Los pacientes no podrán cultivar la planta para consumo personal y se podrá prescribir solo cuando otros remedios no hayan tenido efecto
Medicinas con cannabis, sí; autocultivo, no. El Parlamento portugués aprobó el pasado viernes la ley que regula fármacos, preparaciones y sustancias a base de cannabis para fines medicinales. El texto salió adelante con el voto favorable de todos los grupos, el socialdemócrata del PSD, el socialista del PS, el Bloco y el PC, con la única excepción del democristiano CDS. El PC fue el último grupo en dar su voto positivo, una vez reforzado en la ley el papel de Infarmed (la autoridad portuguesa del medicamento) e introducida la posibilidad de que el Laboratorio Militar participe la elaboración de la sustancia. La norma tiene el rechazo Consejo de Ética para las Ciencias de la Vida, que la considera una ley redundante pues ya existen en el mercado medicamentos a base de cannabis.
El texto recoge que debe ser un médico quien prescriba el uso del cannabis o de productos a base de esta planta y que emitirá una receta para que el paciente pueda comprarlo en una farmacia. También establece que se pueda prescribir solo cuando otros remedios no hayan tenido efecto en el tratamiento del paciente, una condición introducida por el PSD y a la que votó en contra, sin éxito, el Bloco de Esquerda. Los productos, a su vez, deberán estar autorizados por Infarmed.
Otra de las condiciones de la legalización es que las medicinas deberán siempre adquirirse en farmacias, nada de parafarmacias o de tiendas ecológicas. En la autorización y elaboración de estos remedios intervendrá Infarmed y el Laboratorio Militar, condición del PCP para votar a favor. No se aceptó, sin embargo, que la venta solo se realizara en las farmacias hospitalarias.
El Bloco, impulsor de la ley junto al partido verde PAN, pese a los recortes sufridos en la tramitación, considera un triunfo que se legalicen los aceites a base de cannabis y las flores deshidratadas de las plantas. Aún así, ha caído en el camino la posibilidad del autocultivo, uno de los puntos fundamentales para los proponentes de la ley. El argumento de la imposibilidad de controlar la producción personal ha sido definitivo para que cayera en el periodo de enmiendas, so pena de tumbarse la ley en su totalidad.
Portugal permite el consumo privado de cannabis desde hace 16 años, pero no su distribución. Otra cosa es la distribución para la exportación, que sí la permite. Es el caso de la empresa canadiense Tilray —dueña de la web leafly.com—, que ha sido autorizada por el Gobierno portugués a cultivar 25.000 metros cuadrados de cannabis en los alrededores de Coimbra.
[link=https://elpais.com/internacional/2018/06/06/actualidad/1528286011_416984.html][size=150]Portugal legaliza el cannabis medicinal[/size][/link]
[b]Los pacientes no podrán cultivar la planta para consumo personal y se podrá prescribir solo cuando otros remedios no hayan tenido efecto[/b]
Medicinas con cannabis, sí; autocultivo, no. El Parlamento portugués aprobó el pasado viernes la ley que regula fármacos, preparaciones y sustancias a base de cannabis para fines medicinales. El texto salió adelante con el voto favorable de todos los grupos, el socialdemócrata del PSD, el socialista del PS, el Bloco y el PC, con la única excepción del democristiano CDS. El PC fue el último grupo en dar su voto positivo, una vez reforzado en la ley el papel de Infarmed (la autoridad portuguesa del medicamento) e introducida la posibilidad de que el Laboratorio Militar participe la elaboración de la sustancia. La norma tiene el rechazo Consejo de Ética para las Ciencias de la Vida, que la considera una ley redundante pues ya existen en el mercado medicamentos a base de cannabis.
El texto recoge que debe ser un médico quien prescriba el uso del cannabis o de productos a base de esta planta y que emitirá una receta para que el paciente pueda comprarlo en una farmacia. También establece que se pueda prescribir solo cuando otros remedios no hayan tenido efecto en el tratamiento del paciente, una condición introducida por el PSD y a la que votó en contra, sin éxito, el Bloco de Esquerda. Los productos, a su vez, deberán estar autorizados por Infarmed.
Otra de las condiciones de la legalización es que las medicinas deberán siempre adquirirse en farmacias, nada de parafarmacias o de tiendas ecológicas. En la autorización y elaboración de estos remedios intervendrá Infarmed y el Laboratorio Militar, condición del PCP para votar a favor. No se aceptó, sin embargo, que la venta solo se realizara en las farmacias hospitalarias.
El Bloco, impulsor de la ley junto al partido verde PAN, pese a los recortes sufridos en la tramitación, considera un triunfo que se legalicen los aceites a base de cannabis y las flores deshidratadas de las plantas. Aún así, ha caído en el camino la posibilidad del autocultivo, uno de los puntos fundamentales para los proponentes de la ley. El argumento de la imposibilidad de controlar la producción personal ha sido definitivo para que cayera en el periodo de enmiendas, so pena de tumbarse la ley en su totalidad.
Portugal permite el consumo privado de cannabis desde hace 16 años, pero no su distribución. Otra cosa es la distribución para la exportación, que sí la permite. Es el caso de la [link=https://www.tilray.ca/]empresa canadiense Tilray —dueña de la web leafly.com[/link]—, que ha sido autorizada por el Gobierno portugués a cultivar 25.000 metros cuadrados de cannabis en los alrededores de Coimbra.
Países Bajos República Checa Canadá Chile Colombia Uguruay Estados Unidos
[link=http://www.publico.es/viajes/siete-paises-del-mundo-donde-se-permite-el-consumo-de-marihuana/][b]Siete países del mundo donde se permite el consumo de marihuana[/b][/link]
Países Bajos República Checa Canadá Chile Colombia Uguruay Estados Unidos
La detención del histórico capo pone de relieve que la actividad narcotraficante en Galicia sigue en auge. Sito forma parte de una serie actual de grandes señores gallegos de la cocaína asociados con Colombia
Nacho Carretero
Nunca se fueron, solo se hicieron invisibles. Los narcos gallegos ya no quieren que se sepan los metros cuadrados de sus mansiones ni tampoco desean lucir sus descapotables deportivos por Arousa. No quieren salir en prensa, ni en libros, ni en series. No era así antes de la Operación Nécora, hollywoodiense redada dirigida por Baltasar Garzón en 1990 que supuso el primer movimiento del Estado contra la mafia gallega después de años de interesado inmovilismo.
Los años más duros que ha vivido el narcotráfico gallego tuvieron lugar, precisamente, cuando la opinión pública concluyó que la actividad en el noroeste era cosa del pasado. Con el inicio del siglo XXI las descargas de cocaína colombiana en la costa gallega alcanzaron niveles de inundación. La discreción daba resultado: con el foco en otros escenarios los narcos galaicos consolidaron su asociación con los carteles colombianos. De tal manera que, llegados al año 2018, sobra decir que Sito ha vuelto a las andadas. Es que nunca se alejó de ellas.
Sigue habiendo relojes que pesan un kilo y cochazos venidos de Emiratos Árabes desfilando por las Rías Baixas. Pero quien los muestra no suele estar a la atura de los grandes señores de la fariña. Precisamente por eso alardean.
En la Galicia de hoy se podrían distinguir dos niveles. En el de arriba, en sombra, se sitúan un puñado de capos, entre los que, según las autoridades, se hallaría Sito Miñanco, tal vez el más poderoso de ellos. Son empresarios con grandes organizaciones bajo su mando (algunas de ellas con más de 300 integrantes directos e indirectos), barcos en propiedad (a veces constantemente a flote sobre el Atlántico, sin ir a puerto jamás) y contactos de alto nivel en casi todas las instituciones, con las que en ocasiones colaboran. Algunos de ellos viven en Colombia. Cuentan con la última tecnología en cuanto a comunicación y localización para pasar desapercibidos y, sobre todo, disponen de cortafuegos: es prácticamente imposible vincular un cargamento con ellos, ya que no entran en contacto jamás con la mercancía ni con quien la manipula.
Estos grandes capos gallegos son consolidados socios de las organizaciones colombianas proveedoras, es decir, las FARC y la bandas herederas de los grandes carteles de Medellín y Cali. Son años de alianza basada en la eficacia de los gallegos para introducir la droga en tierra y su capacidad para entregarla a organizaciones de Europa del Este (rusos y búlgaros, sobre todo) e italianas, encargadas de la distribución por el continente.
Los colombianos han probado muchas otras vías y ninguna de ellas les tranquiliza tanto como la gallega. Para ellos son ‘los compadres’, gente de confianza. De entre ellos, Sito es ‘el compa’ por excelencia, un socio con más de 30 años de alianza.
Estas organizaciones controlan el patio, nadie se mueve en la costa gallega sin su permiso y, quien lo hace, suele acabar entre rejas tras un oportuno chivatazo, cuando no borrado del mapa. Por debajo de ellos pululan multitud de clanes, algunos históricos de la costa gallega, otros de nueva generación, todos al acecho de poder alijar 200 o 300 kilos de blanca en un velero, un contenedor del puerto o un pesquero y que les resuelvan la economía de varios años. Es en este nivel donde la confianza se arruga: se delatan constantemente entre ellos, desaparece mercancía, se multiplican las traiciones… Todo un escenario de puñaladas por la espalda que convierte a Galicia en escenario recurrente de numerosas incautaciones.
Mientras estos clanes llenan de estigma, dinero negro, tapaderas y negocios las Rías Baixas (sin que a nadie en Galicia parezca importarle en exceso), los grandes señores siguen moviendo con discreción cantidades inimaginables. La Policía sospecha que Sito ha llevado a cabo en los últimos años unas seis operaciones, ninguna de ellas de menos de 3.000 kilos de cocaína; una, creen, de más de 7.000.
La última pista que los investigadores intentan relacionar con Miñanco es la interceptación el pasado octubre del buque Thoran en pleno Océano Atlántico con 3.800 kilos de cocaína. Su destino: la costa gallega.
Sito, del mar al mar
José Ramón Prado Bugallo creció como Sito, un apodo muy común en Galicia, al que añadió el sobrenombre de su familia, conocida como Los Miñanco. Lo hizo en el barrio de San Tomé de Cambados, lugar de pescadores.
Su prodigiosa habilidad para pilotar xurelas (como se conoce a las lanchas rápidas y planeadoras) le valió la confianza de Vicente Otero ‘Terito’, uno de los grandes contrabandistas de tabaco en la Galicia de los 70. De ahí a su propia organización. Junto a sus amigos Ramiro y Olegario montó la ROS (iniciales de los tres), una de las mayores organizaciones tabaqueras de Europa. Cuando Sito decidió que la fariña daba más dinero que el Winston de batea, Ramiro y Olegario decidieron plantarse.
El punto de encuentro fue Panamá, donde Sito acudía a lavar la ingente cantidad de dinero que el tabaco de contrabando le proporcionaba. También allí montaban sus tapaderas los capos colombianos. Fue Odalys Rivera, sobrina de un ministro del general Noriega, quien introdujo a Sito en los círculos adecuados. Tal fue el éxito social de Sito en Panamá que llegó a ayudar al general en la financiación de su gobierno. El ‘millonario gallego’, como le conocían, comenzó a dirigir envíos de prueba a Galicia cuando la Guardia Civil y la Policía todavía buscaban cajas de tabaco debajo de las bateas de la Ría de Arousa. De aquellos años se cuenta que Sito llegó a enviar barcos a Galicia cargados con cocaína, hachís y tabaco. Todo de una tacada.
Sito cuidó su imagen. Si alguno de sus hombres era apresado, le pagaba una pensión a la familia. También financiaba tratamientos médicos a vecinos, fiestas populares (llevaba a Cambados las mejores orquestas), presidía el equipo de fútbol Xuventude de Cambados, al que por poco sitúa en Segunda División y llegó a ser nombrado hijo predilecto de la localidad. Todavía hoy, en Cambados, es mucha la gente incapaz de hablar mal de Miñanco. En Galicia Sito amenaza con convertirse en un icono de la cultura pop, con canciones propias y kilómetros de relato sobre sus hazañas.
Su apego fue también su perdición. Según creen los investigadores Sito es uno de los pocos capos que metía dinero de su propio bolsillo en las operaciones, algo que llena de confianza a los proveedores colombianos. Siempre, además, tenía sitio para los viejos amigos: en la última redada ha caído, junto a él, David Pérez Lago, hijastro de Laureano Oubiña. Si recibía demasiados encargos de Colombia, los derivaba a otras organizaciones. El respeto que Sito despierta entre el resto de clanes y proveedores es altísimo. Lo consideran un hombre generoso y de palabra.
Su cercanía, sin embargo, le impedía delegar. Cuando asaltaron su chalé de seguridad de Madrid en su primera detención, en 1991, los GEO se toparon a Miñanco sobre unas cartas náuticas y un teléfono satélite. “Hostia, ahora sí que me trincasteis”, cuentan que dijo al ver a los agentes. Volvería a ser detenido en 2001 y se investiga ahora cómo ha sido posible que siguiese dirigiendo su organización desde la cárcel. Porque pocos dudan ya que no lo hiciera.
Otra vez, metidos ya en 2018, parece ser que la piedra en la que ha vuelto a tropezar Sito es la de querer controlar todo al detalle, la de no alejarse del mar del que nació. El no saber parar. O el no poder. Difícil, por ello, afirmar que este vaya a ser el último capítulo. El narco en Galicia sigue, por más que haya quien insista en que es cosa del pasado. Sito es la prueba.
[t1=130]La detención del histórico capo pone de relieve que la actividad narcotraficante en Galicia sigue en auge. Sito forma parte de una serie actual de grandes señores gallegos de la cocaína asociados con Colombia[/t1]
Nacho Carretero
Nunca se fueron, solo se hicieron invisibles. Los narcos gallegos ya no quieren que se sepan los metros cuadrados de sus mansiones ni tampoco desean lucir sus descapotables deportivos por Arousa. No quieren salir en prensa, ni en libros, ni en series. No era así antes de la Operación Nécora, hollywoodiense redada dirigida por Baltasar Garzón en 1990 que supuso el primer movimiento del Estado contra la mafia gallega después de años de interesado inmovilismo.
Los años más duros que ha vivido el narcotráfico gallego tuvieron lugar, precisamente, cuando la opinión pública concluyó que la actividad en el noroeste era cosa del pasado. Con el inicio del siglo XXI las descargas de cocaína colombiana en la costa gallega alcanzaron niveles de inundación. La discreción daba resultado: con el foco en otros escenarios los narcos galaicos consolidaron su asociación con los carteles colombianos. De tal manera que, llegados al año 2018, sobra decir que Sito ha vuelto a las andadas. Es que nunca se alejó de ellas.
Sigue habiendo relojes que pesan un kilo y cochazos venidos de Emiratos Árabes desfilando por las Rías Baixas. Pero quien los muestra no suele estar a la atura de los grandes señores de la fariña. Precisamente por eso alardean.
En la Galicia de hoy se podrían distinguir dos niveles. En el de arriba, en sombra, se sitúan un puñado de capos, entre los que, según las autoridades, se hallaría Sito Miñanco, tal vez el más poderoso de ellos. Son empresarios con grandes organizaciones bajo su mando (algunas de ellas con más de 300 integrantes directos e indirectos), barcos en propiedad (a veces constantemente a flote sobre el Atlántico, sin ir a puerto jamás) y contactos de alto nivel en casi todas las instituciones, con las que en ocasiones colaboran. Algunos de ellos viven en Colombia. Cuentan con la última tecnología en cuanto a comunicación y localización para pasar desapercibidos y, sobre todo, disponen de cortafuegos: es prácticamente imposible vincular un cargamento con ellos, ya que no entran en contacto jamás con la mercancía ni con quien la manipula.
Estos grandes capos gallegos son consolidados socios de las organizaciones colombianas proveedoras, es decir, las FARC y la bandas herederas de los grandes carteles de Medellín y Cali. Son años de alianza basada en la eficacia de los gallegos para introducir la droga en tierra y su capacidad para entregarla a organizaciones de Europa del Este (rusos y búlgaros, sobre todo) e italianas, encargadas de la distribución por el continente.
Los colombianos han probado muchas otras vías y ninguna de ellas les tranquiliza tanto como la gallega. Para ellos son ‘los compadres’, gente de confianza. De entre ellos, Sito es ‘el compa’ por excelencia, un socio con más de 30 años de alianza.
[imageleft=300,https://ep01.epimg.net/politica/imagenes/2018/02/08/actualidad/1518114767_115153_1518180463_sumario_normal_recorte1.jpg][/imageleft]Estas organizaciones controlan el patio, nadie se mueve en la costa gallega sin su permiso y, quien lo hace, suele acabar entre rejas tras un oportuno chivatazo, cuando no borrado del mapa. Por debajo de ellos pululan multitud de clanes, algunos históricos de la costa gallega, otros de nueva generación, todos al acecho de poder alijar 200 o 300 kilos de blanca en un velero, un contenedor del puerto o un pesquero y que les resuelvan la economía de varios años. Es en este nivel donde la confianza se arruga: se delatan constantemente entre ellos, desaparece mercancía, se multiplican las traiciones… Todo un escenario de puñaladas por la espalda que convierte a Galicia en escenario recurrente de numerosas incautaciones.
Mientras estos clanes llenan de estigma, dinero negro, tapaderas y negocios las Rías Baixas (sin que a nadie en Galicia parezca importarle en exceso), los grandes señores siguen moviendo con discreción cantidades inimaginables. La Policía sospecha que Sito ha llevado a cabo en los últimos años unas seis operaciones, ninguna de ellas de menos de 3.000 kilos de cocaína; una, creen, de más de 7.000.
La última pista que los investigadores intentan relacionar con Miñanco es la interceptación el pasado octubre del buque Thoran en pleno Océano Atlántico con 3.800 kilos de cocaína. Su destino: la costa gallega.
[t1=150]Sito, del mar al mar[/t1]
José Ramón Prado Bugallo creció como Sito, un apodo muy común en Galicia, al que añadió el sobrenombre de su familia, conocida como Los Miñanco. Lo hizo en el barrio de San Tomé de Cambados, lugar de pescadores.
Su prodigiosa habilidad para pilotar xurelas (como se conoce a las lanchas rápidas y planeadoras) le valió la confianza de Vicente Otero ‘Terito’, uno de los grandes contrabandistas de tabaco en la Galicia de los 70. De ahí a su propia organización. Junto a sus amigos Ramiro y Olegario montó la ROS (iniciales de los tres), una de las mayores organizaciones tabaqueras de Europa. Cuando Sito decidió que la [i]fariña[/i] daba más dinero que el Winston de batea, Ramiro y Olegario decidieron plantarse.
El punto de encuentro fue Panamá, donde Sito acudía a lavar la ingente cantidad de dinero que el tabaco de contrabando le proporcionaba. También allí montaban sus tapaderas los capos colombianos. Fue Odalys Rivera, sobrina de un ministro del general Noriega, quien introdujo a Sito en los círculos adecuados. Tal fue el éxito social de Sito en Panamá que llegó a ayudar al general en la financiación de su gobierno. El ‘millonario gallego’, como le conocían, comenzó a dirigir envíos de prueba a Galicia cuando la Guardia Civil y la Policía todavía buscaban cajas de tabaco debajo de las bateas de la Ría de Arousa. De aquellos años se cuenta que Sito llegó a enviar barcos a Galicia cargados con cocaína, hachís y tabaco. Todo de una tacada.
Sito cuidó su imagen. Si alguno de sus hombres era apresado, le pagaba una pensión a la familia. También financiaba tratamientos médicos a vecinos, fiestas populares (llevaba a Cambados las mejores orquestas), presidía el equipo de fútbol Xuventude de Cambados, al que por poco sitúa en Segunda División y llegó a ser nombrado hijo predilecto de la localidad. Todavía hoy, en Cambados, es mucha la gente incapaz de hablar mal de Miñanco. En Galicia Sito amenaza con convertirse en un icono de la cultura pop, con canciones propias y kilómetros de relato sobre sus hazañas.
Su apego fue también su perdición. Según creen los investigadores Sito es uno de los pocos capos que metía dinero de su propio bolsillo en las operaciones, algo que llena de confianza a los proveedores colombianos. Siempre, además, tenía sitio para los viejos amigos: en la última redada ha caído, junto a él, David Pérez Lago, hijastro de Laureano Oubiña. Si recibía demasiados encargos de Colombia, los derivaba a otras organizaciones. El respeto que Sito despierta entre el resto de clanes y proveedores es altísimo. Lo consideran un hombre generoso y de palabra.
Su cercanía, sin embargo, le impedía delegar. Cuando asaltaron su chalé de seguridad de Madrid en su primera detención, en 1991, los GEO se toparon a Miñanco sobre unas cartas náuticas y un teléfono satélite. “Hostia, ahora sí que me trincasteis”, cuentan que dijo al ver a los agentes. Volvería a ser detenido en 2001 y se investiga ahora cómo ha sido posible que siguiese dirigiendo su organización desde la cárcel. Porque pocos dudan ya que no lo hiciera.
Otra vez, metidos ya en 2018, parece ser que la piedra en la que ha vuelto a tropezar Sito es la de querer controlar todo al detalle, la de no alejarse del mar del que nació. El no saber parar. O el no poder. Difícil, por ello, afirmar que este vaya a ser el último capítulo. El narco en Galicia sigue, por más que haya quien insista en que es cosa del pasado. Sito es la prueba.
El muro de la cárcel de Ponta Delgada que saltó Quinzi, el único detenido por los hechos, antes de huir en moto. Después de la hazaña se reforzaron las paredes con alambre de espino, tal y como se aprecia en la imagen. Pincha en la imagen para ver el tráiler del documental.
El naufragio de un barco que transportaba droga dejó accidentalmente el alijo en una población portuguesa. Tiempo después, los efectos son devastadores
Macarena Lozano y Rebeca Queimaliños
Rabo de Peixe es un lugar donde para sobrevivir hay que tener un poco de ambición y una tonelada de suerte. La vida en esta freguesia (término en portugués que es el equivalente en España a pedanía) portuguesa, situada en la costa norte de la isla de São Miguel, perteneciente al archipiélago de las Azores y con solo 7.500 habitantes, es un metáfora de su geografía: salvaje, olvidada, cruel e indómita. No hay recursos, pero, bueno, hay wifi. Cuando la pesca de bajura da un respiro, el tiempo se divide entre caladas de hachís y horas muertas al borde de una escollera de hormigón. Allí se va a pensar en cómo abandonar ese trozo de tierra inerte. Pero es una vía muerta. Nunca pasa nada. Por eso, el día en que ocurrió todo se destrozó la isla. En este caso, todo es un velero modelo Sun Kiss 47 de 14 metros de eslora que naufragó en la costa azoreña en junio de 2001 transportando 505,840 kilogramos de cocaína con una pureza superior al 80 %. En euros, unos 40 millones.
“Se vivieron momentos tan peligrosos como esperpénticos: mujeres empanando chicharros con cocaína en vez de harina o señores de mediana edad vertiendo cucharadas de farlopa en el café con leche
Era un día de océano violento. El viento dio un zarpazo y el mástil no pudo resistir el impacto. Imposible continuar la travesía e inviable acceder al puerto con un barco forrado de droga hasta la orza. En un gabinete de crisis sin tiempo y con triple ración de susto, la tripulación decidió hundir los fardos en el fondo del océano e introducir parte del cargamento en una gruta al norte de la isla, a escasos kilómetros de Rabo de Peixe.
Una estrategia sin fisuras, si no fuese porque la naturaleza es un espíritu libre. Y a partir de ahí todo lo que sucedió se parece mucho al episodio de aquel buque averiado en el Pacífico en 1992 que vertió 28.000 patitos de goma que, años más tarde, desembarcaron en playas de Alaska y Canadá, pero narrado por Irvine Welsh en la barra de un pub jurando que no se ha inventado nada. Sustituyamos juguetes por fardos de cocaína.
El problema es que los paquetes, como el mástil, no resistieron la furia del viento y el malecón se convirtió en un cementerio de fardos de farlopa. Empezó el desembarco, se corrió la voz y comenzó la caza del tesoro. Encajar las piezas de esa noche negrísima es un misterio, pero los testigos repiten la misma secuencia: decenas de personas –desde adolescentes a señoras de rulos y ganchillo–, abalanzadas sobre el hormigón al acecho de material.
La policía consiguió requisar 400 kilos de cocaína en un operativo sin precedentes en el archipiélago. Pero el resto quedó en manos de una población civil castigada por la escasez y la ignorancia y deformó la isla de forma irreversible. “La policía sostuvo que el yate transportaba solo 500 kilos, pero es absurdo. El barco podía albergar hasta 3.000 kilos de cocaína y nadie cruza el Atlántico cubriendo un porcentaje tan bajo del espacio disponible. 100 kilos de cocaína, aunque de pureza exquisita, no destrozan a una generación”. El que habla es Nuno Mendes, periodista que fue enviado especial desde Lisboa por el diario Publico para cubrir el incidente. “El consumo de coca hasta entonces era residual y solo al alcance de jóvenes de clase media-alta. Un producto de lujo accidental. El problema surgió cuando se democratizó su uso y una población muy empobrecida empezó a consumir a discreción y a traficar con ese material de forma esperpéntica”.
Imágenes de Antoni Quinzi facilitadas por la policía. La imagen inferior derecha corresponde a su entrada en prisión.
Ese esperpento se resume en una imagen muy recurrente: el típico vaso de cristal de caña con cocaína hasta los topes se vendía en las calles por 20.000 escudos, algo más de 20 euros. Nadie conocía el precio en el mercado, ni la peligrosidad de una sustancia de esta pureza, pero, sobre todo, urgía dinero rápido. Los ingresos por sobredosis colapsaron los hospitales de la isla y el caos fue tal que las autoridades sanitarias decidieron intervenir los medios de comunicación para advertir sobre los efectos del consumo de esa sustancia. “Durante días dedicamos a esto mucho espacio en los informativos. Médicos en primer plano con la cara desencajada suplicando que se pusiese fin a esa locura. Fueron semanas de pánico, terror y descontrol absoluto”, recuerda la periodista Teresa Nobrega, entonces coordinadora de informativos de la pública RTP Azores. “Nadie estaba preparado para algo así. La prueba es que sigue siendo un episodio no superado casi 20 años después”, añade.
Siempre existen puntos ciegos entre realidad y ficción, pero la memoria colectiva de Rabo de Peixe apela a historias tan disparatadas como mujeres empanando chicharros con cocaína en vez de harina o señores de mediana edad vertiendo cucharadas de farlopa en el café con leche. Decía Mark Twain que el humor es igual a la suma de tragedia y tiempo. Aunque tal vez no haya pasado aún el tiempo prudencial, es casi imposible no sonreír, aunque sea desde la tristeza.
Estampa juvenil y cotidiana en Rabo de Peixe. Estos chavales vivieron para contarla.
“Nunca tuvimos acceso a estadísticas reales. Al principio la prioridad era frenar la locura, después no hubo medios suficientes. Siempre faltó interés. Contabilizamos 20 muertes y decenas de ingresos por intoxicación en las tres semanas siguientes al desembarco. Pero fueron datos no oficiales que reunimos con la ayuda de médicos y personal sanitario”, recuerda Nuno Mendes, quien cree que hubo un cierto halo de secretismo para evitar que el episodio se convirtiera en una cuestión de estado y, sobre todo, trascendiera internacionalmente.
La policía libraba dos batallas simultáneas: requisar cada gramo de cocaína repartido por la isla que todavía no hubiese sido consumido y localizar el yate averiado que transportaba la droga hacia Europa. Después de dos semanas de registros exhaustivos en el puerto de Ponta Delgada, capital de la isla, se produjo el milagro: la policía encontró un paquete diminuto en el interior del falso tabique de un yate atracado en Ponta Delgada, envuelto en un papel de periódico: el nombre del diario y la fecha coincidían con el empaquetado de otros fardos requisados días antes en la playa. Los agentes detuvieron al único hombre que se encontraba en el interior del barco. Era Antoni Quinzi, un imponente siciliano de Trapani que fue detenido sin oponer resistencia.
Su intercesión fue clave para el futuro de la investigación y la aprehensión de la cocaína que todavía permanecía oculta. “Cuando le contamos la ratonera en la que se había convertido la isla colaboró aportando información clave sobre la mercancía que permanecía oculta en la cara norte”, apunta João Soares, entonces inspector jefe de la Policía Judiciaria. Fue el hombre que detuvo al italiano en el yate y el tipo que coordinaría dos semanas después la persecución tras una de las fugas más surrealistas –y ligeramente ridículas– de la historia policial de Portugal.
“Hubo secretismo para que no trascendiera internacionalmente. "Contabilizamos 20 muertes y decenas de ingresos por intoxicación en las tres semanas siguientes al desembarco. Pero fueron datos no oficiales que reunimos con la ayuda de médicos y personal sanitario”, señala el periodista portugués Nuno Mendes
Diez días después de su detención, Quinzi saltó el muro de la cárcel desde el patio, se despidió de la policía con la mano y huyó en una Vespa que le esperaba en la carretera. Soares justifica el error: “Una isla ya es una cárcel. Nadie escapa de una cárcel en una isla”. Quinzi sí. Pero fue detenido dos semanas después en un cobertizo en el nordeste de Sao Miguel con 30 gramos de cocaína y un pasaporte falso, trasladado a la prisión de Coimbra, ya en la Portugal continental, y condenado a nueve años y 10 meses de prisión. Fue el único detenido en la operación. Quedó probado que su principal misión era dirigir el barco desde Venezuela hasta las Islas Baleares.
“Era puro magnetismo. Muy alto, manos imponentes y mirada triste. Suena a síndrome de Estocolmo, pero me provocaba lástima. Daba la sensación de que se sentía extremadamente culpable y no sabía cómo ayudar”. Catia Benedetti es profesora de italiano en la Universidad de las Azores y fue intérprete de Quinzi durante los interrogatorios y el juicio que se celebró en Ponta Delgada. El tipo es aún una especie de leyenda en la isla. Todos le conocen, nadie le ha visto. Hoy en día, la pureza de la droga todavía se mide según los parámetros de "el italiano". Ese es la unidad métrica que se utiliza para determinar la calidad de la cocaína en Azores y la prueba empírica de que la herida no está curada 17 años después.
Paisaje característico de la zona norte de la Isla de Sao Miguel, en la que se escondió el barco.
Un servicio móvil de atención a politoxicómanos recorre Sao Miguel cada semana para repartir metadona entre heroinómanos. Y pese a que estos parecen otro problema al hasta ahora narrado, son una consecuencia de ello. “La pureza de la cocaína produjo un efecto catastrófico. El subidón de la droga era tan bestia que la gente empezó a consumir heroína para poder dormir”. Así resume el drama social Suzete Frías, entonces directora de la Casa de Saúde (sanatorio) de Sao Miguel, Ponta Delgada. Surgió entonces un problema nuevo en la isla: la drogodependencia. “Los hijos de clase media-alta ingresaron en clínicas de desintoxicación en el continente; la clase obrera buscó heroína”. Pese a todo, el ruido nunca fue excesivo. La tragedia fue como un aparatoso pero discreto elefante en la habitación.
Las Azores están situadas en medio del océano Atlántico, a unos 1.400 kilómetros al oeste de Lisboa, y desde tierra firme es muy difícil escuchar los barritos de ese elefante resacoso que lleva embistiendo todo lo que se le pone por delante desde hace más de 15 años. ¿Cree que si hubiese ocurrido en Europa todo hubiese sido diferente, Suzete? “Nada de esto hubiese ocurrido”.
Las autoras de este reportaje, Rebeca Queimaliños (Pontevedra, 1982) y Macarena Lozano (Granada, 1982), están en pleno proceso de realización de un documental sobre el tema. Han efectuado varios viajes a la zona y ya han rodado buena parte (ver tráiler arriba).
[html5=https://ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2017/12/01/icon/1512112762_366610_1512485593_noticia_fotograma.jpg]https://vdmedia.elpais.com/elpaistop/multimedia/201712/5/20171205153953_1512484874_video_1200.mp4[/html5] [f]El muro de la cárcel de Ponta Delgada que saltó Quinzi, el único detenido por los hechos, antes de huir en moto. Después de la hazaña se reforzaron las paredes con alambre de espino, tal y como se aprecia en la imagen. Pincha en la imagen para ver el tráiler del documental.[/f]
[link=https://elpais.com/elpais/2017/12/01/icon/1512112762_366610.amp.html][t1=200]Así destrozó a un pueblo de 7.000 habitantes media tonelada de cocaína extraviada[/t1][/link]
[t1=130]El naufragio de un barco que transportaba droga dejó accidentalmente el alijo en una población portuguesa. Tiempo después, los efectos son devastadores[/t1]
Macarena Lozano y Rebeca Queimaliños
Rabo de Peixe es un lugar donde para sobrevivir hay que tener un poco de ambición y una tonelada de suerte. La vida en esta [i]freguesia[/i] (término en portugués que es el equivalente en España a pedanía) portuguesa, situada en la costa norte de la isla de São Miguel, perteneciente al archipiélago de las Azores y con solo 7.500 habitantes, es un metáfora de su geografía: salvaje, olvidada, cruel e indómita. No hay recursos, pero, bueno, hay wifi. Cuando la pesca de bajura da un respiro, el tiempo se divide entre caladas de hachís y horas muertas al borde de una escollera de hormigón. Allí se va a pensar en cómo abandonar ese trozo de tierra inerte. Pero es una vía muerta. Nunca pasa nada. Por eso, el día en que ocurrió todo se destrozó la isla. En este caso, todo es un velero modelo Sun Kiss 47 de 14 metros de eslora que naufragó en la costa azoreña en junio de 2001 transportando 505,840 kilogramos de cocaína con una pureza superior al 80 %. En euros, unos 40 millones.
[indent=50][t1=130][color=#D3D3D3][s]“[/s][/color]Se vivieron momentos tan peligrosos como esperpénticos: mujeres empanando chicharros con cocaína en vez de harina o señores de mediana edad vertiendo cucharadas de farlopa en el café con leche[/t1][/indent]
Era un día de océano violento. El viento dio un zarpazo y el mástil no pudo resistir el impacto. Imposible continuar la travesía e inviable acceder al puerto con un barco forrado de droga hasta la orza. En un gabinete de crisis sin tiempo y con triple ración de susto, la tripulación decidió hundir los fardos en el fondo del océano e introducir parte del cargamento en una gruta al norte de la isla, a escasos kilómetros de Rabo de Peixe.
Una estrategia sin fisuras, si no fuese porque la naturaleza es un espíritu libre. Y a partir de ahí todo lo que sucedió se parece mucho al episodio de aquel buque averiado en el Pacífico en 1992 que vertió 28.000 patitos de goma que, años más tarde, desembarcaron en playas de Alaska y Canadá, pero narrado por [url=https://elpais.com/elpais/2017/08/03/icon/1501754448_462903.html]Irvine Welsh[/url] en la barra de un pub jurando que no se ha inventado nada. Sustituyamos juguetes por fardos de cocaína.
El problema es que los paquetes, como el mástil, no resistieron la furia del viento y el malecón se convirtió en un cementerio de fardos de farlopa. Empezó el desembarco, se corrió la voz y comenzó la caza del tesoro. Encajar las piezas de esa noche negrísima es un misterio, pero los testigos repiten la misma secuencia: decenas de personas –desde adolescentes a señoras de rulos y ganchillo–, abalanzadas sobre el hormigón al acecho de material.
La policía consiguió requisar 400 kilos de cocaína en un operativo sin precedentes en el archipiélago. Pero el resto quedó en manos de una población civil castigada por la escasez y la ignorancia y deformó la isla de forma irreversible. “La policía sostuvo que el yate transportaba solo 500 kilos, pero es absurdo. El barco podía albergar hasta 3.000 kilos de cocaína y nadie cruza el Atlántico cubriendo un porcentaje tan bajo del espacio disponible. 100 kilos de cocaína, aunque de pureza exquisita, no destrozan a una generación”. El que habla es Nuno Mendes, periodista que fue enviado especial desde Lisboa por el diario [i]Publico[/i] para cubrir el incidente. “El consumo de coca hasta entonces era residual y solo al alcance de jóvenes de clase media-alta. Un producto de lujo accidental. El problema surgió cuando se democratizó su uso y una población muy empobrecida empezó a consumir a discreción y a traficar con ese material de forma esperpéntica”.
[img]https://ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2017/12/01/icon/1512112762_366610_1512113686_sumario_normal.jpg[/img] [f]Imágenes de Antoni Quinzi facilitadas por la policía. La imagen inferior derecha corresponde a su entrada en prisión.[/f]
Ese esperpento se resume en una imagen muy recurrente: el típico vaso de cristal de caña con cocaína hasta los topes se vendía en las calles por 20.000 escudos, algo más de 20 euros. Nadie conocía el precio en el mercado, ni la peligrosidad de una sustancia de esta pureza, pero, sobre todo, urgía dinero rápido. Los ingresos por sobredosis colapsaron los hospitales de la isla y el caos fue tal que las autoridades sanitarias decidieron intervenir los medios de comunicación para advertir sobre los efectos del consumo de esa sustancia. “Durante días dedicamos a esto mucho espacio en los informativos. Médicos en primer plano con la cara desencajada suplicando que se pusiese fin a esa locura. Fueron semanas de pánico, terror y descontrol absoluto”, recuerda la periodista Teresa Nobrega, entonces coordinadora de informativos de la pública RTP Azores. “Nadie estaba preparado para algo así. La prueba es que sigue siendo un episodio no superado casi 20 años después”, añade.
Siempre existen puntos ciegos entre realidad y ficción, pero la memoria colectiva de Rabo de Peixe apela a historias tan disparatadas como mujeres empanando chicharros con cocaína en vez de harina o señores de mediana edad vertiendo cucharadas de farlopa en el café con leche. Decía [url=https://elpais.com/diario/2010/12/01/cultura/1291158001_850215.html]Mark Twain[/url] que el humor es igual a la suma de tragedia y tiempo. Aunque tal vez no haya pasado aún el tiempo prudencial, es casi imposible no sonreír, aunque sea desde la tristeza.
[img]https://ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2017/12/01/icon/1512112762_366610_1512113255_sumario_normal.jpg[/img] [f]Estampa juvenil y cotidiana en Rabo de Peixe. Estos chavales vivieron para contarla.[/f]
“Nunca tuvimos acceso a estadísticas reales. Al principio la prioridad era frenar la locura, después no hubo medios suficientes. Siempre faltó interés. Contabilizamos 20 muertes y decenas de ingresos por intoxicación en las tres semanas siguientes al desembarco. Pero fueron datos no oficiales que reunimos con la ayuda de médicos y personal sanitario”, recuerda Nuno Mendes, quien cree que hubo un cierto halo de secretismo para evitar que el episodio se convirtiera en una cuestión de estado y, sobre todo, trascendiera internacionalmente.
La policía libraba dos batallas simultáneas: requisar cada gramo de cocaína repartido por la isla que todavía no hubiese sido consumido y localizar el yate averiado que transportaba la droga hacia Europa. Después de dos semanas de registros exhaustivos en el puerto de Ponta Delgada, capital de la isla, se produjo el milagro: la policía encontró un paquete diminuto en el interior del falso tabique de un yate atracado en Ponta Delgada, envuelto en un papel de periódico: el nombre del diario y la fecha coincidían con el empaquetado de otros fardos requisados días antes en la playa. Los agentes detuvieron al único hombre que se encontraba en el interior del barco. Era Antoni Quinzi, un imponente siciliano de Trapani que fue detenido sin oponer resistencia.
Su intercesión fue clave para el futuro de la investigación y la aprehensión de la cocaína que todavía permanecía oculta. “Cuando le contamos la ratonera en la que se había convertido la isla colaboró aportando información clave sobre la mercancía que permanecía oculta en la cara norte”, apunta João Soares, entonces inspector jefe de la Policía Judiciaria. Fue el hombre que detuvo al italiano en el yate y el tipo que coordinaría dos semanas después la persecución tras una de las fugas más surrealistas –y ligeramente ridículas– de la historia policial de Portugal.
[indent=50][t1=130][color=#D3D3D3][s]“[/s][/color]Hubo secretismo para que no trascendiera internacionalmente. "Contabilizamos 20 muertes y decenas de ingresos por intoxicación en las tres semanas siguientes al desembarco. Pero fueron datos no oficiales que reunimos con la ayuda de médicos y personal sanitario”, señala el periodista portugués Nuno Mendes[/t1][/indent]
Diez días después de su detención, Quinzi saltó el muro de la cárcel desde el patio, se despidió de la policía con la mano y huyó en una Vespa que le esperaba en la carretera. Soares justifica el error: “Una isla ya es una cárcel. Nadie escapa de una cárcel en una isla”. Quinzi sí. Pero fue detenido dos semanas después en un cobertizo en el nordeste de Sao Miguel con 30 gramos de cocaína y un pasaporte falso, trasladado a la prisión de Coimbra, ya en la Portugal continental, y condenado a nueve años y 10 meses de prisión. Fue el único detenido en la operación. Quedó probado que su principal misión era dirigir el barco desde Venezuela hasta las Islas Baleares.
“Era puro magnetismo. Muy alto, manos imponentes y mirada triste. Suena a síndrome de Estocolmo, pero me provocaba lástima. Daba la sensación de que se sentía extremadamente culpable y no sabía cómo ayudar”. Catia Benedetti es profesora de italiano en la Universidad de las Azores y fue intérprete de Quinzi durante los interrogatorios y el juicio que se celebró en Ponta Delgada. El tipo es aún una especie de leyenda en la isla. Todos le conocen, nadie le ha visto. Hoy en día, la pureza de la droga todavía se mide según los parámetros de "el italiano". Ese es la unidad métrica que se utiliza para determinar la calidad de la cocaína en Azores y la prueba empírica de que la herida no está curada 17 años después.
[img]https://ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2017/12/01/icon/1512112762_366610_1512113433_sumario_normal.jpg[/img] [f]Paisaje característico de la zona norte de la Isla de Sao Miguel, en la que se escondió el barco.[/f]
Un servicio móvil de atención a politoxicómanos recorre Sao Miguel cada semana para repartir metadona entre heroinómanos. Y pese a que estos parecen otro problema al hasta ahora narrado, son una consecuencia de ello. “La pureza de la cocaína produjo un efecto catastrófico. El subidón de la droga era tan bestia que la gente empezó a consumir heroína para poder dormir”. Así resume el drama social Suzete Frías, entonces directora de la Casa de Saúde (sanatorio) de Sao Miguel, Ponta Delgada. Surgió entonces un problema nuevo en la isla: la drogodependencia. “Los hijos de clase media-alta ingresaron en clínicas de desintoxicación en el continente; la clase obrera buscó heroína”. Pese a todo, el ruido nunca fue excesivo. La tragedia fue como un aparatoso pero discreto elefante en la habitación.
Las Azores están situadas en medio del océano Atlántico, a unos 1.400 kilómetros al oeste de Lisboa, y desde tierra firme es muy difícil escuchar los barritos de ese elefante resacoso que lleva embistiendo todo lo que se le pone por delante desde hace más de 15 años. ¿Cree que si hubiese ocurrido en Europa todo hubiese sido diferente, Suzete? “Nada de esto hubiese ocurrido”.
[f][i]Las autoras de este reportaje, Rebeca Queimaliños (Pontevedra, 1982) y Macarena Lozano (Granada, 1982), están en pleno proceso de realización de un documental sobre el tema. Han efectuado varios viajes a la zona y ya han rodado buena parte (ver tráiler arriba).[/i][/f]
ya ..... pero antes nos comemos las vacas. PD: y no plantaremos papas, sino boniatos. (son como las patatas ..... pero dulce y a las brasas están de rechupete)
ya ..... pero antes nos comemos las vacas. PD: y no plantaremos papas, sino boniatos. (son como las patatas ..... pero dulce y a las brasas están de rechupete)