La estela de los Kennedy
El perfume del exceso

Kennedy, era según el General De Gaulle “un presidente con el estilo de un ayudante de peluquería, que se abría paso a través de los problemas mientras se peinaba”.
Adicto a las anfetaminas, probador aventurero de hachís, cocaína, LSD y vinculado con dineros de la mafia, John F. Kennedy no sólo era “adicto” a los cursos de lectura rápida para lectores principiantes. Fue definido por el General Charles De Gaulle como “un presidente con el estilo de un ayudante de peluquería, que se abría paso a través de los problemas mientras se peinaba”. Aquel viaje a Francia para entrevistarse con el General, incluyó un gasto “especial” pero ultrasecreto cargado al presupuesto oficial, un gasto de los dineros públicos que se hizo sin escrúpulos. En oculta maniobra, hizo cancelar un vuelo comercial y pagó un vuelo expreso de Air France desde Washington a París para dos únicos pasajeros que, en misión debidamente camuflada, acompañarían a la pareja Kennedy en un viaje presidencial a París-Viena-Londres. Por muchas razones, los secretos pasajeros no podían estar incorporados a la comitiva oficial que viajaba en el Air Force One.
¿Quiénes eran tan especiales invitados?.
Nada más ni nada menos que el “genio de las anfetaminas”, el Dr. Max Jacobson y su esposa Nina, dueños por aquel entonces de la fórmula para mantener artificialmente estimulada a la joven pareja presidencial y a una larga lista de celebridades de la más variada índole. De Jackie Kennedy y su esposo, a marylin Dietrich y a Sir Winston Churchill. “Todos los hombres son gusanos...pero sospecho que yo soy una luciérnaga”, susurraba con risa de medio lado el poderoso Churchill, famoso por una intensa actividad que no pocas veces inauguraba con un trago de Whisky a primera hora de la mañana.
En el alucinado viaje sexual con marihuana, Kennedy bromeó: “Realizaré una conferencia en la Casa Blanca sobre narcóticos”
El Dr. Max Jacobson era un médico refugiado alemán que vivía en Nueva York y era famoso en los años sesenta por sus inyecciones milagrosas de estimulantes, tan usadas como censuradas a grandes coros. Era “un charlatán, completamente loco, que llevaba las uñas negras debido a los productos que manipulaba, anfetaminas, esteroides, placenta, células de ovejas y huesos de animales, que cocía y guardaba en la nevera, en medio de bocadillos y chucherías, para luego inyectarlas a la gente”, decía Ruth Moss, una de sus secretarias que renunció despavorida. “No me importa que sea orina de caballo, pero eso funciona”, decía el Presidente Kennedy cuando se le hacían advertencias. La Junta de Regentes del Estado de Nueva York, le quitaría después la licencia médica a Jacobson por el envenenamiento anfetamínico de varios de sus pacientes. Este hecho fue muy publicitado, para pasmo de varios de sus fieles, entre ellos la esposa del presidente Kennedy, su más célebre devota, que llegó a pedirle que se fuese a vivir con ellos a la Casa Blanca para evitar las sospechas que generaba su periódica visita pero que luego, ante el escándalo, dio la espalda a Jacobson: “A ella parecía habérsele olvidado todo el asunto”, contaba él a David Heymann. “Le recordé la vez que los acompañé en el viaje París-Viena-Londres, y lo bien que funcionó JFK, a pesar de la enorme presión de las reuniones, en muchísimas ocasiones en las Naciones Unidas etc”. La traición de la familia presidencial contrastaba con su vieja fidelidad o, más exactamente, dependencia, que los había llevado a desmesuras tales como bautizar un buque oficial en su honor como S.S Maximus, en homenaje velado al doctor Max Jacobson.
Del consumo de estimulantes y otras drogas dieron cuenta algunas de las numerosas amantes del Presidente, entre ellas Mary Meyer, quien confesó que en medio del alucinado viaje sexual con marihuana, el popular JFK bromeó complacido: “Realizaré una conferencia en la Casa Blanca sobre narcóticos”. Recordaba que en medio de la evasión, se veía al relajado líder abandonándose a sus fantasías: “Supongamos que los rusos dejan caer una bomba”... Esta mujer desaparecería después en las siempre llamadas “extrañas circunstancias”. Marilyn Monroe, de conocidas adicciones y amante del Presidente y de su hermano Bobby, según registros del propio FBI, no ocultaba su amargura. Luego de sostener una “estimulante” relación, que no pudo ser ocultada ni a la propia esposa del Presidente, Marilyn Monroe fue desechada por él y su hermano cuando ella amenazó con contarlo todo a la prensa: ”Los Kennedy tratan a todas igual. Lo usan a uno y después lo desechan como si fuese basura”. ¿Suicidio o asesinato? Con tantas historias la pareja intentaba controlar a los periodistas poco dóciles y no sorprende que alguna vez la Primera Dama confesara que quería alimentar sus perros con carne de periodistas. Y ni qué decir de la censura a los biógrafos y escritores, incluso los autorizados como Manchester que recibió un trato de tercera categoría, o de otros como Jim Bishop, que había publicado exitosos libros con la famosa editorial Random House, a quien la democrática Primera Dama bloqueó el trabajo por considerarlo “un negro, un escritor de clichés de tercera”.
Lem Billings, ex compañero de habitación estudiantil de JFK, contaba: “Kennedy podía ser descarado en su sexualidad, les levantaba el vestido a las mujeres y cosas por el estilo. Las acorralaba en las cenas de la Casa Blanca y las invitaba a pasar a la habitación contigua, donde podían tener una 'conversación seria'... era típico de la forma en que se comportaba con las mujeres”. Con sus amigos, Kennedy se jactaba de las relaciones sexuales que precedían sus intervenciones políticas, por lo cual siempre aparecía de excelente talante; y enumeraba sin pudor sus más atronadoras conquistas, entre ellas la bomba rubia y poco dotada actriz Jane Mansfield, a quien le reconocía una gran capacidad para tales asuntos aunque siempre necesitara estar drogada. El escritor Gore Vidal, pariente cercano, admitía que la pareja presidencial era “una cosa del siglo XVIII: una unión práctica para ambas partes”.
La unión de los Kennedy fue “una cosa del siglo XVIII, una unión por conveniencia”.
Según el escritor y pariente Gore Vidal.
“Esta administración hará por el sexo, lo que la anterior hizo por el golf”, afirmaba Ted Sorensen, escritor y, por cierto, autor real del libro que presentó Kennedy como propio y que recibió por demás el premio Pultizer: “Profiles in Courage”, una colección de perfiles políticos que tuvo su propio escándalo.
Pero sobre el tema de las mujeres, cuenta el escritor Garry Wills en The Kennedy Impresonment , “la dosis diaria de sexo se convirtió en la parte más sobresaliente de su legado, más que ningún logro político.” Al parecer las drogas que tomaba para sus problemas de espalda y otras fragilidades de salud, incrementaban también sus pulsiones más primarias. De todas formas en tales materias se parecía a su padre, el banquero y político Joe Kennedy, obsesionado con el prestigio y el ascenso social, que había hecho fortuna vendiendo en su juventud entre otras cosas whisky de contrabando y que era particularmente aficionado a las mujeres, pero no precisamente a su esposa, la devota matrona Rose Kennedy. Una de las más famosas relaciones paralelas del padre del Presidente fue con la actriz Gloria Swanson, la “Reina de Hollywood”, quien después se quejaría del maltrato y de los detalles vulgares de su rudo acompañante, entre los cuales sobresalía la ramplona jugada de regalarle a ella abrigos de pieles y otras cosas costosas para, secretamente, cargarlas a veces a la cuenta de la propia mujer, la rica estrella de cine, que sería reemplazada después por numerosas acompañantes. Joe Kennedy era mezquino, decían sus mal pagados sirvientes, preferiblemente centroamericanos, a quienes se les cobraba en la casa diez centavos por cada Coca Cola que se bebieran. Para evitar fraudes, se marcaban muy bien las botellas.
Jackie podía comprar 200 pares de zapatos en un día. Quería vestirse como si fuera la esposa del presidente de Francia y ser la dictadora de la moda. Pero “no hay nadie peor vestido que ella en todos los continentes”, decía la diseñadora francesa Coco Chanel.
Pero en ese vigor contabilista Jaqueline Kennedy no se quedaba atrás. Alguna vez, en pago por unos trabajos de carpintería en su apartamento en Nueva York, ofreció nada menos que un autógrafo y ante la negativa recibida resolvió cancelar el servicio. Menos gratas son sus anécdotas con la ropa costosa que acostumbraba comprar. “Me trae roto” confesaba el Presidente. Años después, el abogado John Cohn, contratado por Aristóteles Onassis para seguir la pista a los gastos escandalosos de su mujer Jackie, contó su descubrimiento: Ella compraba desaforadamente, hasta 200 pares de zapatos de una sola vez. “Recorría la ciudad con las tarjetas de crédito de su esposo, e incluso sin ellas, valiéndose de su propio nombre, para comprar ropa que cargaba en cuenta. Pero esa era apenas una parte de la operación. Después de comprar las prendas iba y las vendía a través de su secretaria o de segundos a tiendas como Encore y otras especializadas en segundas de alto rango, y se guardaba el dinero en efectivo.” “Quiere mi dinero, pero no me quiere a mí”, decía antes de morir Onassis, decidido a divorciarse.
Adictos a las anfetaminas, los Kennedy ofrecieron al médico que los inyectaba, vivir permanentemente en la Casa Blanca para evitar sospechas.
Durante la flamante presidencia de la pareja Kennedy fue notable la desmesura en los gastos de la pareja presidencial, con cargo a los presupuestos oficiales. En alguna ocasión los pasajeros de un avión militar no fueron admitidos pues el vuelo había sido reservado para un caballo de Jackie, obsequiado en Pakistán. Con dineros oficiales, Jacqueline Kennedy contrató “ayudante de cámara” para su esposo, “doncella” para ella, masajista y una serie de empleados adicionales, excluyendo a los ya existentes de la Casa Blanca. Cuando se le sugirió a la Primera Dama que ellos, comprobadamente adinerados, pagaran de su propio bolsillo los gastos personales, entre ellos los de los nuevos e innecesarios empleados, ella contestó. “Pero no tenemos tanto dinero. Mi esposo es un empleado federal, lo mismo que el resto del personal de la Casa Blanca.” El presidente Lyndon Johnson, que sucedió a Kennedy después de su muerte, toleró hasta el extremo las exigencias y los gastos de Jackie como indestronable Primera Dama, a pesar de que ella lo llamara en privado, “zoquete, bruto y fanfarrón”. Al final él decía amargo: “He tenido muchos miramientos con esa mujer. He hecho piruetas y zalamerías y lo único que recibo son críticas”.
La redecoración lujosa y permanente de la Casa Blanca causaba sorpresa y se agotaban siempre los presupuestos asignados, hasta tal punto que el Presidente tenía que protestar. De todas formas la Primera Dama consiguió darle a la Casa Blanca un predominante estilo “imperio” francés, muy a tono con los subrayados orígenes europeos y aristocráticos de su apellido de soltera, Bouvier, al parecer ficticios y construidos por algún adocenado genealogista. El menú de las grandes cenas de la Casa Blanca se escribía siempre en francés y hasta la ropa era importada. “Jackie quería ir vestida como si JFK fuera el presidente de Francia”, diría su diseñador y amigo, Oleg Cassini, quien admitió después que el poder la había corrompido. Su vocación extranjerizante y snob era evidente. “Odio a este país”, diría a veces en el extremo del desencanto. No obstante la idolatría popular por ella crecía y se tomaba muy en serio su papel. Las compras de vestuario fueron desmesuradas. Era la nueva dictadora de la moda, a pesar de que la diseñadora francesa Coco Chanel dijera en voz baja que no había “nadie peor vestido que Jackie Kennedy en todos los continentes”.
Semejante furor por comprar era un fenómeno de compensación, decía el amigo de la pareja, Oleg Cassini, pues a pesar de ser educadas en excelentes colegios y vivir en apariencia como personas adineradas, Jackie y su hermana Lee no tenían mucho dinero en su juventud. Joe Kennedy dijo a Red Fay, un amigo de JFK, que “la riqueza de esa familia es obsoleta, la mayoría de ellos no hacen otra cosa que mantener una fachada y están endeudados con todo el mundo.”
“La dosis diaria de sexo se convirtió en la parte más sobresaliente del legado de Kennedy, más que ningún logro político.” Garry Wills. Una de sus conquistas, la actriz Marilyn Monroe.
De los enormes gastos de Jackie se quejaban sus propios familiares, preocupados ante todo por la imagen de la pareja presidencial. “Ese tipo de derroche es inaceptable”, decía Rose Kennedy, la madre del Presidente, “un dinosaurio sin cerebro”, “atolondrada” y “despótica”, como la llamaba su nuera Jaqueline. Los Kennedy eran una adinerada familia norteamericana que se comportaba a la manera de un clan. tenían resentimientos pero siempre aparecían unidos, enérgicos, competitivos y muy católicos, a la manera del norteamericano típico. Se comportaban como si estuviesen en un campamento de Boy Scouts, decía la Primera Dama. Las mujeres Kennedy pasaban días enteros jugando de forma compulsiva, infantilmente, fútbol o lo que fuera. “Cuando no tienen otra cosa que hacer”, le dijo Jacqueline a Lee, su hermana, “corren en el mismo lugar. Otras veces se lanzan unas sobre otras como un grupo de gorilas”. Qué variado anecdotario. ¿Para qué tanta fama e idolatría? Truman Capote, gran escritor y amigo de los Kennedy hasta que en uno de sus escritos desenmascaró a sus glamurosos amigos, se había preguntado por la utilidad de la celebridad. Su respuesta no pudo ser más clara: “la celebridad sólo sirve para que le reciban a uno algún cheque en un pueblo”
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