of Battle y War is Hell. Advertidos por el dependiente y por la taquillera de la sala, varios agentes se arremolinaron en torno a las salidas de emergencia y arrestaron al asesino, que le dio un puñetazo a un policía e intentó echar mano del revólver en el momento de su detención. El arresto de Oswald tuvo lugar 10 minutos antes de las dos de la tarde y casi una hora después de que los médicos certificaran el fallecimiento de JFK. Su cuerpo había llegado al hospital de Parkland seis minutos después del último disparo. «Déjenos sacar al presidente», le pidió el agente Emory Roberts a la primera dama, que permanecía sentada sobre un charco de sangre y se resistía a separarse de su esposo. El agente Clint Hill se dio cuenta de que Jackie no quería que la prensa fotografiara a su esposo en ese estado y cubrió con su chaqueta el cuerpo de JFK.


28 SEGUNDOS
Los médicos hicieron lo posible por salvar la vida del presidente. Pero los expertos apuntan que llegó al hospital sin un tercio de su masa cerebral. Un doctor le dio a Jackie la noticia y un sacerdote le administró a su esposo la extrema unción. Las autoridades enseguida recordaron que las leyes exigían hacer una autopsia inmediata antes de levantar el cadáver del presidente. Pero la prioridad absoluta del servicio secreto era sacar de Dallas a Lyndon B. Johnson por miedo a que el magnicidio fuera el preludio de un ataque sobre la ciudad.

Así fue como el servicio secreto ignoró la advertencia del forense del condado y llevó el cadáver del presidente asesinado al compartimento posterior del Air Force One, donde esperaba desde hacía una hora Johnson listo para jurar.

El acto duró 28 segundos y lo presidió la juez tejana Sarah Judges. Las persianas de las ventanas estaban bajadas por miedo a un ataque y Johnson no pronunció su juramento sobre la Biblia sino sobre un misal católico que un asesor de Kennedy encontró en el dormitorio del avión presidencial.

El avión despegó 13 minutos antes de las tres. Johnson empezó a preparar su primer discurso como presidente y Jackie se retiró al compartimento donde se encontraba el ataúd. El médico de la Casa Blanca le sugirió que se cambiara pero ella respondió que no. «Quiero que vean lo que han hecho», dijo antes de beber el primer trago de whisky de su vida y decirle al portavoz de su esposo que se asegurara de que los periodistas supieran que estaba velando el féretro de su esposo: «Vete a decirles que vine aquí atrás a sentarme con Jack».


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”Jackie, si alguien quiere dispararme con un rifle desde una ventana, nadie puede pararlo...”
...El mismo día que le asesinaron, antes de desayunar, Kennedy le dijo a su esposa que se adentraban en un “territorio de chalados”,
aunque le aconsejó que no se preocupara...



EL MUNDO, MARTES 19 DE NOVIEMBRE DE 2013

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Mensajepor Invitado » Jue 21 Nov, 2013 1:55 am

El rechazo de la bielorrusa Ella German marcó al asesino
OSWALD, UN DESAMOR QUE CAMBIÓ LA HISTORIA

MARÍA RAMÍREZ


La Nochevieja de 1960, Lee Harvey Oswald volvió a su apartamento paseando por la orilla nevada del río de Minsk después de haber cenado en casa de la hospitalaria familia de su amada, Ella German. Feliz, esa noche decidió que se quería casar con Ella, la mujer que tal vez pudo cambiar la Historia.

[imageleft]Imagen[/i] [/left]La había conocido la primavera anterior en la fábrica de radios y televisiones donde el KGB había mandado al estadounidense, ex marine y desertor. Oswald, que ya había intimado con varias colegas, admiraba a la inocente Ella. En su diario la describió como una «belleza judía de pelo negro sedoso con bonitos ojos oscuros, piel tan blanca como la nieve, una bella sonrisa y naturaleza buena, pero impredecible». «Su único defecto es que, con 24 años, sigue siendo virgen y sólo porque ella quiere. La conocí cuando vino a trabajar a nuestra fábrica. Me fijé en ella y tal vez me enamoré en el primer minuto», escribió Oswald.

En Año Nuevo le propuso matrimonio: Ella dudó y al final lo rechazó. Dijo que creía no estar tan enamorada y que temía que un día lo deportaran por ser estadounidense. «Si te casas conmigo, pediré la ciudadanía soviética», le dijo Oswald, que entonces estaba en un limbo legal. Ella nunca habría accedido a dejar Minsk y habría intentado que él no regresara a EEUU.

«Ése fue el momento en el que Oswald hizo el esfuerzo más sincero por encontrar un hogar. Fue el momento en que estuvo más cerca de conseguir estabilidad. Si se hubiera construido una vida ahí con Ella, la Historia habría sido diferente », explica a EL MUNDO Peter Savodnik, el autor del nuevo libro sobre los tres años que pasó Oswald en la antigua Unión Soviética, The Interloper. El investigador ha entrevistado a Ella, ahora una setentona que sigue viviendo en Minsk y que es «muy amable, muy maternal». «No sabía qué hacer con Oswald, que era un espectáculo por ser extranjero. Como la mayoría de la gente en Rusia, es muy escéptica y cree que, como poco, Oswald fue utilizado como parte de una conspiración. No logra reconciliar al asesino con su idea de un hombre amigable e incluso decente», cuenta Savodnik. Si pudiera volver atrás, Ella dice que probablemente se casaría con Oswald.

El joven había tenido una infancia difícil por la muerte de su padre dos meses antes de que él naciera y la inestabilidad de su poco fiable madre. A los 17 años, ya se había mudado 20 veces entre Dallas, Forth Worth, Nueva Orleans y Nueva York, y había pasado tres semanas en un centro de detención de menores.

Desesperado por alejarse de la familia, se alistó en los marines. Entonces, según él, ya había empezado a leer sobre el marxismo después de que le dieran un panfleto sobre Julius y Ethel Rosenberg, ejecutados por espionaje a favor de la Unión Soviética. Escribió al partido socialista americano para unirse a su liga juvenil y se fue a California, donde lo asignaron a un carguero. El barco lo llevó a una base en Japón, donde Oswald trabajó como operador de radar para los aviones espía U2.

Fue sancionado varias veces por sus explosiones violentas. Cuando lo mandaron de vuelta a California, su única obsesión era marcharse a la Unión Soviética y no la disimulaba. Ponía canciones en ruso que se oían desde fuera de los barracones y llamaba camarada a los compañeros. Algunos lo apodaron Oswaldskovich. En septiembre de 1959 se embarcó hacia Francia, en teoría con el propósito de estudiar en Suiza. Pero acabó en un tren de Helsinki a Moscú.

Recién cumplidos los 20 años, se presentó en la embajada de EEUU anunciando que renunciaba a su ciudadanía. Cuando el KGB no se mostró interesado en él y quiso devolverlo a su país, se cortó la muñeca izquierda en un intento de suicidio y eso detuvo la operación de deportación. Consiguió quedarse y, para que molestara lo menos posible y estuviera lejos de los periodistas occidentales, las autoridades rusas lo mandaron a Minsk.

Uno de los enigmas sobre la vida de Oswald fue su relación con los servicios secretos rusos. Marina Prusakova, la mujer que se acabaría casando con él, es sospechosa de haber sido reclutada como espía.


SERVICIOS SECRETOS
El KGB sólo lo controlaba y transcribía hasta sus conversaciones en la cama, aunque él anunció estar dispuesto a dar información sobre los aviones espía con los que había trabajado en Japón. Uno fue derribado en mayo de 1960 en los Urales y su piloto, Francis Gary Powers, fue capturado. Cuando fue liberado un par de años después, el militar contó que en su interrogatorio había un oficial que parecía americano por el acento y que era «más tonto que el pomo de una puerta». La familia de Powers recuerda que cuando el piloto vio a Oswald en la televisión, antes del asesinato, se puso muy nervioso y dijo tener que «avisar a alguien».
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Los compañeros y amigos de Oswald en Minsk recuerdan que la captura del piloto inquietó al estadounidense. El joven empezaba a dudar sobre la Unión Soviética, inspirado en parte por conocidos a los que se les había acabado el fervor revolucionario. Cuando hablaba de política lo hacía en términos generales y sin ninguna animadversión concreta.

«Oswald pensaba en la ideología, en los movimientos políticos y en la Historia. Tenía ideas bastante incoherentes. No he encontrado que tuviera nada contra Kennedy. Más bien, expresó una visión favorable», explica Savodnik. Una tía de Oswald testificó que el chico había hecho comentarios positivos sobre el presidente. Y un amigo de Forth Worth recuerda cómo en su casa había un especial sobre Kennedy de la revista Time y su mujer, Marina, alababa al presidente y a Jackie. «Lee, en su estilo brusco, parecía estar de acuerdo», escribía este mes en el New York Times Paul Gregory, el único amigo de Oswald cuando volvió a Texas.

Unos días después de que Ella le rechazara, Oswald escribió en su diario que quería marcharse de la Unión Soviética. De repente, aseguraba que Rusia había traicionado el verdadero marxismo.

Ya estaba en trámites para volver a EEUU cuando, en marzo de 1961, conoció a Marina en un baile después una conferencia sobre Naciones Unidas. Se casó con ella un mes después, pese a seguir obsesionado con su primer y tal vez único amor. Escribió que se había casado con Marina para «hacer daño» a Ella.

Marina, que se había quedado sin padres y estaba acostumbrada a mudarse, empujó a su marido a volver a Estados Unidos. Regresaron, con ayuda del Departamento de Estado, un año después junto a su hija recién nacida.

El salto fue un error. Desde que desembarcó en un puerto enfrente de Manhattan el 13 de junio de 1962, Oswald se mostró violento y errático. El día que llegó se enfadó porque no había periodistas esperándole y ya se había preparado las respuestas. En los 17 meses hasta su muerte cambió de casa una decena de veces y vivió del Estado.

Oswald empezó a pegar a su mujer. Peter Gregory recuerda cómo gritaba a Marina porque le habían ofrecido un trabajo en una farmacia o porque se había caído al suelo con su bebé en brazos. A principios de 1963 compró, con nombres falsos, una pistola y un rifle y obligó a Marina a hacerle fotos posando con sus armas. En abril, intentó asesinar a Edwin Walker, un ex militar racista al que Kennedy había destituido. Falló, pero confesó a su mujer que había sido él e incluso la atormentó sugiriendo que quería matar a Nixon.

Su relación en aquellos meses con los servicios secretos estadounidenses sigue siendo uno de los puntos oscuros que han alimentado teorías conspirativas. El FBI lo interrogó dos veces. Oswald dijo que no había trabajado nunca para el KGB, aunque no se quiso someter al detector de mentiras. Las piezas encajan poco en su viaje a México, en septiembre de 1963, cuando estaba a punto de nacer su segunda hija y él hacía planes para mudarse a La Habana o a Moscú. En la capital, los consulados de la Unión Soviética y Cuba rechazaron concederle el visado. Pero la identidad del hombre que hizo esas solicitudes se sigue disputando.

La CIA tenía cámaras ocultas y teléfonos pinchados en las representaciones de ambos países y confirmó que un tal Oswald había estado allí, pero incluyó en el expediente una foto de otra persona que nunca fue identificada. Puede que fuera un error burocrático, pero la agencia asegura que no encontró la foto del auténtico Oswald.

La mayoría de los documentos sobre Oswald en poder del FBI y la CIA podrían ser desclasificados en 2017, aunque algunos ya han sido destruidos. Al día siguiente del asesinato, Edgar Hoover llamó al presidente Johnson y le dijo que ni la foto ni una grabación de una llamada de alguien que se presentaba como Oswald en México correspondían al hombre detenido por asesinar a Kennedy. «Parece que fue otra persona la que estuvo en la embajada soviética», dijo Hoover. En esa conversación, grabada por Johnson, hay 14 minutos borrados. La Biblioteca Johnson dice que se debe a que el equipo de grabación era de mala calidad. Cuando el jefe de la CIA en 1963 en México murió, el director de contrainteligencia voló hasta allí para llevarse personalmente los contenidos de la caja fuerte de su enviado, una práctica chocante. La comisión especial sobre asesinatos de la Cámara de Representantes no encontró nada sustancial en los papeles identificados por la agencia como el contenido de la caja fuerte.

En los archivos de Estados Unidos hay ya cinco millones de documentos públicos sobre el asesinato de Kennedy. Los enigmas sobre Oswald se encuentran, en parte, en los 1.100 sin desclasificar.


EL MUNDO, MARTES 19 DE NOVIEMBRE DE 2013

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Mensajepor Invitado » Jue 21 Nov, 2013 2:21 am

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K E N N E D Y
TEORÍAS DE LA CONSPIRACIÓN



RUBY

Lee Harvey Oswald fue asesinado en la comisaría de Dallas el 24 de noviembre de 1963 por Jack Ruby mientras era trasladado a la cárcel del condado. La policía hizo el paseíllo para desmentir los rumores de que estaba maltratando a Oswald. Ruby, jefe de un club nocturno, aseguró que disparó porque no quería ver a Jackie Kennedy sufriendo en un juicio. Pilló a Oswald por poco. Cuatro minutos antes, Ruby estaba en correos enviando un cheque a una ‘stripper’. Fue condenado a cadena perpetua y murió en la cárcel por un cáncer en 1967. Esta imagen, del fotógrafo del ‘Dallas Times Herald’, ganó el Pulitzer.


BALA MÁGICA

La Comisión Warren dijo que se dispararon tres balas. La primera falló. La segunda dio al presidente en la espalda, le salió por el cuello, entró por la espalda del gobernador, salió por su pecho, le entró por la muñeca y después en el muslo. La tercera mató al presidente al darle en la cabeza. La rara trayectoria y las buenas condiciones de la segunda bala indican que pudo haber más, como siempre creyó el gobernador. Pero Oswald no habría tenido tiempo de disparar tan rápido. Hasta 40 testigos aseguraron que hubo más disparos desde un montículo.


FBI Y CIA

Tenían extensos informes sobre él, pero ocultaron información durante décadas. Ni siquiera le pasaron a la Comisión Warren las cartas de Oswald interceptadas cuando él estaba en la Unión Soviética. El KGB siempre pensó que Oswald era un espía de la CIA. En agosto del 63, lo detuvieron por una pelea callejera y él pidió hablar con un agente del FBI, que se presentó de inmediato. El presidente Lyndon Johnson dijo en 1967 a una consejera de la Casa Blanca que creía que la CIA había tenido «un papel» en el asesinato de Kennedy.


JOANNIDES

Era el jefe de unidad de la CIA en Miami y encargado de un grupo anticastrista con el que Oswald tuvo contactos en Nueva Orleans en verano del 63. La agencia ocultó información sobre Joannides, que guió a los anticastristas para que lanzaran una campaña contra Oswald tras el asesinato. El abogado jefe de la comisión de investigación de la Cámara de Representantes denunció en 2005 que la CIA le había engañado al mandar a Joannides para gestionar documentos aunque nadie relacionado con Oswald podía trabajar en la investigación.


MAFIA

Cuando empezó a buscar trabajo en Nueva Orleans se quedó en casa de un tío que trabajaba para Carlos Marcello, el jefe de la mafia local. Según el FBI, Oswald recibió dinero del número dos del mafioso. Marcello estaba a punto de ser procesado por el Departamento de Justicia de Bobby Kennedy. Un testigo asegura que Marcello propuso matar al presidente durante un encuentro con otros mafiosos unos meses antes. El FBI tenía información sobre las amenazas de la mafia hacia el primer presidente que había ordenado perseguir al poder gánster.


EL MUNDO, MARTES 19 DE NOVIEMBRE DE 2013

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Mensajepor Invitado » Jue 21 Nov, 2013 3:34 am

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Kennedy se toma un helado a bordo del Honey Fitz. (Hyannis Port, Massachussetts, 31 de Agosto de 1963)


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Maternal. Jackie Kennedy y John-John


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El último día

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Mensajepor Invitado » Jue 21 Nov, 2013 4:02 am

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Página Negra Jacqueline Kennedy:
Los mil días de Jackie

Las luces siempre la atrajeron, igual que los hombres ricos y poderosos; cegada por sus ambiciones, escaló todos los peldaños hacia la cúspide social, al precio del vacío interior y la soledad.


En el mundo hay fantasías y mujeres que se las creen. Esta se creía descendiente de nobles franceses; se imaginó rodeada de doncellas y caballeros que se batían por un sí o por un no, entre sedas y tafetanes, banquetes y copas, luces mortecinas y un rey como Arturo, el de la Tabla Redonda, señor de Camelot.

¡Qué rey ni que ocho cuartos!, puras tonteras de una familia de mitómanos con menos pedigrí que una pulga, cuyo ancestro más reputado fue amigote de farras de José Bonaparte –apodado en España Pepe Botellas, para más señas– y que había sido ebanista, carpintero, comerciante y corredor de bienes raíces.

Jacqueline Lee Bouvier Kennedy Onassis fue la doble viuda de dos de los hombres más controversiales y poderosos del siglo XX; uno por la política –John F. Kennedy– y otro por la plata, Aristóteles Sócrates Onassis. El escritor John Davis, en Los Bouvier: retrato de una familia , partió en pedazos el linaje aristocrático inventado por John Vernou Bouvier Jr, abuelo de la Primera Dama norteamericana.

En su breve paso por la Casa Blanca, de 1961 a 1963, le dio a los norteamericanos algo que no venden en el “mall”: ¡majestuosidad! y ¡clase!. Iluminó la pragmática política con sus finas maneras, su vocecita de “yo-no-fui”, sus trajes de diseñador, sus fastuosas cenas y convirtió la residencia presidencial en un Salón, al estilo francés del siglo XVIII, y ella en una cortesana, eso sí, más cortés y sana que Madame Pompadour, Madame de Stäel o la Recamier.

Toda su vida tuvo un solo objetivo: casarse con un marido rico que le pagara sus veleidades y manías, como comprar 200 pares de zapatos en un día o mandar al piloto de Onassis a traerle el pan para el desayuno, pero a una panadería en Chipre, como a 200 kilómetros de distancia, ¡ahí a la vueltita!

Y es que era hija de su madre. Janet Norton Lee se casó con John Vernou Bouvier III, corredor de bolsa de Wall Street, esperanzada en una vida regalada pero los negocios del pobre John no le alcanzaron ni para el arranque, de ahí que buscó otro prospecto con una billetera más gorda. El nuevo pez fue Hugh Dudley Auchincloss, Jr., heredero de la Standard Oil.

Con el primer marido Janet tuvo a Jacqueline , que berreó por primera vez el 28 de julio de 1929, en Nueva York. Lee, la hermana menor, nació cinco años después; por parte del petrolero tuvo dos hermanastros: Janet y James.

Acomplejada, solitaria, frívola, egocéntrica, inteligente; según Eleanor Roosevelt, “había en ella más de lo que se veía a simple vista”. Jacqueline Kennedy inventó la idea de Primera Dama, fue la mujer más fotografiada del siglo XX y vivió una tragedia griega.


Princesa Borgia

Aplomada, encantadora y regia, la pequeña Jackie posó sobre un poni, para The East Hampton , en su segundo cumpleaños. Su madre Janet apenas se perdía bautizo, piñata y cuanto agasajo había en el pueblo para lucir a su niña y abrirle un hueco en la high society neoyorkina, apuntó Cristina Morató, en Divas Rebeldes .

Tres décadas más tarde, aquella criatura morena, vivaz, de rostro apacible y espesa melena, sería la emperatriz del glamour y “habitué” en las portadas de las revistas rosadas, sobre todo por su matrimonio con John F. Kennedy, el príncipe sin corona de la realeza gringa.

La pareja de Janet y John Bouvier estaba unida por la ambición megatónica de la esposa, una mujer mundana, de vida alegre y obsesionada con emparentarse con ancestrales patricios americanos. Con esa perspectiva Janet no reparó en medios y aunque le perdonó a John sus amoríos y borracheras, lo echó cuando quedó en la ruina, tras el naufragio de la Bolsa de Nueva York en 1929.

Como Jackie amaba a su padre, el divorcio la afectó mucho y este la colmó de regalos y fruslerías, con tal de hacerla feliz. John modeló en ella el gusto por lo bello, el histrionismo y la importancia de guardar las apariencias.

“No dejes nunca que adivinen tus pensamientos. Guarda tus secretos. Se misteriosa, ausente, lejana, un enigma hasta el último de tus días”, le aconsejó el progenitor.

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Jacqueline y Caroline Kennedy desgarran el alma de los presentes al inclinarse ante el féretro de John F. Kennedy. La primera dama organizó un funeral inolvidable[/left]
Fue el padrastro de Jackie quien pagaría las extravagancias de la madre, que la matriculó en las escuelas más “sofis” de Nueva York, lejos de su familia pero rodeada de lujos y privilegios.

A los 18 años –en “edad de merecer”– fue presentada en sociedad y la prensa la declaró la Reina de las Debutantes, resaltando su porte clásico y la delicadeza de sus manos, cual fina porcelana de Dresde. Enfundada en unos largos guantes blancos, la jovencita ocultaba sus dedos manchados de tabaco, producto de fumarse dos cajetillas diarias de cigarrillos, y con las uñas mochas por el hábito de comérselas.

En el elitista Vassar College la apodaron “Princesa Borgia” y ahí aprendió historia, filosofía, religión, literatura e idiomas, sus materias preferidas. Pasó a París, a La Sorbona, y durante un tiempo dudó entre ser una diletante o una ama de casa.

Regresó a Estados Unidos y aunque ganó un premio de la revista Vogue , su madre no le permitió coquetear con la literatura, para que se concentrara en buscar un marido que le pagara su modus vivendi o estaría condenada a la ignominia: ¡trabajar!

Pero al destino nadie le tuerce el brazo. Con ayuda de un tío obtuvo una pasantía en el Washington Times-Herald , aprovechando su facilidad para redactar. En principio hizo de recadera y recepcionista, pero un día la mandaron a la calle a buscar rellenos noticiosos, para justificar su salario de $56.75 semanales.

Fue gracias a ello que Jackie conoció a Kennedy, el político más licencioso y simpático de Nueva York, capaz de hablarle al diablo si este le daba el voto.


Por aquellos días ella estaba comprometida –y con fecha de boda– con el corredor de bolsa John Husted, pero tras conocer al millonario senador y futuro presidente norteamericano, el amor salió por la ventana y la ambición entró por la puerta. Joe, el venal padre de JFK, vio la oportunidad dorada de que su díscolo hijo sentara cabeza, se casara con una señorita bien y cambiara ante el electorado su imagen de mequetrefe y mujeriego.

Los Kennedy eran hombres dominantes, desvergonzados, poderosos, “supermega” ricos y para ellos las mujeres eran solo trofeos y máquinas de hacer hijos. Agarrada de Dios y con tales recomendaciones Jacqueline se casó con John –¡qué raro, en esta historia todos se llaman igual!– el 12 de setiembre de 1953.


Lágrimas negras

Jackie no era feliz en su matrimonio, porque su marido era el mismo demonio. El serio JFK –acrónimo del finado mandatario– se excitaba hasta cuando se reía; la familia y los hijos solo contaban para él porque generaban votos, para pasarla bien estaban sus “amiguitas”.

Jack Kennedy era en realidad un Barba Azul, como en el cuento de Charles Perrault, solo que en lugar de cadáveres escondía querendengues hasta debajo de los ceniceros del Salón Oval.

La pobre Jackie creía que su marido llegaría a casa a las cinco, charlarían de las trivialidades hogareñas, acostarían al chorro de “mocosos” que tendrían y después…a disfrutar las delicias del arte de la almohada.

Solo que nadie le dijo que ser la esposa de un Kennedy era un oficio. Acomplejada por su físico escuálido, hombros anchos, pechos pequeños, manos grandotas y pies enormes –calzaba 42– no podía competir con las coristas, modelos, azafatas, secretarias, actrices y todas las mujeres que formaban el serrallo de la Casa Blanca.

Además, la familia del marido era una manada de corrientes; formada por nueve hijos, decenas de nietos, parientes y amigos de toda laya, que se reunían los fines de semana en Hyannis Port, la mansión del patriarca Joe y su esposa Rose, a quien apodaban belle-mére , pero en privado le decían “El dinosaurio”.

    Incapaz de alinear al esposo estuvo a punto de divorciarse, pero intervino Joe y le ofreció un millón de dólares a cambio de aguantárselo
Jackie era una “culindinga” que arrugaba la nariz cuando le ofrecían pan con mantequilla de maní y jalea; en los paseos en bote solía llevar una canastita con su “déjeuner”: “terrine de pâté” y quesos franceses, irrigados con abundante vino…¡qué pesadez!

Asumió con filosofía su papel de consorte, criada y vestuarista del eterno sonriente de Jack. Lo enseñó a vestirse con trajes de buen corte, le encargó zapatos especiales porque tenía una pierna dos centímetros más corta que la otra. Para peores John era un saco de enfermedades y tenía que drogarse para levantarse cada mañana.

Pero el matrimonio se volvió una carga y ella se puso irritable; para superar las depresiones compraba de manera compulsiva y gastaba dinerales en remodelar la casa.

En 1955, recién llegada de un viaje por Europa donde se entrevistó con el Papa Pío XII, tuvo un aborto espontáneo. Un año después quedó embarazada. La niña, que se llamaría Arabela, nació muerta y la madre estuvo a punto de seguirla. A Jack le avisaron mientras paseaba en un crucero por el Mediterráneo.

Incapaz de alinear al esposo estuvo a punto de divorciarse, pero intervino Joe y le ofreció un millón de dólares a cambio de aguantárselo y…bueno…¡El amor lo puede todo!

El tercer embarazo le devolvió las esperanzas y le activó la “compradera”; despilfarró en un año $30 mil en ropa y otras menudencias más. Al fin nació Carolina, en 1957; tres años más tarde le tocó el turno a John Jr., quien moriría trágicamente a los 37 años junto con su esposa Carolyne Bessette.

Aún faltaba un último batacazo. El tercer hijo, Patrick, nacido meses antes del asesinato del mandatario en Dallas, Texas, apenas sobrevivió 48 horas y eso devastó a Jackie.

Su familia, las amantes de sus maridos –-incluyendo a Onassis– y el desprecio del clan Kennedy le amargaron la vida, pero sus dos hijos la hicieron feliz y fue una buena madre.


Días finales

La Reina de América, como gustaba llamarla Frank Sinatra, detestaba que le dijeran “First Lady”, porque le parecía el nombre de un caballo de carreras.

Con 31 años Jackie tomó posesión de la Casa Blanca el 20 de enero de 1961; ese sería el primero de los mil días que más ríos de tinta desbordó, para describir la manera en que la Primera Dama puso patas arriba el centro mundial del poder.

En su nuevo cargo Jackie dio rienda suelta a su narcisismo; gastó los fondos públicos como si fueran propios en la remodelación de una residencia, que desde los tiempos de John Adams, en 1800, había sido asiento de comadres, aficionadas al té, a tejer escarpines y chismorrear.

Bajo su espléndida mano hizo de la Casa Blanca un ágora cultural de primer orden, donde coincidió una pléyade de intelectuales, músicos, pintores y políticos de todo pelaje. Hubo obras de teatro, ballets , conciertos, exhibiciones y todo el que era alguien en el mundo, pasó por esos salones.

La imaginación de la señora de casa quiso ver en todo eso la leyenda caballeresca del Reino de Camelot, allá por el siglo XII. Pero todo sueño acaba y este ocurrió de la peor forma: ¡de un balazo!

A las 12:30 del 22 de noviembre de 1963, los sesos y la sangre del Presidente Kennedy tuvieron el mal gusto de mancharle su traje Chanel y los guantes blancos.

Una vez que organizó el funeral, inspirado en el entierro de Abraham Lincoln, y transmitido urbi et orbe , el 6 de diciembre abandonó la Casa Blanca porque al nuevo inquilino –Lyndon B. Johnson – le urgía pasarse.

Lo que vino después fue la construcción del mito de Jacqueline Kennedy: libros, películas, videos, imitadoras y cuanta ocurrencia cabía en periódicos y revistas sensacionalistas, fueron utilizadas para grabar en la cultura popular la imagen de aquella mujer, viuda de un ídolo, vuelta a casar con un sátiro griego y encerrada en su propia soledad.

    Un extraño tumor de los ganglios linfáticos la devoró por dentro y la acabó en menos de cinco meses
El historiador Arthur Schlesinger, amigo de la familia, la presentó como una boquifloja en Historic Conversations on Life whith John F. Kennedy . Allí reveló seis horas de charlas íntimas con Jackie, donde expresó sin cortapisas sus opiniones. Charles de Gaulle, presidente francés, era un “ególatra”; Martin Luther King, líder negro, “un fraude” por sus amoríos con otras mujeres; Indira Gandhi, Primera Ministra India, “una mandona amargada y una mujer horrible”. The final year of Jack with Jackie , del escritor Christopher Andersen la exhibió como una adicta a las anfetaminas. David Heyman aireó el amor prohibido con su cuñado Robert; otros –un tanto inverosímiles– la ligaron con el actor William Holden y metida en un rollo italiano con Gianni Agnelli, fundador de la Fiat.

Nadie sabrá nunca la verdad. Un extraño tumor de los ganglios linfáticos la devoró por dentro y la acabó en menos de cinco meses. Consciente de su condena firmó un living will , documento médico en el cual pedía que cuando su caso fuera incurable, la enviaron a la casa para morir en paz y con dignidad.

Así fue. El 19 de mayo de 1994 Jacqueline Kennedy se apagó como una vela en la noche y una luz hechizó el reino de Camelot, para nunca más volver.


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Mensajepor Invitado » Jue 21 Nov, 2013 4:29 am



"POBRE CRISTINA" - Joaquín Sabina




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