Mensaje por Chupones » Vie 03 Feb, 2006 11:01 am
Llevaba tiempo Álvaro Fernández-Villaverde, duque de San Carlos, marqués del Viso, marqués de Pozo Rubio, con grandeza de España, caballero de Santiago, maestrante de Sevilla, etcétera, etcétera, rumiando el momento de cerrar la afrenta que en su rancio orgullo de noble herido supuso el despido como presidente del Patrimonio Nacional de que fue objeto el año pasado por parte del Gobierno Zapatero, en particular por parte de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, de la que orgánicamente depende Patrimonio.
El señor duque, diplomático y ex alto cargo del BCH, había quedado en una peligrosa tierra de nadie tras la victoria socialista del 14 de marzo de 2004, aunque él vendía sus excelentes relaciones con la Casa Real como aval para permanecer al frente de Patrimonio, el organismo que gestiona los bienes –palacios reales, pinares y demás- de titularidad pública afectos al uso y servicio del Rey y su familia. Muchos de los gastos del Monarca corren a cargo de Patrimonio, sin control público y al margen de la asignación que los PGE dedican anualmente a la Casa.
Pero don Álvaro, con su sino a cuestas, fue despedido por la señora vicepresidenta sin que le temblara el pulso, y aunque el afectado trató, diario ABC mediante, de maquillar el suceso (El duque de San Carlos pide al Gobierno su relevo al frente de Patrimonio Nacional), la verdad de lo ocurrido corrió como la pólvora por el tout Madrid, que comentó el lance entre sorprendido y divertido.
La hora de la venganza, esa venganza que sólo los muy nobles entienden, es decir, venganza en forma de total demostración de poderío, tuvo lugar hace escasas jornadas, y de ella se han hecho eco todas las revistas del corazón, que la más grande ocasión de lucimiento que vieron los siglos merecía de sobra dejar rastro en Diez Minutos, Lecturas (“fue una velada llena de glamour”), ¡Hola! y demás prensa rosa, mayormente para que se enterara quien se tenía que enterar: esa otra parte de la nobleza que malévolamente se alegró con su despido de Patrimonio.
El caso es que a la cena ofrecida por Álvaro Fernández-Villaverde asistió prácticamente la familia real en pleno, esa familia que tantas dificultades tiene a la hora de reunir a abuelos y nietos para confeccionar un crisma navideño. En realidad la cena tuvo lugar en el palacio de la señora marquesa de Santa Cruz, Casilda de Silva, madre del homenajeado, y ella misma con marquesados y condados varios, amén de tres veces grande de España.
Al convite asistieron, además de los Reyes (que se presentaron con regalo incluido para el señor marqués), el Príncipe Felipe y su esposa Letizia; la Infanta Cristina (sin Iñaki Urdangarín); la Infanta Elena y Jaime de Marichalar, y una casi reina, la mismísima duquesa de Alba.
La demostración de poderío de don Álvaro se completó con la presencia del hombre más rico de España, Emilio Botín y esposa, Paloma O’Shea, una pareja que muy raramente se deja ver en actos sociales de esta clase, amén de Plácido Arando con su actual pareja, Cristina Iglesias, una escultora de Donosti; más Marcelino Oreja y su santa, Silvia; más Santi Ybarra y Mercedes, su mujer; más Noel Marichalar (una decoradora tía de Jaime); más los duques de Palatas; más Claudio Boada senior, y alguno más.
Faltó Jesús Polanco cuya asistencia al convite había corrido por Madrid días atrás, acompañada de algunos sabrosos comentarios que otorgaban a “la cena de media gala” (¡Hola! dixit) una significación muy especial desde el punto de vista político, dada la situación que vive España, la preocupación que en estos momentos embarga al Monarca, y el decisivo papel que en la política de Zapatero está jugando el grupo periodístico propiedad del señor Polanco. No hubo tal. Polanco no asistió.
Llevaba tiempo Álvaro Fernández-Villaverde, duque de San Carlos, marqués del Viso, marqués de Pozo Rubio, con grandeza de España, caballero de Santiago, maestrante de Sevilla, etcétera, etcétera, rumiando el momento de cerrar la afrenta que en su rancio orgullo de noble herido supuso el despido como presidente del Patrimonio Nacional de que fue objeto el año pasado por parte del Gobierno Zapatero, en particular por parte de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, de la que orgánicamente depende Patrimonio.
El señor duque, diplomático y ex alto cargo del BCH, había quedado en una peligrosa tierra de nadie tras la victoria socialista del 14 de marzo de 2004, aunque él vendía sus excelentes relaciones con la Casa Real como aval para permanecer al frente de Patrimonio, el organismo que gestiona los bienes –palacios reales, pinares y demás- de titularidad pública afectos al uso y servicio del Rey y su familia. Muchos de los gastos del Monarca corren a cargo de Patrimonio, sin control público y al margen de la asignación que los PGE dedican anualmente a la Casa.
Pero don Álvaro, con su sino a cuestas, fue despedido por la señora vicepresidenta sin que le temblara el pulso, y aunque el afectado trató, diario ABC mediante, de maquillar el suceso (El duque de San Carlos pide al Gobierno su relevo al frente de Patrimonio Nacional), la verdad de lo ocurrido corrió como la pólvora por el tout Madrid, que comentó el lance entre sorprendido y divertido.
La hora de la venganza, esa venganza que sólo los muy nobles entienden, es decir, venganza en forma de total demostración de poderío, tuvo lugar hace escasas jornadas, y de ella se han hecho eco todas las revistas del corazón, que la más grande ocasión de lucimiento que vieron los siglos merecía de sobra dejar rastro en Diez Minutos, Lecturas [i][b](“fue una velada llena de glamour”)[/b][/i], ¡Hola! y demás prensa rosa, mayormente para que se enterara quien se tenía que enterar: esa otra parte de la nobleza que malévolamente se alegró con su despido de Patrimonio.
[i][b]El caso es que a la cena ofrecida por Álvaro Fernández-Villaverde asistió prácticamente la familia real en pleno, esa familia que tantas dificultades tiene a la hora de reunir a abuelos y nietos para confeccionar un crisma navideño.[/b][/i] En realidad la cena tuvo lugar en el palacio de la señora marquesa de Santa Cruz, Casilda de Silva, madre del homenajeado, y ella misma con marquesados y condados varios, amén de tres veces grande de España.
[i][b]Al convite asistieron, además de los Reyes (que se presentaron con regalo incluido para el señor marqués), el Príncipe Felipe y su esposa Letizia; la Infanta Cristina (sin Iñaki Urdangarín); la Infanta Elena y Jaime de Marichalar, y una casi reina, la mismísima duquesa de Alba.[/b][/i]
La demostración de poderío de don Álvaro se completó con la presencia del hombre más rico de España, Emilio Botín y esposa, Paloma O’Shea, una pareja que muy raramente se deja ver en actos sociales de esta clase, amén de Plácido Arando con su actual pareja, Cristina Iglesias, una escultora de Donosti; más Marcelino Oreja y su santa, Silvia; más Santi Ybarra y Mercedes, su mujer; más Noel Marichalar (una decoradora tía de Jaime); más los duques de Palatas; más Claudio Boada senior, y alguno más.
[i][b]Faltó Jesús Polanco cuya asistencia al convite había corrido por Madrid días atrás, acompañada de algunos sabrosos comentarios que otorgaban a “la cena de media gala” (¡Hola! dixit) una significación muy especial desde el punto de vista político, dada la situación que vive España, la preocupación que en estos momentos embarga al Monarca, y el decisivo papel que en la política de Zapatero está jugando el grupo periodístico propiedad del señor Polanco. No hubo tal. Polanco no asistió. [/b][/i]