La estela de los Kennedy, el perfume del exceso.

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La estela de los Kennedy, el perfume del exceso.

Mensajepor Invitado » Sab 26 Ene, 2019 7:17 pm

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Pederastia, violaciones e infidelidades: el problema sexual hereditario de los Kennedy

El clan es un caso de estudio sobre los efectos de la genética, la crianza y el poder a la hora de desarrollar una sexualidad disruptiva, cuando no criminal.


La oxitocina es conocida como 'la hormona del amor': activa en el sistema de recompensa del cerebro y propicia un vínculo sentimental más estrecho entre los miembros de una pareja. Según determinan la investigaciones, cuando esta hormona se encuentra en sus niveles más bajos es más propicio que uno de los dos tienda a cometer una infidelidad o a interesarse por relaciones sexuales no convencionales. Y en casos patológicos, por una sexualidad de tipo criminal.

El debate sobre si un violador o un pederasta nace o se hace está básicamente zanjado para la criminología moderna: la biología y la crianza puede predisponer, pero en última instancia no eximen a nadie de la responsabilidad de sus actos. Pero hay un interesante caso de estudio en que se juntan los factores hereditarios con los vicios del poder ilimitado: el clan Kennedy. Esta famosa, católica e influyente familia política estadounidense ha dado lugar a escándalos de diversa gravedad generación tras generación.

Posiblemente, entre todos los casos protagonizados por algún Kennedy, quien más atención mereció fue John Fitzgerald –JFK-, el más célebre y 35º presidente de los Estados Unidos. De él se sabe que fue un auténtico depredador sexual al que se le atribuyen docenas de amantes –siempre más jóvenes que él- a lo largo de los diez años de su matrimonio con Jacqueline Bouvier (más tarde Jackie Kennedy, y Jackie Onassis).

Se consideró como un secreto a voces su romance con la actriz Marilyn Monroe, a la que compartió–según numerosas biografías- también con su hermano Robert (Bobby).

Y son precisamente dos de los descendientes de Robert Kennedy –de los once hijos que tuvo- quienes constan como protagonistas de casos polémicos mucho más recientes en el tiempo. Por una parte nos encontramos a Michael LeMoyne, que fue acusado en 1997 de haber mantenido relaciones sexuales con la niñera de sus hijos cuando ésta contaba con 14 años de edad.


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Lo que en un principio fue una acusación por pederastia mutó a un delito de estupro: mantener relaciones consentidas con una menor. Pero al final –de manera inesperada- la muchacha se desdijo en sus declaraciones y la denuncia quedó archivada, tal y como ha sucedido con casi todos los escándalos sexuales en los que se ha visto involucrado algún miembro de los Kennedy.

Otra de las hijas medianas de Bobby, Mary Kerry, se convirtió en portada durante 2001 al saberse que había cometido infidelidad con un hombre casado –recordemos que se trata de una familia profundamente católica. Su esposo era Andrew Cuomo y el hacerse público dicho adulterio perjudicó seriamente su carrera política de éste.

Efectivamente, en aquellos momentos se estaba postulando para el cargo de Gobernador de Nueva York y tuvo que retirar la candidatura. Se divorciaron en 2005 y un lustro después el político retomó su vieja aspiración, ganando las elecciones y ocupando el cargo desde 2010 hasta hoy.

En 1991, William Smith, de 30 años de edad e hijo de Jean Ann, otra de las hermanas Kennedy, fue detenido y acusado de haber violado a Patricia Bowman –un año menor que su agresor- mientras paseaban por la playa colindante a la finca del entonces senador Ted Kennedy, con quien trabajaba su sobrino.

A pesar de haber numerosas pruebas en su contra y de hacerse público el testimonio de otras mujeres que aseguraron haber pasado por lo mismo, el tribunal que juzgó a Smith sorprendentemente lo absolvió y declaró como 'no culpable'.

Pero en este repaso de escándalos sexuales protagonizados por algunos de los miembros del clan de los Kennedy no podemos dejar de nombrar al gran patriarca familiar Joseph Patrick (Joe) quien también dejó tras de sí un reguero de infidelidades conyugales. La más sonada fue la que mantuvo con la estrella del cine mudo Gloria Swanson a principios de la década de 1930.

Por aquel entonces, Joe Kennedy, entre otras muchas cosas, era uno de los directivos de la compañía RKO Pictures y aprovechaba sus viajes a Hollywood para tener algunos tórridos encuentros con la actriz. Mientras tanto, su esposa Rose aguardaba en su casa de Massachusetts estando al cuidando de sus nueve hijos.

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Mensajepor Invitado » Jue 07 Feb, 2019 10:06 pm


¿Por qué Jackie Kennedy no lloró el dia que matar0n al Presidente?

Jacqueline Kennedy viajó con el presidente John Kennedy a Dallas donde tuvo lugar el magnicidio del 35 presidente en Dealey Plaza. La primera dama estadounidense no derramó ni una lágrima en público y fue fotografiada con su traje de Channel rosa que pasará a la historia de la moda, manchado de los restos de su marido. Digna y orgullosa por educación, estuvo presente en el juramento del nuevo presidente Lindon Jonsson en el Air Force One pero mantuvo la serenidad en todo momento hasta llegar a Washington con el traslado del cuerpo de John Fitzgerald Kennedy.

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Mensajepor Invitado » Mar 16 Abr, 2019 1:23 am

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Jackie y Aristóteles Onassis en el aeropuerto Kennedy a punto de embarcar rumbo a Atenas.


Jackie Kennedy y Aristóteles Onassis: el matrimonio que ofendió al mundo
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El naviero y la 'viuda de América' se casaron en 1968. Él hijo de él declaró: "Es la unión perfecta. Mi padre adora los apellidos y Jackie adora el dinero".


“Es la unión perfecta. Mi padre adora los apellidos y Jackie adora el dinero". Con estas cáusticas palabras definió Alexander, el hijo de Aristóteles Onassis, el matrimonio entre su padre y Jacqueline Kennedy celebrado en la isla de Skorpios el 20 de octubre de 1968. Podría haber sido una estampa muy romántica: una pareja ya madura golpeada por los avatares de la vida le daba una segunda oportunidad al amor en un entorno paradisíaco. Pero nadie lo vio así. Parte de los implicados, la prensa y el público se tomaron aquella relación como una afrenta personal. Fue una boda que ofendió al mundo.

Supuso una muestra de lo rápido que puede cambiar la opinión general ante los personajes de gran presencia mediática. Jackie era la mujer más popular de Estados Unidos y una de las más célebres del mundo, todavía partido en bloques en plena Guerra Fría. Ya lo había sido en vida de su primer marido, el presidente John Fitzgerald Kennedy, por su belleza, elegancia y saber estar que representaban la cara más amable de la “nueva frontera” que significaba la política presidencial. Hasta los comunistas en Venezuela portaban carteles durante una visita de la pareja que rezaban “Kennedy no, Jackie sí”. La tragedia del asesinato del presidente en Dallas en el 63, la entereza demostrada durante el funeral, su rectitud como viuda y madre de dos niños pequeños, habían emocionado profundamente a ciudadanos de todos los países. Y hete aquí que de la nada se volvía a casar traicionando a ojos de muchos el legado de su marido que había jurado proteger, y no con un hombre (en apariencia, la realidad era muy diferente) intachable como el ya casi santificado JFK, sino con un multimillonario con fama de mafioso veinte años mayor que ella, feo, con aspecto de sapo o siendo benévolos de tortuga, y que para colmo tenía ya una pareja oficial conocida por todos, la famosísima cantante de ópera Maria Callas.

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Jacqueline y John Fitzgerald Kennedy el día de su boda.

“Solo es posible en América”. Aristóteles Onassis ejercía de griego, uno de los griegos supervivientes de la matanza turca de Esmirna, pero había recuperado y engrandecido el negocio familiar en América, en Argentina. De limpiacristales a ser el hombre más rico del mundo, la de Ari era una de esas historias que alimentaron el sueño americano, que hoy identificamos solo con Estados Unidos pero que durante gran parte de los siglos pasados representó todo el continente, destino de emigrantes de todos los rincones del mundo que buscaban huir de la miseria, prosperar y hasta enriquecerse. Él lo hizo a lo grande, y para mediados de siglo era el principal magnate naval del mundo, representación humana del hombre de negocios exitoso y un poco turbio. También era padre de dos hijos, Alexander y Christina, fruto de su matrimonio con Athina Livanos, hija de otro importante empresario naval. La boda en el 46 había sido tanto una maniobra conveniente desde el punto de vista de los negocios como una victoria ante Stavros Niarchos, su rival griego en los negocios (que acabaría casándose con Eugenia, la hermana de Tina, un año después). Para sorpresa de nadie, “Ari” le era infiel a “Tina” de forma habitual. Uno de esos romances acabaría siendo el amor de su vida y haciendo historia en la crónica rosa del siglo XX. Y como no podría ser de otra manera, empezó en un barco.

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Athina Livanos y Aristóteles Onassis en 1955.

Fue en el verano del 59. El Christina, el fastuoso yate de casi cien metros de eslora de Onassis, zarpaba desde Capri hacia Estambul, con Montecarlo como destino final. Entre los ilustres invitados, Winston Churchill o la soprano María Callas en compañía de su marido y agente, Giovanni Battista Meneghini. No se trataba de un matrimonio feliz. La Callas decía que había elegido a su marido “como a un padre”, para que cuidara de ella y de su carrea, y hacía tiempo que no mantenían relaciones sexuales. Meneghini empezó a sufrir náuseas desde el principio del crucero y se pasaba los días encerrado en su camarote, mareado. Mientras, María y Aristóteles, que padecían insomnio, comenzaron a pasar las noches en alta mar de charla hasta la madrugada. Ambos eran griegos, la seducción fue mutua y en el mismo barco se convirtieron en amantes a espaldas del resto de los tripulantes, incluidos sus respectivos esposos.

El 13 de agosto del 1959 el Christina atracaba en Montecarlo. Ese mismo día María le anunciaba a su marido que iba a dejarle. Meneghini no se lo tomó muy bien. “Yo creé a la Callas y ella me ha pagado con una puñalada en la espalda. Cuando la conocí era una mujer gorda y mal vestida, una refugiada, una gitana. No tenía ni un céntimo ni la menor posibilidad de hacer carrera”. En efecto, Maria Kalogeropoulos había sido una prometedora cantante de ópera con sobrepeso y aspecto vulgar, el patito feo de su familia, despreciada por su madre, y él la había ayudado a pulir su canto y su aspecto hasta encumbrarla. Pero obviaba en su ira Meneghini que había desviado el dinero ganado por ella a cuentas que estaban solo a nombre de él, y que al final era ella la única dueña del talento. También contribuyó el marido a la famosa leyenda urbana de que María había logrado adelgazar ingiriendo una tenia, una solitaria que vivía en su intestino y le permitía comer todo lo que quería sin engordar. Lo del parásito nunca ha sido comprobado, pero sí la obsesión de María por las dietas y por la actriz Audrey Hepburn. Cuando vio Vacaciones en Roma en el 53, quedó fascinada por su deslumbrante protagonista, y se propuso parecerse lo máximo posible a ella. De hecho, cuando se observa alguna de las fotos icónica de la Callas, parece una versión racial y más madura de Audrey, con las cejas marcadas, los grandes ojos oscuros y el sofisticado vestuario.

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Aristóteles Onassis, Churchill, Maria Callas y su marido Giovanni Battista Meneghini, en el barco 'Cristina', atracado en el puerto de Mónaco en 1959.

Al lado de Onassis, el look de la Callas se refinó y se volvió todavía más lujoso. Al anunciar la separación de su esposa y su relación con la cantante, Onassis declaraba: “Soy un desgraciado, soy un asesino, soy un ladrón, soy un impío, soy el ser más repugnante de la tierra, pero soy millonario y déspota, así que no renuncio a María”. Ella fue para él tanto un amor sincero como un trofeo, un tanto que apuntarse que señalaba el triunfo de su ambición voraz en todo lo que se proponía. La tempestuosa relación Onassis-Callas protagonizó cientos de portadas y titulares en prensa, por lo escandaloso y atractivo de ambos. Ella le amó con locura y entrega, llegando a descuidar su profesión por él, lo que produjo el desinterés de Onassis, que solo quería lo mejor, los números uno de lo que fuera a su alrededor. La frágil estabilidad emocional de María sufría con sus cada vez más frecuentes infidelidades. Entonces, en el 63, apareció Jacqueline Kennedy en el horizonte, aunque todavía no como una amenaza.

La primera dama de Estados Unidos acababa de sufrir un fuerte golpe: su recién nacido hijo Patrick moría a los dos días de vida de complicaciones pulmonares. Ya antes de tener a Caroline y a John había sufrido un aborto involuntario y dado a luz a una niña que nació muerta, Arabella. Para recuperarse, su hermana Lee Radziwill le propuso pasar unos días a bordo del yate de Aristóteles Onassis, que era, oh sorpresa, su amante esporádico. Al Christina no se invitó a María Callas para su disgusto, porque Onassis adujo que la mujer del presidente no podía compartir crucero con su concubina. Jackie y Aristóteles se hicieron amigos y confidentes, y ahí quedó el tema hasta que un mes después, el 21 de noviembre del 1963, Lee Harvey Oswald cambiaba el curso de la historia salpicando con la sangre de JFK el Chanel rosa de su mujer. Se dice que al ver las imágenes del funeral por televisión, Onassis dijo señalando a Jackie “He ahí mi próxima esposa”.

Tardó cinco años, pero lo consiguió. Para lograrlo tuvo que morir otro Kennedy. Bobby y Jackie se habían hecho muy íntimos después de la muerte de John. Tan íntimos que algunos señalan que llegaron incluso a tener una relación sentimental a espaldas de Ethel, la esposa de Bobby. No sería la primera vez que la endogamia Kennedy entraba en acción (también se dijo que otro hermano, Ted, estaba enamorado de Jackie), de hecho por todos es sabido que John y Bob habían compartido amantes como Marilyn Monroe. La versión oficial es que Bobby ejercía de protector y de figura paterna para John John y Caroline mientras vivían en Nueva York, todo hasta que murió asesinado de un tiro en el 68. Todavía puede dar un giro más sórdido este relato: el biógrafo de Onassis Peter Evans asegura que el armador estaba implicado en el asesinato de Bobby Kennedy, el obstáculo para casarse con su amante.

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Jackie y Lee Radziwill en 1962.

Cuando su cuñado murió en circunstancias tan parecidas a las de su marido, Jackie enloqueció de paranoia. Declaró “Odio América”, temió por sus hijos y decidió refugiarse en el pretendiente con el que llevaba cuatro años de secreta relación y que podía proporcionarle algo que cada vez le era más preciado: seguridad económica y física. Aceptó la propuesta de matrimonio y en el mismo 68 se casaba con Onassis en su isla privada de Skorpios, rodeados de un enjambre de fotógrafos llegados de todo el mundo que flotaban en barquitas alquiladas a los pecadores locales por “miles de dracmas”, según Jaime Peñafiel, también desplazado al lugar.

El Vaticano rugió al casarse Jackie, viuda del único presidente católico de Estados Unidos, con un divorciado. “Jackie, un mito desvanecido”, titulaba ¡Hola! en su portada dedicada al enlace. La antipatía por el armador era evidente en las páginas interiores. “Su boda con Jackie en Skorpios rubricó la última victoria de Onassis sobre Niarchos” o “salta a la vista que se siente feliz, orgulloso –sobre todo orgulloso- de su conquista” rezaba la revista. Maria Callas se enteró por la prensa de la boda, tuvo que ser hospitalizada por una sobredosis de píldoras para dormir y se sumió en una depresión de la que ya nunca saldría del todo. Alexander y Christina estaban evidentemente contrariados; ya no les gustaba María Callas, a la que culpaban de la separación de sus padres, pero sentían una antipatía por Jackie que se exacerbaría con los años. Caroline y John, más jóvenes, parecían resignados. De todos modos, su forma de vida no cambió mucho tras el segundo matrimonio de su madre. Siguieron escolarizados y viviendo en Nueva York, porque desde el principio quedó claro que la pareja iba a mantener una relación errante. Era una de las cláusulas de su rumoreado contrato prematrimonial, donde se especificaban cosas como que no se exigiría que Jackie tuviese otro hijo, que él se comprometía a dormir en otra habitación, que ella solo estaba obligada a pasar fiestas y verano con él y que podía viajar sola sin necesidad de permiso marital. Para los estadounidenses, que tenían en un pedestal a su viuda nacional, fue un golpe que certificaba el final de la década de esperanza de los 60 que se había inaugurado con la llegada de JFK al poder. Los recientes asesinatos de Martin Luther King y de Bobby Kennedy parecía que solo dejaban lugar para el cinismo, el desencanto y el materialismo que reinarían durante los 70 y que esta boda de Jackie encarnaba tan bien.

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María Callas y Aristóteles Onassis.

Otro mito representaban también los protagonistas de esta historia: el de que para ser tan rico, tan exitoso en lo que te propones, tan famoso, hay que pagar un precio en forma de maldición, desafecto y desgracia para aquellos a los que más amas. Alexander, el hijo al que Onassis había sacado del colegio para que aprendiera de los negocios a su lado, al que humillaba públicamente a la menor ocasión, inició una escandalosa relación con Fiona Campbell-Walter, una amiga de su tía Eugenia 16 años mayor que él y tercera esposa del barón Thyssen. Aristóteles enfureció, pero Alexander le dejó claro que no pensaba renunciar a Fiona. En enero el 73, el joven sufría un terrible accidente de avioneta. Pasó varias semanas en coma y después de desconectarlo de las máquinas que le mantenían con vida, fue enterrado en el recién inaugurado panteón familiar de la isla de Skorpios. Aquello fue el principio del fin para el magnate. Intentó que Christina fuese su heredera en los negocios, pero la inconstante joven no había sido educada ni entrenada para ello. En el 74, una criada encontraba a Christina inconsciente tras ingerir una sobredosis de pastillas. No era la primera vez que lo hacía ni sería la última.

El matrimonio entre Onassis y Jackie estaba roto desde hace tiempo; quizá desde el principio. Pasaban mucho tiempo separados y las visitas de ella a Skorpios eran cada vez más esporádicas (en una de ellas el paparazzi Settimio Garritano la fotografió tomando el sol desnuda, imágenes que acabaron siendo publicadas en Hustler, lo que demostraba como habían cambiado las cosas desde el 63). El armador le reprochaba a Jackie su constante tren de vida y nivel de gasto, puede que con motivo. Cuando años después Jackie le preguntó escandalizada a su hijo John John cómo podía salir con una mujer como Madonna que definía a sí misma como una “Material girl” (en un videoclip en el que además emulaba a Marilyn, la amante de su marido), John le contestaba: “Pero si no hay nadie más materialista que tú, madre”. Parecía claro que el matrimonio iba a divorciarse, pero una vez más el destino se adelantó.

El 15 de marzo del 75, Onassis moría a los 69 años en el Hospital Americano de París, con su hija Christina presente. Jackie diría sobre él “Aristóteles Onassis me rescató en un momento de mi vida envuelto en sombras. Me llevó a un mundo donde se podía encontrar la felicidad y el amor. Hemos vivido juntos muchas experiencias hermosas que no olvidaré, y por ello le estaré eternamente agradecida”. Siguió una lucha cruenta entre la viuda y la hija por la herencia del millonario. Al final, Jacqueline recibió una pensión anual de 250.000 dólares y 26 millones de dólares en efectivo a condición de no litigar más contra Christina. Dos veces viuda, se refugió en su piso del 1040 de la Quinta Avenida y emprendió una carrera como editora de libros de bastante éxito, además de apoyar al resto de los Kennedy en sus intenciones políticas y alimentar el legado de sus hijos. Desde el año 80 mantuvo una discreta relación con el empresario Maurice Tempelsman, ya recuperado el favor y la comprensión del público. De Jacqueline Kennedy a Jackie O, con el paso de las décadas su segundo matrimonio ya no se veía como un insulto al recuerdo de JFK, sino como el propósito firme de no ser una enterrada en vida para siempre, de no vivir solo de recuerdos y homenajes a un muerto. Jackie era ahora una mujer que había elegido sobreponerse a la tragedia para seguir viviendo. El 19 de mayo del 94 moría tras un cáncer fulminante, y era enterrada con todos los honores en el cementerio de Arlington junto a su primer marido. Llevaba décadas siendo un mito y un símbolo que ahora se volvía imperecedero.

Maria Callas nunca se recuperó de la muerte de Ari. Tras su ruptura había vuelto a ganar peso y se volvió aún más dependiente de los tranquilizantes y barbitúricos. Murió con solo 53 años el 16 de septiembre del 77 en París, en el piso de la avenida Georges Mendel que le había regalado Onassis, en circunstancias no aclaradas. Su exmarido, Meneghini, aseguraba que se suicidó porque tenía el corazón roto. Él también tuvo una depresión tras la muerte de la diva; falleció en Verona en el 81, a los 85 años.

Athina Livanos, la primera mujer de Onassis, se casó en el 61 con John Spencer-Churchill y en el 71 con Stavros Niarchos, el enemigo de Aristóteles y marido a su vez de su hermana Eugenia, ya fallecida. Adicta al alcohol y a los barbitúricos, no logró superar la muerte de su hijo Alexander. Fue encontrada muerta el 10 de octubre del 74 en su piso de París, a los 45 años. No se esclarecieron las causas de su muerte.

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Christina y su hija Athina Onassis.

Christina Onassis, la única hija superviviente del armador griego, vivió entre Skorpios y Suiza rodeada de fiestas, amigos lisonjeros y una profunda infelicidad. Se hizo dependiente de los somníferos, de las pastillas adelgazantes con las que intentaba controlar su peso –llegó a alcanzar 110 kilos- y de las cocacolas light. Tomaba 24 al día que se hacía traer de Estados Unidos en jet privado porque decía que eran las únicas que le gustaban. Tuvo tres matrimonios que duraron un suspiro antes de enamorarse de nuevo de un antiguo amigo, el heredero francés Thierry Roussel. Él aceptó casarse con ella si perdía 25 kilos. En el 85 tuvieron una hija, Athina, pero la felicidad duró poco. Descubrió que Thierry tenía una relación paralela con la modelo sueca Gaby Landhage, con la que tenía un hijo que solo se llevaba unos meses con Athina. Christina se divorció pero siguió viendo a Thierry; siempre que él necesitaba dinero se pasaba a verla y siempre lo conseguía. En el 88 se trasladó a Buenos Aires para buscar una vivienda allí con vistas a casarse con Jorge Tchomielkgjoglou, pero el 19 de noviembre fue encontrada por su íntima amiga y hermana de Jorge Marina Dodero muerta en la bañera. La causa de su muerte se dictaminó como un infarto de miocardio. Su hija Athina Roussel se convertía en la heredera del emporio de Aristóteles Onassis con solo 3 años.

La isla de Skorpios fue vendida por Athina en 2013 a su amiga Ekaterina Rybolovleva, hija de un magnate ruso, por 120 millones de euros. En ella están construyendo un resort de lujo destinado al turismo. La condición para la venta fue que el panteón donde reposan los restos de la familia Onassis debe mantenerse incólume.

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La estela de los Kennedy, el perfume del exceso.

Mensajepor Invitado » Mar 24 Nov, 2020 11:06 pm

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"John Fitzgerald Kennedy: May 29, 1917 - November 22, 1963
En 1975, después de una intensa investigación de 3 años, el Comité Selecto de Asesinatos de la Cámara de Representantes determinó que el asesinato del presidente Kennedy fue producto de una conspiración. Los investigadores principales del comité del Congreso concluyeron que funcionarios actuales y anteriores de la CIA habían planeado el asesinato de JFK y coordinaron el encubrimiento, incluida la investigación del Comité Warren en la que Alan Dulles, el exdirector de la CIA a quien mi tío había despedido, desempeñó el papel principal. Las pruebas posteriores muestran que la muerte de JFK fue más que una conspiración; fue un golpe de estado. Cincuenta y siete años después, el asesinato de mi tío sigue siendo importante porque los poderes detrás de la conspiración continúan reteniendo ilegalmente documentos clave, mintiendo sobre el asesinato y controlando nuestro gobierno. Una semana antes de la toma de posesión de mi tío, el presidente Eisenhower, en su discurso más grande de todos los tiempos , nos advirtió que, en ausencia de la resistencia concertada de una ciudadanía informada alerta a todos los hitos de la tiranía que se aproxima, el aparato militar / corporativo / de inteligencia subvertiría nuestra democracia, pisotearía nuestros derechos y transformaría a Estados Unidos en un Estado de Seguridad Nacional. El asesinato de JFK fue el primer paso violento de esta siniestra colaboración."

Robert F. Kennedy Jr

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Assia
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Re: La estela de los Kennedy, el perfume del exceso.

Mensajepor Assia » Jue 26 Nov, 2020 10:56 am

SI, ESE RUMOR CORRIO SIEMPRE QUE FUE 1 AGENTE DE LA CIA QUIEN ASESINO AL PRESIDENTE KENNEDY. NO HE CONTESTADO ANTES PORQUE HE ESTADO REPASANDO LO QUE PASO ESE DIA EN DALLAS. LA CIA Y LA FBI NO SE PUEDEN VER. SI ES CIERTO QUE 1 AGENTE DE LA CIA ASESINO A KENNEDY, POR QUE LO SUPO TAN PRONTO EL JEFE DE LA FBI.? FUE EL JEFE DE LA FBI HOOVER, EL QUE LLAMO POR TELEFONO AL MINISTRO DE JUSTICIA, ROBERT KENNEDY CON 1 SIMPLE FRASE: '' Mr. KENNEDY, EL PRSIDENTE A MUERTO'' ROBERT KENNEDY GRITO DESESPERADO: '' QUE QUIERES DECIR QUE PRESIDENTE ESTA MUERTO.?'' HOOVER NO CONTESTO Y LE COLGO EL TELEFONO. A MI, TODO ESTO ME PARECE MUY EXTRANO. COMO HACE POCO, COMENTO 1 HIJO DE ROBERT KENNEDY: '' A MI PADRE LO ASESINO 1 DE SUS ESCOLTAS POR LA ESPALDA QUE ESTABA DETRAS DE EL Y SACO LA PISTOLA Y LO MATO, NO LO ASESINO EL QUE FUE CONDENADO Y ENCARCELADO TODO FUE BUSCAR 1 CULPABLE...''

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Mensajepor Invitado » Lun 16 Ago, 2021 1:57 am

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El principito Kennedy

John-John se estrelló con su avioneta el 16 de julio frente a las costas de Martha's Vineyard

ROSA BELMONTE

Siempre he querido ser un Kennedy muerto. Y que me quiten lo 'bailao'. Tampoco está mal ser un Lennin muerto. Cuando desapareció, el poeta Mayakovski vio el ánimo de los bolcheviques y clamó: «Está más vivo que todos los vivos». Desde luego, le cambiaban el traje cada 18 meses (se lo hacía un sastre de la KGB). Y cuando los nazis (infelices) se acercaban a Moscú en julio de 1941, lo primero en evacuarse fue su cuerpo.

Mi favorito de los Kennedy es John-John, apelativo que no le gustaba, y que se estrelló con su avioneta el 16 de julio de 1999 frente a las costas de Martha's Vineyard. Estos no se estrellan en Topeka. Murió él, su mujer, Carolyn Bessette, y su cuñada Lauren. Los encontraron a los cinco días del accidente. Iban a la boda de la prima Rory, documentalista e hija de Robert Kennedy en Cape Cod. Mira, donde 'Se ha escrito un crimen'.

Más allá de las fotos de niño debajo de la mesa de JFK o el saludo ante el féretro de su padre, las imágenes que prevalecen son las del tiarrón guapo en bicicleta por Manhattan. Las de él corriendo sin camiseta. Vaya, las del guapo, rico y con buen pelo. Un tipo siempre con la atención encima (Carolyn eso no lo soportaba). Con el Servicio Secreto y con la prensa cerca siempre. Parece que pensaba presentarse a senador demócrata por Nueva York. O a gobernador de Nueva York en 2002. Nos queda el abogado y editor. Y esa primera portada en 1995 de su revista política 'George' con Cindy Crawford caracterizada de George Washington, pero con el ombligo al aire.

Señorito e imprudente

El principito de los Kennedy era hijo de un presidente sobrevalorado (Johnson hizo más por los derechos civiles) y de una mujer a la que nunca he encontrado el atractivo (más allá del cuajo de casarse con Onassis). John-John, pese a su señoritismo, hizo más en 38 años que, no sé, Andrea Casiraghi (bueno, casarse con una mujer rica es un mérito). También fue un imprudente, según las investigaciones.

Fue su error de juicio al pilotar lo que lo llevó a la muerte. Entró en una zona de niebla y se fue al agua con las dos hermanas Bessette (a Carolyn, con la que no estaba ya muy bien, la conoció en la Universidad de Brown). Le gustaba el peligro, al fin y al cabo, era un Kennedy. Podía morir en cualquier momento. ¿Por qué contratar un avión privado cuando te puedes estrellar tú mismo?

El 25 de julio tuvo lugar en Rome Woostock 99. Hubo 400.000 asistentes, un calor espantoso, ataques sexuales, saqueos, vandalismo, incendios… Qué bonito es ir a un concierto. Puede verse en el documental 'Woodstock 99: Peace, Love and Rage', producido por la HBO. Y siguiendo con la televisión, el 16 de septiembre se estrenó en Holanda un nuevo programa de Endemol llamado 'Gran Hermano'. Ahora las cámaras se fijaban en mindundis, no en kennedys vivos por un rato.

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Mensajepor Invitado » Dom 22 Ago, 2021 2:34 am

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John F Kennedy en 1960.

Matad a Kennedy

Diego E. Barros



    No olvidemos

    Que una vez existió un lugar

    Que durante un breve pero brillante momento

    Fue conocido como Camelot

Fue Jackie quien le contó al periodista de Time, Theodore White, que a su marido le gustaba escuchar música antes de acostarse. La que le dijo que su tema favorito era el final de Camelot, el musical representado en Broadway entre 1960 y 1963 obra de Alan Jay Lerner, compañero de Harvard del propio JFK, y cuyos últimos versos son los que abren este texto.

«Nunca volverá a haber otro Camelot», le insistió a White la viuda que siete días antes había tenido la sangre de su marido esparcida sobre su modelo de Chanel. Ella, que aquel mismo día habría de ser testigo, con el Chanel todavía ensangrentado, de cómo a rey muerto, rey puesto. Por eso a White, cronista-amigo, le dijo: «Habrá otros grandes presidentes, pero jamás volverá a haber otro Camelot». El universo mítico recreado por el británico T. H. White en el libro The Once and Future King (1958) y en el que se hacía soñar a la gente con una mesa redonda como el mundo en la que las naciones, como caballeros, se sentarían lideradas por Arturo, el rey justo entre los justos.

Jackie Kennedy, antes Bouvier, no se sentó jamás en una mesa redonda que no fuera la de un cóctel benéfico o un acto de partido. Tampoco su marido, que por supuesto nada tenía que ver con Arturo. Pero fue Jackie, la viuda de América, la encargada de cerrar el círculo mítico abierto en torno JFK el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas. A las 12:30 hora local, al menos dos impactos de bala segaron la vida de John Fitzgerald Kennedy y de paso la inocencia del país más poderoso de la Tierra. Según la historia oficial el presidente, de cuarenta y seis años, había sido asesinado en directo por Lee Harvey Oswald. Casi sesenta años después, lo único claro de aquel suceso es que ningún presidente norteamericano volvería a circular en un descapotable. También que allí murió el hombre y nació la leyenda.

Para llegar a mito el camino más rápido es morirse. Nadie dice que JFK, un tipo al que perdían las mujeres incluso más que el poder, pensara en la muerte como modo de dejar huella en la historia. Sí que la huella que JFK ha dejado en la historia tiene mucho que ver con aquellas dos balas, el trabajo de su viuda y la televisión. Porque aquel día y los tres siguientes, el que se hizo mayor con el resto de EE. UU. fue el medio: el 93 % de las televisiones mundiales sintonizaría en algún momento con lo que fue la primera gran cobertura masiva de la historia.

Cuando se cumplieron cincuenta años del asesinato del presidente más mitificado de la historia de EE. UU. junto a George Washington, Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt, un sondeo de Gallup certificaba que, para el 74 % de los estadounidenses, JFK era el mejor presidente moderno (desde Eisenhower). Por encima del glorificado Ronald Reagan, el hombre del milagro económico y el tipo que a base de palo y zanahoria dejó lista de papeles a la URSS.

Jackie Kennedy era una profesional y sabía lo que se hacía. Puede que la presidencia de su marido hubiera acabado de forma repentina pero quedaba la tarea de forjar una leyenda. Y allí estaba Jackie pero también Arthur Schlesinger y Ted Sorensen, dos de los asesores de cabecera de JFK que se dedicaron a maximizar su legado en sendos libros. Todo el trabajo del clan Kennedy para poner a uno de los suyos en la Casa Blanca no podía terminar de un plumazo y era hora de sentar las bases para que en cuanto fuera posible, otro Kennedy recuperara el cetro. Hasta el momento no ha habido ocasión, pero la leyenda sigue intacta.

Frente a la imagen popular, pocos son hoy los que sostienen la luminaria de JFK. La mayoría de los historiadores lo consideran un presidente «del montón». Por debajo de Harry Truman por ejemplo, cuyo logro es ser el único mandatario en haber lanzado dos bombas atómicas sobre población civil. Sin embargo, y pese a todos los problemas, que eran muchos ya antes de su asesinato, JFK era una figura icónica para gran parte de sus compatriotas. El reflejo de la imagen que el país pretendía mostrar al mundo: joven y carismático con un prometedor futuro. Incluso podría decirse que en los dos años y diez meses que duró su presidencia, el reinado mágico «de mil días y mil noches», en palabras de Sorensen, había logrado lo imposible: impedir que el mundo saltara por los aires en la crisis de los misiles cubanos en 1962 y, antes, en el Berlín dividido; además de acabar con la vergüenza de la discriminación racial. Al menos una de las dos cosas es cierta y el apocalipsis atómico todavía no se ha producido. Aunque el agradecimiento debería ser compartido con Nikita Jrushchov. El tortuoso matrimonio que fue la guerra fría era cosa de dos.

Cuando presentó su candidatura en 1960, JFK dijo que conseguiría los derechos civiles de la minoría negra: «Si soy elegido, acabaré con la discriminación de un plumazo», prometió. En 1963 no había movido un dedo. JFK era un pragmático con una fachada impecable y no quería molestar a los demócratas del sur, casi tan racistas o más que los republicanos y a quienes necesitaba para otros menesteres. Cuando los delegados sureños lo respaldaron como candidato a vicepresidente en la convención demócrata de 1956, Kennedy confesó a los suyos que se pasaría el resto de su vida cantando «Dixie», la canción compuesta en 1859 por Daniel Decatur Emmett y que los estados del viejo y racista sur confederado adoptaron como himno oficioso.

Pero ahí tenemos a Kennedy. Nacido en el seno de una influyente familia de Boston con una flor en el culo que se convirtió a los cuarenta y tres años en el segundo presidente más joven de EE. UU. después de Theodore Roosevelt. El primero nacido en el siglo XX y el primer católico. Un conservador pragmático que consideraba «repugnante» el aborto y el comunismo la encarnación del mal sobre la faz de la tierra. La propia Eleanor Roosevelt, viuda de Franklin Delano, lo llamaba «el pequeño McCarthy». Sus compañeros durante los catorce años que sirvió en el Congreso y el Senado veían en él a un «engreído incapaz», mientras que los sindicatos eran para JFK «un cáncer a extirpar», como podría dar fe el fantasma de Jimmy Hoffa.

John no estaba predestinado a la Casa Blanca. Esos planes los reservaba su padre Joe para el primogénito de la familia, Joseph, pero el destino quiso que la guerra mundial se cruzara en sus planes. Mientras Joseph moría al explotar el bombardero B-24 Liberator en el que volaba el 12 de agosto de 1944 sobre Inglaterra, su hermano se convertiría en héroe en las aguas del Pacífico. Fue el 2 de agosto de 1943 cuando la lancha de Kennedy, una PT-109, fue abordada por el destructor japonés Amagiri cerca de Nueva Georgia, en las islas Salomón. John cayó de la lancha hiriéndose la columna, una lesión que unida a sus otras dolencias harían de él un adicto a los calmantes. La leyenda dice que ayudó a sus otros diez compañeros sobrevivientes, y cargó a uno hasta que fueron rescatados. Por esta acción JFK recibió la Medalla de la Marina y del Cuerpo de Marines. Hollywood convertiría el suceso en película en 1963. Hay que decir que el futuro presidente nunca se sintió cómodo en ese rol. Cuando un reportero le preguntó por ello durante la campaña presidencial, Kennedy contestó: «Fue involuntario. Ellos hundieron mi barco».

El patriarca Kennedy era un irlandés hecho a sí mismo que a principios de siglo había medrado en el seno de la buena sociedad bostoniana, especialmente en los años de la Prohibición. Nadie mejor que un irlandés sabe de la insaciable sed del género humano. La fortuna trajo las relaciones políticas y acabó como embajador en Londres entre 1938 y 1940. La presidencia le quedaba lejos, no a sus hijos, y errada la bala de Joseph llegó el turno de John. Este se dejó llevar pues a nadie amarga un dulce como la Casa Blanca. Lo tenía todo y el resto lo compró el dinero de su padre.

La leyenda atribuye a su encanto buena parte de su victoria en 1960. Especialmente a su telegenia. Se suele citar el debate del 26 de septiembre de 1960 frente al vicepresidente Nixon. Otro mito. En los tres siguientes encuentros, Nixon pateó el culo de Kennedy, sobre todo en el último centrado en política internacional. En aquel momento, si los debates eran una novedad, también las encuestas de opinión. Pero había. En concreto Gallup dispone de datos que demuestran que el enfrentamiento entre ambos fue parejo. Desde mediados de agosto, los candidatos se mantuvieron empatados y poco o nada influyeron los debates. Cualquier ventaja cosechada por un Kennedy impoluto frente al enfermo y sudoroso Dick del primer cara a cara se había disipado ya antes de la elección del ocho de noviembre. El presidente Dwight Eisenhower hizo campaña por Nixon y la foto final demostró lo apretado de la votación. Kennedy cosechó 49,72 % del voto frente al 49,55 % de su rival. De unos 69 millones de votos emitidos, JFK ganó por 112 827 votos (el menor margen de la historia). En todo caso, su victoria no acabó dependiendo de los votos de los electores muertos que el alcalde de Chicago, Richard J. Daley, al más puro estilo electoral gallego, levantó de sus tumbas para votar por Kennedy. Como haría muchos años después George W. Bush frente a Al Gore, JFK se habría llevado también la elección ya que en el colegio electoral ganó con 303 votos contra los 219 de Nixon (se necesitaban 269 para ganar). La acción del patriarca se notó y bien. La mafia irlandesa puso en marcha su red de influencias. También la italiana, con quien Kennedy mantenía estrechas relaciones, vía amistad (Frank Sinatra le llamaba «Pollito»), vía alcoba: el todavía candidato compartía amante, Judith Campbell, con el boss de Chicago, Sam Giancana.

Campbell fue solo una de las muchas que pasaron por la cama presidencial. Entre ellas destacó Ellen Rometsech, esposa del agregado militar de la embajada de la RFA en Washington y, según J. E. Hoover, espía de la RDA. Rometsech era una celebridad en los círculos de poder masculinos de Washington. JFK estaba enterado y entre 1961 y 1962 tuvo acceso al Despacho Oval. Su especialidad, dicen las crónicas, era el sexo oral y no hay trabajo más estresante que el de presidente de EE. UU. Bill Clinton, que durante su campaña de 1992 blandió una foto de 1963 en la que aparecía estrechando la mano del mito, citó a Kennedy más que ningún otro presidente vivo. En su afán por imitarlo hasta metió a Monica Lewinsky debajo de la mesa y casi le cuesta la presidencia.

Y por supuesto Marilyn Monroe hasta que la cosa se hizo demasiado evidente y la rubia tuvo que superar el veto presidencial en brazos de su hermano Robert. «En privado, Kennedy vivía consumido por sus relaciones sexuales casi diarias y sus fiestas libertinas en un grado que resultaba chocante para los miembros del grupo de agentes del Servicio Secreto que le protegían», escribe el célebre periodista Seymour Hersh en The Dark Side of Camelot, publicado curiosamente poco ante del escándalo Lewinsky.

Uno de aquellos agentes era Anthony Bouza, un gallego nacido en Seixo en 1928 y emigrado a Nueva York a los nueve años. Califica a JFK de «mal presidente» cuyas acciones tenían muy poco que ver con sus grandes discursos. Porque la leyenda de Kennedy se debe también a sus discursos, obra muchos de ellos de Sorensen y Schlesinger. Desde el célebre «No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país» de su discurso inaugural el 20 de enero de 1960, hasta el «Ich bin ein Berliner» («Yo soy berlinés») pronunciado el 26 de junio de 1963 en Berlín occidental con motivo del decimoquinto aniversario del bloqueo de la ciudad por parte de los soviéticos. Pero como muy bien ha demostrado Obama, los discursos son poco más que palabras bonitas en boca de un magnífico orador. En sus libros de 1965, tanto Sorensen y Schlesinger se ocuparon de moldearlo a gusto para donar una imagen del presidente mucho más acorde a sus propios postulados liberales, muy lejos de los del propio JFK. Por ejemplo, ambos invierten cronológicamente dos discursos sobre las relaciones con los soviéticos para presentar a JFK como un perseguidor de la paz y el entendimiento cuando en realidad era un exacerbado luchador de la guerra fría.

Es curioso que sin embargo ni la viuda hubiera quedado satisfecha con la benévola imagen que de su marido darían sus colaboradores. Jackie ya había dictado en la entrevista que Life publicó el 3 de diciembre de 1963 cómo debería ser recordado JFK. Nada más. En 1973, en el décimo aniversario de su muerte, The New York Times pidió a algunos historiadores una primera evaluación de la figura de JFK. Uno de ellos vaticinó que en cincuenta años «se lo habría tragado» la historia. Richard Neustadt, un politólogo cercano a JFK, dijo: «No creo que la historia tenga demasiado espacio para John Kennedy. La historia es poco amable con las figuras de transición».

Hoy podemos decir que si la historia ha sido poco amable lo ha sido con su sucesor apresurado, Lyndon B. Johnson, convertido en presidente inesperado en la cabina del Air Force One ante la mirada perdida de la viuda. Ella nunca se lo perdonó.

Él, Lyndon B. es, con sus muchas sombras, el gran presidente de los años sesenta en EE. UU. Pero la cámara adoraba a JFK y poco relato podía ofrecer un hábil político de Texas frente a un joven héroe de guerra al que la mismísima Marilyn había susurrado el «Cumpleaños feliz». Hoy pocos se acuerdan del viejo Lyndon B. Da igual que se lo jugara todo por los derechos de los negros, incluida la Ley de Derecho al Voto de 1965, dejando varios cadáveres por el camino. No importa que fuera LBJ el que pusiera en marcha el plan nacional contra la pobreza que, solo unos días antes de ser asesinado, Kennedy había descartado por ser «demasiado caro». No importa que fuera LBJ el que aprobara el Medicare para los ancianos y el Medicaid para los pobres. En la memoria queda que LBJ la cagó en Vietnam ―pese a que JFK fue el que se enfangó en una guerra que no se podía ganar― para acabar retirado y olvidado en su rancho de Texas. No es de extrañar que un cabrón como Frank Underwood tenga un retrato de LBJ en su despacho.

Pero claro, pocos pueden resistirse a la imagen de John F. Kennedy Jr., con tres años, haciendo el saludo militar al paso del ataúd de su padre. Una verdadera lástima. La historia precisa de relato y nadie mejor que los yanquis construyéndolo. Aunque sea propio de la mitología artúrica.

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MELBA

La estela de los Kennedy, el perfume del exceso.

Mensajepor MELBA » Dom 22 Ago, 2021 2:49 am

NO HE LEIDO TODO EL ARTICULO, PERO SI, KENNEDY GANO POR MUY POCOS VOTOS, LO SUFICIENTES COMO DIJO SU PADRE JOE KENNEDY: LO IMPORTANTE ES GANAR Y MI HOJO HA GANADO CON LOS SUFICIENTES VOTOS PARA HACER HISTORIA EN USA: ''EL PRIMER PRESIDENTE CATOLICO EN LA HISTORIA DE USA'' EL ASESINATO DE KENNEDY SIGUE SIENDO 1 MISTERIO PARA MUCHOS BIOGRAFOS,

COMO DIJO PENAFIEN HACE UNAS SEMANAS, HAY MUCHA LEYENDA Y MUY POCA HISTORIA DE LO QUE FUERA EL PRESIDENTE KENNEDY.PENAFIEL SE REFERIA A LO QUE DIJO LA MATRIARCA ROSE KENNEDY, MADRE DEL PRESEDNTE ASESINADO..

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La estela de los Kennedy, el perfume del exceso.

Mensajepor Invitado » Jue 22 Dic, 2022 8:34 pm

Robert F. Kennedy Jr: "El asesinato de mi tío por parte de la CIA fue un golpe de Estado exitoso del que nuestra democracia nunca se recuperó".

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La estela de los Kennedy, el perfume del exceso.

Mensajepor Invitado » Dom 30 Abr, 2023 2:15 am


Diciembre 16, 1961 - Discurso en español de la primera dama Jacqueline Kennedy en La Morita, Venezuela




Diciembre 29, 1962 - Discurso en español de Jacqueline Kennedy en el Orange Bowl de Miami, Florida




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