EL DERECHO A MORIR
delamorena escribió:se muere cuando se estira la pata
Indudablemente que las perogrulladas son simplemente un reduccionismo que no ayuda en nada a situarnos en el tema del foro (el derecho a morir), ante todo se debe de intentar no banalizar la muerte, ya que ¿es acaso un final de nuestra existencia? o ¿no es nada más que un punto del presente continuo (pasado-presente-futuro) al cual estamos sometidos por el simple hecho de haber nacido?
Y por tanto ¿quién se atreve a mofarse de ella…?
No se ha de ser místico ni religioso para tener sensibilidad y esta falta de sensibilidad es la que genera la mayoría de veces violencia, violencia por no saber responder ante situaciones conflictivas y que al final se convierte en violencia sin sentido.
Todos tenemos derechos, pero también deberes delante de la muerte. Derecho a una muerte digna, pero deber de hacer que las personas que nos rodean también la tengan y el respeto para que quien se encuentre en esta situación terminal no se sientan como un ser ínfimo, sino que se le inculque la idea de que [shadow=darkred]morir no es el final[/shadow], que morir es un puro tramite para la eternidad, que morir es la transición entre el nacimiento y el infinito. :
Un ser existe mientras haya alguien que le recuerde, ya que una porción de su personalidad ha quedado en él (gestos, vivencias, enfrentamientos, amor,…) y por tanto allí quedará hasta que al final, todos los que le recuerden desaparezcan y de esta manera pasará al lado oscuro, donde se encuentran los que perdieron todo los fragmentos dejados en vida, y éste será (posiblemente) la muerte real.
Todos los que piden ayuda para morir tienen derecho a ser escuchados, en esto no estamos preparados la mayoría de los humanos. Lo más fácil es escondernos y huir. Por suerte existen los medios socio-sanitarios que mejor o peor ayudan en la transición. Pero cuando estos fallan, muchas veces por falta de lógica, quizá ¿no debamos de procurar al menos intentar mejorar la situación y armarnos de valor para ayudar a morir dignamente… a ese ser que nos lo pide?.
Se ha de defender por tanto formas alternativas eutanásicas (eu=bien tanatos= morir), cuando el que lo pide tenga motivos suficientes (y eso sólo él lo sabe), ya sea por una enfermedad terminal o por un deseo inalienable de [shadow=darkblue]dejar de sufrir la miseria de una vida sin sentido[/shadow].
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Re: EL DERECHO A MORIR
Se me olvido ponerlo en el Tema taurino,pero creo que es en este Tema donde deberia ponerse. Naturalmente, La Administracion puede moverlo. El PANA, 1 torero mediocre mexicano de 64 anos de edad, tuvo 1 grave cogida que desde 1 principio se aseguro que quedaria en silla de ruedas. La cosa ha empeorado y ya ha tenido 1 par de ataques cardiacos que los medicos han conseguido revivirlo. Ahora, el pobre PANA, no hace mas que implorar a los medicos que lo atiende que lo dejen morir.
Assia
Assia
EL DERECHO A MORIR
Derecho a decidir
ANTONIO LUCAS 22/03/2017 02:51
El asunto de la muerte digna en cualquiera de sus variantes (sedación terminal, suicidio asistido y eutanasia) es tema tabú (otro más) entre los mismos políticos que no nos dejan vivir. No hay manera de concretar una ley que ampare el derecho a elegir de quien ya no tiene más vida por delante que el daño atroz, la falta de expectativas y la redundante certeza de un siniestro final. El derecho a morir dignamente no está desligado del derecho a ser feliz. Recuerden aquello que, muy enfermo, le dijo Kafka a su médico cuando estaba ya en el último codo de la vida, trepado por los dolores: «Si no me matas serás un asesino». Digamos que permitirle a alguien marchar dignamente cuando lo reclama, cuando lo requiere, cuando no le queda alternativa, puede ser un ejercicio de amor.
No se trata de dispensar la salida en cualquier circunstancia, sino en aquellas que más degradan sin solución. En las irreversibles. Vivir biológicamente no es vivir humanamente (Savater). Lo propio del hombre no es sólo vivir (eso a veces es muy poco), sino hacerlo con avales humanos. Algunas elecciones no deben ser sólo asuntos de Estado. En el Congreso volvieron a tumbar ayer la propuesta de una ley de eutanasia. El Gobierno, el PSOE y Ciudadanos se encargaron de atajarla. Está clara la voluntad: no dar sitio a un asunto que reclama un gramaje alto de valentía, de comprensión, de legislación, de inteligencia, de valor de la existencia humana y de bondad. La propia vida es sagrada cuando dentro se aloja la palabra vida. Hay adversidades de la biología tan letales y humillantes que sólo alcanzan un punto excelso si alguien acepta que conviene detenerlas. Y se le permite. Y se le ampara. Para eso es necesaria una regulación firme. Pero además un alto grado de libertad individual: la de poder solicitar que actúen sobre el propio cuerpo cuando los indicadores confirman que el cuerpo es un derribo insoportable.
Estoy a favor de la despenalización de la eutanasia en casos terminales que clínicamente no disponen alternativa. Aunque más aún estoy a favor del derecho a reclamarla. Sí, del derecho. Del sagrado ejercicio de amparo y autoridad. De la soberana dignidad de elegir por uno mismo. Incluso por el otro en un supremo acto de generosidad que nace del consentimiento informado. La vida puede ser un ejercicio extraordinario, pero no es buen plan afianzarse como un fanático del vivir en cualquier circunstancia. Por eso la eutanasia regulada tiende a desfanatizar la muerte. Un niño jodido es un fracaso de la vida. Un fracaso incalculable. Pero hacer sufrir a alguien sin más garantía que el avance imbatible del dolor puede ser una forma de tortura. Dice Nietzsche que quien tiene una razón para vivir puede soportar cualquier forma de hacerlo. Vale. Sostiene Quevedo que «mejor vida es morir, que vivir muerto». También vale. Cada cual que elija.
Entre las cosas mejores que justifican la breve vida humana está el poder tomarle a la muerte cierta ventaja. No por vía de la inmortalidad, sino por el cauce de la consideración. Dejar de morir no es la solución, sino hacerlo de un modo razonable. Llegar a vivir no es una elección. Y lo otro, sí.
ANTONIO LUCAS 22/03/2017 02:51
El asunto de la muerte digna en cualquiera de sus variantes (sedación terminal, suicidio asistido y eutanasia) es tema tabú (otro más) entre los mismos políticos que no nos dejan vivir. No hay manera de concretar una ley que ampare el derecho a elegir de quien ya no tiene más vida por delante que el daño atroz, la falta de expectativas y la redundante certeza de un siniestro final. El derecho a morir dignamente no está desligado del derecho a ser feliz. Recuerden aquello que, muy enfermo, le dijo Kafka a su médico cuando estaba ya en el último codo de la vida, trepado por los dolores: «Si no me matas serás un asesino». Digamos que permitirle a alguien marchar dignamente cuando lo reclama, cuando lo requiere, cuando no le queda alternativa, puede ser un ejercicio de amor.
No se trata de dispensar la salida en cualquier circunstancia, sino en aquellas que más degradan sin solución. En las irreversibles. Vivir biológicamente no es vivir humanamente (Savater). Lo propio del hombre no es sólo vivir (eso a veces es muy poco), sino hacerlo con avales humanos. Algunas elecciones no deben ser sólo asuntos de Estado. En el Congreso volvieron a tumbar ayer la propuesta de una ley de eutanasia. El Gobierno, el PSOE y Ciudadanos se encargaron de atajarla. Está clara la voluntad: no dar sitio a un asunto que reclama un gramaje alto de valentía, de comprensión, de legislación, de inteligencia, de valor de la existencia humana y de bondad. La propia vida es sagrada cuando dentro se aloja la palabra vida. Hay adversidades de la biología tan letales y humillantes que sólo alcanzan un punto excelso si alguien acepta que conviene detenerlas. Y se le permite. Y se le ampara. Para eso es necesaria una regulación firme. Pero además un alto grado de libertad individual: la de poder solicitar que actúen sobre el propio cuerpo cuando los indicadores confirman que el cuerpo es un derribo insoportable.
Estoy a favor de la despenalización de la eutanasia en casos terminales que clínicamente no disponen alternativa. Aunque más aún estoy a favor del derecho a reclamarla. Sí, del derecho. Del sagrado ejercicio de amparo y autoridad. De la soberana dignidad de elegir por uno mismo. Incluso por el otro en un supremo acto de generosidad que nace del consentimiento informado. La vida puede ser un ejercicio extraordinario, pero no es buen plan afianzarse como un fanático del vivir en cualquier circunstancia. Por eso la eutanasia regulada tiende a desfanatizar la muerte. Un niño jodido es un fracaso de la vida. Un fracaso incalculable. Pero hacer sufrir a alguien sin más garantía que el avance imbatible del dolor puede ser una forma de tortura. Dice Nietzsche que quien tiene una razón para vivir puede soportar cualquier forma de hacerlo. Vale. Sostiene Quevedo que «mejor vida es morir, que vivir muerto». También vale. Cada cual que elija.
Entre las cosas mejores que justifican la breve vida humana está el poder tomarle a la muerte cierta ventaja. No por vía de la inmortalidad, sino por el cauce de la consideración. Dejar de morir no es la solución, sino hacerlo de un modo razonable. Llegar a vivir no es una elección. Y lo otro, sí.