LA ÚLTIMA CANCIÓN DE LA MODELO ANORÉXICA
Isabelle Caro iba a grabar el clip de una canción de letra premonitoria: «El único hambre es el de tu destino, que se traga, culpable, el peso de las heridas». Pero murió antes del rodaje
MARTA GUZMÁN / París
Tengo fin, tengo hambre. En francés, las dos frases suenan igual:
J’ai fin. Con este juego de palabras, el suizo Vincent Bigler tituló una canción cuyo videoclip iba a protagonizar Isabelle Caro. Pero también serviría para resumir los 28 años de vida de la modelo francesa, conocida por su polémica campaña anti-anorexia junto a Oliviero Toscani, que retrató su cuerpo esquelético en 2007.
Pero Isabelle no llegó al rodaje. La maldita
Ana —así llaman las adolescentes a la anorexia— le segó la vida el 17 de noviembre, aunque su muerte no se filtró hasta esta semana. Fue entonces cuando los versos de Bigler adquirieron un tinte siniestro: «El único hambre es el de tu destino / Que se traga, culpable, el peso de las heridas / Que te guía eternamente para no tener hambre nunca más».
Además de protagonizar infinitas iniciativas contra la anorexia, Isabelle también relató su lucha contra este mal en su blog, cuya última entrada se registró el 14 de septiembre. En este espacio, la modelo recopiló sus fotos de vacaciones, las imágenes de sus trabajos y los consejos a otras chicas que sufrían el mismo trastorno alimentario. Pero, sobre todo, volcó unas reflexiones personales que hoy sirven para trazar el retrato de una chica consumida por la inseguridad: «Soy un pequeño copo de nieve, invisible en plena canícula, que lucha, lucha por vivir pese a los años de sufrimiento pasados».
Isabelle Caro vio corroerse sus esperanzas por la anorexia durante más de la mitad de su vida. En 2006, el mal la hizo caer en coma, con 25 kilos esparcidos en su 165 centímetros de estatura. Pero en los últimos meses, sus íntimos la veían mucho mejor. De ahí que les sorprendiera tanto su muerte, que pasó desapercibida hasta que un amigo informó en Facebook a los seguidores que le preguntaban por qué había dejado de actualizar su blog. «Había estado hospitalizada durante 15 días debido a una neumonía y últimamente estaba muy cansada, pero no sé exactamente de qué murió», explicó Bigler.
Su vídeo junto al cantante suizo iba a sumarse a la larga lista de sus testimonios que inició en 2008 con un libro autobiográfico,
La niña que no quería engordar. Este septiembre, la presentación de su edición de bolsillo fue su última aparición pública. En el libro, la modelo relató su calvario desde los cuatro años, cuando su madre enfermó de depresión y la mantuvo aislada del mundo, sin ni tan siquiera ir al colegio. Las pocas veces que Isabelle salía de casa tenía que ir completamente tapada, para que no respirara aire contaminado. El drama de su anorexia empezó a los 12 años, con la llegada de la pubertad.
Isabelle quemó sus energías en tratar de abandonar este infiermo. Además de la campaña de Toscani, protagonizó numerosos reportajes contra la anorexia, emitidos en canales de televisión de todo el mundo. El último lo realizó en septiembre, en París, junto a la estadounidense Jessica Simpson. La letra de «J’ai fin» profundizaba en este mensaje de optimismo ante las dificultades. «Voy a gritarlo a todo el mundo / Que siempre podemos tragarlo todo / Llenar tus piernas de canciones / Alimentar tu alma de ilusiones / No quedarte en esa perdición».
Vincent Bigler vio en Isabel la encarnación de la frustrante lucha contra la anorexia. Ella era una mujer que simbolizaba mejor que nadie el tándem anorexia-muerte con el que jugaba el título de su pieza. Lo que no sabía cuando le encargó que interpretara los 16 versos de la canción ante las cámaras es que, a la vez, le estaba entregando una suerte de epitafio avant la lettre. «Una rosa, una mujer bonita convertida en flor / Tan sola y, sin embargo, ella misma / La mujer que sobrevive llorando / Negándose a creer en ella».
Epitafio anticipado
«Una rosa, una mujer bonita convertida en flor.
Tan sola y, sin embargo, ella misma.
La mujer que sobrevive llorando.
Negándose a creer en ella.
Háblame de amor y yo te hablaré de muerte.
Háblame de equivocaciones y yo te
seguiré hablando siempre.
Háblame de ti y yo te hablaré de
emociones.
Tú te meces en lo que te anuncia.
El único hambre es el de tu destino.
Que se traga, culpable, el peso de
las heridas.
Que te guía eternamente para
no tener hambre nunca más.
Voy a gritarlo a todo el mundo.
Que siempre podemos tragarlo todo.
Llenar tus piernas de canciones.
Alimentar tu alma de ilusiones.
No quedarte en esa perdición».
LA GORDA FELIZ QUE COBRA PORQUE LA VEAN COMER
En estas fechas de excesos culinarios, ninguno como los de esta mujer de récord. Para dar a luz, necesitó a 30 asistentes y puede comer 30.000 calorías de una sentada. Donna aspira a ser la más gorda del planeta. «La gente que se siente culpable por comer me da risa», dice
JULIO VALDEÓN BLANCO /
Nueva York
La musa de los triglicéridos vive en Old Bridge, Nueva Jersey. Pesa 281 kilogramos, 70 más que un león adulto. Enfática campeona de la báscula, acribillada por médicos y ensalzada por los coleccionistas de rarezas, cree que su obesidad es insuficiente. Quiere más. A ser posible, ingresar en el Libro Guinness de los Records, palio de chiflados, como la mujer más gorda del mundo. Para alcanzar tan ansiado podio deberá reventar básculas con unos fabulosos 450 kilogramos.
El prodigio que nos ocupa responde al nombre de Donna Simpson. Estremece recordar que su apellido coincide con el del homérico fulano creado por Matt Groening... o que su currículum aclara que en 1986 se graduó por la universidad de Springfield. Al igual que el legendario capítulo en el que Homer devoraba pizzas, bollería industrial y perritos calientes con la esperanza de ser catalogado como inválido y así currar desde casa, la buena de Donna rentabiliza su hipertensión galopante con apariciones catódicas.
Cualquiera diría que está loca, que los servicios sociales deberían retirarle a su hija pequeña, que promueve una abyecta santificación del suicidio con merengue intravenoso, pero ella responde, vivaracha, anotando su dieta: «En un día típico como cuatro hamburguesas y con sus raciones de patatas fritas, una hogaza de pan con mantequilla de cacahuete y mermelada, cuatro raciones de pan con carne y puré de patata, una pizza grande, un pastel de chocolate con helado y crema, doce pasteles, tarta de queso (no especifica cuántas) y dos bebidas gaseosas (tamaño extra)».
Su bulimia de notoriedad parece bien encarrilada. En septiembre de 2010 los responsables del Guinness ya la coronaron como la mujer más gorda que jamás haya dado a luz. En 2006, tras separarse de su primer marido, conoció a Phillipe Gouamba en un foro de contactos con mujeres obsesas. Tres meses después concibió a Jacqueline, hito que requirió de la participación de 30 profesionales durante el parto. Entrevistada por el
Daily Mail, la doctora Laura Corio aseguró que no ha visto «nada semejante» en su vida. ¿Como pudo quedarse embarazada o incluso ovular? ¿Cómo puedes hacerlo sin problemas?». Respuesta corta: imposible; Simpson desarrolló diabetes durante el embarazo. Respuesta larga, facilitada por el doctor Lois Brustman, especialista de hospital Roosevelt: «Las mujeres con un gran sobrepeso no ovulan o tienen periodos irregulares que podrían causarles problemas durante el parto. Además encaran una posibilidad mucho más alta de experimentar enfermedades coronarias, preeclampsia, solidificación de la sangre, infartos...».
Un catálogo de horrores, ya, pero Simpson ve una conspiración en contra, un circo mediático que condena al diferente y ensalza un canon de belleza inalcanzable. Contra los cuerpos biónicos, tripa y michelines turbo. Frente a las panteras anoréxicas de las revistas, culto a la ondulación mórbida y el tránsito de grasa megasaturada por la arteria. «La gente que se siente culpable por comer me da risa», ha declarado al dominical británico
The Sunday Mirror. «Me encanta comer y que la gente me vea comer. A la gente le hace feliz verme y yo no hago daño a nadie».
Claro que existen problemas, digamos, menores, como que apenas puede cuidar de su hija. «Si camino más de seis metros detrás de Jacqueline me agoto», comenta. Y aclara que el vínculo madre/ hija sobrevuela por encima de semejantes menudencias. Lo que no logra ella lo consigue el sin par Gouamba.
Nacida en 1965 en Mogadore, Ohio, Donna marcaba 83 kilos con 9 años. Como tantos niños estadounidenses, sufrió el martirio de una dieta que confunde riqueza en sales, carbohidratos y glucosa con opulencia, que pone en riesgo su vida y de paso martiriza a los responsables de salud pública. Varias dietas fallidas más tarde, conoció al cocinero Robert Simpson. Fetichista de la gordura, el que luego fue su marido la recibía a la vuelta de los fogones con paquetes de comida sobrante, empecinado en que emulara a las gracias de Peter Paul Rubens. Fruto de su unión nació el primer hijo de Donna.
El matrimonio fracasó, pero Donna, iluminada por la convicción de que había nacido para ser gorda, de que su morbidez era más una cuestión poética o un acto de fe que terco fruto de dieta hipercalórica, perseveró en su objetivo de convertirse en la mujer más gorda del mundo, la que apoyada en la ruleta rusa del sobrepeso salvaje conquista platos y portadas, la que saludan desmadejados los paladines de la diferencia.
Su última cena de récord, la de Navidad, es incluso poca cosa para quien presume de comer sushi en sentadas de al menos 70 piezas. Necesario cuando tu objetivo pasa por ingerir unas 12.000 calorías diarias, seis veces más de que lo necesita una mujer adulta, imprescindibles para los 0,9 kilos diarios que pretende ganar. «Siempre como lo que quiero, cada vez que quiero, pero estas Navidades he querido ir más lejos que nunca», explicó Donna.
El circo necesita combustible. Costear su dieta requiere de unos 580 dólares semanales. Costoso, sí, pero lucrativo: tras comenzar su carrera como modelo en la web Supersizedbombshells en 2007, acaba de lanzar su propia página. Desde ella los abonados disfrutan de fotografías exclusivas en ropa interior, jalean su empecinamiento y alimentan un fenómeno que ya ha atraído a Oprah Winfrey y a Howard Stern, presentador de radio y TV y reconocido cazador de monstruos.
Mientras sube la cotización, llueven las peticiones para entrevistas, concedidas previo pago, y arrecian los gritos, Donna acaricia los dulces recuerdos de su primera cita con su pareja: «cené como para cinco personas y se quedó fascinado». «Phillip se sube encima mío y juega con mi gordo ombligo », remata la diosa del volapié alimenticio, esa que muestra sus senos elefantiásico mientras el Guinness y la morgue pugnan por abrazarla antes.
Su régimen navideñoDonna Simpson lo tiene claro: «Siempre como lo que quiero, pero las Navidades te dan carta blanca para hacer lo que quieras». Y, este año, la ultraobesa estadounidense batió sus propias marcas al devorar una pantagruélica panzada navideña. En total, ingirió unas 30.000 calorías: lo mismo que una mujer sana necesita para sobrevivir 15 días. En esta cena de Navidad, retransmitida «urbi et orbi», Donna devoró dos kilos de pavo, dos jamones asados, siete kilos de patatas, cinco panes, nueve kilos de ensalada, dos refrescos extragrandes, tres litros de sirope de arándano, queso, crema, galletas... Apenas necesitó dos horas.ELMUNDO / CRÓNICA / DOMINGO / 2 / ENERO / 2011
Valiente testimonio el de esta chica, ojalá y sirva a las jovenes que comienzan con eso de bajar de peso mediante vomitonas,
