Mensaje por Invitado » Jue 30 Jul, 2020 2:38 am
EL FEMINISMO no defiende rabos. Y esto va a ser lo más claro que voy a escribir. Claro que hay problemas de verdad en España y en el mundo: la enfermedad, la ruina económica, Enrique Ponce en un cocodrilo hinchable (creía que los globos que llevaron a Gonzalo Caballero al hospital iban a ser lo peor que viera alrededor de la figura de un torero, y no). Esto de lo que intentaré hablar ni siquiera tiene la ligereza de las vidas paralelas que suponen el fútbol o el cine. Me refiero a las teorías queer y esas cosas por las que J. K. Rowling es un monstruo del Averno y Amelia Valcárcel una malvada bruja del Oeste terf.
Partimos de la idea (aunque nos la nieguen) de que no se están cuestionando los derechos de nadie. De los trans, vaya. Pasa algo parecido a ver pegas en la Ley Integral de Violencia de Género. Si no la acatas, y no me repliques, estás a favor de que los hombres peguen a las mujeres, a ser posible con la goma del butano. Da igual que recuerdes que la magistrada María Poza planteó la inconstitucionalidad de los artículos 171.4 y 173.2 de la Ley alegando que la ley violaba el artículo 14 de la Constitución y que, además, podía violar la presunción de inocencia. O que el Tribunal Constitucional desestimó la inconstitucionalidad por un estrecho seis contra cinco. Pareció una decisión más política que jurídica.
Además, y volviendo a lo que iba, las mujeres que pretenden acercarse al otro lado y no ser consideradas terf, tránsfobas o transmisóginas (uf) tampoco lo tienen fácil porque «están sucumbiendo a la posición queer sobre el borrado de la mujer en el ordenamiento jurídico». Ya sé que esto es un lío, pero como diría Andrew Doyle (Titania McGrath) en «Woke», «a los sentimientos no les importan tus hechos. Así es como funciona la justicia social. Si sientes que algo es verdad es que es verdad». Pero nos quedamos más cerca, con el profesor José Errasti. Lo hacemos con más galimatías, que los hay: «Curso rápido de teoría queer: lo sé porque lo soy; lo soy porque lo siento; lo siento porque lo sé; no lo siento, lo sé; no lo sé, lo soy; no lo soy, lo siento; sé que lo siento porque lo soy; siento que lo soy porque lo sé; soy lo que sé que siento; siento lo que sé que soy». Las discusiones queeristas son como el «Manuscrito de Voynich», libro que nadie ha podido leer, que está escrito en un idioma inexistente e ilustrado con criaturas y plantas que nadie ha visto. No se sabe si es un código para descifrar o una gran broma. Hay quien sostiene que se trata del diario ilustrado de un adolescente extraterrestre que lo dejó en la Tierra antes de partir. Seguramente lo falsificó el propio Voynich, que tenía una librería de segunda mano en Londres y dijo que lo había encontrado en un seminario jesuita en las afueras de Roma.
En 1972, John Money y Anke Ehrhardt («Man & Woman, Boy & Girl») demostraron (bueno) que «el sexo y el género son dos categorías distintas. El sexo designa según ellos los atributos físicos... El género en cambio es una transformación psicológica del yo». Dice Jean-François Braunstein en «La filosofía se ha vuelto loca» (Ariel) que Money, una especie de profesor chiflado, inventó el «género», distinguiéndolo del sexo, un dato biológico. El género es un resultado cultural. En caso de divergencia, gana el género. Siempre he pensado que Bibiana Fernández es más mujer que yo. Para eso ha elegido serlo y está más buena. Pero esto es el paleolítico de la transexualidad, su literatura y sus activismos furiosos. Espera, que ya me lo digo yo por ahorrar trabajo: zorra, terf, ignorante...
[center][link=https://www.abc.es/opinion/abci-rosa-belmonte-manuscrito-voynich-202007272302_noticia.html][t1=160]El manuscrito de Voynich[/t1][/link][hr][/hr]Rosa Belmonte[/center]
[imageleft]https://i.ibb.co/8Yd1B2h/rosa-belmonte.png[/imageleft][size=120]EL FEMINISMO[/size] no defiende rabos. Y esto va a ser lo más claro que voy a escribir. Claro que hay problemas de verdad en España y en el mundo: la enfermedad, la ruina económica, Enrique Ponce en un cocodrilo hinchable (creía que los globos que llevaron a Gonzalo Caballero al hospital iban a ser lo peor que viera alrededor de la figura de un torero, y no). Esto de lo que intentaré hablar ni siquiera tiene la ligereza de las vidas paralelas que suponen el fútbol o el cine. Me refiero a las teorías queer y esas cosas por las que J. K. Rowling es un monstruo del Averno y Amelia Valcárcel una malvada bruja del Oeste terf.
Partimos de la idea (aunque nos la nieguen) de que no se están cuestionando los derechos de nadie. De los trans, vaya. Pasa algo parecido a ver pegas en la Ley Integral de Violencia de Género. Si no la acatas, y no me repliques, estás a favor de que los hombres peguen a las mujeres, a ser posible con la goma del butano. Da igual que recuerdes que la magistrada María Poza planteó la inconstitucionalidad de los artículos 171.4 y 173.2 de la Ley alegando que la ley violaba el artículo 14 de la Constitución y que, además, podía violar la presunción de inocencia. O que el Tribunal Constitucional desestimó la inconstitucionalidad por un estrecho seis contra cinco. Pareció una decisión más política que jurídica.
Además, y volviendo a lo que iba, las mujeres que pretenden acercarse al otro lado y no ser consideradas terf, tránsfobas o transmisóginas (uf) tampoco lo tienen fácil porque «están sucumbiendo a la posición queer sobre el borrado de la mujer en el ordenamiento jurídico». Ya sé que esto es un lío, pero como diría Andrew Doyle (Titania McGrath) en «Woke», «a los sentimientos no les importan tus hechos. Así es como funciona la justicia social. Si sientes que algo es verdad es que es verdad». Pero nos quedamos más cerca, con el profesor José Errasti. Lo hacemos con más galimatías, que los hay: «Curso rápido de teoría queer: lo sé porque lo soy; lo soy porque lo siento; lo siento porque lo sé; no lo siento, lo sé; no lo sé, lo soy; no lo soy, lo siento; sé que lo siento porque lo soy; siento que lo soy porque lo sé; soy lo que sé que siento; siento lo que sé que soy». Las discusiones queeristas son como el «Manuscrito de Voynich», libro que nadie ha podido leer, que está escrito en un idioma inexistente e ilustrado con criaturas y plantas que nadie ha visto. No se sabe si es un código para descifrar o una gran broma. Hay quien sostiene que se trata del diario ilustrado de un adolescente extraterrestre que lo dejó en la Tierra antes de partir. Seguramente lo falsificó el propio Voynich, que tenía una librería de segunda mano en Londres y dijo que lo había encontrado en un seminario jesuita en las afueras de Roma.
En 1972, John Money y Anke Ehrhardt («Man & Woman, Boy & Girl») demostraron (bueno) que «el sexo y el género son dos categorías distintas. El sexo designa según ellos los atributos físicos... El género en cambio es una transformación psicológica del yo». Dice Jean-François Braunstein en «La filosofía se ha vuelto loca» (Ariel) que Money, una especie de profesor chiflado, inventó el «género», distinguiéndolo del sexo, un dato biológico. El género es un resultado cultural. En caso de divergencia, gana el género. Siempre he pensado que Bibiana Fernández es más mujer que yo. Para eso ha elegido serlo y está más buena. Pero esto es el paleolítico de la transexualidad, su literatura y sus activismos furiosos. Espera, que ya me lo digo yo por ahorrar trabajo: zorra, terf, ignorante...